sábado, diciembre 11, 2010

Creo en la juventud





No sé ya cuándo le escuché a mi entrañable amigo Alfredo Armas Alfonzo comentar, mientras Argentina invadía las Malvinas e Inglaterra llenaba el Atlántico Sur con una formidable flota de acorazados, que sería hermoso ver que todos los países suramericanos enviaran sus barcos y como un enjambre de abejas, todos juntos, enfrentaran la gran Albión imperial que era –y sigue siendo- Inglaterra. –No es tanto porque ganen o pierdan, Juan –me dijo con su grave voz de autoridad. -Es que a veces se hace imprescindible para los pueblos sentirse acompañados y saber que hay destinos comunes, compartidos en lo más hondo de nuestros corazones. –De esta experiencia sólo los jóvenes podrán encontrar su destino para un mejor porvenir.


Después fue una larga conversación de quien siempre he tenido una leve cercanía, tanto por su escritura como por esa tenacidad para preservar la memoria de la cotidianidad en objetos religiosos, periódicos, revistas, muebles, entre un largo etcétera de pedazos de vida que forman parte del inventario de nuestra cultura.


Como él, también yo creo en la juventud venezolana. Para ello me soporto en la experiencia de 23 años como docente universitario, a más del tiempo cuando trabajé en una industria siderúrgica ofreciendo cursos a jóvenes egresados universitarios, por cerca de cinco años.


Los he visto llegar al aula de clases apenas sacudiendo su “lanudez” de recién salidos del bachillerato. Incrédulos unos, sin ni siquiera saber cómo comportarse frente a un docente universitario. Otros con la ingenuidad de sus 16 ó 18 años. Los menos asistiendo con un dejo de aburrimiento y flojera. Esa flojera intelectual de la que tanto habló mi profesor Ángel Rama, el más importante crítico literario latinoamericano del siglo XX. Y es verdad, el intelectual venezolano es flojo. Le gusta ser envidioso, lengualarga y fanfarrón. En esto último se parece a las personas que se ganan la lotería y le echan en cara al vecino su miseria.


He tenido el privilegio de convivir y compartir con jóvenes y aunque de inicio me parezcan seres anodinos y supinamente analfabetas para el gusto por el arte y la cultura, quiero hoy depositar en ellos mi confianza y mi fe porque sé que en ellos están las claves para salir de este marasmo. He visto desfilar frente a mis ojos cientos de estudiantes muy jóvenes quienes deben esforzarse por estudiar mientras al mismo tiempo, realizan trabajos mal pagados y casi de semi esclavitud. Otros presentan los rasgos de una niñez maltratada, tanto por la violencia familiar y del Estado como por una subalimentación. Se nota en el cabello y la piel y el asomo de una prematura vejez mental. Muchos de ellos, por lástima, logran ser promovidos por sus profesores sin saber éstos que les hacen un mayor daño. Con dolor en mi alma los he tenido que reprobar.


Los jóvenes venezolanos han heredado un país empobrecido: fracturado socialmente, quebrado económicamente, moralmente enfermo. Y esto, por la absoluta incapacidad de las personas adultas quienes, con una mente intelectual floja para pensar, no supieron orientar la sociedad por senderos de grandeza educativa y menos cultural. Se nota en la incapacidad para construir obras de infraestructura que muestren la grandeza del ser venezolano. Han sido años de gobiernos “remienderos”. Gobiernos “tapa amarilla”, de parches. Ese ha sido el modelo que se trata de vender a las nuevas generaciones. Presente en toda la actividad propagandística de un Estado moralmente vulgar, fanfarrón y mentalmente marginal.


Frente a esto los jóvenes deben realizar un esfuerzo sobrehumano para construir su mundo, renombrarlo, colocarle su impronta original y abandonar esa historia tan perversa que les contaron, de un pasado de gloria. Ningún pasado de sangre puede ser glorioso y menos cuando hay trazos de corrupción, violencia verbal y física, maltrato a la mujer, rencor, envidia y sed de venganza.


La incertidumbre del adulto venezolano contrasta con la alegría, que es propia de la juventud, y las ganas de vivir y de construir de la mayoría de los jóvenes. Hay frescura en sus miradas, una fuerza idiomática que incluye modismos y neologismos que embellecen y dan fuerza a la lengua nacional. Ese lenguaje se soporta en los modales desenfrenados, directos y naturales que construyen otra moral, donde los valores, los principios y tradiciones se dicen con nuevas palabras. Es inevitable el cambio idiomático en una nueva relación donde el lenguaje sea menos acartonado y lleno de poses, acomodaticio.


Como se ve, es gigantesco el esfuerzo que debe hacer el joven venezolano para sobreponerse a tanta violencia y ofensa de un entorno que lo niega como realidad humana y lo excluye como ciudadano. El adulto en esto se muestra como amo y señor de un mundo que no quiere abandonar pero que tampoco es capaz de seguir manteniendo. Sobre manera, desde una concepción moderna de la coexistencia social de grupos humanos que deben convivir y compartir sus experiencias.


Creo que el hoy es siempre mejor que el ayer y el futuro será de quienes vislumbren mundos de realidades posibles, donde la alegría de vida esté llena de bulla y donde se sienta que vibra el alma. Allí la juventud siempre sabrá imponer su huella y su rostro de innovador cambio.



(*) camilodeasis@hotmail.com / twitter@camilodeasis

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