martes, junio 27, 2006

MUCHACHA ENTRE LOS ÁRBOLES




La felicidad va de la
mano con la miseria,
la fortuna con la
desgracia.
Maharaj Charan Singh Ji.

Cuando en la galería Goldschmidt se logra vender un cuadro de Van Gogh, El Jardín público de Arlés, por 132.000 libras esterlinas, pocas personas sabían que en vida el artista pudo vender, a través de su hermano Theo, apenas un cuadro, La vid roja, por menos de 40 florines. Cientos de cuadros y dibujos fueron rematados por el artista, como telas para ser reusadas o para servir de calefacción en los crudos inviernos. No fue Van Gogh un artista afortunado. Por el contrario, su vida fue una doble lucha por consagrarse a dos colosales creaciones: la pintura y la literatura. Antes, dedicó parte de ella a predicar como pastor evangélico entre los mineros de Borinage. Vive la vida dura y miserable, en la agobiante hambruna de los desheredados del mundo, los olvidados de la fe y de la vida. Pero no le permiten continuar su ministerio. Entonces se consagra a la pintura y la literatura en forma epistolar. La pintura nace en él desde una realidad que a través de sus lienzos, encuentra una particular manera de expresarse: la alteración de cielos que giran y la presencia de seres humanos que viven en sus lienzos. Entre tantos cuadros, más de 800, uno de ellos particularmente nos conmueve por lo vívido y esplendoroso del color, que se mueve y se hace figura; como raíces de árboles, como densos cielos, como oscuro bosque o como silueta femenina con sombrero blanco. En sus cartas a Theo, Vincent relata cómo esas imágenes se hicieron vida en el lienzo, cómo ellas se fueron construyendo hasta alcanzar forma en su obra. De sus largas caminatas por los bosques hay un hermoso relato en su epistolario con su hermano Theo. Uno de ellos, fechado en La Haya en abril de 1882, cuando Vincent contaba 29 años, describe así la hechura de su lienzo: "El otro estudio del bosque tiene como tema grandes troncos de hayas verdes sobre un fondo de arbustos secos y una pequeña figura de muchacha vestida de blanco. La gran dificultad ha sido conservar la iluminación y poner cielo entre los árboles que se encontraban a distintas distancias, y el lugar y el espesor relativo de esos troncos son modificados por la perspectiva. Fue necesario hacerlo como se pudo, y respirar y pasearse, y la floresta debe embalsamar..."
La naturaleza se incorpora al cuadro del artista que se va llenando de vida. Así, entre un juego exquisito de tonalidades rojizas de un suelo que guarda hojas desvanecidas por el otoño, los cielos atemperados entre un azul verdusco, se comprimen por la frondosa presencia de alejados árboles, que al fondo, apenas dejan entrever las siluetas de recogedores de leña, en una discreta faena, mientras la muchacha, enfocada junto a uno de los árboles, está en segundo plano, apenas sobrepuesta por la "raicidad" del árbol del frente que presenta la fuerza y tensión en la obra. Es desde ese contraste entre humanidad y naturaleza donde se alcanza la densidad en el discurso plástico de este cuadro.

BELLEZA




Concebida inicialmente como la relación armónica y proporcional de las cosas vivas que da placer al contemplarla, la belleza se ha mantenido durante siglos como principio inmutable que, cargada de una visión filosófico-ideológica, ha servido también para modelar una manera de existencia, bien individual como colectiva, perpetuando modelos específicos de dominación. La belleza helénica definida por Aristóteles como todo aquello que es armónico y que cumple con el principio del áureas proportionis, que matemáticamente se conoce como el principio phi, otorga medida exacta a todo ser vivo para categorizarlo y asemejarlo a la divinidad.
Siendo así por largo tiempo el concepto de belleza se aplicó siempre a los principios cercanos a lo sublime del espíritu y lo divino. Paulatinamente se evidenció un marcado sesgo político-religioso que unificaba una forma de belleza a partir de lo establecido por aquellas sociedades que se unificaban en torno de intereses comunes para perpetuarse en la dominación y defensa de sus intereses particulares y grupales.
Del concepto de belleza como lo armónico, sublime y que es semejante a Dios, se ha ido construyendo otra manera de ver la belleza desde una perspectiva diferente. Esta supone que es bello aquello que es útil, tanto individual como grupalmente. Así tenemos, por ejemplo; que un sapo será bello en la medida que sirve en los campos para controlar el equilibrio ecológico al comerse los insectos que invaden ciertos sembradíos.
Como apreciamos en estos dos conceptos sobre la belleza, no podemos menos que suponer que ésta es una razón que mueve a muchos a establecer en la sociedad modelos únicos para controlar y segregar. En ello podemos enunciar como modelos de belleza, tanto la forma como el color, el peso y la altura, así como otras de carácter moral, intelectual, religioso, político, entre una gran variedad de aspectos que, en la generalidad de las situaciones, son utilizadas para oponerse, controlar y sojuzgar al Otro diferente.
La categoría de belleza mal comprendida es una de las maneras que utiliza el hombre, tanto en lo individual como grupalmente, para someter y segregar a quienes no responden a patrones de belleza socialmente aceptados.
En lo personal me complace observa cómo en esta sociedad se ha desatado una manera nueva de construir patrones de belleza, a partir de aquello que es útil. Independientemente de los aspectos de orden ideológico-político inherente a la actividad que se desempeñe, lo singular es ser testigo de una belleza que poco a poco se evidencia, aún y en las más crudas circunstancias. Son esas manos callosas, sucias a veces, con uñas ennegrecidas y dedos recrecidos por la actividad del trabajo artesanal. Mujeres regordetas, toscas, como la amada de Don Quijote, Dulcinea del Toboso, agraciada de tanta alma y coquetería. O los rostros quemados por el sol, ora blancos enrojecidos por las horas a la intemperie, ora morenos que en la tarde parecen sombras cansadas por el trajín del día. O las voces que pronuncian un castellano venezolano que acentúa sus sílabas regionalistas y que expresan ese nuevo amol. Amo a mi gente, sea de este o de aquel otro bando político, religioso, social, racial o económico. Me tiene sin cuidado que algunos de ellos se desprecien. Esos son los menos. Son los balurdos y marginales de pensamiento. La mayoría sólo sabe que tiene y debe seguir construyendo, individual y comunitariamente su destino. El venezolano normal, sencillo y común se ama así como es: pemón o wuayú, negro o zambo, salto atrás o blanco lechoso, moreno o trigueño, pobre o rico, católico o testigo de Jehová. El venezolano que tiene conciencia de ser bello o bella, ama al Otro diferente como su igual, sin tanta pendejada de socialismo ni capitalismo, ni que se es de oposición o del gobierno.
Después de todo y más allá de los implantes y de tanta silicona en el cuerpo y en la mente, con una belleza falsa y prestada, que refleja un alma ajena a su razón más íntima de ser; es momento para reconocernos en lo que somos, al menos genéticamente: 10% de genes negros, 40% de genes europeos, y 50% de genes amerindios. Y esto último no es invento; son datos del Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas. La genética finalmente nos acercará y nos reconciliará con nuestro pasado. Y allí habrá que encontrar una nueva razón para aprender a ver y re-conocer tanta belleza que anida en nuestros cuerpos y en nuestras almas.

viernes, junio 23, 2006

AMOROSAMENTE


...acuérdate, tú vuelta de espaldas y dejándote mirar, yo bajando poco a poco la sábana y viendo nacer eso que eres tú, esto que ahora se llama verdaderamente con tu nombre y habla con tu voz...

Julio Cortázar. 62 Modelo para armar .

Lo amoroso no es sólo expresión de vida entre parejas. Tampoco está referido al espacio que entre ellas construyen ni en las relaciones sexuales ni filiales. Lo amoroso sucede en una dimensión más amplia. Es fundamentalmente una actitud ante la vida. Una forma de existir en el mundo, un lenguaje. Y este lenguaje procede de la intimidad del ser, es esencialmente oral y se expresa en los gestos, en los ademanes, en el silencio, en las maneras como nos damos al Otro. Lo amoroso sucede todo el tiempo y habita en la cotidianidad de la vida. No es hechura de actos sobrenaturales ni creación de contados elegidos. El ser amoroso aparece a la vuelta de la esquina. Está en el rostro adormecido de quien se levanta y se ve al espejo y se reconoce naturaleza perecedera, sencilla y viva. El ser que reconoce la trascendencia de la vida en el saludo mañanero con el rostro abierto y al natural. Mientras el olor del café le despierta el placer, el sabor y el saber y degusta en la mano que se lo ofrece el esplendoroso momento de estar transitando un mismo destino y una misma historia.
De madres a hijos transita un lenguaje ancestral que se nutre mientras se lame el pezón y se acaricia el seno. Y es la misma vida que aprendimos a sentirla en la propia carne y en la sangre. Por eso la memoria antigua es maternal. Y es así porque posee un lenguaje que está marcado en el cuerpo: son olores primarios, fuertes, vaginales que se entremezclan en el cuerpo y despiertan el interés por la vida y el deseo de estar rozando los límites del Otro. Por eso vamos al encuentro, a la aventura de la vida buscando, re-conociendo vestigios, el gesto iniciático en el rito que establecemos cuando nos entregamos al acto amoroso. Entre parejas lo amoroso desborda y es esencialidad, presencia erótica de vida plena que revela en la carne el gusto que da placer e inicia la desmesura. Carne (carnevale) que celebra su gozo, se eleva hasta más allá del placer donde los gestos y los húmedos cuerpos desplazan las palabras y sólo el silencio habla, grita y gime. Por eso lo amoroso encarnado es alimento del cuerpo y del alma. Reconforta y es plenitud del ser.
El hombre, más que la mujer, debe redimensionar su naturaleza amorosa, atreverse a transitar el estado amoroso: gestos, ademanes, miradas, maneras de ser traducidas en palabras renovadas. Es ese nuevo paradigma de la vida plena, que colma y rejuvenece. Es esa necesidad de estrechar el cuerpo del Otro y nutrirlo, sea de hombre que de mujer. Decirle amorosamente en el saludo o despedida, fija la mirada, que nos importa, que su presencia, ésta del aquí y el ahora, es hermosa y necesaria. A pesar del terrible drama humano y tanta ausencia, la actitud amorosa no debe perecer. Es ella la propia sustancia y condición que nos hace ser eso: tan humanos, tan hermanos.



