domingo, enero 27, 2013

Mucho rosa y poco azul

Sin lugar a dudas es la Ilíada de Homero el mayor culebrón de la historia. De ese extenso poema se han originado los estereotipos que prefiguran el lagrimeo de una humanidad que poco ha avanzado para superar su quebradizo comportamiento emotivo, que lo vincula a sus pulsiones más íntimas hasta elevarlo a pasiones de fe y paroxismo. La imagen arquetipal del amor y lo amoroso ha sido el motor que por siglos ha movido al mundo. Bien arrastrando a unos a conflictos bélicos, como cuando Paris rapta a Helena y arde Troya, bien en la cotidianidad de las relaciones filiales, de amistad o propiamente amorosas, tanto heterosexuales, homosexuales, bisexuales o transexuales. Este parece ser el tema que en Azul y no tan rosa (2012) presenta el realizador Miguel Ferrari, un film de este director quien además es productor y autor del guión de su opera prima, donde la argumentación para hilvanar los trazos de visiones sobre el mundo de las minorías sexuales, se difumina en pequeñas aristas entremezcladas con valores sobre el amor, la amistad, la solidaridad y el respeto a las minorías sexuales excluidas. Todo ello mientras el film alcanza su máxima tragedia en el desenlace que lleva a la muerte de Fabrizio (Sócrates Serrano). Diego (Guillermo García) es el novio de Fabrizio, quien es un conocido pediatra. Por su parte, Diego es un fotógrafo que en su juventud tuvo un hijo, Armando (Ignacio Montes) a quien no veía desde hacía cinco años y quien regresa a visitar al padre cargado de rencores y temores. La trama se intensifica cuando el joven médico es agredido por unos pandilleros homofóbicos. Muere entre los acordes de un aria que se escenifica de buena manera en un teatro que resalta su fina ornamentación, y mientras Diego enseña a su hijo las imágenes fotográficas que se revelan en el laboratorio. El guión registra una saturación de argumentos que parecen presentarse en secuencias que llevan a un cierto cansancio de la trama y que, sin embargo, logran salvarse y en momentos superar el tedio, merced a los instantes de humor negro que una bien transformada Hilda Abrahamz (Dolores del Río) saca risas y relaja un tanto la cruda historia de quienes sufren en silencio esta discriminación. Buenas interpretaciones logran Elba Escobar, Juan Jesús Valverde y Carolina Torres en el papel de Perla Marina, como señora de servicio, mujer golpeada por el macho heterosexual. No es la primera vez que este tema se presenta en nuestra todavía poco desarrollada industria del cine venezolano. Apenas en 2009 se estrenó una discreta película, Cheila: Una casa pa´ Maita del realizador Eduardo Barberena, que pasó desapercibida para el público por la escasa promoción recibida. Esta nueva propuesta sobre un tema que gradualmente se abre a la discusión pública y familiar, logra interesar por varias razones. Creo que una de ellas es la presión de los dirigentes de las ong´s que luchan para encontrar protección y leyes que protejan a estas excluidas minorías sexuales (LGBT). La otra es por la ironía y humor negro presentes en la cinta. Quizá acá es donde, por ignorancia y analfabetismo cinematográfico, la audiencia venezolana se engancha y ve y observa con “ojos benevolentes” la tragedia de quienes viven en la Venezuela moderna la agresión de los homofóbicos, personas que en el fondo temen la presencia de estos seres humanos. Engancha además esta película por el buen manejo de cámara y la ingeniería de sonido que permite escuchar sin mayores ruidos los parlamentos de los personajes, quienes saben desplazarse en el espacio de sus encuadres. Plasticidad en los giros de un baile por demás sensual y fotográficamente bien captado, aunque también demasiado abusado para nuestro gusto. Las locaciones (Caracas, Mérida, Madrid) logran en sus detalles la sensación de espacios limpios, cuidados y maravillosamente logrados. Mención especial la locación de una estructura policial que finalmente deja atrás la mentalidad de ranchería hamponil. Esto se observa además, cuando es apresado el asesino homofóbico. Sin embargo, la sensación de lo edulcorante, la melcocha de lagrimeo tienden a desgastar y hasta abusar un tema que intenta irse por el enganche del amor y lo amoroso, como conceptos universalmente aceptados. Creo que este tema y quienes dentro de él se mueven, tienen y deben ser aceptados en primer lugar porque son seres humanos. Después vendrás las demás aceptaciones, sus diferencias, sus gustos y colores de preferencias. Una cinta cinematográfica hispano-venezolana llena de buenas intenciones, de discusión familiar y educativa. Temática que cada día alcanza mayor realidad en la cotidianidad de nuestras acartonadas vidas, donde la heterosexualidad debe ceder espacios para darle la bienvenida a quienes sienten y ven la vida desde otros ángulos de sentimientos y la aprecian, ya no tan azul y sí un poco más rosa. (*) camilodeasis@hotmail.com / @camilodeasis

