lunes, diciembre 20, 2010

Música decembrina venezolana


En el prólogo de su libro, La Ciudad y su Música, José Antonio Calcaño, uno de los más connotados investigadores de la música tradicional venezolana, escribe que “la música es un arte esencialmente social”. Y esta premisa ha estado en la consciencia del ser venezolano desde mucho antes de la llegada de los europeos en nuestro territorio. En los pueblos indígenas establecidos en las regiones del territorio nacional era común el uso de instrumentos musicales, bailes y cantos para celebrar el fin del ciclo de la cosecha y la recolección de los frutos. Por ello, en los escritos de los primeros historiadores, como fray Pedro de Aguado y fray Pedro Simón encontramos referencias a esta actividad que tanta atención llamó a los españoles.
La práctica del baile y del canto para celebrar los actos litúrgicos de su religión tomaban como referencia la experiencia del hombre con su entorno y sobremanera, con sus ancestros. Los españoles incorporaron a esta actividad los ritmos, instrumentos –como el tambor de guerra-, y las letras que glorificaban a nuevos dioses.
Esta amalgama de ritmos, como posteriormente ocurrió con la incorporación de miles de esclavos africanos, creó una nueva concepción de la adoración a la divinidad desde una perspectiva más natural y espontánea. Por eso escuchamos cómo dios y sus descendientes, en muchos villancicos, no sólo poseen unas características físicas más cercanas a los rasgos latinoamericanos, sino que hasta el mismo dios entra a formar parte de la vida cotidiana del venezolano. Lo podemos observar cuando se escucha el siguiente estribillo: “Si la virgen fuera andina y san José de los llanos, el niño Jesús sería un niño venezolano”. Lo demás es una descripción que habla de los rasgos propios de un dios venezolano, que participa del festín de la vida y sus alegrías.
Esta concepción es propia de las culturas antiguas mediterráneas, como el dios Lar que participa de la vida cotidiana de los romanos. O el dios Baco, que acompaña a los embriagados mientras festejan y alzan sus tazas de barro para deleitarse con el vino.
Estas creencias y muchas otras forman parte de las letras que en diciembre los músicos interpretan para celebrar el fin de un ciclo y el nacimiento de otro. En la antigüedad era el cierre del ciclo de la siembra y se festejaba la cosecha abundante mientras los músicos daban gracias a sus dioses y suplicaban que les siguieran mirando con benevolencia.
Es la misma creencia dicha ahora con nuevos ritmos pero siguiendo la tradición que en nuestra memoria colectiva viene practicándose desde hace más de doce mil años y registrándose en documentos escritos, desde finales del siglo XVI. Por eso los villancicos, las gaitas, las diferentes formas del joropo desde su ancestral origen en el fandango y fandanguillo, a más de los ritmos regionales en cada una de las entidades federales de nuestro territorio, nos hablan de una riqueza musical que se hace palpable cada navidad, reafirmando la grandeza de una cultura que se ha ido construyendo lentamente en la cotidianidad de sus mujeres y hombres que anónimamente encuentran motivos para crear letras y músicas que siempre engalanan y se han convertido, muchas de ellas, en verdaderas referencias nacionales. Quizá la más conocida y generalizada “Faltan cinco pa´ las doce”.
No hay hogar venezolano que sea indiferente a esta referencia musical. La memoria decembrina del venezolano es fundamentalmente colectiva en este tiempo. Es una actitud que es digna de elogiar como muestra de la tradición de una cultura que se ha construido con el esfuerzo colectivo y que en este tiempo busca en el Otro la razón de su existencia.
Sea por motivos religiosos como por aquellos movidos por el interés puro de vida, el ser venezolano muestra su don de gente en este tiempo. Su necesidad de ser reconocido más allá de los rasgos cotidianos del día a día, sus penurias y desgracias, en la fe inquebrantable por sobreponerse a las dificultades; es su bondad lo que aflora en su mirada y la alegría por compartir su pequeño gran mundo, y su amor por aquello que le es más querido en estos días: su música, sus cantos y sus bailes mientras comparte su pan (ayaca) y su vino (su ron y su cerveza).

(*) camilodeasis@hotmail.com / twitter@camilodeasis

sábado, diciembre 11, 2010

Creo en la juventud





No sé ya cuándo le escuché a mi entrañable amigo Alfredo Armas Alfonzo comentar, mientras Argentina invadía las Malvinas e Inglaterra llenaba el Atlántico Sur con una formidable flota de acorazados, que sería hermoso ver que todos los países suramericanos enviaran sus barcos y como un enjambre de abejas, todos juntos, enfrentaran la gran Albión imperial que era –y sigue siendo- Inglaterra. –No es tanto porque ganen o pierdan, Juan –me dijo con su grave voz de autoridad. -Es que a veces se hace imprescindible para los pueblos sentirse acompañados y saber que hay destinos comunes, compartidos en lo más hondo de nuestros corazones. –De esta experiencia sólo los jóvenes podrán encontrar su destino para un mejor porvenir.


Después fue una larga conversación de quien siempre he tenido una leve cercanía, tanto por su escritura como por esa tenacidad para preservar la memoria de la cotidianidad en objetos religiosos, periódicos, revistas, muebles, entre un largo etcétera de pedazos de vida que forman parte del inventario de nuestra cultura.


Como él, también yo creo en la juventud venezolana. Para ello me soporto en la experiencia de 23 años como docente universitario, a más del tiempo cuando trabajé en una industria siderúrgica ofreciendo cursos a jóvenes egresados universitarios, por cerca de cinco años.


Los he visto llegar al aula de clases apenas sacudiendo su “lanudez” de recién salidos del bachillerato. Incrédulos unos, sin ni siquiera saber cómo comportarse frente a un docente universitario. Otros con la ingenuidad de sus 16 ó 18 años. Los menos asistiendo con un dejo de aburrimiento y flojera. Esa flojera intelectual de la que tanto habló mi profesor Ángel Rama, el más importante crítico literario latinoamericano del siglo XX. Y es verdad, el intelectual venezolano es flojo. Le gusta ser envidioso, lengualarga y fanfarrón. En esto último se parece a las personas que se ganan la lotería y le echan en cara al vecino su miseria.


He tenido el privilegio de convivir y compartir con jóvenes y aunque de inicio me parezcan seres anodinos y supinamente analfabetas para el gusto por el arte y la cultura, quiero hoy depositar en ellos mi confianza y mi fe porque sé que en ellos están las claves para salir de este marasmo. He visto desfilar frente a mis ojos cientos de estudiantes muy jóvenes quienes deben esforzarse por estudiar mientras al mismo tiempo, realizan trabajos mal pagados y casi de semi esclavitud. Otros presentan los rasgos de una niñez maltratada, tanto por la violencia familiar y del Estado como por una subalimentación. Se nota en el cabello y la piel y el asomo de una prematura vejez mental. Muchos de ellos, por lástima, logran ser promovidos por sus profesores sin saber éstos que les hacen un mayor daño. Con dolor en mi alma los he tenido que reprobar.


Los jóvenes venezolanos han heredado un país empobrecido: fracturado socialmente, quebrado económicamente, moralmente enfermo. Y esto, por la absoluta incapacidad de las personas adultas quienes, con una mente intelectual floja para pensar, no supieron orientar la sociedad por senderos de grandeza educativa y menos cultural. Se nota en la incapacidad para construir obras de infraestructura que muestren la grandeza del ser venezolano. Han sido años de gobiernos “remienderos”. Gobiernos “tapa amarilla”, de parches. Ese ha sido el modelo que se trata de vender a las nuevas generaciones. Presente en toda la actividad propagandística de un Estado moralmente vulgar, fanfarrón y mentalmente marginal.


Frente a esto los jóvenes deben realizar un esfuerzo sobrehumano para construir su mundo, renombrarlo, colocarle su impronta original y abandonar esa historia tan perversa que les contaron, de un pasado de gloria. Ningún pasado de sangre puede ser glorioso y menos cuando hay trazos de corrupción, violencia verbal y física, maltrato a la mujer, rencor, envidia y sed de venganza.


La incertidumbre del adulto venezolano contrasta con la alegría, que es propia de la juventud, y las ganas de vivir y de construir de la mayoría de los jóvenes. Hay frescura en sus miradas, una fuerza idiomática que incluye modismos y neologismos que embellecen y dan fuerza a la lengua nacional. Ese lenguaje se soporta en los modales desenfrenados, directos y naturales que construyen otra moral, donde los valores, los principios y tradiciones se dicen con nuevas palabras. Es inevitable el cambio idiomático en una nueva relación donde el lenguaje sea menos acartonado y lleno de poses, acomodaticio.


Como se ve, es gigantesco el esfuerzo que debe hacer el joven venezolano para sobreponerse a tanta violencia y ofensa de un entorno que lo niega como realidad humana y lo excluye como ciudadano. El adulto en esto se muestra como amo y señor de un mundo que no quiere abandonar pero que tampoco es capaz de seguir manteniendo. Sobre manera, desde una concepción moderna de la coexistencia social de grupos humanos que deben convivir y compartir sus experiencias.


Creo que el hoy es siempre mejor que el ayer y el futuro será de quienes vislumbren mundos de realidades posibles, donde la alegría de vida esté llena de bulla y donde se sienta que vibra el alma. Allí la juventud siempre sabrá imponer su huella y su rostro de innovador cambio.



(*) camilodeasis@hotmail.com / twitter@camilodeasis

domingo, diciembre 05, 2010

Arbolito de papel



Para Gisela Pinedo, con cariño




Esta semana y mientras coordinaba, junto con mis compañeros de trabajo, un encuentro de investigación educativa conversé con una amiga sobre la importancia de reconocer en el Otro-diferente, cualidades y rasgos de verdad en su discurso político. De manera jocosa ella me señaló la creatividad que debemos mantener para saber abordar aquellos temas que son de naturaleza compleja en la sociedad venezolana. Tomó como ejemplo un diseño que los miembros de la Unidad de Publicaciones Periódicas en nuestra universidad habían elaborado. –Mucha imaginación y creatividad para darle uso a los periódicos, verdad. Me dijo, y con cierta malicia acotó: -Para algo sirven los periódicos, finalmente. Reímos y ella continuó agregando una reflexión que, sin querer queriendo, nos llevó a plantearnos una actitud más proclive al uso de noticias menos trágicas y de fin de mundo. Le comenté la experiencia de un diario norteamericano, donde su personal se dedicó por un mes al tratamiento de todas sus noticias, tomando como punto de partida lo positivo de ellas y su tendencia a lo proactivo. Después de un mes de trabajo periodístico el diario aumentó sensiblemente sus ventas mientras los ciudadanos de la localidad experimentaban índices significativos de solidaridad y vocación de servicio comunitario.


-Obviamente, le dije. Lo escuché en ese programa misterioso llamado Nuestro Insólito Universo. Hubo más risas, sin embargo, nos quedó esa sensación de continuar charlando sobre el tema para encontrarle sentido a las noticias que aparecen en los periódicos venezolanos donde la tragedia humana reina y nos socava el alma, dejando a flor de piel el espanto de la incertidumbre.