POESÍA


cantos de un templo

I
la memoria no ofrece asideros
para soportar la intensidad del silencio
entonces la vida es un puro sentir
vagar de madrugadas
donde todo riesgo
es un juego de equilibristas
al borde
en la lucidez de una presentida ausencia


V
ayer
los bárbaros quemaron el pueblo
lo llenaron de sal y odio
miro este desastre
ni las cabras se han salvado
de la matanza y el saqueo
quienes quedamos
huimos a los cerros
por la orilla del mar
los pies lacerados y ulcerosos
de los míos
se entrecruzan en un vagar sin fin
el pueblo volverá a levantarse
yo decidí regresar al templo


VIII
he recogido las velas mientras dormían mis hermanos
marineros del silencio
mañana volveremos al pueblo
hay cansancio en los pechos húmedos
y manos y brazos lacerados
en la alta proa me reclino para ver el cielo
hoy he vuelto a escribir
algún día regresaré a las pléyades
me repito una y otra vez
he vuelto a la palabra
ejercicio de remotos tiempos
soledad que castiga mi espalda
inclemente dolor en los huesos

ahora hay paz en las sombras


IX
mientras comemos pienso en los míos
todos ansiamos volver
he lavado mis manos y ahora parto este pan
que ofrezco a mis hermanos
tenemos esta misma soledad en el rostro
siempre en silencio
llevamos sobre nuestras espaldas el estigma
de un eterno desamparo que nos obliga
a vagar por el mar de la vida
buscando la imagen de nuestro igual

quizá la mirada de algún dios todavía nos proteja


XIII
qué importa que no conozcas delfos
el estrecho de corinto
que nunca hayas ido a bizancio
no sepas que vine de las pléyades
hay lugares donde nunca cae nieve
ni lluvia
el sol es una débil soledad
no has ido por bosques ni orillas del egeo
desconoces la mirada ausente del auriga en su salón de penumbras

qué importa desconocer lugares y tiempos miradas
cuando llevas la historia helénica en el rostro sereno inmortal


XXVI
los años
son ilusiones que nombran la ausencia
en la íntima ternura del templo
los cantos borran el tiempo
entonces toda sombra se revela
discurren infinitas imágenes de la vida
mientras el alma vibra en su amor

de rodillas
los cantos de mis hermanos
han agradado a los dioses


XXVII
las orillas del egeo traen olores
entre los pinos descubro hierbas
romero albahaca y orégano
detrás están los olivos
viejos
apasionadamente tristes
raíces que se desnudan
al fondo cuelgan las uvas en una dulce mirada
luego otra vez el mar
azul
límpido y calmo
acariciado por esta suave brisa de la mañana
este día de un tiempo que atesoro en la mirada
regreso a la orilla del mar
cargando olores y recuerdos


XXVIII
reconozco tu andar pausado
esa manera cadenciosa del habla juntada en sílabas
mirada de templo griego
donde oran los solos
los silenciosos
perdidos en la noche de sombra y tiempo

quién rescata esta ausencia de huesos rotos de tanto
andar
quién nos regresa al lugar de la noche añorada


a una pitonisa en delfos (c. 473 a. d. N. E.)

enjuta el silencio del viejo puerto
regresan con el alba
palabras que pronuncio en tu ausencia
reconocen tu cuerpo aroma de sombra

hace frío

tu alma huele a sándalo
brilla en la oscura memoria de los días
mientras descansa mi mano izquierda
sobre el hombro
reconozco una palabra
hundida en seda
adheridafija en tu hombro
otras cubrieron tus senos
redondeándolos
palabras incrustadas
ensortijando tus cabellos
diluidas en tu rostro
que cubrí con verbos
oración continuada en tus muslos
ocultando la humedad en tus bordes
los pájaros despiertan esta mañana
que todavía nace
roza un ala sobre la cristalina calma del egeo
palabras en tu vientre
articuladas
que entibiaron tus pies
lejos
las barcas son diminutos lunares
de un cielo que cubre este mar
ninguna palabra nombra este silencio
desamparo en lo siempre ido

LIMÓN BLUES


Conservemos nuestros amantes
respetando las reglas del decoro social.
Anacristina Rossi. Limón Blues.

En Puerto Limón, pueblo de la costa atlántica de Costa Rica, se desarrolla entre 1904-1942 una historia de amor entre Orlandus Robinson, joven jamaiquino y doña Leonor Fernández Jiménez de Esquivel, mujer de la capital, San José. Él, aventado a esas nuevas tierras bananeras en busca de una finca que sus empobrecidos padres habían abandonado en la tierra de los ticos y que era administrada por las compañías norteamericanas, que imponían a sangre y fuego un orden y una justicia, según sus intereses económicos y donde los negros antillanos eran mano de obra servil y semi esclavizada. La vida de Orlandus Robinson transcurre entre dos grandes pasiones: el amor imposible por una mujer casada (Leonor) de la alta sociedad costarricense, y su fervor por los derechos civiles de los negros, que lo lleva a formar parte de los inicios de los movimientos gremiales que se forman en toda la cuenca del Caribe y que tiene su centro de operaciones, en la sede central de los sindicatos negros en Georgia y Nueva York. Entre la descripción de una vida plagada por la pobreza, la soledad, la falta de identidad por no tener documentación alguna que lo identifique como ciudadano de país alguno, la vida de Orlandus y de todos los negros antillanos transcurre entre sus ritos y cantos ancestrales y el deseo de regresar a su país ancestral, África. Para ello se organizan y fundan los primeros sindicatos, como la Universal Negro Improvement Association, UNIA, donde Marcus Garvey fue su líder, así como el propio Orlandus, Ferguson, Nation, entre otros personajes históricos, quienes sentaron las bases de la negritud en tierras antillanas e incluso en los Estados Unidos de Norteamérica. Pero la de Orlandus también es una vida que descubre, entre idas y venidas a Jamaica, Cuba, África y Estados Unidos, la sensualidad, el erotismo y los cantos y ritos de una vida entrelazada con la música de los “spirituals” y la sazón de la gastronomía antillana. Esos placeres de la carne y de lo prohibido vienen magistralmente descritos por la autora, Anacristina Rossi, escritora costarricense, quien además de esta novela ha publicado María la noche (1985), La loca de Gandoca (1991), Situaciones conyugales (1993) y que en esta novela presenta una arquitectura escritural. En Limón Blues, los capítulos vienen precedidos por números impares (los pares forman parte de la continuación en su otra novela aún sin publicar, Limón reggee, y que será presentada en capítulos pares). Orlandus describe así a su amada Leonor: “Sentado en la cama la miró quitarse despacio la ropa. Miró el cuello frágil, los hombros perfectos, la piel mate y morena alumbrada por la lámpara de canfín. Los pechos duros de Leonor emergieron agresivos con pezones muy grandes y oscuros que miraban uno a la derecha y otro a la izquierda, Orlandus alargó las manos, sus dedos rodearon suavemente las tetas, tantearon los pezones. (...)Orlandus quedó deslumbrado por su cuerpo de nácar oscuro, por esa mancha negra al final de su vientre. Ya totalmente desnuda tomó las manos de él y las llevó a sus rincones, pacientemente. Escuchaba sus gemidos que eran casi sollozos, lo escuchaba jadear. Sin permitirle más movimiento que el de sus manos lo montó a horcajadas (...) ella le acercó sus pezones y le explicó susurrando cómo le gustaba que se los besaran. Luego le permitió que explorara sus nalgas, su espalda, sus piernas, le mostró donde nacían unas aguas babosas. Cuando vio que él temblaba tan fuerte que ya no podía controlarse empezó a desvertirlo, asombrada a su vez de ese cuerpo perfecto, del aroma potente de esa piel almizclada, de ese estómago lizo, de esas nalgas cabreadas, de su virilidad.” La magistralidad en la narración y descripción de escenas permiten asomar una muy detenida mirada cinematográfica en la capacidad de esta narradora para cuadros que van apareciendo unos al lado de otros, como grandes escenografías de un mundo desconocido para muchos de quienes habitamos en esta tierra americana: esas vidas de los antillanos, de islas como Saint Martin, Navies, Jamaica, Cuba, Dominica, para esos primeros años del siglo pasado. Y donde el castellano y el inglés se acomodan en una fonética que ofrece sus propias respuestas en la creatividad de unos hombres y mujeres venidos de los confines del mundo, para construir y crear formas de vida y arte, como la música naciente en esos años, tal el blues. “En Revival las voces iban por abismos y había que dejarse caer con las voces. Entonces venía el trance. Le di las gracias al pianista (...) se puso a explicarme que el blues era así por sus notas azules, que eran notas tristes. Me explicó de esas notas y las notas subidas, que eran notas optimistas. El optimismo se llamaba “sostenido” y lo contrario bemol. (...) después me puso como ejemplo un ánimo que se desanima: tocó la nota en bemol. Le dije que el bemol era triste pero más profundo. Asintió con la cabeza. Entonces me di cuenta: yo era un hombre en bemol". Esas son las primeras manifestaciones de una música que años después Ray Charles elevará a categoría celestial y clásica mientras toma de su raíz el lamento y la soledad de aquellos hombres, como Orlandus Robinson, sin nación ni patria ni ciudadanía; sólo una mediana lengua que transmite proverbios (Man you cant’t beat, you have fe call him fren) y que cumple el ritual de sus ancestros a la hora de partir al otro lado de la vida: “Y cuando los cantos hermosos cesaron, Shepherd Davies sopló un caracol enorme, un caracol que los costarricenses llamaban caracol de cambute, y su gemido largo, profundo y tenebroso anunció a los dolientes que el muerto había regresado al África.”

