lunes, diciembre 20, 2010

Música decembrina venezolana


En el prólogo de su libro, La Ciudad y su Música, José Antonio Calcaño, uno de los más connotados investigadores de la música tradicional venezolana, escribe que “la música es un arte esencialmente social”. Y esta premisa ha estado en la consciencia del ser venezolano desde mucho antes de la llegada de los europeos en nuestro territorio. En los pueblos indígenas establecidos en las regiones del territorio nacional era común el uso de instrumentos musicales, bailes y cantos para celebrar el fin del ciclo de la cosecha y la recolección de los frutos. Por ello, en los escritos de los primeros historiadores, como fray Pedro de Aguado y fray Pedro Simón encontramos referencias a esta actividad que tanta atención llamó a los españoles.
La práctica del baile y del canto para celebrar los actos litúrgicos de su religión tomaban como referencia la experiencia del hombre con su entorno y sobremanera, con sus ancestros. Los españoles incorporaron a esta actividad los ritmos, instrumentos –como el tambor de guerra-, y las letras que glorificaban a nuevos dioses.
Esta amalgama de ritmos, como posteriormente ocurrió con la incorporación de miles de esclavos africanos, creó una nueva concepción de la adoración a la divinidad desde una perspectiva más natural y espontánea. Por eso escuchamos cómo dios y sus descendientes, en muchos villancicos, no sólo poseen unas características físicas más cercanas a los rasgos latinoamericanos, sino que hasta el mismo dios entra a formar parte de la vida cotidiana del venezolano. Lo podemos observar cuando se escucha el siguiente estribillo: “Si la virgen fuera andina y san José de los llanos, el niño Jesús sería un niño venezolano”. Lo demás es una descripción que habla de los rasgos propios de un dios venezolano, que participa del festín de la vida y sus alegrías.
Esta concepción es propia de las culturas antiguas mediterráneas, como el dios Lar que participa de la vida cotidiana de los romanos. O el dios Baco, que acompaña a los embriagados mientras festejan y alzan sus tazas de barro para deleitarse con el vino.
Estas creencias y muchas otras forman parte de las letras que en diciembre los músicos interpretan para celebrar el fin de un ciclo y el nacimiento de otro. En la antigüedad era el cierre del ciclo de la siembra y se festejaba la cosecha abundante mientras los músicos daban gracias a sus dioses y suplicaban que les siguieran mirando con benevolencia.
Es la misma creencia dicha ahora con nuevos ritmos pero siguiendo la tradición que en nuestra memoria colectiva viene practicándose desde hace más de doce mil años y registrándose en documentos escritos, desde finales del siglo XVI. Por eso los villancicos, las gaitas, las diferentes formas del joropo desde su ancestral origen en el fandango y fandanguillo, a más de los ritmos regionales en cada una de las entidades federales de nuestro territorio, nos hablan de una riqueza musical que se hace palpable cada navidad, reafirmando la grandeza de una cultura que se ha ido construyendo lentamente en la cotidianidad de sus mujeres y hombres que anónimamente encuentran motivos para crear letras y músicas que siempre engalanan y se han convertido, muchas de ellas, en verdaderas referencias nacionales. Quizá la más conocida y generalizada “Faltan cinco pa´ las doce”.
No hay hogar venezolano que sea indiferente a esta referencia musical. La memoria decembrina del venezolano es fundamentalmente colectiva en este tiempo. Es una actitud que es digna de elogiar como muestra de la tradición de una cultura que se ha construido con el esfuerzo colectivo y que en este tiempo busca en el Otro la razón de su existencia.
Sea por motivos religiosos como por aquellos movidos por el interés puro de vida, el ser venezolano muestra su don de gente en este tiempo. Su necesidad de ser reconocido más allá de los rasgos cotidianos del día a día, sus penurias y desgracias, en la fe inquebrantable por sobreponerse a las dificultades; es su bondad lo que aflora en su mirada y la alegría por compartir su pequeño gran mundo, y su amor por aquello que le es más querido en estos días: su música, sus cantos y sus bailes mientras comparte su pan (ayaca) y su vino (su ron y su cerveza).

(*) camilodeasis@hotmail.com / twitter@camilodeasis

sábado, diciembre 11, 2010

Creo en la juventud





No sé ya cuándo le escuché a mi entrañable amigo Alfredo Armas Alfonzo comentar, mientras Argentina invadía las Malvinas e Inglaterra llenaba el Atlántico Sur con una formidable flota de acorazados, que sería hermoso ver que todos los países suramericanos enviaran sus barcos y como un enjambre de abejas, todos juntos, enfrentaran la gran Albión imperial que era –y sigue siendo- Inglaterra. –No es tanto porque ganen o pierdan, Juan –me dijo con su grave voz de autoridad. -Es que a veces se hace imprescindible para los pueblos sentirse acompañados y saber que hay destinos comunes, compartidos en lo más hondo de nuestros corazones. –De esta experiencia sólo los jóvenes podrán encontrar su destino para un mejor porvenir.