Y no es que estemos buscando ocultar las tantas y lamentables tragedias que a diario vivimos. Pero es tanta la crudeza noticiosa y el espanto de la vida, que da la impresión que en Venezuela sólo ocurrieran tragedias.


Sin embargo, y le acotaba a mi dilecta amiga, en los siglos pasados hubo tiempos cuando, entre guerras, batallas y revoluciones, la gente seguía viviendo y se preocupaban por casarse, por ir a fiestas, libar licor, chismear, ir a rezar, y el dolor del amor.


Ahora ocurre igual. Mientras los diarios se empeñan en mostrarnos un infierno en nuestras casas, de agotar el sentido de sorprendernos y maravillarnos, la vida sigue y sigue. De manera constante el ser venezolano construye su destino, con la ayuda del Estado o sin ella, con aquellos políticos sinceros, con aquellos a quienes se les cree o se les tiene recelos. Es indetenible el espíritu de superación de la sociedad venezolana que en nombre de la democracia o del socialismo ha sido mil veces usada para otros fines, generalmente populistas. Al margen de los atropellos a los ciudadanos, por parte del Estado y sus gobiernos, continúa un grupo de seres humanos política y mayoritariamente colocados al mero centro de la diatriba sesgada de ambas tendencias partidistas y grupales que afean el discurso político decente y solidario. Va un enjambre de mujeres y hombres quienes empujan la carreta de la educación centrada en valores reales, centrada en principios de la antigua cultura venezolana. Científicos, educadores, pensadores, profesionales de todo tipo, quienes pacientemente laboran y solidariamente comparten la vida de todos los días. Que saben que la vida es dura, difícil y compleja, pero la viven con armonía aunque deban llorar por un familiar o amigo trágicamente fallecido.


El venezolano real, verdadero e infinito nace y muere todos los días. Cierto que hay dolor, resentimiento, rencor, odios. No se niegan pero tampoco deben olvidarse nuestras profundas y gigantescas reservas de principios y virtudes que mayoritariamente habitan en los corazones de quienes tenemos absoluta fe y seguridad de saber que saldremos fortalecidos de estas experiencias. Al fin y al cabo, las crisis siempre resultan buenas porque nos confrontan con nosotros mismos para saber si somos capaces de superarlas, y al hacerlo, individual y colectivamente crecemos como ciudadanos, como pueblo y nación.




(*) camilodeasis@hotmail.com twitter@camilodeasis





sábado, noviembre 27, 2010

Arrepentíos



Los sacerdotes de todo credo son responsables, históricamente, de fomentar y mantener la ignorancia, que la han utilizado indiscriminadamente y que gracias a ello, el ser humano se ha convertido en lo que es: un esclavo de sus temores y de sus angustias”. Frederick L. Beynon




Pensar y enfrentarse a Dios es un acto de fe. Nuevamente surgen los profetas que anuncian las malas nuevas. Se abren los libros antiguos y sagrados. Aparecen por las esquinas hordas de prosélitos arrogantes que exigen el arrepentimiento de los pecadores y su inminente conversión.


Las conversaciones están matizadas por el misterio de la fe y la venida del Juicio Final. Pareciera que hasta el aire comienza a oler a azufre.


Desde hace miles de años y situándonos en los albores del nacimiento del profeta Jesús, ya merodeaban los santones, delirantes, agoreros y toda suerte de personajes afantasmados que hablaban del fin del mundo.


Personajes como Bene Hassadog, uno de los fundadores de la secta de los esenios y maestro de Juan, llamado El Bautista, quien antecediera a Jesús, iniciado nazareno de esa secta, hablaba de la Justicia Divina, corriente que encontraba oposición en Juan, ermitaño y pocas pulgas quien auguraba el Castigo Divino.


Pero no sólo ellos, mucho antes lo padres del judeo-cristianismo, entre otros Enoc, Ezequiel, Jeremías, Osías, y más aún, los profetas de las religiones orientales, egipcias, africanas, amerindias, griegas, latinas, hablan también de ese fin.


Curiosamente los períodos de efervescencia de estas sectas han sido precisamente en tiempos difíciles para la humanidad: alteraciones climáticas, crisis socioeconómicas, tiranías, esclavitud. Durante esos períodos han surgido fanáticos que hablan de otros mundos, de cielos e infiernos y hasta de una Nueva Era.


Ahora que termina un siglo y comienza otro leemos en las paredes de ciudades y pueblos los anuncios del fin. De ello se encargan, con mayor ansiedad esos cristianos de segunda llamados evangélicos, curiosos eunucos contra el deseo de todo lo prohibido, quienes a fuerza de meter miedo se han ido filtrando, como las telenovelas, en los hogares. O los Testigos de Jehová, quienes no perdonan a nadie el crimen de recibir una gota de sangre ajena. Adventistas o Bautistas, Rosas de Sarón, Cuáqueros (-no confundir con avena) judíos, budistas, el ejército de salvación (-especie de enfermeras del alma) sectas hindúes, entre otras especies, están en franca campaña para ganar adeptos. Es una especie de mundanal proceso electoral espiritual donde está en juego el alma del silvestre mortal.


Pero, qué hemos hecho para merecer y tener que soportar a estos vendedores de cielos e infiernos? De qué tenemos que arrepentirnos? Cuál ha sido nuestro pecado?


Lo más curioso es que los sacerdotes de cualquier secta o religión manifiestan que su dios es más poderoso y mejor que el del contrario. Y son precisamente ellos quienes lanzan maldiciones y han llevado a los hombres a las guerras más crueles y sanguinarias. O sino veamos lo que ocurre en Medio Oriente, o revisemos las divinas leyes islámicas, donde “la mujer debe estar totalmente sometida a su marido; pero el marido debe garantizarle ropa, comida y alojamiento… aunque no tenga con qué” (Beynon).


Por otra parte los axiomas son recibidos como sellos sagrados que no deben ser alterados. Por ejemplo, los católicos aceptan la ingenua y zoófica fábula sobre la preñez de la virgen María (-quien era una sacerdotisa y maga) por un tal Espíritu santo en forma de paloma, quien la penetró. Sin embargo, se burlan cuando escuchan que la madre de Buda quedó preñada por un elefante blanco, o cuando la princesa Ixquic, doncella de la milenaria cultura maya, fue al árbol de la vida, el jícaro (-tapara) y éste le pidió que extendiera su mano derecha. Luego le lanzó un “c hisquete de saliva” y habló el árbol: “En mi saliva y mi baba te he dado mi descendencia” (Popol Vuh)


Igualmente se acepta como misterio único a la llamada Santísima Trinidad, siendo que éste milenario mito egipcio se propagó por toda la Hélade de la cultura griega. El Hermes Trismegisto (-tres veces Él). También el mito de Eva como primera mujer de Adan (-Nada al revés), pero olvidamos que él vivió algún tiempo con Lilith antes de conocer a Eva.


Como se ve las religiones son prácticamente iguales y apuntan a un sólo objetivo: dominar, controlar y someter la consciencia de todo ser humano. Ellas han inventado los tribunales más tenebrosos que conozca la historia: la Inquisición, magna obra del catolicismo pedófilo, o los dictámenes de los sacerdotes aztecas, quienes exigían el corazón de vírgenes y mancebos para ofrecerlo a los dioses. O la ley judía del Talión.


Tal parece que alguien, -sin oficio conocido- se ha empeñado en hacernos la vida imposible y de cuadritos. Como si fueran pocos los sufrimientos en este valle de lágrimas –léase alto costo de la vida, inseguridad, los inorgásmicos políticos y demás hierbas- encima los practicantes religiosos nos quieren ofrecer una eternidad calurosa y llena de tridentes , si sucumbimos ante el Deseo (-y pensar que todo deseo es prohibido y sabrosamente esplendoroso).


Pero nos guste o no, tenemos que morir con alguna de estas infecciones contagiosas, pues son casi imposibles de eliminar.


Quizá el catolicismo de adopción, reencauchado en América, nos quede bien porque no exige mucho, es más cínico y libertino, y otorga ciertas lisonjas.


Lo mejor sería encontrar nuestra perdida alma pagana, especie de camino ético hacia la religiosidad absoluta y universal, que lleva a la sabiduría de la vida en libertad.



(*) camilodeasis@hotmail.com twitter@camilodeasis

sábado, noviembre 20, 2010

La mejor amiga


La conocí un día cualquiera. Desde ese instante fuimos inseparables el uno del otro cuando nos encontramos. Le agradaba un mundo cuando la acariciaba. Dejaba caer suavemente su cabeza y le alcanzaba a ver un dejo de satisfacción, de disfrute incluso y su contentura era evidente. Jamás supe de quejas de ella, más bien era cuidadosa y celosa con los suyos.
Fue un tiempo hermoso y de aprendizaje entre ambos. Muchos secretos guardo de ella, días a solas en la intimidad de la casa mientras escribía y ella estaba siempre esperando que la abordara para venir solícita en busca de compañía. Ardorosa y festiva todo el tiempo. Quizá fue una de las miradas más profundas que le pude percibir, casualmente días antes de saber que estaba enferma. El cáncer le estaba rondando por todo su cuerpo.
Luego lo de siempre. Exámenes y medicinas. La extirpación de un tumor en su garganta para que pudiera respirar y comer. Pero ella seguía alegre y nunca se quejaba, se mostraba en sus dolores. Los asumió con dignidad. Una dignidad muy de ella, servil y solidaria. Era de color negro, intenso, brillaba su pelambre a la luz de la luna y su tamaño era imponente. Como los de su especie, era una rottwelier cola cortada.
Su fama fue familiar, de las historias cotidianas. No trascendió más allá de las anécdotas comunes y corrientes. Sin embargo, se me antoja ahora compararla con Argos, el perro del famoso Ulises. El can del héroe griego que le espero veinte años mientras yacía en el estiércol sin que nadie le atendiera. Después de una larga ausencia, Ulises regresa a Ítaca vestido de mendigo. Sin embargo, en la distancia Argos le reconoce, levanta las orejas y mueve su cola. Fue el único que le reconoció. Ulises pregunta por su perro al porquero Eumeo y éste da razón de la tristeza y los días transcurridos desde que el amo partió a la guerra de Troya.
Tampoco fue un famoso perro de televisión, como Scooby Do, el Gran Danés alegre y cobardón amigo de Shaggy. Menos se pareció al extrovertido y burlesco Pluto. Fue de la línea de nobles canes, como Lassie o Rin Tin Tìn. Esperó a su amo para morir. Le miró mientras le adormecía quien la atendió hasta que dejó de vivir.
Dicen quienes saben de otras historias que los perros y los caballos, seres nobles y que generalmente se sacrifican por sus amos, cuando mueren, su luz espiritual aumenta hasta transformarles en alma humana que nace en el cuerpo de hombre o mujer para continuar en su eterna rueda de la existencia.
Kalhúa está en el patio de la casa. Sobre su tumba hay semillas de flores esperando nacer. Quizá como en cierto libro de Sábato, esperando ser madero de árbol, hojarasca y flor. Tal vez a nuestra muerte la vida siga y nos encontremos con nuestros ancestros para saber que todos somos importantes y necesarios en esta pirámide donde las piedras más rústicas sostienen aquellas labradas y éstas a las otras que dan resplandor y son luz para un saber compartido.