MAYO



Dice verdad quien me llama ávido
y anheloso de amor de lejos.
Pues no hay otro placer que tanto me guste
como el gozo del amor de lejos.
Pero lo que quiero me está vedado
porque mi padrino me hechizó
de modo que amara y no fuera amado.
Jaufré Rudel. Cuando los días son largos en mayo. Siglo XII.

Las tres hermanas, Nona, Décima y Morta, conocidas como las hijas de la noche o Parcas, eran unas hilanderas que se dedicaban a extender el ovillo del hilo para luego ir gradualmente recogiéndolo hasta cortarlo. Nona, la menor, comenzaba a hilar mientras Décima se encargaba de extenderlo hasta que finalmente, la mayor de las hermanas, Morta, cortaba el hilo para completar el trabajo. Melancólicas, taciturnas. Infinitamente dedicadas a la eterna labor (nacimiento-desposamiento-muerte) del destino del hombre. Ese fatum o destino venía de lo antiguo. Ya los griegos le conocían como las Moiras. También tres hermanas, Cloto, Láquesis y Átropos dedicadas a la tarea de velar por el destino de los mortales. Del fatum inicial devienen las fadas o hadas que tanto nos han acompañado desde antes de nuestra creación, como destino humano que somos. Décima estaba dedicada a velar por el matrimonio del mortal hombre quien encontraba en su semejante, fatae, femenina, la acompañante en su recorrido de lo inevitable por el transcurrir de la vida. El Destino (fatum) estaba encarnado por hadas quienes se dedicaban a proteger la vida del silvestre mortal a quien se le complacía en casi todos sus deseos. Se dice en los encuentros mistéricos que Décima alargaba el hilo de la vida y jugaba con la suerte del hombre mientras establecía una bien estructurada y melancólica melodía para observar cómo se cumplía el destino del hombre. Posiblemente la métrica de sus cantos en octosílabos hacían rimar los diez versos (diez meses) donde el primero coincidía con el cuarto y el quinto, el segundo con el tercero, mientras el sexto se vinculaba con el séptimo y el último, y finalmente, el octavo coincidía con el noveno. Ese aparente azar de versificación era también la aparente libertad de que disponía el mortal para realizar su vida. Las tres hermanas o tria fata (de las que derivan su origen de fatum-fata-fada-hada) dieron al mortal hombre el verso para que se acompañara y a la vez acompañara a la Musa. Por ello los primeros aedos y luego trovadores, bardos, juglares y decimistas, fueron seres que quedaron “hadados” o a merced del destino u oráculo de estos seres de la noche. Seres que ya existían mucho antes de nacer los bosques, ríos y lagos. Por ello, en el tiempo de los días más largos del año, llamado de mayo, los trovadores cantan a los árboles del bosque a donde fueron a esconderse las hadas cuando éstos nacieron y ocuparon todos los espacios. Una antigua tradición, ya casi olvidada, habla del culto y adoración al árbol de mayo (axis mundi) que no es más que el árbol cósmico de todas las antiguas culturas de la humanidad. A él se dedican todas las fiestas como representación de la fertilidad (fálico) que fecunda lo femenino. Por eso el tiempo que nosotros conocemos como de mayo ha sido siempre el mes que abre a la vida la manifestación del nacimiento, de lo iniciático y que se desposa y fertiliza con el fatum-fata-fada-hada. Y por ello las distintas religiones han siempre modificado esas manifestaciones, restándoles importancia o imponiendo sus propios modos de interpretación.
Cantan las hadas y dejan hadados a los hombres en su versificación cuando en mayo los árboles se abren a la vida plena y donde también lo femenino se deja penetrar, fecundar para que fertilice esa semilla. Y entonces a lo largo del tiempo y hasta mediados de septiembre (séptimo verso) decae la Décima para morir en el frío del último mes (diciembre). Canten ahora los decimistas sus versos hadados para que el árbol, ahora en cruz, eleve sus copos hasta tocar lo cósmico de la vida.

jueves, junio 22, 2006

LENGUAJE, LECTURA Y LIBERTAD



Acepta ofrendas puras del habla de
un alma y un corazón elevados
hacia ti, Tú, que ninguna palabra
puede hablar, a quien sólo el silencio
puede declarar.
Hermes Trismegisto. Corpus Hermeticum, 207-13 d.C.

De los muchos lenguajes que existen uno hay donde podemos expresar a plenitud nuestra existencia. Con él podemos nombrar el mundo y manifestar los sentimientos más íntimos. Este es el sitio, el lugar de todos, la común manifestación humana para expresar, entre otros sentimientos, las pasiones de nuestras vidas: amor, dolor, dulzura.
Siendo el lenguaje humano el sitio del encuentro obligado para perpetuarnos como especie, cada uno de nosotros se manifiesta en particularidades un tanto más específicas: la lengua y el habla…hasta las maneras idiomáticas y dialectales que nos marcan en tanto usuarios de una parcela de la realidad cultural de un pueblo.
“El habla”, dice Heidegger “no es sólo un instrumento que el hombre posee entre otros muchos, sino que es lo primero en garantizar la posibilidad de estar en medio de la publicidad de los entes. Sólo hay mundo donde hay habla, es decir, el círculo siempre cambiante de decisión y obra, de acción y responsabilidad, pero también de capricho y alboroto, de caída y extravío. Sólo donde rige el mundo hay historia. El habla es un bien en un sentido más original. Esto quiere decir que es bueno para garantizar que el hombre pueda ser histórico. El habla no es un instrumento disponible, sino aquel acontecimiento que dispone la más alta posibilidad de ser hombre.”
Así las cosas cada uno de nosotros, al utilizar en su cotidianidad las manifestaciones del lenguaje, está posesionado de una realidad simbólica con la que continúa creando sobre un discurso infinito.
Desde hace siglos hemos sabido que todos los textos antiguos han hecho referencia al lenguaje como iniciador de la vida. Desde El libro de los muertos egipcio, el Chilam Balam, de los maya, hasta la Biblia, indican al “verbo” como instrumento de creación, iniciador de la corriente de la vida. A través del lenguaje el hombre se hizo tal y se reconoció en su ser. De esta manera no podemos más que afirmar que los seres humanos somos esencialmente seres que vivimos en el lenguaje. Somos seres lingüísticos. Lo que somos y seremos está circunscrito a la esencia, a la ontología del lenguaje. Lenguaje es certidumbre de ser.
En este sentido se entiende entonces que la realidad del lenguaje es el hombre mismo. De ello se desprende la coherencia entre pensar, hablar y hacer como esencias que determinan el estado ético (ethos). Lenguaje es en esencia acción que determina la existencia del pensamiento y de la realidad misma. Esta existe a través del lenguaje y también en cuanto tal. El devenir del lenguaje está íntimamente vinculado a la naturaleza humana. De ello podemos entender que los actos de habla son manifestaciones de una misma y única esencia que se encuentra en la intimidad misma del ser. Hablamos porque tenemos necesidad de existir, manifestar nuestro “interés de vida”. Esa es la intencionalidad que está presente en todo acto comunicativo.
Más allá del desencadenamiento de la secuencia discursiva está presente siempre el sentido subversivo del lenguaje. Este es por naturaleza una realidad cambiante, transformadora y reveladora de estados de existencia múltiples. La sola enunciación de una secuencia grafemática desencadena una riqueza energética que causa una reacción en quien la recibe. De allí que las palabras “golpean”, estremecen nuestro ser hasta cambiarnos, transformarnos. La posibilidad de perpetuar ese estremecimiento inicial depende del individuo y sus palabras.
Hablar entonces es una experiencia siempre única y cambiante. Previo a su decodificación, a su traducción semántica se encuentra el estado del disfrute, el goce de enunciar, de sentir cómo las palabras emergen del fondo de nuestro ser como incandescencias que nutren y muestran lo que somos: una infinita inaccesibilidad, esencias libres que jamás podrán ser aprisionadas. Puede el hombre en lo individual ser apresado, encerrado; su ser, su esencia primigenia como realidad lingüística será siempre inaprehensible. Y esto es mejor que sea así, de lo contrario caeríamos en la fatalidad, en el extravío existencial que preludia la desaparición del ser.
No olvidemos que existimos porque fuimos nombrados, categorizados como especie que pudo, a través del lenguaje, traspasar la barrera de la elementalidad y construir, a partir de la ideación, aspiraciones de vida, utopías señaladas por el lenguaje.
En estos tiempos terribles, sólo el lenguaje nos proporciona la certidumbre de una existencia más allá de lo doméstico, donde la sencillez de la vida se comparte entre los escasos seres que aún, después de siglos y edades, continúan compartiendo entre diálogos y monólogos, ese sabor y saber de pronunciar la realidad de una encantadora palabra.

