sábado, agosto 28, 2010

Cuál revolución, cuál socialismo


Desde la segunda mitad del siglo XIX Venezuela vivió poco más de 40 revoluciones, entre guerras, montoneras y alzamientos. La Independencia, la Guerra Federal, la revolución Azul, La Restauradora y hasta hubo una que dieron en llamar de La Sampablera. Esto de llamar a cualquier movimiento político-militar “revolución” no es cosa nueva. Lo nuevo es que la actual se ha adornado con una nomenclatura atractiva para darle apariencia de amplitud, lo que le da carácter de inclusión a los más desposeídos. Usados éstos como piezas de un gigantesco rompecabezas que puede montarse y desmontarse para hacerlo sentir partícipe y protagonista de una película de nunca acabar. Así las cosas, tanto quienes se dicen revolucionarios como quienes se le oponen creen que están viviendo una experiencia inédita en la Venezuela del siglo XXI. Para que se sepa, hubo un presidente que se creyó francés, más aún, parisino y le dio por hacer de Caracas una segunda París. Se hizo erigir estatuas. Una de ellas en una esquina del mismísimo Congreso nacional hoy Asamblea nacional. Otro más murió y mientras lo llevaban a enterrar los opositores se enfrentaron y el féretro quedó a mitad de la calle por unas cuantas horas. Decimos esto para que se conozca que esto de las revoluciones ha traído siempre más atraso y pobreza de pensamiento mientras a sus líderes se les ha antojado buscar protección extranjera para aferrarse en el poder. Unos se mantuvieron tres siglos al amparo del Imperio español, otros se vincularon a Francia e Inglaterra, otros más a los Estados Unidos de Norteamérica, mientras éstos últimos lo hacen con Cuba.
La palabra revolución, por principio, otorga un halo de cierto misticismo, cierto aire juvenil, de perpetuidad en el poder, de constante cambio y derrumbe de lo viejo, de aquello anquilosado y ruinoso para establecer algo que no se sabe qué será pero su cercanía se convierte precisamente en eso, en objeto de discusión y búsqueda “teórica” nunca alcanzada pero siempre añorada.
Entonces ocurre que viene como anillo al dedo colocarle a la palabra revolución un complemento, “socialismo” para obtener la ecuación perfecta que permite instalarse en el trabajo buscado: construcción de una sociedad socialista. Y en esto sí que hay ventaja en quienes detentan el poder en la Venezuela actual. Medraron al amparo del Estado por más de 40 años, leyendo y discutiendo doctrinas y haciendo círculos de estudios, mayormente en los cafés de Sabana Grande, donde hasta inventaron una República (del este) y demás. Eso se les permitió y hasta a más de uno de estos actuales ministros, gobernadores y presidentes de institutos autónomos, les otorgaron becas y pensiones. La llamada izquierda venezolana vivió sus años de persecución pero también sus años dorados. Por eso al escucharlos hablar son una preciosura discursiva producto de su práctica teórica pero jamás han sido capaces de dirigir una empresa, un ministerio ni aún, una junta de condominio.
No es cierto que la actual situación se pueda llamar revolución ni mucho menos de construcción alguna de sociedad socialista. Es una usurpación terminológica para ocultar la verdadera razón que es la de un gobierno del Estado profundamente corrompido y corruptor que en la práctica es de naturaleza marginal. Y esto sí es lo innovador. El hacer del Estado venezolano de los últimos 25 años ha ido degenerando hasta alcanzar niveles de marginalidad absolutos que traen como consecuencia, los resultados que diariamente se observan: aumento de la criminalidad, asaltos, corrupción en todos los niveles de la sociedad, ausencia de protección al ciudadano en su hacer cotidiano.
En una realidad como la actual, donde el Estado a través de su gobierno es el primer transgresor de la legalidad, los ciudadanos no tienen otra opción sino la de organizarse a través de sus más cercanas formas de existencia: juntas de vecinos, cooperativas, asociaciones, gremios, ONGs, partidos políticos, redes sociales alternativas para enfrentar al Estado y su gobierno. El nuevo orden socio-político será el resultado de una interacción organizada de los ciudadanos que nos negamos a irnos de nuestro país y de manera inteligente y constante, ofrecemos luces y actos coherentes de respuesta ante el atropello de un Estado y su gobierno que usa todo su poder, incluso la injerencia de personas extranjeras: cubanas, nicaragüenses, bolivianas para imponer un modelo de vida ajeno a la idiosincrasia y tradición de la cultura venezolana.
twitter@camilodeasis