(*) camilodeasis@hotmail.com twitter@camilodeasis

viernes, noviembre 12, 2010

Lengua T.Q.Q.J.



El lenguaje es la extensión espiritual del ser humano. Ella vaga por las calles, se arrincona, se agazapa. Es del mercado. Es lo inasible, lo perdurable. Está ahí. No es de la academia. No se aprehende en un aula de clase. Su rostro es cambiante. ¿Cómo entonces conocerlo?



En ningún texto de gramática ni ejercicio redaccional. En esos sitios sólo aparece su esqueleto. Vacío. Desligado de la realidad. Los docentes, los profesores de lenguaje no enseñamos ningún idioma. Intentamos acercarnos a un alma que no sabemos dónde está. Sobre todo, enseñamos un idioma ajeno a un espacio, a una historia.



Habrá que hacer un gran esfuerzo para asimilar voces-imágenes, como “pucho”, “pringao” “dolor de bolas”, “senda papa”, “flor perla”, entre un mar de voces que determinan al joven de este momento.



El español del joven de este instante no resiste más el acecho a que ha sido sometido, tanto por la Familia como por el Estado, siendo los docentes castradores idiomáticos de esa espontaneidad.



Porque los adultos, en la generalidad de los casos, estamos formados para perpetuar un idioma que nos permite ejercer autoridad sobre nuestros hijos.



Le llamamos lenguaje “vulgar” a un español que desde hace más de treinta años inició un camino ajeno a la oficialidad académica.



El lenguaje académico pertenece a los cenáculos donde seniles eunucos socioidiomáticos norman un habla que está divorciada de la realidad. Mientras en la calle, cual vagabunda de amaneceres, la lengua, en boca de putas, ladrones, domésticas, obreros, estudiantes y campesinos, juega a las escondidas. Ella sabe a ron, tabaco y sexo.



Por eso amo tanto al Quijote. Ahí no se aprende a leer el español; se aprende a vivir en español, a maldecir, amar, tirar, comer, blasfemar y asimilar su libertad.



El español como todo idioma, es un cuerpo en movimiento, con un rostro siempre joven. Tan nuestros son esas formas esdrujuladas que nos acercan a nuestros libertadores como esos abruptos cortes de los jóvenes. Habrá que arrastrar también con esta nueva narcolengua que invadió el país. Esos neologismos de alguna manera representan vivencias de un ser humano. Lo que sucede es que la lengua es amoral y en su profundidad es andrógina. Existe de hecho un espacio existencial al que necesariamente se debe verbalizar: es el espacio de lo oculto, lo negado por ser feo o bochornoso. Por eso los moralistas y las beatas impusieron los eufemismos. Desde aquel “carache” para ocultar al vernáculo carajo hasta este “miércoles” que expresa la mierda de un estado anímico específico.



El estudioso del lenguaje que se frena ante una palabra “arrabalera” se parece a esos médicos evangélicos que se niegan a salvar vidas cuando se interponen creencias o dictámenes celestiales.



Todo lo que nombra la palabra tiene un valor y como tal debe ser respetado porque a fin de cuentas, el significado está en las personas. La palabra procede del hombre, de su experiencia. Ella nombra realidades y establece ese puente con lo mítico-simbólico.



Los jóvenes sufren cuando se enfrentan con textos o ejercicios del lenguaje que hablan de experiencias ajenas a su realidad idiomática. Además de acusarlos de no saber leer ni escribir ni pronunciar, manifestamos que tienen poca capacidad para comprender determinadas palabras o giros literarios.



Pienso que si en este momento a nosotros nos entregaran un texto de Alfonso El Sabio o de Sánchez de las Brozas, sudaríamos antes de comprender semejantes grafismos, no sin antes trabarse la lengua frente a formas guturales que nos vincularían con los germanos visigodos o con los moros. Haríamos el ridículo. Seríamos el hazmerreír de estudiantes, obreros y secretarias.



Los jóvenes y las personas en general, no hablan mal. Hablan según como creen que deben hacerlo y comunicarse. Y eso es lo trascendental: atreverse a hablar para comunicarse y afirmar la libertad.




(*) camilodeasis@hotmail.com twitter@camilodeasis

sábado, noviembre 06, 2010

El fin de la universidad





Para quienes lean este artículo el título les podrá dar una idea negativa sobre el ser y hacer de la universidad y su destino. No así para otros quienes pensarán en los fines, los propósitos que ella detenta en su misión como formadora y reproductora de saberes en la sociedad.

Desde hace más de treinta años la universidad venezolana, republicana, democrática, autónoma y pública, se encuentra sumida en una crisis cuyas aristas son apenas los reclamos anuales por presupuesto e infraestructura, para continuar reproduciendo un conocimiento que en nada satisface, ni a los estudiantes ni mucho menos a la sociedad en su conjunto. La crisis, la verdadera crisis universitaria está en un tipo de conocimiento que ya está agotado y que no interesa a nadie, salvo a quienes están interesados en mantener eso que llaman el status quo. Seamos honestos y aceptemos que la universidad venezolana, si bien en un tiempo produjo conocimiento, un pensamiento que influyó en la transformación del Estado venezolano hasta llevarlo de lo agrario a lo industrial, hoy no parece ofrecer mayor interés ni sirve a nadie.


La universidad venezolana huele mal, académicamente hablando, y ese mal olor, notoriamente infecundo, está referido a unos conocimientos, a una actitud académica y pedagógica, tanto entre sus profesores como el resto de la comunidad, incluyendo al personal administrativo, obrero y estudiantes, con sus escasas excepciones, donde las cuotas de poder y las rencillas grupales norman la vida de todos los días, en centros académicos que cada vez se parecen más a un liceo grande. Es más, el punto de vista pedagógico de la excelencia académica no creo que tenga mucha diferencia con la actividad de las misiones educativas de este gobierno, decidido a repetir lo que el gobierno de Rafael Caldera hizo en los años ’60 cuando intervino y militarizó, con tanques de guerra y soldados, varias universidades, entre ellas la Universidad Central de Venezuela.


La crisis actual de la universidad venezolana es de profundidad académica, de su ethos, su razón de ser como centro donde se genera conocimiento que debe ser aplicado, tomando en cuenta la realidad social de un entorno humano donde se debatan nuevas formas de relacionarse el hombre consigo mismo y con el Otro. Allí aparecen los nuevos paradigmas referidos a una nueva ética, a una nueva moral, nuevos valores y formas innovadoras de otro pensamiento que dinamice la vida y otorgue sentido de creación y transformación permanentes a las relaciones del universitario con su realidad-real. Sin embargo, como van las cosas, sabemos que los discursos se estarán produciendo más hacia los reclamos de índole presupuestaria, de quien otorga el dinero (Estado) para que funcionen esas instituciones escolásticas de segundo orden.


Bien seguro estuvo Josu Landa cuando, a mediados de los años ’80, escribió en su libro Miseria de la universidad, lo siguiente: Quizá los males de la educación venezolana –y, por lo mismo, los de la universidad- tienen su origen en que la mayoría de las veces se ha hecho todo lo contrario a la línea pedagógica de sus padres espirituales. Mientras hace más de un siglo (1849) Simón Rodríguez advertía que “leer es el último acto en el trabajo de la enseñanza. El orden debe ser…Calcular-pensar-hablar-escribir y leer. No…Leer-escribir y contar.” Es decir, lo que el viejo maestro recomendaba no hacer.


Casi todos los gobiernos han intentado intervenir la universidad venezolana para hacerse de espacios de poder que legitimen su gestión. La creación, en los años ’70 del Consejo Nacional de Universidades fue una estrategia adeco-copeyana para controlar las universidades autónomas. Al final no se pudo y las universidades más grandes terminaron repartiéndose los mayores presupuestos. Los posteriores gobiernos del Estado inventaron las llamadas universidades experimentales para nombrar a dedo sus rectores y así tener mayoría a la hora de fijar políticas sobre la vida universitaria. Al final tampoco pudieron y lo que siguió fue una lucha “a cuchillo” dentro de esa instancia (CNU) donde los rectores de las universidades experimentales se agruparon para defenderse frente a los representantes de las universidades mayores. Conclusión: han sido años de enfrentamiento estéril, sólo por reclamos presupuestarios mientras día a día el desfase académico-pedagógico fue ampliando la brecha hasta lo que es hoy: espacios donde priva la mediocridad académica, el desánimo, la incultura, la falta de actitud proactiva y lo más triste; no se sabe el sentido que tiene en estos instantes la universidad como un todo frente a los nuevos desafíos que traen estos años de incertidumbre.


La universidad venezolana ha permanecido casi intacta desde que fue creada, a mediados del siglo XVIII. Esa mentalidad escolástica de claustro, de saberes y conocimientos, junto con actitudes, valores y modos de ser seculares se repiten, reciclan y vuelven circularmente a decirse hasta el agotamiento de verdades que ya nadie cree. Conceptos que por ser tan caducos se han vuelto hipócritas. Y en eso se ha convertido la universidad de hoy en Venezuela: un centro antipedagógico donde las verdades, soportadas por poderes y medias políticas de intereses grupales, dicen de un mundo universitario que se está cayendo a pedazos y que poca o nada ética poseen, salvo aquella que otorga el ser parte de un partido, grupo político o amigo o compadre de algún miembro del claustro.