Hablamos porque tenemos necesidad de nombrarnos, de afirmar nuestra libertad y declarar al mundo nuestro absoluto derecho a existir. Entendemos entonces que somos seres que existimos por el lenguaje en tanto seres comunitarios. Individuos que nacemos y nos relacionamos a partir de una vida en comunidad. De allí que lo que entendemos como proceso comunicativo sea una consecuencia directa de nuestra acción como seres que existimos en comunidad. Comunidad y comunicación son no sólo términos similares (del latín communitas=comunidad), más bien esencias que caracterizan a los seres humanos que existen en el lenguaje. Por ello el lenguaje posee una condición ontológica en el devenir del hombre histórico.
Hombre que inaugura su acción en la existencia de potencialidades de realización en un conglomerado social que por esencia natural, lo determina como individuo hecho para vivir en libertad.
Sin embargo, y así lo consideramos, la libertad no es un fenómeno social, es condición inherente a la naturaleza humana. Su manifestación, su certeza está en la capacidad de todo ser humano para apropiarse de un lenguaje que exprese esa libertad. Así, el tamaño del mundo será proporcional a la capacidad idiomática que un hombre tenga para expresarlo. De igual manera, el tamaño y características de la libertad que posee un hombre, estarán directamente vinculadas con la capacidad para ennoblecer su lenguaje.
Lenguaje y libertad están indisolublemente unidos por la lectura que del mundo y de la vida tenga un hombre.
Acá no nos estamos refiriendo a la lectura de un libro específico, más bien a la lectura del mundo, del entorno donde un hombre se manifieste. Saber leer implica descifrar la simbología del mundo: percibir la palabra revelada en metáforas que la vida misma nos entrega. Los libros son registros que alguien, después de haber experimentado la vida, deja constancia de ella. Por ello resulta ahora de singular importancia y trascendencia, que más de un millón cuatrocientos mil venezolanos se han incorporado a la extraordinaria experiencia de la lectura y la escritura. Esos potenciales lectores deben incorporarse inmediatamente a los procesos de lectura y escritura, para que ingresen a la plenitud de la historia escrita de nuestra cultura nacional. Son lectores que están capacitados para abordar el acto de lectura desde una óptica de lector independiente o fluente. Con ello podrá acceder rápidamente a la defensa de su territorio, tanto físico como intelectual e incluso, espiritual. Hombres y mujeres que se empoderan de su destino. La lectura les potencia aún más su certeza de existir en libertad. Libertad que a su vez le exige actuar con plena conciencia y responsabilidad, como ser individual y comunitario.
No quisiéramos entrar a analizar de manera técnica los procesos por los cuales se asume que determinada persona sea considera un lector independiente. Baste decir, en todo caso, que existen dos procesos, en los análisis de lectura, que se deben atender. El eferente, por medio del cual se aborda de manera lógica, coherente y discursiva la obra de arte: el libro. Es un proceso de acercamiento analítico, por secuencias inferenciales y de hipótesis que reafirman o cambian nuestros pre-juicios sobre un libro. El otro es el estético; la plenitud que colma la lectura de un texto que ya no nos permitirá ser iguales. Esa intensidad de la lectura que nos despoja de toda atadura cotidiana y nos devuelve a la libertad. Libertad ontológica manifiesta por el lenguaje y por nuestra capacidad para trascendernos como individuos socialmente inmersos dentro de la complejidad de la vida.
Sin lenguaje quedamos en el extravío, relegados al silencio de la duda existencial, “Toda forma de conferir sentido”,-dice Echeverría, “toda forma de comprensión o de entendimiento pertenece al dominio del lenguaje.”. Por lo tanto, continúa indicando Echeverría, “el lenguaje no es una capacidad individual, sino un rasgo evolutivo que, basándose en condiciones biológicas específicas, surge de la interacción social.”
El primer texto que todo hombre lee está referido al inmenso libro que es la vida. De esa manera, cuando nos acercamos al discurso escrito que subyace en un libro, lo decodificamos a partir de nuestras experiencias de lecturas anteriores. Por ello hacemos constantemente, mientras estamos leyendo, sucesivos acercamientos al libro, a su concepción que tenemos del mundo, hasta alcanzar una múltiple significación. De esta manera el libro es siempre una realidad Única, en tanto ha sido la experiencia señalada por un Alguien denominado escritor. Pero también es una realidad Múltiple, en tanto es internalizado en sus experiencias por un Otro que denominamos lector. De ello resulta la re-escritura permanente del libro.
Cierta vez, mientras dictaba un curso sobre Literatura Latinoamericana, una de mis alumnas, una señora de cerca de setenta años y maestra de escuela, después de haber estado analizando Cien años de Soledad, de García Márquez, me confesó que ella hacía cerca de 15 años que lo había leído, y ahora, mientras de nuevo lo releía, de repente se acordó que la primera vez que lo hizo fue mientras su madre estaba hospitalizada. Rápidamente recordó la parte que leía para ese entonces; era el pueblo y las matas de plátanos. Intentó volver a leer ese pasaje y encontrar esas matas pero cuando llegó a la lectura…las matas de plátanos habían cambiado. Eran otras. También su madre había muerto.
Siempre nuestra lectura de un libro cambia como cambia nuestra lectura del mundo y de la vida. Por eso es tan necesario la vuelta constante al silencio reflexivo que tanto el libro como la vida nos proporcionan. En su aparte sobre la Historia del Silencio, de su libro La Metáfora y lo Sagrado, Murena afirma que “la palabra portadora de misterio demanda una lectura lenta, que se interrumpe para meditar, tratar de absorber lo inconmensurable: pide relectura. Arquetipo son las escrituras de las religiones, que invocan el fin de sí mismas, la restitución del secreto fundamental. Arquetipo, también, las grandes obras de la literatura, aquellas cuya esencia es poética, pues la metáfora, con su multivocidad, pluralidad de sentidos, dice que está procurando decir lo indecible, el silencio.”
La lectura es renovación constante de nuestras experiencias como seres humanos. En su proceso existe una acción permanente del pensamiento y los sentidos en procura de la comprensión lógica de los acontecimientos que se suceden. Esa comprensión lógica, esa manera de actuar reflexivamente es condición indispensable para acceder al sentimiento y la acción de la libertad. Por ello no es ninguna garantía saber que una constitución, leyes orgánicas, leyes, normativos, reglamentos y procedimientos nos señalan hasta dónde un Estado nos fija los límites de nuestra libertad, mientras desconocemos el mundo y estamos relegados a un lenguaje de sobrevivencia. Se es libre porque se accede a un lenguaje que nombra el mundo y determina en nosotros la condición humana de existir. La sociedad donde nos desarrollemos, sus maneras de expresión institucionales, como la iglesia, la educación y las pautas que regulan, a través de un contrato social, nuestras relaciones, sistematizan la consciencia objetiva en todo hombre para considerarse ciudadano que vive en y para la libertad.
Finalmente es menester indicar que todo acto comunicativo tiene un interés, una razón político-ideológica y filosófica, razón por la que el hacer discursivo del hombre trasciende entre una comunicación estratégica, perlocutiva, y una aspiración de comunicación ético-argumentativa Y es allí, precisamente, en la comunicación ético-argumentaiva donde el hombre y la mujer venezolanos tienen que establecer, en el trabajo diario y la discusión crítica y compartida, las nuevas maneras de relaciones para potenciar su libertad.
Quisiera hacer un señalamiento final. El hombre no es sólo un ser político. Es fundamentalmente un ser poético, un individuo que a través de su primer habla, la poesía, fue capaz de estructurar un mundo y perpetuar así, a través de la palabra poética, que es esencialmente profética, la mirada eterna e infinita que nos determina como seres que existimos para vivir en libertad.

miércoles, junio 21, 2006

DELFOS



Nosotros que partimos para esta
peregrinación miramos las estatuas
quebradas, nos olvidamos de nosotros
y dijimos que no se pierde la vida tan fácilmente
Yorgos Seferis.