sábado, agosto 21, 2010

La difícil tarea de comentar una foto


En la guerra de Vietnam el ejército de los Estados Unidos de Norteamérica ocultó muchas atrocidades. La masacre en la aldea de Mai Lai fue una de ellas. Otra, mucho más evidente fue el ataque a la aldea de Trang Bang, en junio de 1972. Las fuerzas norteamericanas atacaron a los civiles lanzando bombas de napalm. Bombas incendiarias que arrasaban todo cuanto encontraban a su paso. El fotógrafo Nick Ut, quien realizaba la cobertura de ese encuentro captó con su cámara el momento cuando unos niños corren por una carretera huyendo del desastre. Una niña totalmente desnuda corre gritando mientras pide ayuda por las quemaduras que tiene en su cuerpo. El niño, a su izquierda y en primer plano, grita espantado. Apenas tienen 9 y 13 años. Esa imagen dio la vuelta al mundo e hizo que la sociedad norteamericana tomara consciencia de lo inmoral e inhumano que era mantener una guerra que no tenía sentido. Un año después esa fotografía obtuvo el premio Pulitzer como mejor fotoreportaje.
El 13 de diciembre de 1985 el volcán Arenas, del Nevado del Ruíz, en Colombia, hizo erupción, sepultando el poblado de Armero. Cientos de miles murieron y otros tantos quedaron heridos o desaparecidos. El símbolo de esa tragedia fue una niña, Omaira Sánchez, quien quedó atrapada entre el lodo y restos de escombros. Apenas se le podía ver el rostro hinchado. Agonizó por 60 horas. Las crónicas que el periodista Germán Santamaría le realizó a la niña reflejaron la angustia y el drama de la tragedia. La imagen del video capta los últimos minutos cuando Omaira habla a los socorristas y deja su testimonio de ánimo, fe y esperanza. Luego se hunde en el barro. El gobierno colombiano y las agencias internacionales reaccionaron al desastre natural y colaboraron masivamente.
Otra imagen impactante y dolorosa es la hambruna que en los años ’90 sufrió África. Fue en Sudán donde el fotoreportero Kevin Carter, en 1994, encuentra a una niña sudanesa desnuda y agonizando en un campo de refugiados. Carter espera el desenlace mientras al fondo un buitre aguarda que la niña muera para lanzarse sobre ella. La niña está inclinada al suelo y apenas la cubre un collar blanco. Después de esperar un rato para ver si el animal abría sus alas y tomar la instantánea, el fotógrafo toma la imagen e impide que el animal se coma el cadáver. Meses después Carter obtiene el premio Pulitzer por esa foto. Pero también dos meses después, y sin poder superar el impacto de semejante experiencia, el fotógrafo se suicidó. La foto y demás imágenes de este reportero hicieron que el mundo volteara sus ojos sobre la hambruna africana y la ONU y demás agencias internacionales se solidarizaran con los pueblos africanos.
En agosto de este año el diario El Nacional publica, en primera página, la fotografía de la principal morgue del país donde aparecen unos cadáveres, algunos tirados en el suelo. Desnudos. Colocados de a dos en las camillas. La fotografía, de Alex Delgado, muestra cómo se vive el drama de una morgue venezolana donde no existe dignidad en el trato a los muertos ni solidaridad con los deudos. Como imagen la fotografía respeta los rostros de los cadáveres que son desenfocados mientras destaca el hacinamiento, la sangre y el desorden.
La fotografía, como imagen, es un discurso certero y espeluznante de la actualidad en una sociedad que se ha mal acostumbrado a vivir con la violencia cotidiana. Violencia doméstica y violencia de un Estado que constantemente agrede al ciudadano. La respuesta del gobierno ha sido la de censurar al diario, y como paliativo, dotar a la morgue de vehículos y camillas. No es tanto la dotación de insumos y equipos como la necesidad de asumir actitudes responsables y políticas de estado que protejan al ciudadano.