(*) camilodeasis@juanguerrero.com.ve twitter@camilodeasis

sábado, octubre 30, 2010

La enfermedad del izquuierdismo


En su libro, La enfermedad del izquierdismo en el comunismo, Vladimir Ilich “Lenin” realiza una radiografía sobre las mentalidades desviadas ideológicamente y centra su atención en aquellos dirigentes y líderes que se autodenominan de “izquierda” o como se dice en ruso “izvestia”. Desde su análisis Lenin advierte sobre aquellos individuos que, valiéndose de una pseudo formación ideológico-política de avanzada, en su acción pervierten la razón última de todo proceso revolucionario de cambio hacia una consciencia de clase. Son las denominadas mentalidades burguesas que asumen como suyo el protagonismo histórico del proletariado para mantener sus privilegios e instalarse como clase dominante del nuevo Estado.
En los procesos de cambios sociales se vive siempre una etapa donde estas mentalidades se hacen presentes en actos que son más propagandísticos que de real cambio de actitud ante la vida y la sociedad. Esto es lo que presenciamos en muchos de estos novatos dirigentes, quienes están descubriendo en el siglo XXI las tesis de Marx, de Lenin, el anarquismo de Majaíl Bakunin o Proudhon, sin haber comenzado a leer ni menos reflexionar ni contrastar el ideario americanista de Sebastián Francisco de Miranda y Rodríguez, con su posición filosófico-ideológica y política en la construcción de su Colombeia, ni tampoco la visión de un Estado pedagógico (anagógico) de Simón Rodríguez, ni la postura política de Andrés Bello en la afirmación del español “de” América, ni tampoco las reflexiones de avanzada de Pío Tamayo o la visión descarnada del momento histórico vivido por nuestros antepasados más ilustres, como De Las Casas, Oviedo y Baños, Antonio Navarrete, López Méndez, Juan Germán Roscio, en los siglos XVI, XVII y XVIII.
Ciertamente que el enemigo más peligroso e inevitable lo tiene este llamado “proceso” en sus propias filas y no tanto fuera de ellas, en la acera del frente. Quien de entre ellos afirme que está en el proceso, así, sin adjetivos, denota que debe tenérsele por sospechoso. Esto porque proceso implica cualquier acto humano que conlleva ir de un punto a otro… como ir del cuarto al sanitario.
Por ello es imprescindible entender que en modo alguno esta etapa que vive la sociedad venezolana en su conjunto es un socialismo o comunismo. En todo caso, es una etapa inicial, muy modesta, atropellada y torpe, de cambio de un “estado de cosas” para establecer un sistema económico donde quizá se pueda fortalecer la sociedad en su base comunitaria, como herencia cultural que permita la construcción de un modelo social municipalizado y con poderes locales compartidos. Pero, para lograr esto, debe clarificarse y fortalecerse el sistema educativo. De lo contrario seguiremos cayendo en el charco del chisme político doméstico, aguardando que los marginales de izquierda, analfabetas funcionales, nos resuelvan la vida.


(*) camilodeasis@juanguerrero.com.ve twitter@camilodeasis

sábado, octubre 23, 2010

Fábula Zen del profesor y la olla


Hace varios días entré a un negocio de venta de ropa y utensilios para el hogar, de gran valía. Mientras revisaba los precios de unas toallas mi amada tomó en sus manos una olla pequeña, de acero inoxidable, de marca italiana. Entre curiosa y asombrada me llamó para mostrarme el precio. Era obviamente exorbitante. En nuestro desconcierto lo único que atiné a decirle, porque ya había estado pensando en ello al observar tanto brillo y esplendor de la tienda, fue que tuviera el máximo cuidado en no dejar las huellas sobre la olla pues a lo mejor podrían cobrarnos la pulitura y no tendríamos ni para pagarla. Dejamos la olla colocada meticulosamente en su sitio, entre el resto de las otras ollas, que entre más grandes más costosas, y nos fuimos deslizando por entre el pasillo cuidando de no tocar ni mucho menos chocar con algún vaso o jarrón chino o de cristal de murano o de bohemia. Casi temblábamos del temor y los deseos por alcanzar la puerta para escapar del sitio. Al salir le dije muy calladito al oído a Liliana: “-Estoy sintiendo lo que seguramente siente un pobre al entrar a un negocio VIP. Por eso los pobres no entran a estos sitios”. Y era cierto porque, cómo íbamos a hacer si la olla se caí y se abollaba. O al menos la olla quedaba con las huellas de mi amada grabadas en sus lados, o si la rayaba con la uña. Después pensé cómo cocinaría el arroz en esa olla. Si se ahumaba cómo la limpiaría. Habría que comprarle un producto especial para limpiarla y también una esponja quizá con determinada calibración. Y hasta habría que colocarla en lugar especialísimo por aquello de la luz y la humedad, pues perdería acaso su glamour esa olla tan bella y exquisita que se exhibía en ese almacén. Cuántas ollas de esas me podría comprar en el transcurso de mi vida. No muchas quizá, me dije. Ollas como esas aparecían en mi vida en muy pocas oportunidades. –Pero es que esa olla es italiana, dijo mi mujer.
Después de todo tengo mi ollita de barro que compré hace años en el mercado artesanal de Quíbor y donde aprendí a cocinar arroz. Sé que algún día a ella se le romperá quizá un lado, pero seguiré conservándola hasta que ya sólo quede como adorno para colocarle una mata o como recipiente de agua para que mi gato Vitico tome agua. Después de todo, también me dije; a los docentes universitarios nos queda hacer lo que sólo sabemos hacer: pensar, leer, escribir y hablar. Para eso nos pagan. Y aunque mal paguen seguimos pensando en comprarnos la colección de la Biblioteca Británica o los libros en empaste duro y lomo dorado de poetas como Rilke. Pero con los sueldos de quince y último tan devaluados a los docentes universitarios no nos da para comprar ollas italianas ni muchos menos comprarnos libros. Ahora son exquisiteces las alcaparras y la chuleta ahumada. Nos queda leer libros por Internet mientras acariciamos en la pantalla del computador bellas tapas de textos en italiano con bordes dorados y arabescas letras. Ahora los docentes universitarios vamos al cine los lunes populares y ahorramos para vacacionar yendo a Güiria de la costa o Irapa, por aquello de tener amigos o familiares para no pagar hotel, mientras encontramos nuestra historia y escuchamos la voz del oriental y sus matices idiomáticos. Son nuestras necesidades para existir cultural y académicamente.
Después de todo seguimos como Aladino; frotando la olla, digo…la lámpara maravillosa del pensamiento para acercar los sueños de una justa paga y comprar libros, ir al cine, al teatro, a la ópera, al ballet, y viajar para adentrarnos más en la memoria ancestral que mora en los pueblos de nuestra matria. Necesidades que sólo un docente universitario conoce y que son parte de su naturaleza. Después de todo, sólo servimos para pensar, para leer, escribir y hablar.


(*) camilodeasis@juanguerrero.com.ve / twitter@camilodeasis

sábado, octubre 16, 2010

La Mariposa Blanca


Hay personas en el mundo que rezan por nosotros, y, sin embargo, jamás les hemos visto el rostro. Hay personas en el mundo que lloraron por nosotros, y, sin embargo, jamás conoceremos sus nombres. Hay personas en el mundo que dejaron de cenar para saber de nosotros, y, sin embargo, jamás estrecharemos sus manos. Hay personas en el mundo que preguntaron por nosotros, se preocuparon por saber si tomamos agua o nos enfermamos, y, sin embargo, jamás sabremos de ellos. El mundo se hizo uno ese día, cuando una mariposa blanca guió los pasos de 2 mineros que avistaron su aleteo a 500 metros bajo tierra. Luego ella desapareció. Luego cayeron toneladas de roca y tierra. Más tarde encontraron a sus 31 compañeros. Cosas del eterno misterio de la vida que luego fue espera y angustia, suerte y mucha tecnología.
El mundo se hizo uno y el protagonista fue la misma vida normal, común y silvestre de 33 hombres que demostraron lo que siempre demuestra el ser humano en los momentos de extremo riesgo: el deseo de vivir. Hoy el mundo se vuelve a dar cuenta que son las historias comunes de hombres comunes lo que hace trascender la vida. No son los grandes acontecimientos, la aventura truculenta del héroe novelesco hollywoodense de cinemascope lo que realza la vida. La vida es quijotesca y sanchopanziana. Con la normalidad del sufrimiento normal de normales seres que se sobreponen a sus dificultades y entre ellos, trascienden y escriben sus historias. La de unos esperando el abrazo de la mujer que le dio un hijo, la del otro, que siempre quiso ser deportista, la del otro más allá, esperando salir para cumplir la promesa y casarse.
Hoy el mundo parece más hermanado en tanto se vio mil millones de veces y se escuchó otras tantas en miles de lenguas que tradujeron millones de verbos y sonrisas en rostros de anónimos seres que dejaron salir sus lágrimas agradeciendo a la vida por saberse acompañados. Así está la humanidad ahora, más cercana, más igualada en su destino compartido. Duele el dolor del semejante y el triunfo del Otro es nuestra victoria. Siendo pueblo, siendo rostro curtido por el sol del desierto o el frío extremo de la estepa, siendo manos callosas que extraen a las entrañas de la tierra la dureza y belleza del oro o el cobre, siendo sueño de hombres que esperan culminar la dura jornada para irse a sus casas o chozas y descansar sus cuerpos prematuramente envejecidos. Siendo eso y más, la aventura humana continúa su cíclica danza de inventarse y construir destinos compartidos sabiendo que en su memoria colectiva descansan aquellos que no pudieron salir de la mina San José en tiempos pasados. Fueron setecientos o más, o aquellos en las minas de Sudáfrica, o los del Asia o los de ahora en Ecuador. Total, la alegría y la dicha de saber que 33 mineros fueron rescatados mientras mil millones de seres humanos les veíamos, ha logrado que la humanidad se reconozca UNA mientras el aleteo de la mariposa blanca quizá se siga escuchando al interior de la mina demostrando la realidad de lo que siempre supimos y que ahora llamamos “el efecto mariposa”.

viernes, octubre 08, 2010

Pantaleón va a Estocolmo


En mis años universitarios leí el libro de Mario Vargas Llosa, Pantaleón y las visitadoras (editado en 1973). Estaba muy al día por aquello de los militares y las dictaduras en Latinoamérica y también por la corrupción en ese tipo de gobiernos. Recuerdo que las visitadoras de Pantaleón lucían unos trajes de colores rojo/verde, casualmente como ahora lucen ciertos uniformes de soldados en sus pantalones de gala para las paradas de días patrios.
Con Vargas Llosa aprendí a degustar las lecturas de escritos largos, casi interminables. La construcción de largas y metafóricas oraciones donde el gusto por la lengua española se concentra en los temas más preciados por el autor hispano-peruano, galardonado con el Premio Nóbel de Literatura-2010.
Con un argumento simple, la historia de esta obra se centra en la Amazonía peruana a donde debe dirigirse el oficial Pantaleón Pantoja para una actividad secreta, que le asignan sus superiores. Militar de principios y casado, Pantaleón se dedica a visitar las guarniciones militares a lo largo de la selva con sus putas, que tienen un nombre especial, “visitadoras”. Allí, y muy en contra de sus principios, pero a la vez siguiendo órdenes de mandos superiores, Panta va recorriendo las guarniciones con sus meretrices, entre ellas “la brasileña”, de quien se enamora locamente y por la que le es infiel a su esposa. El argumento de esta historia, de la que se han realizado varias películas, nos habla de la capacidad de este extraordinario novelista para mostrar la realidad de los regímenes corruptos y quien muestra uno de sus temas clave en esta obra: la estructura militar y su capacidad para la imposición de valores en la sociedad. Entre acentuados rojos y verdes, las putas danzan entre los soldados dándoles placer mientras ellos buscan en sus prácticas amatorias las condecoraciones al esfuerzo por defender la Patria. Es la misma patria y su concepto de acentuado nacionalismo otro tema que en esta y sus otras novelas, se hace presente en Vargas Llosa.
Sobre lo anterior, el autor de Pantaleón y las visitadoras ha escrito en uno de sus tantos artículos que “el nacionalismo es la peor construcción del hombre”. Y esto es tan cierto al ver a los militares y su estamento jerárquico, defender más allá de toda lógica y coherencia, segmentos de territorios más por ganancias personales y grupales que por la tradición y cultivo de una herencia colectiva como pueblo.
En esta historia, que fue tomada de un episodio de la vida real en el ejército peruano, concretamente en Iquitos, se puede observar la hipocresía entre una institución, como lo es el ejército y lo militar, y la profesión más vieja del mundo. Una relación que vicia y deja en entredicho los valores que defienden instituciones como el estamento militar, con su severidad, arrogancia, superioridad de poder y vigilancia de las buenas costumbres, y su práctica sutil, secreta del vicio sexual y su corrupción. En sus diez capítulos la obra recorre, en un ir y venir de estilo repetitivo y de atmósfera sofocante y tediosa, la armazón discursiva vargasllosiana, característica de este celebrado escritor del denominado “boom” de la literatura latinoamericana.