Cerca del Parnaso, donde moran las musas, en el monte de Fócida, Delfos se abre como un inmenso santuario místico dedicado a la memoria de Apolo, el rectilíneo dios a quien la Pitia, la gran sacerdotisa griega, dedicaba sus oráculos. De Pitia deriva el término Pitón, serpiente o demone que trae el saber desde su hendidura debajo del trípode donde la sacerdotisa meditaba y entraba en trance. Para llegar al lugar se accede pasando por una serie de lugares de amplios y majestuosos pinos, también por el estrecho de Corinto que aún, después de tantos siglos, conserva su imponente estructura por donde las naves transitan en su silencioso andar. Desde arriba los barcos se aprecian como diminutas presencias que lentamente pasan, enlazadas a las gabarras que las llevan amarradas a sus proas. El santuario délfico conserva todavía la extraña emoción de haber sido visitado por dioses, héroes y reyes. También por las sacerdotisas, los poetas y los amantes. Quizá también por algún pastor o un extranjero. Ahora los instrumentos, los utensilios usados alguna vez para predecir el futuro, otorgar saber y humildad, se conservan en el museo del lugar como reliquias de un asombroso pasado. Delfos todavía es una de las ventanas místicas por donde se accede al universo de lo inmaterial. Desde esa ventana que aún huele a pinos y olivares, se aprecia la silente presencia de un mar lejano y profundo. Debajo de la hendidura donde se sentaba la sacerdotisa, el pitón dejaba fluir sus emanaciones que adormecían y preparaban el trance para que la pitonisa balbuceara palabras que eran interpretadas por los sacerdotes. Todavía se continúa este rito sagrado y quienes hemos conocido el lugar sabemos que allí mora la luz que viene desde el Oriente para iluminar a quienes, como iniciados en el sendero del ars poética y el apocalipsis (revelación) viajamos un día para conocer los senderos de un sitio de presagios, donde la divinidad se aprecia en la quietud de los envejecidos pinos, olivares y el exquisito sabor de la vid que mantiene intacta su heredad como fruta incomparablemente ácida y a la vez dulcísima, sin semillas y de piel casi transparente. En su reposo, el museo conserva los vestigios de lo que alguna vez fue Delfos. El Fénix a la entrada del sitio, mantiene sus alas en reposo, esperando el momento para desplegarlas. A la izquierda se encuentra una sala semicircular. Una semi luz deja apenas ver la figura de tamaño natural que está al medio de la sala. Una verdosa imagen de un mancebo que en su quietud espera a su anhelado amo. Es el famoso Auriga o Carretero. Tallado en bronce. De impresionantes rasgos, su mirada reposada y serena deja entrever la majestad de quien alguna vez fue en lo humano el preferido de un noble. Pudo ser Anasilao o Cratístenes o Baltos o Polyzelos. Tampoco su tallador ha sido conocido, pero sabemos por algunos detalles, sobre todo el de sus venas en el cuello, que pudo ser Pitágoras, el maestro de Samos, quien esculpió al mancebo, tan semejante a Dios y a todo aquello que refleje la trascendencia y lo divino. Lo que resta de esa imagen, después de haberla apreciado y observado durante más de tres horas, es una infinita voz que en el fondo de mi alma se ha quedado oculta y que en las altas madrugadas deja salir desde su silente hendidura, la palabra sagrada que aún me anima a vivir, a amar y a esperar el nacimiento a la otra vida, esa cercanía a la voz antigua del hombre, tan humana, tan colmada de fe, esperanza y amor.

ENTRE LA LOCURA Y LA CORDURA




Se dice que entre los antiguos helenos la locura era vista como cosa sagrada y tenido a quien la padecía como cercano a los mismos dioses. Se pensaba que quizá era así porque quien la padecía había realizado demasiados negocios y esto le había restado tiempo valioso para cultivar su ocio. Ocio era el tiempo para el reposo del alma y para entrar también en el tiempo de la labor del intelecto. Contrario a esto estaba el negocio (neg-ocio) estado según el cual el hombre entraba en conflicto con su entorno y semejantes, creando dificultades en su hacer.
Por eso, cuando en la antigua Hélade alguien enloquecía, se encontraba en una especie de estado intermedio, entre el ocio y el negocio. Quizá haya sido esta antigua manera de entender la vida lo que impulsó a Alonso Quijano a devenir en semejante figura alada, seca y afantasmada, conocida universalmente como Don Quijote de la Mancha. De tanto negocio que realizó en su vida, muy semejante a la del Otro, “personaje” dentro de su propia historia, Miguel de Cervantes Saavedra, quien reiteradamente vagó por las campiñas de Europa hasta el norte de África, en variados y contradictorios negocios que le fueron secando el alma y le llenó de privaciones; esta segunda proyección de su desboblamiento (Alonso Quijano) es la cuasi realidad de un estado mental que ciertamente parecería de locura, pero que en nuestro mundo, cada vez parece más verosimil y por tanto, aceptado y compartido. Es ese estado cuando penetramos un tiempo-espacio donde todo es posible, creíble y por tanto, realizable. Es el “yllo témpore”. Tiempo y lugar donde tenemos la posibilidad de ser eternos y estar, por tanto, capacitados para desarrollar la capacidad de “vitalidad” para potenciar (de potens) nuestras particulares historias. Ese el tiempo que en lo humano desarrollan de manera natural los niños y que los adultos mayores, perciben en sus momentos de insomnio y duermevela. Por eso para nosotros es tan cercana la figura triste, sea del Manco de Lepanto sea del mismo Don Quijote. Durante generaciones ha existido una especie de íntima fraternidad, de secreto compartido que se hace familiaridad y deviene en hermandad afectiva entre Don Quijote y nosotros. En la narración existe una exterior y superficial justificación para acceder al estado de la locura, entre otras razones, por el agotamiento en los negocios que atiende Quijano, su edad que ya supera los 50 años, los tiempos de insomnio, quizá ese celibato enmascarado y hasta la ingesta de granos. Para eso Quijano manda traer a su cuarto de convalescencia hasta al mismísimo barbero, quien le atiende en todo cuanto le acontece. Sépase que hasta muy entrado el siglo XVIII, los barberos no sólo tenían bajo su responsabilidad la labor de afeitar, cabello y barba, sino también el de efectuar sangrados, como se evidencia en documentos de la época, en la Venezuela de mediados del siglo XVIII. Dice un barbero que reclama aumento de salario: ”la rasura del Colegio Seminario en cuia virtud, y en la de no ser de menor consideración el trabajo del suplicante, pues no sólo se reduce al de afeitar y pelar sino también al de sangrar, sacar muelas, sajar, rebentar apostemas, habrir bejigatorios y hacer todo lo demás anexo a su oficio.” Por eso Alonso Quijano tenía a su barbero quien le servía en todo lo que era la sanidad del cuerpo. Pero nos interesa más a nosotros la aparente locura del caballero de alada figura y hasta dónde resulta cierta la razón que nos dicen de su enajenación. Locura incierta y posiblemente más un estado de vivencia de atemporalidad donde se accede a la múltiple realidad. ¿Habría llegado Cervantes-Quijano-Don Quijote antes que nosotros a experimentar eso llamado hoy “realidad virtual”?. Sea cierto o no, la verdad real es que seguimos apegados a ese caballero alado, quien constató en su propio andar la experiencia de unos caminos por donde todos ahora transitamos, sin mucho ruido pero con mucha certeza de eso posible y creíble: “la utopía realizada.”

LA SERENÍSIMA


Desde el campanario de la torre que está en la isla del monasterio de San Giorgio Maggiore, desde 1951 sede del Instituto Cini, la ciudad parece una gigantesca escenografía. El Palacio Ducal se ve inmenso y más inmenso es su interior al presenciar las gigantescas pinturas del Tintoretto, como el Paraíso. Saber que desde sus innumerables estancias, todas decoradas con frescos, retablos y pinturas renacentistas, discurría la dinámica de la vida cultivada con la más exquisita y refinada vocación por la belleza y sus encantos. Allí los antiguos dux (jefes) desempeñaban las funciones públicas en nombre de las diez familias más ricas de la ciudad, quienes estamparon sus nombres en el libro de oro de la naciente urbe del renacimiento. La ciudad se fundó hace más de mil años y desde entonces el sol enrojecido del atardecer, no ha cesado de distinguir esta obra humana erigida al silencio, a la contemplación y al amor.