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sábado, agosto 14, 2010

Entre NI NIs te veas



En la mayoría de las sociedades democráticamente estables los ciudadanos no pertenecen ni están afiliados necesariamente a partidos ni grupos políticos. Sí están, por el contrario, vinculados a grupos cívicos y religiosos que realizan actividades sociales desarrollando la consciencia del trabajo vocacional y de servicio comunitario. De esta manera se han podido establecer relaciones estables entre el Estado y los ciudadanos organizados. Esto ha podido mantener un contrapeso que es el equilibrio necesario para que el Estado no se entrometa, a través del ejercicio del gobierno, en la vida de los ciudadanos ni les censure su natural derecho a la vida en libertad.
Se observa entonces cómo los ciudadanos en sociedades, como Noruega, Alemania, Costa Rica, Francia, entre otros, se dedican a las actividades inherentes a sus necesidades más apremiantes, como la atención a sus trabajos, sus estudios, la atención a sus semejantes. Mientras la actividad partidista la ejercen apenas una minoría que se forma profesionalmente para dedicarse a esa tan importante función, que tiene como fundamento y principio ético, el esfuerzo supremo de servir a otros.

Con los años este grupo social, denominado despectivamente como NI NI se fue ampliando numéricamente al tiempo que iba delineando su pensamiento hacia concepciones de reflexiones críticas que orientan a la inclusión, el respeto al semejante, la solución de problemas concretos, el rechazo a la discriminación política del Otro-diferente, entre una serie de principios que marcan una manera de pensamiento que es el horizonte lógico del común de los ciudadanos normales hartos de tanto odio, rencor y venganza de ambos extremos.
De un tiempo para acá la dirigencia política nacional ha visto con estupor cómo ese grupo de ciudadanos ha ido en aumento al extremo de convertirse en la actualidad en mayoría, con una proporción cercana al 48%. Ahora se les llama No Alineados o Contestatarios Críticos para darles existencia y poderles captar como ´masa´ para que voten por sus intereses. Así las cosas, tenemos una población minoritariamente partidizada y grupal, llámese oficialistas u opositores, también despectivamente chavistas-escuálidos, y una inmensa mayoría que se sitúa en el centro del espectro político nacional. Reconoce en las corrientes del oficialismo y del gobierno aportes significativos, como el proyecto de las Misiones, como la Robinson, la Ribas o Sucre, las médicas con Barrio Adentro o las de alimentación, como PDVAL-Mercal, también los aportes al cine venezolano; así también la constancia y reafirmación de la vocación democrática en quienes se hacen llamar como opositores, Mesa de Unidad Democrática, la participación de los jóvenes y sobre todo, la activa participación de las mujeres venezolanas a través de las ONGs, creación y renovación de partidos tradicionales.

¿Qué parece entonces enturbiar la actual actividad política venezolana? Una incapacidad en la dirigencia política nacional, tanto opositores como oficialistas, para entender la superioridad política del ciudadano venezolano. No parecen estar a la altura de las circunstancias de la problemática que vive la sociedad. Tampoco parecen tener formación para darse cuenta que una significativa parte de la población joven, construye silenciosamente su propio mundo y lo nombra y disfruta a su manera. Existe todavía mucho atraso en las miradas analíticas del político venezolano actual. Ese desgaste está haciendo posible que los ciudadanos busquen maneras nuevas para ejercer sus derechos políticos. Y en esto son los mal llamados NI NIs o No Alineados quienes se agrupan en estructuras organizativas variadas para poderse defender, tanto del Estado todopoderoso y su gobierno, y también de los fósiles dirigentes de partidos y grupos políticos opositores.

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