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sábado, octubre 02, 2010

Vanidad de vanidades



La vanidad es el comienzo de todos los pecados. Gregorio Magno


Hace algunos años se afirmó, con estadísticas en mano, que el venezolano era de las personas más vanidosas del mundo. Y esto debe ser cierto porque tradicionalmente se nos relaciona con cuanta innovación tecnológica sale al mercado para adquirirla, aunque no sepamos después ni cómo usarla ni para qué sirva. Se tiene el objeto deseado para presumir de él. Vista de manera positiva la vanidad nos sirve para estar siempre pendientes de nosotros y de nuestro entorno: desde estar aseados hasta conocer sobre los acontecimientos más importantes que ocurran en nuestro entorno para alardear frente al Otro-diferente. Esto lo indicaron algunos investigadores cuando afirmaron, además, que el venezolano invierte parte de sus ingresos en jabón, talco y perfume. A la vanidad se le asocian otros términos, como presuntuoso, soberbio, jactancioso, engreído, narcisista, orgulloso, arrogante, fanfarrón, petulante, ostentoso, megalómano, encopetado, entre muchos más. Viendo la otra cara de la vanidad, esa oscura y profunda, deja abierta las compuertas para que aparezca el rostro del mal encarnado en la persona que necesita que le adulen para saberse importante. Y si posee influencia sobre el semejante, pues peor porque siempre va a intentar imponerse y aplastarlo. Ejemplo triste y dramático de ello se observa en el liderazgo político y recientemente en estas elecciones que terminan. No sólo ha sido el mismo presidente de la república quien, sintiendo herida su vanidad al no saberse complacido en sus deseos, dejó esperando a sus adeptos, como novia de pueblo, quienes deseaban que saliera al balcón. El castigo del vanidoso también es cruel y hasta cínico, como el caso del candidato al parlamento latinoamericano, Herman Escarrá, quien ni siquiera apareció en los medios públicos para dar una declaración, un análisis o simplemente las gracias a sus electores. Como él, existen decenas de políticos vanidosos, como Mylos Alcalay. Otros, los más jóvenes, dan muestra de aprendizaje en su condición de servidores públicos al continuar con su trabajo de “palabrear” pero también de realizar trabajos concretos en las comunidades, como Leopoldo López. Esto de la vanidad, como padecimiento “neuronal” en la psique del venezolano, se observa en esa otra parte del colectivo nacional, cercano al 50% de la población, quienes no fueron a votar. Son los abstencionistas crónicos, los No alineados o simplemente, los que “se quedaron oyendo reguetón” como lo afirmó por tuiter un apreciado amigo. En esa otra parte de la población es donde aparecen los rasgos más acentuados de la vanidad pero al mismo tiempo, se advierten las causas por las que esta sociedad se encuentra en una encrucijada que puede servirnos, tanto para seguir cayendo por el despeñadero del “jalabolismo” político vanidoso y adulante, o por los senderos de una ciudadanía más responsable, que muestre su otra vanidad: “higiénica y perfuma” a moralidad y ética.

(*) twitter@camilodeasis camilodeasis@hotmail.com

sábado, septiembre 25, 2010

Votar, para qué?


Lograr que todos los venezolanos tuviéramos derecho al voto universal y secreto, ya a mediados del siglo pasado, fue una lucha que involucró la participación, no sólo de quienes lideraban los movimientos políticos de aquellos tiempos, también la participación decidida de la población, y muy particularmente la configuración de un movimiento de mujeres quienes exigían la igualdad de derechos.
Quizá el mayor aporte que la práctica de votar tiene para la cultura política del venezolano se debe a la vinculación de ésta con la libertad. De ahí que tanto libertad como votar están indisolublemente adheridos a la cultura democrática del ser venezolano. Eso ha sido el aporte más trascendental de un sistema de vida que tiene poco más de 50 años ininterrumpidos de la democracia en el hacer cotidiano nacional.
Por eso la misma palabra democracia adquiere en el lenguaje común del venezolano un sentido de pertenencia a su lugar de origen. Lo vincula con los actos más nobles de su vida, como el compartir con su semejante, como el convivir con el Otro-diferente, como la libertad para hablar en voz alta, clara y diáfana todo lo que le venga en ganas, esté donde esté. Por eso sabemos de la altisonante voz del maracucho o del oriental. Más reposada pero al mismo tiempo reflexiva voz del andino o intimista aquella del llanero. Como quiera que sea, es la misma voz que expresa la libertad de vivir en democracia en los actos más sencillos de su vida.
No hay, por lo tanto, actividad política que llame más la atención que esta que vivimos hoy: la de ejercer en libertad el derecho a votar. Cuando el pueblo venezolano se prepara para ejercer ese derecho, hasta el mismo presidente de la república tiembla. Los candidatos, quienes están en la logística, quienes apoyan en la difusión de la propaganda. Todos, absolutamente todos entran en temores porque saben que la población rasa y llana se prepara para votar. Es decir; espera hasta el último minuto para decidirse por quién votará. Por eso en Venezuela las encuestas siempre tienden a equivocarse. Al venezolano nadie le conoce su voto. Es lo más secretísimo que tiene. Te puede decir que votará por éste o aquél candidato, pero cuando está frente al tarjetón (-ahora le llaman pantalla) escoge a quién más le conviene, tanto a él como a su compadre o comadre del alma.
Diríamos que en esto el ser venezolano es lo más político que existe. Tanto así, que siempre está por delante de sus dirigentes. Los políticos venezolanos de este momento se pusieron las pilas en el último momento, mientras la población estaba resolviendo, en el día a día, sus problemas más trascendentes. Al pueblo venezolano no le interesa tanto si el dólar esta alto o bajo, sino que le solucionen el problema de seguridad. Al pueblo venezolano no le interesa tanto si el petróleo se vende o no, sino que le solucionen el problema de la luz y del agua. No es tan importante para el pueblo venezolano si la guerra y la pobreza en otros países del mundo son graves o no, sino que existan alimentos y su poder adquisitivo les sirva para comprar. La felicidad del pueblo venezolano no depende tanto del Producto Interno Bruto (PIB) sino que todos tengamos nuestras necesidades básicas cubiertas y además, protegidas.
Los políticos deben estar medianamente tranquilos porque la gente saldrá a votar cuando terminen, las amas de casa, de preparar el desayuno, lavar, planchar, hablar con la “comae”, hacer las compras en el mercado. Mientras tanto, la gente busca divertirse y saber que este día es un momento para el compartir, para ver la televisión y hacer sufrir un poquito a esos candidatos que tienen nariz de pinocho.


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sábado, septiembre 18, 2010

El fin de los ismos


El siglo XX fue rico en el desarrollo y conceptualización de teorías para comprender la Razón del hombre. La mayoría de ellas fueron explicadas a partir de los postulados que sobre el término Ideología habían definido Tracy (1796) y posteriormente Marx, a mediados del ‘800. Ello sirvió para interpretar inicialmente al positivismo y luego las diferentes corrientes del pensamiento político, tales como el socialismo, comunismo y anarquismo, fases que según el marxismo son necesarios transitar para derrumbar el Estado y establecer la sociedad de iguales. Pero además de ello, en otros planos del conocimiento, el siglo XX vio desarrollar sistemas de pensamiento, como el estructuralismo, así como los innumerables modos de pensar reunidos en el arte y la literatura, como el expresionismo, surrealismo, dadaismo, futurismo, entre un largo etcétera de “ismos” que establecieron principios y fundaron escuelas unos, y partidos políticos otros, para implantar o asegurar un pensamiento que pudiera explicar el mundo y sus entornos, sólo desde una óptica de visión estética o política.
Quizá lo más terrible no se vivió tanto en el arte y la literatura como en la acción política para establecer sociedades donde el pensamiento único se erigía como dogma. Tal el caso de experiencias dolorosas, como en la antigua Unión Soviética que por la fuerza impulsó un modo de vida aplicando principios del marxismo que vislumbraban un tipo de sociedad de hombres libres. La práctica posterior demostró, después de 70 años, lo inhumano que significa imponer a otros modos de pensamientos contrarios a la tradición cultural de una sociedad. Por su parte, la denominada Revolución cubana, de principios de los años ’60, fue vista inicialmente como la solución a una tiranía, la del dictador Fulgencio Baptista, que superaría dicha situación y haría de los cubanos seres libres. La realidad ha demostrado que la actual sociedad cubana es una de las más sometidas y sojuzgadas de que se tenga memoria en la cultura latinoamericana. Para muestra de ello, la bloguera Yoany Sánchez (léase su artículo “El mal patrón” en http://www.desdecuba.com/generaciony/ ) en cortas palabras resume lo que para ella y los de su generación significa vivir bajo un gobierno supuestamente socialista. Ella, por el contrario, demuestra que el actual gobierno cubano, con más de 50 años, es una burda y bufa comedia de lo más atroz de cuanta dictadura y tiranía pueda existir. Hipócrita, de doble moral, ortodoxa, acomodaticia y descaradamente vulgar frente al dinero. Ejemplo de esto último es la base militar que los Estados Unidos de Norteamérica mantiene en bahía de Guantánamo, territorio cubano. Alquilada por el gobierno cubano en dólares estadounidenses mientras sus mejores oradores lanzan sus dardos ideológicos desde el pensamiento único al llamado Imperio del capitalismo. Algo parecido está copiando el gobierno venezolano al utilizar como excusa al capitalismo del imperialismo europeo y norteamericano, para establecer definitivamente un gobierno de apariencia socialista con un fondo secularmente militarista, abusivo y atropellador de los derechos del ciudadano. Ejemplo de su práctica inmoral y antiética es su continua violencia verbal contra el Estado norteamericano mientras le sigue vendiendo petróleo y manteniendo relaciones comerciales, además que sus dirigentes van a vacacionar a Disneylandia.
No creo que los “ismos” solucionen mayor cosa, ni en la acción política ni en la actividad estética. Ellos sólo han servido para interpretar realidades teóricas. En estos años del siglo XXI los paradigmas que sostenían el pensamiento del hombre han terminado en el basurero de la historia. Al final, somos siempre los simples ciudadanos quienes seguimos padeciendo los impulsos e instintos de un Estado dirigido por hombres que medianamente poseen formación teórica, quienes se imponen a fuerza de palabras emotivas y dibujan paraísos que muchos anhelamos y muy pocos disfrutan.