De la República Serenísima de Venecia recuerdo sus estrechas y laberínticas calles, recodos, puentes, plazas, plazoletas y sótanos donde yacen las sombras de antiguos seres que día tras día lograron establecer un sitio para vivir, entre la tierra firme y el Adriático, huyendo de persecuciones y enfrentamientos. Allí, justo en la laguna (o lacuna) ese sitio de nadie o de nada, los obstinados hombres junto con el resto de sus familias fueron uniendo los tres grandes islotes arenosos de Iesolo, Torcello y Malamacco, para ir tendiendo cientos de puentes con otros más pequeños hasta reunir cerca de 181 islotes y fundar la República en la inmensa laguna. En sus días de esplendor y gloria logró dominar las aguas de la mar hasta más allá del horizonte. Tuvo Venecia más de 400 mil almas. Hoy sólo quedan apenas cerca de 40 mil. Viejos la mayoría de ellos pero llenos de esplendor, felicidad y oropel. Los venecianos no suelen salir siempre de sus casas. Sólo después del atardecer y cuando ya los miles de turistas dejan las calles vacías, los venecianos comienzan su casi obligada ronda al legendario teatro La Fenice, no tanto para presenciar la puesta en escena de algún clásico de Pirandello, sino para lucir sus encantos. Las mujeres se cubren de sedas, oro y exquisitas fragancias mientras miran distraídamente sabiendo que las observan. Recuerdo a Venecia como el sitio donde transitaron seres arquetípicos, como Casanova, el maestro Tiziano, Palladio, Rousseau, Borges, Carpaccio, Veronese, Thomas Mann, Proust, Hemingway, lleno de vino tinto y crónicas, Vivaldi, Monet. Todos pasearon su silencio por la plaza de San Marco y se santiguaron frente a la basílica y admiraron los elegantes caballos de su fachada y elevaron sus miradas para ver el Campanille y la Torre del Reloj y seguramente tomaron un digestivo en el elegante Café Procope. De Muerte en Venecia recuerdo la vez que presencié una proyección pública, de nombre homónimo, en una de las tantas plazas de la ciudad. Sobre una vieja pared se proyectaba la esplendorosa cinta de Lucchino Visconti. Mientras transcurría la película yo iba introduciéndome en los personajes y la ciudad; la historia del famoso maestro, Aschenbach, que viaja al Lido de Venecia, ya anciano, y se encuentra con el joven Tidzio, suerte de erótico Adonis de quien se enamora hasta fallecer mientras la hermosa figura masculina del joven, metido en el mar, voltea su rostro y fulmina con su mirada al maestro quien en la orilla se desvanece. Desde la torre del campanario, a lo lejos, se perciben hacia la derecha otras pequeñas islas, como Burano y Murano, esta última sitio donde el soplado del vidrio trasluce la mirada citadina que pareciera quebrarse de tanta fragilidad. Así mira Venecia. También está la isla cementerio de San Michele. Amurallada y mostrando apenas los copos de los olorosos cipreses. Allí mi mirada se posó sobre la tumba de Ezra Pound. Sólo las sombras lo visitan. Su tumba en verde está oculta entre altas hierbas y despojos de medias cruces y alas de ángeles marmolizados. También está Stravisnky en un silencio de armónicos matices. Recé en la lejanía mientras las campanas anunciaban el mediodía.La Serenísima está cruzada por centenares de grandes y pequeños puentes, como El Rialto, sobre el Gran Canal, o como el Puente de Los Suspiros, detrás del Palacio Ducal. Por donde lanzaban a los ladrones y criminales, permitiéndoles un último suspiro antes de lanzarlos atados al canal. O también el amoroso Ponte dell’Umiltá, discreto y blanquísimo, como casi toda la arquitectura citadina, llena de esa piedra de istria. Hacia la izquierda mi mirada busca la fachada de la Universidad de Venecia. No la identifico ni tampoco supe de mi amigo argentino René Lenarduzzi, quien se vino acá para ser lector de español en la antigua academia. Sólo el comedor aún conserva el olor del aceite refinado de la oliva y las aromáticas hierbas de la cocina veneciana.

Venecia y los venecianos están unidos al mar desde su fundación cuando el dux celebraba la unión de los ciudadanos con el mar y en señal de agradecimiento por su ascensión, lanzaba un anillo de oro al Gran Canal; los habitantes realizan sus fiestas mayores en las aguas de la laguna. Allí lanzan fuegos artificiales, pasean sus negras y adornadas góndolas mientras toda la ciudad es un festín, entre una semiluz que se refleja en las aguas y las miradas de mujeres bellas que muestran su dulzura desde ventanas y balcones.Es la ciudad del peregrinaje para los artistas, para los amantes y para los silenciosos. Pero también la Serenísima está llegando a su fin. Los venecianos la abandonan lentamente, como imperceptiblemente se oculta bajo las aguas de la laguna. Ahí quedarán las bellas iglesias, conventos, monasterios y prostíbulos, junto con el mercado, las fondas, trattorías, pizzerías, tavolas caldas, y la mirada distraída de sus habitantes, quienes fueron dueños de un pasado de esplendor y lujo, libres mercaderes y apasionados amantes. Pasaron por la administración del dominio austríaco y la invasión de Napoleón, en 1797, quien destituye al último dux, Ludovico Manin, hasta que el reino de Italia se la anexa, en 1866. Pero los hijos de la Serenísima antes de ser italianos son venecianos y así lo declaran una y otra vez. Sólo la pizza parece haberlos dominado. Hoy Venecia está plagada de locandas y pequeños centros donde se ofrece todo tipo de pizza. Triste destino éste de la Serenísima: descender lentamente al fondo de la laguna impregnada de pizza y murmullos de turistas.

martes, junio 20, 2006

AROMAS DE EGIPTO
















Le pregunté al sheij Abd Rabbih al-Taih:
-¿Cuándo se arreglará la situación del país?
A lo que respondió: -Cuando su gente crea
que el resultado de la cobardía es peor que
el de la integridad.
Naguib Mahfuz. Ecos de Egipto.



En la introducción que realiza Nidine Gordimer al libro Ecos de Egipto, del premio Nobel de literatura 1988 Naguib Mahfuz, indica una serie de características a la obra de este extraordinario narrador de la cultura islámica. Sin embargo, confieso que por algunos años desistí de leerlo hasta poder encontrar el momento de reposo, quizá de cierto hastío, para entender cómo este autor logra introducir un tiempo único que le permite re-construir una memoria a partir de pedazos de historias. Aunque pudo haber estado influenciado por Proust, Mahfuz establece otro concepto del tiempo en la medida que entrelaza en sus historias la vida cotidiana de la gente, del barrio, de El Cairo y sus laberínticas calles. Existe en su obra toda una simbología donde la mujer, el amor, la libertad, la tolerancia, la religión, la belleza, el placer y el dolor y también la preocupación por lo político, se entrelazan en la cortedad de una narrativa que deslumbra por la búsqueda de conocimiento, de sabiduría. No es casual que su Trilogía de El Cairo esté fuertemente penetrada por la visión del sufismo, además de un fuerte lazo social que hace de sus personajes, como Mahyub, individuos que se adhieren a realidades cambiantes. Mahyud es parte de ese mundo de pobreza casi extrema y que está dispuesto a todo con tal de no regresar más a ese mundo de anonimato y soledad. De ello deviene la tendencia en la construcción de personajes paralelos a los santos de este sendero místico, como el sheij Abd Rabbih al-Taih o Muzaffer, de Estambul. Por tanto, esa sensación de errancia, de un siempre partir, de un desapego por lo mundano impregnen la obra y también la vida de este singular autor. Mahfuz no intenta dar una visión nueva o diferente de la cotidianidad islámica, de ese casi oculto mundo que tiene por principio resguardar la intimidad familiar de la sociedad en el mundo que protege Alah. Describe por el contrario, la vida tal como ella es: la sujeción de la mujer a la protección del hombre, la presencia de la religión en todos y cada uno de los momentos más significativos en la vida del hombre islámico. Quizá por ello Mahfuz fue víctima de un atentado que casi le cuesta la vida.
Ante la pregunta de “¿cuándo se arreglará la situación del país?” el sheij (sacerdote) Adb Rabbih al-Taih contesta de una manera deslumbrante y demoledora: “-Cuando su gente crea que el resultado de la cobardía es peor que el de la integridad”. Esta respuesta es suficientemente ilustrativa para identificar una serie de incidentes referidos al mundo político de muchas sociedades. En primer término, nos dice del compromiso que mantiene el intelectual, visto el espacio político entrelazado al entorno social, moral, ético, educativo y religioso, incluso. Es que siempre la visión de lo político y la política que tiene un intelectual es más cultural que histórica. Es más trascendente. Por lo tanto, más permanente en tanto es cambiante para adecuarse a las transformaciones de toda comunidad. Pareciera esto una contradicción o tal vez un acertijo. Sin embargo, un “político” es sólo eso: politikon. Carece, en la generalidad de los casos, de integridad porque su razón de vida es de naturaleza instrumental. Por su parte, el escritor mantiene una razón de existencia basada en una naturaleza ético-estética de todo su entorno. Es un ser integral e integrado a un destino superior que viene señalado por su presencia como ser comprometido éticamente con su comunidad.
Cobardía es aquí expresada como resultado de una ausencia de responsabilidad para asumir su protagonismo y construir su destino como pueblo y nación. Lastimosamente mientras la dirigencia y el liderazgo políticos no asuman su compromiso cultural y se integren a la construcción de un destino superior, no será posible “arreglar” nada de lo colectivo. Las obras de los escritores están siempre marcadas por un sentido ético de aquello que es común a todos. Ello viene presentado en metáforas que ocultan la verdad porque es precisamente la manera estética de presentarla, de lo contrario sería panfletaria. Otras obras de este autor, no menos importantes son: El callejón de los milagros, Miramar, Amor bajo la lluvia, entre otros. Casi en toda sus obras se percibe esa sensación de describir los detalles de la vida en las calles, en el café con los amigos. Descripciones tan nítidas que el lector siente que participa de un diálogo inconcluso.
Naguib Mahfuz es un ejemplo de obra comprometida con una realidad sociopolítica y religiosa de cambio. En nuestra sociedad autores como Bello, Picón Salas, Ramos Sucre, Gerbasi, son, desde esta óptica, más trascendentes que Bolívar, Sucre o Páez. Es sólo cuestión de tiempo para que aparezcan quienes levantarán estatuas y bronces a los verdaderos héroes de la cultura: los poetas, escritores, sabios, científicos y maestros. Mil veces mejores que mil guerreros que han llenado la historia de sangre y barbarie.