sábado, enero 19, 2013

Temores

Los últimos años en nuestro país han sido difíciles. Sobre manera cuando no se tiene una visión amplia del destino histórico en quienes habitamos esta parte del mundo llamada Venezuela. Ciertamente que han existido y seguirán existiendo, tanto en la Colonia como en la posterior etapa de Independencia y luego republicana, prohombres que han visualizado nuevos destinos para la sociedad en su conjunto. Existe sin embrago, una suerte de destino común que nos hermana a todos. Ese destino está soportado en la serie de desventuras, alegrías, traumas, éxitos y fracasos que expresamos a través de una misma historia, una misma religión y fundamentalmente un mismo idioma. A ese destino común que es la base de nuestra cultura nacional deseo referirme. Existen estudios que presentan a los militares y lo militar venezolano como presencia permanente en la vida ciudadana, particularmente porque ellos han representado, inicialmente, los civiles que en su momento debieron utilizar las armas para establecer la República. De allí que la presencia de los militares y de lo que representa lo militar en el colectivo venezolano, es visto desde una perspectiva “normal” y hasta necesaria en la medida que ellos han representado la seguridad, la sobrevivencia del Estado frente a los poderes externos, y en amplitud a ello, indicaríamos que hasta de protección y arbitraje. Es ciertamente difícil y hasta arriesgado atreverse a afirmar que los militares resolverán la problemática socioeconómica y política de nuestra sociedad, siendo que los civiles, líderes en todos los órdenes de la vida nacional, han permitido la “laxitud” del gobierno del Estado en la generalidad de sus actuaciones. Pero diremos con toda la fuerza de nuestra consciencia y nuestra formación intelectual y académica, que en las circunstancias actuales no podemos esperar que los militares ni lo militar solucionen nada. Ningún proceso social orientado hacia la libertad del hombre y que sea verdaderamente moral, ético y estético, podrá darse en una sociedad donde los militares ejerzan liderazgo. Peor todavía, ninguna sociedad moderna ha podido desarrollarse de manera amplia en regímenes militares. La dictadura siempre es contraria al progreso de los pueblos. Es una contradicción conceptual, filosófica, ideológica y política afirmar que los procesos democráticos, bien de representación, participación e incluso una verdadera sociedad socialista, comunista o anarquista, pueda desarrollarse con una visión militarista o en abiertas dictaduras militares. Solo las sociedades que logran educarse, capacitarse y alcanzar niveles ético-estéticos integrales y que se basan en sus tradiciones y que se orientan con vocación de servicio social, como consecuencia de una visión cultural en sus estados, podrá acceder a estadios superiores de florecimiento cultural. Hemos vivido bajo una aparente democracia (de aspecto solo representativa) y que en la práctica devino inmensa letrina donde los llamados padres de la democracia, hijos, parientes y demás sujetos bípedos, otorgaron a ese incipiente proceso una connotación negativa que hizo del destino democrático de la sociedad en su conjunto, una oportunidad para quienes tenían posibilidades económicas y de compadrazgo político. Por ello la costumbre del padrino y de los grupos y partidos políticos que se transformaron en gestorías y agencias de peajes y atrasaron el proceso histórico de la sociedad venezolana hacia mejores oportunidades de vida. Así como existe una inmensa cantidad de venezolanos que han obtenido con su esfuerzo una posición socioeconómica fuerte y digna, también existen otros muchos que lo han logrado bajo la sombra de un Estado paternalista que los elevó desde la pulpería o la cantina del cuartel que regentaban, hasta posiciones institucionales que les permitió y les permiten el logro de dinero fácil e instantáneo. Ocurre que mientras unos se aprovecharon del Estado y aprendieron tácticas pícaras de legalidades inmorales, muchos de los inquilinos del gobierno son absolutamente torpes, resentidos sociales y políticos, y fuertemente talibanizados, esto es; ignorancia rasa en teorías sobre procesos de filosofía política e incapacidad gerencial para administrar la Cosa pública. De estos enfrentamientos entre “bandas políticas, militares y económicas” aparentemente contrarias, solo nos queda esperar y estar siempre del lado de quienes verdaderamente entienden que los procesos sociales se basan en la afirmación de una cultura expresada en un mismo idioma, una historia común y una expresión religiosa que se encuentran en la solidaridad, la educación y el trabajo dignos. La vida de los pueblos son largos corredores, tortuosos donde quienes hoy se enfrentan en sus liderazgos políticos y económicos, mañana se dan de abrazos mientras las comunidades continúan padeciendo la misma violencia de un Estado inmoralmente dirigido, ora por godos derechistas, ora por talibanes izquierdosos. Todos con mentalidad militarista (*) camilodeasis@hotmail.com / @camilodeasis