(*) twitter@camilodeasis camilodeasis@juanguerrero.com.ve

sábado, septiembre 11, 2010

No estaban muertos, andaban de parranda


Hace meses visité varios pueblos del oriente venezolano, entre ellos Río Caribe. Además de sus hermosas playas y bellas y espaciosas casas que recuerdan antiguas historias pude apreciar, con sorpresa, cómo acudían decenas de personas, ya pasadas las siete de la noche, a jugar bingo en la casa seccional de Acción Democrática. No sin cierta suspicacia me acerqué a indagar y observé desde su misma fachada, toda remozada y pulcramente mantenida, a los parroquianos entretenidos con su juego comunitario. Muchos hasta lucían indumentarias rojas, franelas con el nombre del presidente, del gobernador, gorras rojas con escudos y nombres de misiones.
Esta extraña, rara y misteriosa manera de convivir me hizo reflexionar sobre algo que ya desde hacía tiempo venía rondándome en la cabeza: dónde fueron a parar las bases accióndemocratistas. La respuesta la encontré precisamente ahí, en esa seccional como también en la de Caripe. Las bases de ese partido se habían ido para el PSUV. Porque cómo se explica que de la noche a la mañana esa nueva organización se encontrara con más de 7 millones de inscritos, miles de dirigentes de base, una estructura formada en cuadros de organización similar a la adeca –que de paso la tomó de la vieja estructura de los cuadros stalinistas- para hacerse de una presencia nacional que abarca hasta las zonas rurales e indígenas. Donde antes sólo llegaban Acción Democrática, la Pepsicola y la Polar, ahora se le sumaba, como por arte de magia, el PSUV. Pero además de esto, resulta bien extraña la manera como los nuevos dirigentes rojos rojitos se expresan, hablan y gesticulan. Es una copia al carbón de aquellos guapetones de barrio que de repente tenían bajo su dirección a personas ávidas de ser tomadas en cuenta. Y qué decir de las otroras bandas de cabilleros que el partido blanco organizó para aplastar a sus opositores. Recuerdo el último de ellos, un gordito de apellido Marín quien apareció en televisión con una cabilla en mano vociferando improperios contra el antiguo MVR, antecesor del PSUV. O cuando en la vieja Asamblea Legislativa de Ciudad Bolívar le lanzaron estiércol y orines a la diputada regional Pastora Medina. Esa es la gente, la misma, la igualita gente que se fue de vacaciones para el PSUV y que desde hace tiempo está regresando a su antiguo partido. Pronto se verá está realidad. Una muestra de ello será este próximo 26 de septiembre cuando se cuente la votación por partidos y Acción Democrática vea aumentado su caudal de votos como organización política. Como el Ave Fénix renace de sus cenizas. Regresa el partido del pueblo como siempre se le ha conocido y la frase lapidaria que en su momento lanzó el fundador, Rómulo Betancourt, cada vez se hace una realidad: “Adeco es adeco hasta que se muera”. No se fueron del partido, los adecos andan de vacaciones en el PSUV y ahora regresan a su casa. Bienvenidos, pues.


(*) twitter@camilodeasis camilodeasis@juanguerrero.com.ve

sábado, septiembre 04, 2010

La maldad del venezolano


Cierto día desperté, como el resto de mi familia, alarmado por la noticia de una joven de origen árabe quien había asesinado a varias personas por el temor al castigo del padre, por haber comprado un gato sin su consentimiento. Esa noticia sacudió lo más íntimo de la fibra social del venezolano. Después supe que en los Andes venezolanos un hombre asesinaba a jóvenes mujeres para comerle los muslos y nalgas. Le llamaron por la prensa "el come gente". Como tantas historias de horror -monstruosas todas- se hizo común leer y escuchar noticias que revelaban gradualmente un rostro del venezolano que para muchos, resultaba inédito e irreconocible. Eso no era lo normal. Pero la realidad poco a poco nos fue dibujando la ruta al camino donde se encuentra ese lado oscuro, tenebroso, ruin y deleznable que también parece ser eso que forma parte de nuestra herencia cultural. Revisando parte de nuestra historia, en tiempos pasados se dieron esos y otros casos donde lo sanguinario, lo malsano y canallesco habita en el ser venezolano. En la llamada Emigración a Oriente, en 1814, cerca de Río Chico, una mujer que venía con el resto de quienes huían de la persecución de los realistas, agotada y con un recién nacido a cuestas, al verse sin recursos para alimentar a su hijo y con los pechos secos, optó por lanzarlo a un barranco. Mucho antes, en el siglo XVIII, el mismísimo padre de El Libertador, don Juan Vicente Bolívar, golpeó a una mujer casada porque ella ya no quería ser su amante. Este noble abusaba y violaba a niñas, de entre 9 y 12 años. En Ciudada Bolívar hubo un caso de amor filial que involucró a un cura. En fin, esos sucesos que han sido vistos como excepcionales ahora aparecen como cosa cotidiana. Ya no es el robo, la corrupción, el hurto, el arrebatón y el ultraje a la íntimidad del Otro-semejante. Ahora es lo común conocer sobre una forma de agresión donde se observa la tenebrosa manera de atentar contra el ciudadano, para robarle la vida y dejarlo "desollado". Pero qué ha ocurrido para que estas cosas estén sucediendo? La respuesta parece estar tanto en la Educación como en la Religión y en un sistema jurídico-policial permisivos. Los sistemas e instituciones que el Estado posee para el control social. Estos se encuentran en sus niveles más débiles de su penetración social. La Educación y Religión están estructurados para transmitir y fortalecer la tradición de una cultura, a través de sus creencias, valores y costumbres que forman la Moral, lo que mora, habita, vive en todo ser culturalmente formado. Ese proceso en nuestra sociedad se fracturó, se quebró hace más de 40 años y sus consecuencias las estamos sufriendo ahora. En modo alguno es responsabilidad absoluta del gobierno del Estado. Obviamente que tiene la primera responsabilidad. Es también, y básicamente, una responsabilidad individual, personal de quienes formamos parte de un colectivo. Uno de nuestros lados negativos y perniciosos es la "comodidad" de la clase media para asumir responsabilidades colectivas, para asumir compromisos y cumplirlos a tiempo. Nos complace que otros nos resuelvan los problemas. Nuestra arrogancia de modernos profesionales nos impide darnos cuenta que este país se ha construido con mucho esfuerzo, sangre y sudor de quienes ofrendaron hasta sus vidas por darnos seguridad, prosperidad y tranquilidad. Ahora que nos vemos en ese espejo monstruoso que nos recuerda lo que también somos, repudiamos y rechazamos esa realidad que también es parte de nuestro haber cultural e histórico. Esta experiencia tan dramática, tan espeluznante y sórdida debe ser reflexionada más allá de una contingencia política pasajera de elecciones parlamentarias. No se va a superar con un cambio de diputados ni con un nuevo alcalde ni gobernador ni presidente. Indudablemente que los cambios positivos ayudan. Pero será la adaptación de un sistema educativo fuerte, moderno, continuo, adecuado a nuestra experiencia cultural, con normas rigurosas junto con un sistema jurídico y policial absolutamente imparciales y sancionatorios, que establezcan la nueva visión de un modo de vida del ser venezolano donde se cultive lo más sublime de todo humano: la práctica de una religiosidad asumida desde la consciencia de saberse responsable de su destino cultural.

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sábado, agosto 28, 2010

Cuál revolución, cuál socialismo


Desde la segunda mitad del siglo XIX Venezuela vivió poco más de 40 revoluciones, entre guerras, montoneras y alzamientos. La Independencia, la Guerra Federal, la revolución Azul, La Restauradora y hasta hubo una que dieron en llamar de La Sampablera. Esto de llamar a cualquier movimiento político-militar “revolución” no es cosa nueva. Lo nuevo es que la actual se ha adornado con una nomenclatura atractiva para darle apariencia de amplitud, lo que le da carácter de inclusión a los más desposeídos. Usados éstos como piezas de un gigantesco rompecabezas que puede montarse y desmontarse para hacerlo sentir partícipe y protagonista de una película de nunca acabar. Así las cosas, tanto quienes se dicen revolucionarios como quienes se le oponen creen que están viviendo una experiencia inédita en la Venezuela del siglo XXI. Para que se sepa, hubo un presidente que se creyó francés, más aún, parisino y le dio por hacer de Caracas una segunda París. Se hizo erigir estatuas. Una de ellas en una esquina del mismísimo Congreso nacional hoy Asamblea nacional. Otro más murió y mientras lo llevaban a enterrar los opositores se enfrentaron y el féretro quedó a mitad de la calle por unas cuantas horas. Decimos esto para que se conozca que esto de las revoluciones ha traído siempre más atraso y pobreza de pensamiento mientras a sus líderes se les ha antojado buscar protección extranjera para aferrarse en el poder. Unos se mantuvieron tres siglos al amparo del Imperio español, otros se vincularon a Francia e Inglaterra, otros más a los Estados Unidos de Norteamérica, mientras éstos últimos lo hacen con Cuba.
La palabra revolución, por principio, otorga un halo de cierto misticismo, cierto aire juvenil, de perpetuidad en el poder, de constante cambio y derrumbe de lo viejo, de aquello anquilosado y ruinoso para establecer algo que no se sabe qué será pero su cercanía se convierte precisamente en eso, en objeto de discusión y búsqueda “teórica” nunca alcanzada pero siempre añorada.
Entonces ocurre que viene como anillo al dedo colocarle a la palabra revolución un complemento, “socialismo” para obtener la ecuación perfecta que permite instalarse en el trabajo buscado: construcción de una sociedad socialista. Y en esto sí que hay ventaja en quienes detentan el poder en la Venezuela actual. Medraron al amparo del Estado por más de 40 años, leyendo y discutiendo doctrinas y haciendo círculos de estudios, mayormente en los cafés de Sabana Grande, donde hasta inventaron una República (del este) y demás. Eso se les permitió y hasta a más de uno de estos actuales ministros, gobernadores y presidentes de institutos autónomos, les otorgaron becas y pensiones. La llamada izquierda venezolana vivió sus años de persecución pero también sus años dorados. Por eso al escucharlos hablar son una preciosura discursiva producto de su práctica teórica pero jamás han sido capaces de dirigir una empresa, un ministerio ni aún, una junta de condominio.
No es cierto que la actual situación se pueda llamar revolución ni mucho menos de construcción alguna de sociedad socialista. Es una usurpación terminológica para ocultar la verdadera razón que es la de un gobierno del Estado profundamente corrompido y corruptor que en la práctica es de naturaleza marginal. Y esto sí es lo innovador. El hacer del Estado venezolano de los últimos 25 años ha ido degenerando hasta alcanzar niveles de marginalidad absolutos que traen como consecuencia, los resultados que diariamente se observan: aumento de la criminalidad, asaltos, corrupción en todos los niveles de la sociedad, ausencia de protección al ciudadano en su hacer cotidiano.
En una realidad como la actual, donde el Estado a través de su gobierno es el primer transgresor de la legalidad, los ciudadanos no tienen otra opción sino la de organizarse a través de sus más cercanas formas de existencia: juntas de vecinos, cooperativas, asociaciones, gremios, ONGs, partidos políticos, redes sociales alternativas para enfrentar al Estado y su gobierno. El nuevo orden socio-político será el resultado de una interacción organizada de los ciudadanos que nos negamos a irnos de nuestro país y de manera inteligente y constante, ofrecemos luces y actos coherentes de respuesta ante el atropello de un Estado y su gobierno que usa todo su poder, incluso la injerencia de personas extranjeras: cubanas, nicaragüenses, bolivianas para imponer un modelo de vida ajeno a la idiosincrasia y tradición de la cultura venezolana.
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sábado, agosto 21, 2010