Después fue una larga conversación de quien siempre he tenido una leve cercanía, tanto por su escritura como por esa tenacidad para preservar la memoria de la cotidianidad en objetos religiosos, periódicos, revistas, muebles, entre un largo etcétera de pedazos de vida que forman parte del inventario de nuestra cultura.


Como él, también yo creo en la juventud venezolana. Para ello me soporto en la experiencia de 23 años como docente universitario, a más del tiempo cuando trabajé en una industria siderúrgica ofreciendo cursos a jóvenes egresados universitarios, por cerca de cinco años.


Los he visto llegar al aula de clases apenas sacudiendo su “lanudez” de recién salidos del bachillerato. Incrédulos unos, sin ni siquiera saber cómo comportarse frente a un docente universitario. Otros con la ingenuidad de sus 16 ó 18 años. Los menos asistiendo con un dejo de aburrimiento y flojera. Esa flojera intelectual de la que tanto habló mi profesor Ángel Rama, el más importante crítico literario latinoamericano del siglo XX. Y es verdad, el intelectual venezolano es flojo. Le gusta ser envidioso, lengualarga y fanfarrón. En esto último se parece a las personas que se ganan la lotería y le echan en cara al vecino su miseria.


He tenido el privilegio de convivir y compartir con jóvenes y aunque de inicio me parezcan seres anodinos y supinamente analfabetas para el gusto por el arte y la cultura, quiero hoy depositar en ellos mi confianza y mi fe porque sé que en ellos están las claves para salir de este marasmo. He visto desfilar frente a mis ojos cientos de estudiantes muy jóvenes quienes deben esforzarse por estudiar mientras al mismo tiempo, realizan trabajos mal pagados y casi de semi esclavitud. Otros presentan los rasgos de una niñez maltratada, tanto por la violencia familiar y del Estado como por una subalimentación. Se nota en el cabello y la piel y el asomo de una prematura vejez mental. Muchos de ellos, por lástima, logran ser promovidos por sus profesores sin saber éstos que les hacen un mayor daño. Con dolor en mi alma los he tenido que reprobar.


Los jóvenes venezolanos han heredado un país empobrecido: fracturado socialmente, quebrado económicamente, moralmente enfermo. Y esto, por la absoluta incapacidad de las personas adultas quienes, con una mente intelectual floja para pensar, no supieron orientar la sociedad por senderos de grandeza educativa y menos cultural. Se nota en la incapacidad para construir obras de infraestructura que muestren la grandeza del ser venezolano. Han sido años de gobiernos “remienderos”. Gobiernos “tapa amarilla”, de parches. Ese ha sido el modelo que se trata de vender a las nuevas generaciones. Presente en toda la actividad propagandística de un Estado moralmente vulgar, fanfarrón y mentalmente marginal.


Frente a esto los jóvenes deben realizar un esfuerzo sobrehumano para construir su mundo, renombrarlo, colocarle su impronta original y abandonar esa historia tan perversa que les contaron, de un pasado de gloria. Ningún pasado de sangre puede ser glorioso y menos cuando hay trazos de corrupción, violencia verbal y física, maltrato a la mujer, rencor, envidia y sed de venganza.


La incertidumbre del adulto venezolano contrasta con la alegría, que es propia de la juventud, y las ganas de vivir y de construir de la mayoría de los jóvenes. Hay frescura en sus miradas, una fuerza idiomática que incluye modismos y neologismos que embellecen y dan fuerza a la lengua nacional. Ese lenguaje se soporta en los modales desenfrenados, directos y naturales que construyen otra moral, donde los valores, los principios y tradiciones se dicen con nuevas palabras. Es inevitable el cambio idiomático en una nueva relación donde el lenguaje sea menos acartonado y lleno de poses, acomodaticio.


Como se ve, es gigantesco el esfuerzo que debe hacer el joven venezolano para sobreponerse a tanta violencia y ofensa de un entorno que lo niega como realidad humana y lo excluye como ciudadano. El adulto en esto se muestra como amo y señor de un mundo que no quiere abandonar pero que tampoco es capaz de seguir manteniendo. Sobre manera, desde una concepción moderna de la coexistencia social de grupos humanos que deben convivir y compartir sus experiencias.