miércoles, enero 09, 2013

Rapidito

Edoardo, médico residente en el hospital central de San Felipe, debía presentarse a su guardia de rutina a primera hora de la mañana. No se le ocurrió mejor solución para llegar a tiempo de pasar revista a sus pacientes que montarse en un “rapidito”. De un solo “cholazo” apenas duró poco más de media hora entre Barquisimeto y la capital yaracuyana. Metido como sardina en lata detrás de un vehículo de esos llamados “ranchera”, iba semi acostado en la parte trasera de la camioneta. Los demás pasajeros conversaban o revisaban sus celulares. Cosa común en la capital larense es ver estos transportes de pasajeros que no poseen las mínimas condiciones de seguridad y mucho menos para funcionar como medio de transporte y andar circulando por las calles y avenidas de la ciudad. Son automóviles de poco más de 50 años de funcionamiento. Todos poseen sus puertas traseras (por donde se encaraman los usuarios) sostenidas con palos, cabillas o sencillamente abiertas y oscilando al movimiento del vehículo. Todos esos transportes de pasajeros, como su apodo lo indica, circulan a exceso de velocidad por su característica común: deben ir más rápido que los demás transportes colectivos. Para sus conductores no existen reglas ni principios en cuanto a vialidad se refiere. Se detienen a dejar pasajeros en cualquier parte de la vía pública. Pocas veces se detienen frente a un semáforo en luz roja. O se estacionan sobre la franja donde pasan los peatones. Los vehículos circulan con las mínimas condiciones mecánicas y muestran de manera evidente en su latonería los rastros de colisiones, ralladuras, abolladuras, rotura de partes y por si fuera poco, el uso de neumáticos en riesgosas condiciones de mantenimiento. Pero esto no es exclusivo de los usuarios larenses. En Puerto Ordaz y San Félix, en el estado Bolívar, al transporte de pasajeros se les denomina “perreras”. Son vehículos tipo “pickup” modificados para el transporte de personas. En su interior se han colocado pedazos de tablas o adecuado taburetes para que los pasajeros puedan sentarse. Las personas deben subir por su parte trasera, y luego van pasando y compactándose cada vez más estrechamente hasta donde el colector (especie de cobrador improvisado) lo indique. Estos transportes están diseñados, supuestamente, para las rutas en las barriadas populares más intrincadas de la ciudad. Es espantosamente denigrante observar cómo circulan esos transportes con seres humanos quienes muestran manos, piernas, rostros sudados, colgados como falsos muñecos en las esquinas de esos improvisados vehículos para pasajeros. Ahí no existe condición humana. Los principios, valores, respeto a los derechos humanos están ausentes. Eso puede verse a primera hora de la mañana o al final de la tarde. Es el tiempo cuando en las paradas las personas se preparan para literalmente saltar sobre las perreras que de tanta gente encima, van por las calles y avenidas de la más importante urbe del sur del país, mostrando cómo se degrada al ser humano hasta la condición de semianimalidad. Tema aparte es la amenaza de las bandas de hampones, rateros, violadores y criminales, rostros que de improviso aparecen para despojar a los pasajeros, conductor y colector hasta de la vida. Cada usuario tiene y cuenta su propia historia mientras toma aire, y te dice: “-Al menos estoy vivo” Pero tanto en Barquisimeto como en Puerto Ordaz, San Félix, y quizá en alguna otra ciudad las autoridades, desde el fiscal de tránsito, policías, alcaldes, gobernadores, entre otros, están en el deber moral de impedir que estas manifestaciones de la mentalidad marginal se sigan materializando. Ya en el pasado han ocurrido accidentes fatales, tal el caso de una de estas perreras que por desperfectos mecánicos fue a dar al río Caroní perdiendo la vida varios pasajeros, o los continuos choques y arrollamientos que se generan por las malas condiciones de los rapiditos en Barquisimeto. Edoardo, todo un médico de la traumatología y la ortopedia, pudo llegar a su destino sin mayores contratiempos, salvo las magulladuras de ir apretujado entre el gentío y los olores mañaneros de mantequilla, café negro y el reguetón del momento. Pero el regaño de su madre convirtió esa primera vez en la única aventura de su hijo pródigo. Tuvo suerte, después de todo. Los ciudadanos venezolanos tienen derecho a contar con unidades de transporte público aptos para esas delicadas funciones. Y sobre todo, con conductores de transporte que sean verdaderos “profesionales del volante”, como comúnmente se les denomina. Agregamos a ello, la educación vial que eduque en el trato digno al pasajero y el uso de un “hilo musical” que permita, tanto al conductor como a los usuarios el disfrute de un viaje cómodo y placentero. (*) camilodeasis@hotmail.com / @camilodeasis