La difícil tarea de comentar una foto


En la guerra de Vietnam el ejército de los Estados Unidos de Norteamérica ocultó muchas atrocidades. La masacre en la aldea de Mai Lai fue una de ellas. Otra, mucho más evidente fue el ataque a la aldea de Trang Bang, en junio de 1972. Las fuerzas norteamericanas atacaron a los civiles lanzando bombas de napalm. Bombas incendiarias que arrasaban todo cuanto encontraban a su paso. El fotógrafo Nick Ut, quien realizaba la cobertura de ese encuentro captó con su cámara el momento cuando unos niños corren por una carretera huyendo del desastre. Una niña totalmente desnuda corre gritando mientras pide ayuda por las quemaduras que tiene en su cuerpo. El niño, a su izquierda y en primer plano, grita espantado. Apenas tienen 9 y 13 años. Esa imagen dio la vuelta al mundo e hizo que la sociedad norteamericana tomara consciencia de lo inmoral e inhumano que era mantener una guerra que no tenía sentido. Un año después esa fotografía obtuvo el premio Pulitzer como mejor fotoreportaje.
El 13 de diciembre de 1985 el volcán Arenas, del Nevado del Ruíz, en Colombia, hizo erupción, sepultando el poblado de Armero. Cientos de miles murieron y otros tantos quedaron heridos o desaparecidos. El símbolo de esa tragedia fue una niña, Omaira Sánchez, quien quedó atrapada entre el lodo y restos de escombros. Apenas se le podía ver el rostro hinchado. Agonizó por 60 horas. Las crónicas que el periodista Germán Santamaría le realizó a la niña reflejaron la angustia y el drama de la tragedia. La imagen del video capta los últimos minutos cuando Omaira habla a los socorristas y deja su testimonio de ánimo, fe y esperanza. Luego se hunde en el barro. El gobierno colombiano y las agencias internacionales reaccionaron al desastre natural y colaboraron masivamente.
Otra imagen impactante y dolorosa es la hambruna que en los años ’90 sufrió África. Fue en Sudán donde el fotoreportero Kevin Carter, en 1994, encuentra a una niña sudanesa desnuda y agonizando en un campo de refugiados. Carter espera el desenlace mientras al fondo un buitre aguarda que la niña muera para lanzarse sobre ella. La niña está inclinada al suelo y apenas la cubre un collar blanco. Después de esperar un rato para ver si el animal abría sus alas y tomar la instantánea, el fotógrafo toma la imagen e impide que el animal se coma el cadáver. Meses después Carter obtiene el premio Pulitzer por esa foto. Pero también dos meses después, y sin poder superar el impacto de semejante experiencia, el fotógrafo se suicidó. La foto y demás imágenes de este reportero hicieron que el mundo volteara sus ojos sobre la hambruna africana y la ONU y demás agencias internacionales se solidarizaran con los pueblos africanos.
En agosto de este año el diario El Nacional publica, en primera página, la fotografía de la principal morgue del país donde aparecen unos cadáveres, algunos tirados en el suelo. Desnudos. Colocados de a dos en las camillas. La fotografía, de Alex Delgado, muestra cómo se vive el drama de una morgue venezolana donde no existe dignidad en el trato a los muertos ni solidaridad con los deudos. Como imagen la fotografía respeta los rostros de los cadáveres que son desenfocados mientras destaca el hacinamiento, la sangre y el desorden.
La fotografía, como imagen, es un discurso certero y espeluznante de la actualidad en una sociedad que se ha mal acostumbrado a vivir con la violencia cotidiana. Violencia doméstica y violencia de un Estado que constantemente agrede al ciudadano. La respuesta del gobierno ha sido la de censurar al diario, y como paliativo, dotar a la morgue de vehículos y camillas. No es tanto la dotación de insumos y equipos como la necesidad de asumir actitudes responsables y políticas de estado que protejan al ciudadano.

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sábado, agosto 14, 2010

Entre NI NIs te veas



En la mayoría de las sociedades democráticamente estables los ciudadanos no pertenecen ni están afiliados necesariamente a partidos ni grupos políticos. Sí están, por el contrario, vinculados a grupos cívicos y religiosos que realizan actividades sociales desarrollando la consciencia del trabajo vocacional y de servicio comunitario. De esta manera se han podido establecer relaciones estables entre el Estado y los ciudadanos organizados. Esto ha podido mantener un contrapeso que es el equilibrio necesario para que el Estado no se entrometa, a través del ejercicio del gobierno, en la vida de los ciudadanos ni les censure su natural derecho a la vida en libertad.
Se observa entonces cómo los ciudadanos en sociedades, como Noruega, Alemania, Costa Rica, Francia, entre otros, se dedican a las actividades inherentes a sus necesidades más apremiantes, como la atención a sus trabajos, sus estudios, la atención a sus semejantes. Mientras la actividad partidista la ejercen apenas una minoría que se forma profesionalmente para dedicarse a esa tan importante función, que tiene como fundamento y principio ético, el esfuerzo supremo de servir a otros.

Con los años este grupo social, denominado despectivamente como NI NI se fue ampliando numéricamente al tiempo que iba delineando su pensamiento hacia concepciones de reflexiones críticas que orientan a la inclusión, el respeto al semejante, la solución de problemas concretos, el rechazo a la discriminación política del Otro-diferente, entre una serie de principios que marcan una manera de pensamiento que es el horizonte lógico del común de los ciudadanos normales hartos de tanto odio, rencor y venganza de ambos extremos.
De un tiempo para acá la dirigencia política nacional ha visto con estupor cómo ese grupo de ciudadanos ha ido en aumento al extremo de convertirse en la actualidad en mayoría, con una proporción cercana al 48%. Ahora se les llama No Alineados o Contestatarios Críticos para darles existencia y poderles captar como ´masa´ para que voten por sus intereses. Así las cosas, tenemos una población minoritariamente partidizada y grupal, llámese oficialistas u opositores, también despectivamente chavistas-escuálidos, y una inmensa mayoría que se sitúa en el centro del espectro político nacional. Reconoce en las corrientes del oficialismo y del gobierno aportes significativos, como el proyecto de las Misiones, como la Robinson, la Ribas o Sucre, las médicas con Barrio Adentro o las de alimentación, como PDVAL-Mercal, también los aportes al cine venezolano; así también la constancia y reafirmación de la vocación democrática en quienes se hacen llamar como opositores, Mesa de Unidad Democrática, la participación de los jóvenes y sobre todo, la activa participación de las mujeres venezolanas a través de las ONGs, creación y renovación de partidos tradicionales.

¿Qué parece entonces enturbiar la actual actividad política venezolana? Una incapacidad en la dirigencia política nacional, tanto opositores como oficialistas, para entender la superioridad política del ciudadano venezolano. No parecen estar a la altura de las circunstancias de la problemática que vive la sociedad. Tampoco parecen tener formación para darse cuenta que una significativa parte de la población joven, construye silenciosamente su propio mundo y lo nombra y disfruta a su manera. Existe todavía mucho atraso en las miradas analíticas del político venezolano actual. Ese desgaste está haciendo posible que los ciudadanos busquen maneras nuevas para ejercer sus derechos políticos. Y en esto son los mal llamados NI NIs o No Alineados quienes se agrupan en estructuras organizativas variadas para poderse defender, tanto del Estado todopoderoso y su gobierno, y también de los fósiles dirigentes de partidos y grupos políticos opositores.

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jueves, mayo 20, 2010

En el Zoo de Salloum Bitar



En cierta parte del libro escrito por Abraham Salloum Bitar (Siria, 1952-Ciudad Bolívar, 2005) Lo que somos (edición a cargo del autor, 2000), leemos: Los hombres se la pasan, confortablemente, repitiendo La Historia. Unas veces como farsa. Otras, como tragedia.
Tristemente es cierto. Para ello agregamos nosotros una palabra apenas: el Olvido. Olvidar, procuran los dirigentes y líderes políticos, religiosos y militares. Olvidar como una farsa, diríamos para poder soportar la tragedia de estar vivos. El olvido sin embargo, nos condena, como bien lo afirma Bitar, al eterno círculo donde vagamos repitiendo tragedia tras tragedia.
En Lo que somos Bitar muestra una semejanza del hombre con otras especies. Compara y no termina de asombrarse y asombrarnos de tanta similitud entre ellas. Mucho más benévolas que la nuestra. Menos trágicas y sanguinarias que la humana. También con mayor sanidad mental. Es que esta imagen de esquizoides perfumados nos acompaña siempre. Estructurada en dos partes, dos momentos, el libro del cual comentamos incorpora un inicio (Lo que somos) con poemas cortos referidos a animales. De quienes extrae su esencia y en apenas tres versos delinea el ser del animal, su esencia y sentido trascendente.
La estructura utilizada por Abraham Salloum recuerda a los antiguos haikai de la tradición china. Poemas juglarescos que remiten a la naturaleza y sus habitantes, compuestos por textos poéticos de tres versos.
Me interesa en la poética de Bitar el uso de la palabra. Ésta aparece en su cuadratura exacta. En su sentido etimológico referido a proporcionalidad. Y esto es así por la formación inicial del poeta, su vinculación con la matemática. Por eso su palabra es exacta, serenamente calmada en su cohesión y coherencia internas. Existe una lógica escritural que da sentido a los temas abordados. Así, recuerda en parte a las fábulas de Esopo o a los gráciles y bufescos dibujos que a mediados del ‘800 realizó Grandville para abordar las escenas de “vida pública y privada de los animales” y la animalidad política francesas. Esas caricaturas de seres con cuerpos humanos y cabezas de animales generaron la irá del “poder” contra el artista.
En los textos poéticos de Abraham Salloum Bitar la esencia, lo óntico, viene presentado por una vida animalesca que se describe en su segunda parte. Es allí, en Cómo somos, donde se verifican las claves de un discurso poético con referencias a la cultura árabe más trascendente, con símbolos que se incrustan en una lectura inicialmente difícil y de metáforas cerradas que indican el sentido filosófico último en la arquitectura poética de este escritor. Los títulos en esta segunda parte de su libro, acaso introducen una incógnita, una duda o acertijo que posteriormente se acentúa en la lectura de una aparente descripción que a su vez, supone otra lectura que paralelamente se sitúa en la paradoja existencial.
Habrá que esperar en los tiempos venideros una razón segunda que permita abordar con mayor certeza la densidad de un escritor, cuya poética es verdaderamente trascendente y en cuyos versos aparece la sombra silente de un tipo de hombre desnudado en su esencia pero a la vez, mostrado en su intensa fragilidad y emoción de ser en lo que somos algo más que humanos.