ASÍS



Situada al pie del monte Subasio, donde el santo de los pobres, los humildes y los poetas realizaba sus caminatas al alba, Asís se levanta como un pequeño pesebre adornado por los sauces, torres y campanarios de las tantas iglesias que allí persisten. El pueblo no tiene más de tres calles principales por donde transitan los casi cinco millones de turistas que cada año llegan a este santuario de la cristiandad y cuna del mundo franciscano por la gracia del “frate sole”. Asís es apenas un punto lejano adherido al Subasio. Siglos antes, Francisco Bernardino, el muchacho más conocido del pueblo, transitaba por las empedradas callejuelas mientras se preparaba para la defensa de la comuna cuando el pueblo se enfrentaba a su enemigo de siglos, la ciudad de Perusa. Desde esa lejana ciudad vi muchas veces el extenso y hermoso valle que es la Umbría, el corazón verde de Italia. Francisco también conoció Perusa, pero forzado por las circunstancias de la guerra, cuando debió permanecer un año prisionero. Declarada en el 2000 Patrimonio cultural de la Humanidad por la Unesco, Asís no pierde nunca su sentido primario como centro espiritual y también como uno de los tantos pueblos del mundo donde el hombre aún puede mirar a su semejante y sentir una leve cercanía que lo hermana con su voz primaria: el sentimiento de saberse algo más que hombre. Quizá sea por el gesto del santo cuando logró calmar al lobo, allá en la entraña del Subasio, mientras le habló y éste le respondió con su tierno y humilde sentimiento amoroso. También pueda ser por la belleza de alma que fue Clara, la primera discípula del santo-poeta. Ella tiene también su iglesia y allí están sus restos. Cada uno tiene su singular presencia y todavía existen en boca de sus paisanos, en los bares, en el mercado, en las silentes torres ruinosas que se divisan en lo alto. Muchas veces visité este pueblo. Iba en la semana. Evitaba ir un sábado o domingo. Buscaba en la iglesia de Francisco, los frescos del Giotto. También al Cimabué. Grandes obras del arte tan majestuosas como el silencio del Subasio. Sé que en Asís aún persiste esa quietud en el ambiente. En el pueblo del poeta y santo conocí a Anzio y Marisa, ambos asisianos y con una larga historia de amor, ternura y privaciones económicas. Tantas, que Anzio debió ampararse en sus paisanos cuando se le quemó su taller de carpintería. Gracias a la colaboración de medio pueblo pudo salir adelante. Se dedicó a visitar, por cuanto pueblito cercano hubiese, iglesias y viejas casas para comprar puertas, ventanas, muebles, bases de espejos, santos, vírgenes e imágenes diversas. Las restauraba en su taller para luego venderlas a los turistas que continuamente deambulan por Asís. Pueblo silente es éste. Anzio sólo atinaba a visitar casas viejas, antiguos palacios, palacetes y ruinosos conventos. De cada viaje traía sus cachivaches y también tantas historias. Románticas unas, otras tristes y marcadas por el remate de los muebles. El polvillo de las envejecidas maderas fue lentamente cerrando sus pulmones y cierto día, leí en una carta que escribió Marisa, que Anzio había muerto. En Asís, cercano al poeta, el restaurador de muebles duerme entrelazado a las viejas maderas que una vez fueron sillas, ventanas y puertas y que volvieron a renacer por la mano de este ser tan semejante al alba que fue Anzio.

NOTACIONES SOBRE ÉTICA COMUNICATIVA Y CRISIS DE LA RAZÓN



El habla es una imagen
de la mente; y la mente es
una imagen de Dios.
Hermes Trismegistos. Corpus Hermeticum.


En griego el vocablo logos significa palabra, también proporción, en sentido matemático, lenguaje, pero también significa razón. De ahí que el lenguaje sea siempre uno y su manera de manifestarse sea a través de los cientos de miles de lenguas o idiomas, como también que la razón sea siempre una y se exprese en millones de naturalezas humanas que tienen la facultad para reflejar en sus reflexiones la imagen de una instancia suprahumana, que denominamos Dios.


Indicamos esto en tanto se ha estado especulando en los últimos años sobre la muerte de la Historia, como lo plantea Fukuyama, y con ello la tendencia al rechazo de la Razón. Pero si esto es así, podríamos señalar que posiblemente sea un tipo de razón y no la Razón en sí. Sobre esto, podemos ir estructurando nuestro discurso hacia una manera de ver y entender un tipo de Razón que denominaremos Razón Instrumental, utilizando las reflexiones que en su momento hiciera el filósofo alemán Max Hörheimer, fundador del grupo del Instituto de Estudios Sociales, de la Universidad de Francfort, quien entre 1925-30, desarrolló, junto con otros pensadores, como Benjamín, Fromm, Marcuse, Adorno, la denominada Teoría Crítica, que se opone a la concepción del positivismo, donde la Razón está supeditada al control que el Estado ejerce sobre el individuo, para estructurarle su libertad, visto como objeto de uso y no como sujeto histórico. Así, la manera como ha sido planteada la Razón como facultad del ser humano para generar una existencia plena, libre y armónica, está determinada por la capacidad que tiene el individuo para interpretar lo fenoménico de las cosas y la naturaleza del Estado, como ente teleológico capaz de transformarse continuamente.


Diremos que la hermenéutica de la Razón, tal como ella es vista en la práctica del sujeto histórico, ofrece una interpretación equívoca donde subyace una tendencia a la visión del hombre como objeto de uso. He aquí entonces el desacierto fundamental que nos lleva a considerar lo epistémico de la Razón como falso argumento que desdibuja, desequilibra y fragmenta al hombre, dejándolo en una anomia existencial.

Afirmaremos por tanto que a este tipo de Razón, instrumental, le ocurre por fuerza de la misma dinámica histórica, una contradicción que deviene como consecuencia de una falsa concepción de su hacer. Lleva en su interior la tendencia a la crisis de una naturaleza de realización contraria al destino humano. Opuesta incluso a la tendencia de las culturas helénicas, opuesta al destino platónico del hombre de Estado en la sociedad autárquica y en fin, al Estado eudemónico, de la felicidad total y absoluta, defendida por Pitágoras, Aristóteles, entre otros pensadores y filósofos antiguos y modernos.


En la actualidad –nos dice Nietzsche, poseemos ciencia exactamente en la medida en que nos hemos decidido a aceptar el testimonio de los sentidos, en la medida en que aprendimos a aguzarlos más y a armarlos, y a pensarlos hasta el final. Así como es imposible pensar el mundo fuera del lenguaje, del mismo modo, y aceptando la definición griega sobre el logos, no podemos concebir el mundo y lo que en él habita sino a través de la razón. Y esta siempre será expresada por un cribar que se establece por la percepción de los sentidos. Por tanto, la razón como el lenguaje, siempre serán aproximaciones sucesivas hacia un objeto u experiencia que jamás podrán ser aprehendidas. De ahí que la realidad asida siempre será una eterna utopía, y con ello, también el hombre y su libertad. En ese sentido, toda construcción humana será siempre un paradigma que tendrá su valor en ese ángulo exacto.


Por tanto, es en ese instante, contado en segundos o años, donde una prueba de la ciencia podrá establecer sus principios, que jamás podrán ser absolutos. También en el hecho sociopolítico, la posibilidad de establecer estructuras fijas será sólo factible en la medida que el individuo sea capaz de establecer relaciones con el Estado, donde éste sea un reflejo de su lógica de vida.


Cuando el Estado asume su dinámica sobre la concepción de la Razón instrumental, adviene un lenguaje y unas relaciones de comunicación (no olvidemos que el vocablo comunicación refiere al latín communicatio, de comunidad y su relación con communitas, de ahí su comunión) que suprimen al hombre a una visión parcelada, mecanicista, donde éste es sujeto del acontecer histórico. La relación en su ontología del lenguaje viene alterada y con ello la razón misma de pensar para actuar. Como individuo enajenado del mundo no le será posible integrar un modelo de vida que le posibilite su acceso a la libertad ni individual ni colectiva. Se encuentra prisionero, relegado a una aporía, donde se cumple el destino del “Asno de Buridán”. Esa muerte por inercia es consecuencia tanto de una parálisis individual como del Estado mismo, que lo relega, lo entiende como objeto de uso. Sólo se utiliza de él su estructura como vehículo que cuenta para el interés del Estado. El acto comunicativo establecido por el Estado para darle existencia, sólo se advierte por la enunciación perlocutiva, aquello que produce efecto en la manifestación del discurso y no por el sentido ético-estético de la razón comunicativa.

Sin embargo, cuando hablamos de crisis de la Razón tendremos que entender la posibilidad del acontecer de un acrisolar la razón, depurarla, para acceder a su nobleza, a lo que tiene de naturaleza absoluta en su capacidad para estructurar una hermenéutica donde el hombre sea sujeto que establece relaciones con su Otro, desde la perspectiva de una libertad marcada por un sistema axiológico que determine en él una otra y real Razón de existencia.