Creo que el hoy es siempre mejor que el ayer y el futuro será de quienes vislumbren mundos de realidades posibles, donde la alegría de vida esté llena de bulla y donde se sienta que vibra el alma. Allí la juventud siempre sabrá imponer su huella y su rostro de innovador cambio.



(*) camilodeasis@hotmail.com / twitter@camilodeasis

domingo, diciembre 05, 2010

Arbolito de papel



Para Gisela Pinedo, con cariño




Esta semana y mientras coordinaba, junto con mis compañeros de trabajo, un encuentro de investigación educativa conversé con una amiga sobre la importancia de reconocer en el Otro-diferente, cualidades y rasgos de verdad en su discurso político. De manera jocosa ella me señaló la creatividad que debemos mantener para saber abordar aquellos temas que son de naturaleza compleja en la sociedad venezolana. Tomó como ejemplo un diseño que los miembros de la Unidad de Publicaciones Periódicas en nuestra universidad habían elaborado. –Mucha imaginación y creatividad para darle uso a los periódicos, verdad. Me dijo, y con cierta malicia acotó: -Para algo sirven los periódicos, finalmente. Reímos y ella continuó agregando una reflexión que, sin querer queriendo, nos llevó a plantearnos una actitud más proclive al uso de noticias menos trágicas y de fin de mundo. Le comenté la experiencia de un diario norteamericano, donde su personal se dedicó por un mes al tratamiento de todas sus noticias, tomando como punto de partida lo positivo de ellas y su tendencia a lo proactivo. Después de un mes de trabajo periodístico el diario aumentó sensiblemente sus ventas mientras los ciudadanos de la localidad experimentaban índices significativos de solidaridad y vocación de servicio comunitario.


-Obviamente, le dije. Lo escuché en ese programa misterioso llamado Nuestro Insólito Universo. Hubo más risas, sin embargo, nos quedó esa sensación de continuar charlando sobre el tema para encontrarle sentido a las noticias que aparecen en los periódicos venezolanos donde la tragedia humana reina y nos socava el alma, dejando a flor de piel el espanto de la incertidumbre.


Y no es que estemos buscando ocultar las tantas y lamentables tragedias que a diario vivimos. Pero es tanta la crudeza noticiosa y el espanto de la vida, que da la impresión que en Venezuela sólo ocurrieran tragedias.


Sin embargo, y le acotaba a mi dilecta amiga, en los siglos pasados hubo tiempos cuando, entre guerras, batallas y revoluciones, la gente seguía viviendo y se preocupaban por casarse, por ir a fiestas, libar licor, chismear, ir a rezar, y el dolor del amor.


Ahora ocurre igual. Mientras los diarios se empeñan en mostrarnos un infierno en nuestras casas, de agotar el sentido de sorprendernos y maravillarnos, la vida sigue y sigue. De manera constante el ser venezolano construye su destino, con la ayuda del Estado o sin ella, con aquellos políticos sinceros, con aquellos a quienes se les cree o se les tiene recelos. Es indetenible el espíritu de superación de la sociedad venezolana que en nombre de la democracia o del socialismo ha sido mil veces usada para otros fines, generalmente populistas. Al margen de los atropellos a los ciudadanos, por parte del Estado y sus gobiernos, continúa un grupo de seres humanos política y mayoritariamente colocados al mero centro de la diatriba sesgada de ambas tendencias partidistas y grupales que afean el discurso político decente y solidario. Va un enjambre de mujeres y hombres quienes empujan la carreta de la educación centrada en valores reales, centrada en principios de la antigua cultura venezolana. Científicos, educadores, pensadores, profesionales de todo tipo, quienes pacientemente laboran y solidariamente comparten la vida de todos los días. Que saben que la vida es dura, difícil y compleja, pero la viven con armonía aunque deban llorar por un familiar o amigo trágicamente fallecido.


El venezolano real, verdadero e infinito nace y muere todos los días. Cierto que hay dolor, resentimiento, rencor, odios. No se niegan pero tampoco deben olvidarse nuestras profundas y gigantescas reservas de principios y virtudes que mayoritariamente habitan en los corazones de quienes tenemos absoluta fe y seguridad de saber que saldremos fortalecidos de estas experiencias. Al fin y al cabo, las crisis siempre resultan buenas porque nos confrontan con nosotros mismos para saber si somos capaces de superarlas, y al hacerlo, individual y colectivamente crecemos como ciudadanos, como pueblo y nación.




(*) camilodeasis@hotmail.com twitter@camilodeasis