sábado, mayo 15, 2010

pasos en la noche


te he aguardado por años

quizá tantos

y me he dormido en tu mirada

habrías sido aquella escolar de mis primeros años

o acaso luego

la del autobús en alta noche


universidad


plaza venezuela


yo esperaba la salida de mujeres y hombres

de la medianoche

calle de la puñalada

bar pullman

el gato pescador


sé que viajaste a mi lado


he tocado grandes puertas de madera

las esculturas del bernini

la casa de leopardi

aquella de brecht

en ausburg

oré por ti en bancos de iglesias antiguas

escuchando lenguas extrañas


busqué tus ojos en el egeo

en los olivares griegos el olor de tu cuerpo

la noche de la selva me reveló los miedos

los llantos de la ausencia


no te encontré


perdí las palabras del regreso


el volver

el por siempre


despiértame

di tu presencia


ese borde más allá del silencio y de la noche


(perugia, 1980)

sábado, mayo 01, 2010

Lecturas clandestinas


Fue en una noche en los oscuros años sesenta cuando los agentes de la Dirección General de Policía –por sus siglas DIGEPOL- después DISIP, irrumpieron en la casa donde vivíamos, en la Maracaibo de tantas solidaridades, y se llevaron documentos, fotos familiares y hasta mi libro más preciado: el del Ratón Pérez y la Cucarachita Martínez. Decían que eran documentos subversivos que se habían encontrado en la casa de un cabeza caliente y que eran pruebas fidedignas que se anexaban al extenso expediente de mi hermano José Luis, quien se ocultaba en la Sierra Azul, en las montañas de Falcón.
Los muebles, los enseres de cocina, los apuntes de la universidad de mi hermana mayor, los químicos que usaba mi padre para revelar fotografías en su cámara de cajón, las paredes empapeladas. Todo. Absolutamente todo era requisado y destruido buscando información que permitiera localizar y arrestar a mi hermano.
También se llevaron el libro Así se Templó el Acero. La Madre, de Gorki. Los manuscritos que tenía mi otro hermano sobre la historia de la familia. Acaso también mis iniciales escritos que celosamente guardaba cuando mi hermano Miguel venía del cine y me contaba las historias de Tarzán, pues como era un niño, además de padecer de asma, no podía ir a ver películas en el cine Paramaunt, él me decía que cerrara los ojos mientras me contaba la última de Tarzán. Yo recreaba en mi mente las imágenes desde el inicio, cuando salía el león de la MGM –Metro Golden Mayer- y después era sólo una misma ilusión a colores que se desplazaba sobre mi rostro feliz y aventurero. Después, mientras disfrutaban mis amigos del receso en el colegio Rafael Urdaneta, yo sacaba mi cuaderno y re-escribía la película que mi hermano me había contado.
Pero aprendimos la lección y en las otras noches, mientras los vecinos nos alertaban cuando se acercaban los policías, nos íbamos al patio y cavábamos hoyos donde, colocados cuidadosamente en bolsas de plástico, enterrábamos nuestro tesoro más preciado: los libros.
Ahí guardamos las obras poéticas de Reiner María Rilke, El Castillo y El Proceso, de Franz Kafka, La Torre de Timón y demás poemas de José Antonio Ramos Sucre. La selección de poemas de Andrés Eloy Blanco que editó el Ministerio de Educación.
Quizá sea por eso que desde niño me identifiqué con esos y otros escritores. Recuerdo que una mañana, mientras desenterrábamos una bolsa con libros y estando limpiando uno de ello, le di vuelta y en la contraportada descubrí la imagen en blanco y negro de Kafka. Me enterneció esa figura cuasi alada y de puntiagudas orejas. Me fue tan familiar pues en mi ingenuidad lo asociaba a mi hermano quien no sabía dónde estaba. Apenas entre cuchicheos de mis padres y hermanos, y algunos vecinos, percibía que estaba en la lucha armada, con la gente de Douglas Bravo y Fabricio Ojeda. Así aprendí a querer a ese autor. Como también a Neruda y sus Veinte Poemas de Amor y su canción desesperada. Eran mi familia también porque los asociaba a mi hermano.
Aprendí a amar las palabras. Inventaba términos para mandarle mensajes cifrados a mi hermano, evitando que los policías pudieran entenderlos. Esos cuadernos están aún por algún lado en mi baúl metálico, de esos que se usaban para viajar en barco.
No sé si serían libros prohibidos. Pero lo que sí sentí fue un inmenso vacío que por años me acompañó cuando los policías del régimen me quitaron mi libro del Ratón Pérez. Lo viví. Lloré siempre cuando él cae en la olla y la cucarachita Martínez aparece toda desconsolada en unos dibujos de colores atemperados y medio azulados. Eran dibujos grandes en una edición sencilla y de hojas que olían a lápiz y borrador. Ese olor propio del aula de primaria. Así amé mi primer libro que jamás volví a tener.
Pero la historia nos dice que siempre hemos vivido con la censura de lecturas. Sea por razones políticas, sea por motivos religiosos, fundamentalmente. Tanto en uno como en otro, siempre es el temor a enterarse de historias que otros censuran porque subvierten lo establecido, lo normado. En el fondo es por superstición, por una ortodoxia que permite a quienes censuran, entender la vida y el orden sin mayores reflexiones. Por fe divina o por fe en el caudillo político.
Poseo un libro que menciona más de mil obras censuradas desde hace siglos. Todas las obras de los maestros esotéricos. Aquellos de Giordano Bruno, quien se salvó por milímetros de ser quemado en la hoguera… eppure si muove. Fue su medio balbuceo para indicar su apego a la libertad de pensamiento, mientras la iglesia católica, esa del siempre doble discurso, lo amonestaba incesantemente.
Parte de nuestra historia escrita ha pasado por la censura de libros. Desde las ordenanzas, bulas y edictos de papas y reyes hasta estos tiempos grises y anodinos de comienzos del siglo XXI.
No sé si agradecer a la vida por mi asma en la niñez. Ello me permitió estar siempre recluido en mi hamaca y después en la cama. Y mientras eso sucedía, mi mamá y también mis hermanas traían libros que me leían para no estar solo. Yo desarrollé un instinto muy personal para estar acompañado. Tener un libro entre mis manos. Después de leerlo pasaba horas mirando el cielorraso del techo re-creando lo leído. Siempre viajé a través de esas historias. Fui detective en las novelas de Aghata Cristie y de Ian Fleming, vaquero en las historietas de Marcial Fuente de Estefanía. También me enamoré con las novelitas rosas de Corín Tellado o me creí superdotado en las tiras encuadernadas de superman. Pero siempre retornaba a la palabra reposada de Ramos Sucre y Rilke. Quizá con ocho o nueve años era muy poco lo que podía comprender pero pronunciar palabras nuevas me agradaba. Después me topé con mi primer diccionario latín-español. De mi hermana mayor. Ahí me metí por un largo tiempo. Aprendí a buscar palabras. Saber de su origen. Memorizar su ubicación y sobre todo, pronunciarla. Sin darme cuenta, y apenas naciendo a la consciencia de saberme vivo, de estar en el mundo y padecer de cotidianidad, descubrí la libertad tan necesaria para existir y ser reconocido. Los libros me sirvieron para desarrollar la escritura. Para escribir cartas de amor que intercambiaba con mis compañeros de primaria. Ellos me brindaban el desayuno o me protegían de algún mal encarado envidioso, mientras yo les entregaba poemas y líneas cargadas de bellos mensajes, que a su vez mis amigos usaban para entregar a sus conquistas amorosas.
Me convertí en una especie de escriba escolar. Para el Día de la Madre, del Padre, para el Día del árbol. Para la semana del aniversario del colegio. Siempre me buscaban para que escribiera los mensajes y poemas. Las maestras eran condescendientes conmigo y en ocasiones me permitían estar más del tiempo establecido en la biblioteca para terminar algún escrito que ellas me pedían.
Mi concepto de la libertad está intrínsecamente relacionado con la lectura, la escritura y el mundo de los libros. El libro para mí es más que un objeto y que una forma. Es un ser vivo. Tiene peso, olor, sabor. Tiene un volumen y además me sirve de compañía. Todos mis años como estudiante de bachillerato y en la universidad, me serví de los libros para sentirme acompañado. Los cargaba entre mis manos sin desear terminar de leerlos por el temor a la separación. Por eso tardé cerca de tres años para leer Cien años de Soledad. Por eso siempre regreso a los libros que encontré cuando niño. Vuelvo siempre a la Odisea. Regreso siempre al Hidalgo Don Quijote. Al Arcipreste de Hita. Mi libertad está concebida como una forma de vida, un estilo de existir desde y por los libros. Años después descubrí que otros amigos también se habían iniciado en la lectura desde la niñez. Eso me ofreció mayor seguridad y sentido de convivencia. De afecto. Por eso respeto también a quien lee libros. Me parecen seres extraordinarios. Y si además de ello escriben, tanto más cuanto refieren a existencias plenas y colmadas.
Quien lee se hace dueño de su devenir histórico y construye y re-construye constantemente su propio destino. Los seres verdaderamente libres están indisolublemente adheridos a la lectura de libros. Y esto es así porque en ellos no existen límites en la aventura de la vida. No hay temor a la soledad. Los libros son un talismán contra los pillos políticos y los hipócritas religiosos, quienes se valen de sus creencias para imponerse a sangre y fuego contra el Otro-diferente.
La libertad, su sentido primario de existencia para mí está entrelazada a la práctica de la ciudadanía, y ésta se cultiva con la lectura de libros que logran construirnos espacios poéticos que visualizan y objetivan la realidad. Por eso lo que somos y seremos se lo debemos a los libros y la lectura del mundo.
Leer es un acto político de fe en la vida y el Otro-diferente. En años como estos, de tanta indiferencia al libro y la lectura, la libertad está limitada, censurada, convertida en un objeto manufacturado que tiene dimensiones, peso y hasta rostro, y que se intercambia como eslogan de propaganda cotidiana. No tiene trascendencia. Es necesario re-construir esa libertad, darle una dimensión tangible, que sea entendida y usada como valor de existencia primigenia. Pero para ello, tenemos que transitar por los senderos de las páginas de nuestros libros más preciados. Amarlos como se ama a un árbol, abrazarlos como se abraza a un abuelo, protegerlos como se protege a un niño. De otro modo, seguiremos entendiendo y defendiendo una libertad vinculada a la adoración de un dios aséptico y unos héroes fosilizados, sinónimos de barbarie y decadencia.