Frente a la crisis de la Razón, ¿qué puede aportar la nueva Razón del discurso ético?. Develar el mundo en su operacionalización, en una constante construcción, tal como en su momento y de manera anagógica, el ilustre y poderoso hermano John Dewey lo planteó, como el construccionismo sobre valores, principios éticos, que permitan al hombre, como conciencia superior, devenir sujeto de su propio destino en tanto constructor de un modelo, de un arquetipo, de un paradigma que tenga en la razón el modo de vida de una sociedad desprovista de toda superstición y fanatismo.

Quienes aún permanecemos en la tradición del conocimiento místico, más que verla como razón simbólica, hemos de entenderla y tratarla como razón, conciencia operativa, para la trascendencia de un lenguaje que ennoblezca y nos hermane en el hacer y ser en lo Uno y Múltiple del fluir de nuestras infinitas existencias.

lunes, junio 19, 2006

SOY POR EL OTRO















Al mirarnos uno al otro, dos mundos distintos
se reflejan en nuestras pupilas.
Bajtín. Yo también soy.


Alguna vez leí que en ciertos pueblos del África cuando uno de sus miembros era sentenciado por una falta grave, le condenaban a la soledad y le hacían desaparecer progresivamente de entre la comunidad, utilizando un método eficaz, como era condenarlo al total aislamiento: nadie le dirigía la mirada ni la palabra. Así, el condenado se iba aislando gradualmente hasta que terminaba, o yéndose a otro lugar o volviéndose loco o suicidándose. Nadie le reconocía como igual. Pero todavía más, nadie le otorgaba sentido de existencia.

Esta era una manera bien elegante de desterrar, de sentenciar y condenar a quienes realizaban actos impropios contra los miembros de la comunidad.

Por su parte los romanos eran un poco más benévolos. A los traidores y corruptos les permitían participar en la vida social, sin embargo cuando se encontraban con éstos, les alargaban la mano para saludarles pero a la vez le volteaban la mirada, en señal de desprecio.

Esto que indicamos viene a colación en razón de una lectura sobre Mijaíl Bajtín (1895 – 1975), filósofo ruso del lenguaje, quien poco ha sido leído por las nuevas generaciones y menos aún en nuestra sociedad. Bajtín adelantó las reflexiones argumentativas que introducen en los estudios modernos sobre las ciencias del lenguaje, el sentido ético-estético sobre el cual somos capaces de existir, en la medida que somos reconocidos por el Otro, a través del lenguaje. Pero este reconocimiento de quien somos y lo que somos, viene dado a partir de la posibilidad cierta de que el Otro nos da existencia en la misma medida que es capaz de aceptarse como tal.

Bajtín afirma que “todo lo que se refiere a mi persona, comenzando por mi nombre, llega a mí por boca de otros (la madre), dentro de su tono emocional y volitivo. Al principio tomo consciencia de mí mismo a través de los otros: de ellos obtengo palabras, formas, tonalidad para la formación de una noción primordial acerca de mí mismo”.

Lo que somos como existencia se debe a la potencialidad del otro para reconocernos como seres humanos. No hay entonces posibilidad alguna de existir fuera del ámbito del otro. Nuestros actos, nuestras relaciones están marcadas por las huellas que el otro traza delante de nosotros. En esa paradoja del reconocimiento entra en juego la diferencia de vernos, no tanto iguales como distintos. Por lo tanto, existe desde el mismo momento del reconocimiento, un acercamiento desde el lenguaje que nos marca como esencialmente diferentes y por tanto naturalezas contrarias que se complementan en sus matices.

La mayor dimensión de nosotros la tiene precisamente el otro porque existe, tanto fuera de nosotros como al mismo tiempo dentro de nuestro ser. Así, una de las ideas de mayor relevancia en el pensamiento bajtiniano se refiere a la visión del acto del reconocimiento del otro a través del lenguaje como acontecimiento moral de una estética que nos define a partir del otro.

En estas ideas sobre el reconocimiento de nosotros por el otro, Bajtín propone una ética comunicativa a partir del aporte de una consciencia que se hace tal por el encuentro dialógico que asume consciencia de sí, merced a la aceptación de consciencias que existen y se reconocen en la búsqueda de verdades. Pues la verdad no existe ni se aloja en una sólo consciencia.

El aporte de este filósofo del lenguaje da sentido y permite la absoluta existencia y plenitud de vida, a las minorías étnicas, como las indígenas, tan relegadas por las comunidades de países que hasta hace pocos años se decían superiores.

Otro de los aportes del pensamiento bajtiniano se debe al sentido amoroso del acto comunicativo, a partir del reconocimiento de nosotros mismos a través de la palabra, como acto esencialmente amoroso y de plenitud trascendente. Por ello, Bajtín ve en la palabra, no tanto una construcción para comunicarnos como función básicamente de nutrición espiritual que da sentido a todo aquello que abordamos, como hecho de creación estética. Existe entonces en nuestras palabras una potencialidad de relación ético-estética que permite afirmar que todo acercamiento con el otro es un momento único e irrepetible: sucede una sola vez. Por eso todo acercamiento con el otro debe asumirse desde el ángulo de la más delicada atención donde la amorosidad de nuestras palabras posibiliten el desencadenamiento de un proceso dialógico que nos permita continuamente reconocer al otro mientras ese otro nos reconoce y da sentido a nuestra existencia, multiplicando al infinito nuestra esencia éticamente comunicativa.

EROTISMO Y RELIGIÓN


Garantíseme la castidad y continencia,
aunque no todavía.
San Agustín. Confesiones.

De joven, el libertino Agustín de Hipona (Egipto, 354-430 d. N.E.) no podía rehuir los deseos que le provocaba su amante por lo que decidió ingresar al naciente cristianismo. Fue luego un furibundo defensor del celibato y la pureza del cuerpo, que debía ser sometido a los mayores tormentos para ser purificado.

El cristianismo acentuó en sus primeros tiempos la persecución de los placeres del cuerpo como opuestos a la búsqueda de la santidad. Sin embargo, el mismo Jesús jamás negó estos placeres y por el contrario, sabía que entre sus seguidos más cercanos, Pedro, Simón, Felipe y su íntima compañera y primera discípula, María de Magdala (sacerdotisa de la secta) había una permanente y normal aceptación de la sexualidad y el erotismo como prácticas comunes, entre la sociedad judía.

La antigüedad siempre mantuvo una estrecha relación entre el cuerpo, como símbolo de placer y recipendiario del alma, y el éxtasis orgásmico, como vinculantes en las prácticas religiosas. Esto podemos verlo aún en las culturas orientales donde el erotismo, como símbolo de vida, es condición para un acercamiento con la divinidad a través de las prácticas religiosas. Jesús de Nazareth, en la tradición judía, no ocultaba la atracción que le producía estar en la presencia de la sacerdotisa María de Magdala, a quien miraba directamente a los ojos, aún siendo ella mujer casada y madre.

El erotismo es una de las experiencias del ser humano que más directamente lo vinculan al estado de éxtasis, tan cercano a la plenitud del alma, que directamente enlaza con la experiencia de la absoluta iluminación interior (Deus) entendida en las culturas grecorromanas, como brillantez o luminosidad. El estado erótico, más allá de las interpretaciones fisiológicas y psicológicas, establece una religión (de re-legare: volver a unir) entre el hombre y dios, a través de las sensaciones de la piel, como naturaleza que, lejos de ser impura o depravada, genera las condiciones naturales para acercarnos a la divinidad. Por ello, y aún cuando en el concilio de Nicea, el naciente cristianismo condenó a los obispos a jurar votos de castidad y celibato; pues en la intimidad de la vida cotidiana se siguió (y sigue) practicando la vida erótica de la sexualidad como uno de los dones naturales a los que tenemos derecho para practicarlo y disfrutarlo a plenitud. Sabemos que entre los papas romanos hubo más de uno que procreó y hasta tuvo amantes, como Alejandro VII, descendiente de los Borja valencianos, apellido italianizado e inmortalizado como Borgia. Dos hijos famosísimos, César y Lucrecia, configuraron por un tiempo, casi un siglo, el dominio de esta familia en la Roma vaticana del Renacimiento. Libertinos, sodomitas y altamente practicantes de la lujuria y el erotismo, pues al mismo tiempo cumplieron el papel de otorgar a la Iglesia católica el poder político necesario para implantar un modelo de vida sexual cerrado y casto. Contradicción que parece hoy una de las más graves hipocresías del modelo cultural europeo frente a las nuevas realidades del mundo abierto y más proclive a entender el erotismo y la sexualidad, como maneras naturales entre todos los seres humanos.

Quien desee saber cómo disfrutaban de su erotismo y sexualidad los antiguos descendientes de Jesús, puede leer el esplendoroso poema Cantar de los Cantares, en la Biblia, y sabrá del alto sentimiento erótico entre los amantes, quienes sin restricciones expresan su sexualidad y deseo orgásmico, como símbolo de placer entre quienes se sienten vivos y descendientes del más puro y noble propósito divino: dejar que la piel desnuda descargue en su humedad los jugos de la doncella en el anhelo de la desfloración mientras el amado derrama en su ombligo, el vino de la seducción para beberlo hasta acercarse a la fruta que esplendorosamente arde de eróticos deseos. Ese acto amatorio es muestra de la más alta y exquisita experiencia místico-religiosa que jamás se haya escrito en la humanidad.