Resentidos sociales
Juan Guerrero (*)
Fue en la madrugada del 27 de febrero de 1989, cuando comenzaron las protestas por el aumento del pasaje de usuarios del servicio de transporte, en Guarenas, ciudad dormitorio cercana a Caracas.
Rápidamente las protestas se propagaron por otros sectores hasta desembocar en la capital del país y transformarse en saqueos, que terminaron el 8 de marzo con una serie de acuerdos entre el gobierno, los trabajadores y empresarios.
La cantidad de muertos aún sigue sin ser determinada con precisión, miles fueron sepultados de manera anónima en un sector del cementerio municipal llamado, curiosamente, La Peste. La anarquía reinante protagonizada por una población hambrienta se convirtió en actos de pillaje y vandalización.
En Venezuela resulta un fenómeno sociológico la práctica cuasi justificada por gran parte del liderazgo político para que la población se dedique, tanto a invadir la propiedad privada como aquella pública, y de saquear comercios y empresas bajo el argumento del hambre y la falta de vivienda.
Por lo menos desde la segunda parte del siglo XIX, se registran las primeras ocupaciones de espacios privados y la construcción de tugurios y después, la “ranchificación” de extensas zonas del país, en las periferias de las nuevas ciudades, por parte de una población necesitada de asistencia por parte del Estado.
Si bien puedo entender, comprender y reclamar el derecho humano de esas inmensas mayorías de venezolanos en extremas condiciones de pobreza, que buscan sobrevivir, no puedo justificar jamás las prácticas de invadir terrenos, casas, y de saquear comercios y empresas.
Porque, como una y otra vez ha sido demostrado, significan, en primer lugar, “pan para hoy y hambre para mañana”, además, -peor y criminal- siempre existe una motivación política externa de quienes, en principio, protagonizan los reclamos y protestas.
En los saqueos de 1989, del llamado Caracazo,inicialmente, las protestas por el aumento del pasaje, consecuencia del decreto presidencial por el aumento de la gasolina, habían sido “espontáneas” en la ciudad de Guarenas. Pero la realidad indicó, años después, que no fue cierto. De manera estratégica, dirigentes de grupos radicales de izquierda, entre ellos de los grupos de guerrilla urbana, entre otros, planificaron las revueltas, utilizando a la población como punta de lanza.
Esto lo indicamos porque, después de más de 30 años, se sigue usando a la población para ejecutar actos de transgresión contra la propiedad privada bajo el eterno argumento del hambre y la necesidad de un techo. Esos principios humanos básicos siempre van a ser “comprados” por quienes lo padezcan, toda vez que son necesidades básicas de sobrevivencia. Además, la justificación para hacerlo viene formulada desde argumentos, tanto de justicia social (político-ideológica), religiosa y hasta moral. Por eso en la Venezuela del siglo XXI se siguen las mismasprácticas, casi inviolables, que desde la Guerra Federal se hacían por quienes quedaron literalmente desnudos después de ese conflicto bélico.
Hoy presenciamos, dolorosamente, la misma práctica en innumerables pueblos, caseríos y campos, donde la población se dedica a saquear los comercios de sus mismos vecinos que durante años conocieron. Incluso negocios de turismo que nada tienen que ver con los reclamos por alimentos, como en la isla de Margarita donde ha sido saqueado todo un hotel. Camas, colchones, televisores, aires acondicionados, lámparas, entre un sinnúmero de objetos que, obviamente, no se comen.
Lo triste es enterarnos que los dueños del inmueble durante años compartieron con sus “expropiadores”. Les planificaban cursos para que sus hijos se formaran, ayudaban en el ornato y mejoramiento de las vías de acceso al pueblo, entre otros aportes.
Es que si bien, como lo indicamos, podemos entender los justos reclamos en quienes padecen hambre, no es el panadero de la esquina quien va a resolver la tragedia nacional del hambre ni la falta de vivienda, tampoco el drama de las insuficiencias sanitarias ni de medicinas, mucho menos la mentalidad marginal en millones de venezolanos y peor aún, del populismo de la dirigencia política que impera, tanto en el régimen socialista totalitario como en los grupos y sectores que se le oponen.
Lo dramático, lo sencillamente espeluznante, es ver cómo nos acercamos paulatinamente al borde del barranco de la anarquía, de la ingobernabilidad total que aumenta conforme las soluciones no se vislumbran en el corto plazo.
Permitir los saqueos, azuzar a la población para que se conviertan en delincuentes y corruptos y sigan la práctica ancestral deleznable de robar a su semejante e impedirles con ello que puedan identificar a su verdadero enemigo: el régimen social-comunista instalado en Miraflores, es sencillamente criminal y convierte a quien lo promueve, en delincuente político e instigador del odio y el resentimiento social.
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