Esta mañana, cuando estaba revisando libros en mi biblioteca, de repente me acordé que ya hace más de 10 añosterminé mis funciones como docente universitario. También me acordé de los años cuando trabajé en otros sitios. -Total, treinta años de servicios al Estado y la sociedad, pensé.
Había hecho planes para continuar con mis actividades académicas, mis escritos semanales, mis dibujos, fotografías y mi dedicación a la poesía, oficio que nunca me abandona ni yo a ella. -Además, me decía, iba a desarrollar varios proyectos visitando regularmente sitios poco conocidos del país; sus historias, espacios y uno de mis deseos más añorados: ese tiempo para invertirlo en la contemplación, la meditación después de observar la quietud del espacio de eso que llamo, la venezolanía.
Porque contemplar el rostro de una sociedad y de un territorio también se encuentra en sus paisajes, el movimiento, los olores, sonidos naturales, sabores y el paso acompasado de quienes nos acompañan. He conocido todo el país, al menos cada capital de estado, los he sentido en la tierra y en el barro, mirando la lejanía, en las palabras de quienes habitan en la anónima amorosidad de lo fraterno y solidario.
Sé que los nuevos tiempos no traerán nada diferente a estos que he vivido. Sin embargo, es preciso insistir, aunque sea por terquedad, en la necesidad que tenemos para salir adelante, aunque sea registrando este momento gris que nos tiene aprisionados, encerrados. He visto temprano el video de una amiga virtual, poeta, que en su encierro desde Españasaluda con su rostro lloroso indicando que ya no soporta tanta soledad, tanto encierro. Libera sus miedos e incertidumbre, mientras confiesa que ‘-hoy sólo tengo ganas de llorar’. Es un video singularmente humano. Angélica se quiebra en su fragilidad y una multitud de amigos virtuales, desde los confines del mundo, le abrazamos en un mismo llanto.
Vuelvo a mi biblioteca buscando acaso algún poema en algún libro que me sirva para entender este tiempo, esta mirada fragmentada que se apodera de nosotros y no permite ver la totalidad, la parte completa de este drama, este momento tan sin tiempo. Un año donde se resume toda la maldad humana en un mismo número. Pareciera que estamos transitando los ‘penetrables’ cinéticos de una inmensa obra de Soto o Cruz Diez. Así, con sus colores moviéndose mientras ansiamos conocer, estar presentes en otros escenarios menos gelatinosos. Quisiera tanto oler esos colores, palpar su tensión, su temperatura.
Pienso y añoro ese lenguaje renovado, ese ángulo original de una imagen para nombrar este tiempo, pero al unísono coexistimos con nuestra propia podredumbre humana. Reviso mis redes sociales y me siento impotente ante tanta solicitud de ayuda. Desde los puntuales casos de enfermedades terminales y cuyos pacientes no pueden esperar, hasta el socorro ante el secuestro, prisión y tortura de perros y gatos. Me sobrepasa tanta súplica, me estremece hasta el llanto tanto mensaje final de jóvenes que se despiden y después, se suicidan, se lanzan por un balcón.
Tengo casi tres semanas intentando terminar la entrevista a una poeta y apenas si podemos comunicarnos. Cuando ella tiene electricidad yo tengo ocho horas sin ella, y obvio, sin Internet, sin servicio de agua y con el temor de que se termine la bombona de gas y mi esposa no pueda hacer sus tortas y dulces para vender (-de eso vivimos), porque el sueldo de un profesor jubilado, más la pensión del Seguro Social, no llegan a 8 dólares al mes, y es mucho decir. Pero me colma un mensaje de voz de quien entrevisto: me habla de mi querida amiga y poeta, Hanni Ossott, y me veo en Londres conversando con ella mientras probamos su paté y Rilke nos abraza en su recuerdo.
Aunque parezca contradictorio, por estos años parece estar apareciendo en nuestra geografía literaria, nuestro arte y nuestra cultura en general, un cierto conglomerado humano con significativas muestras de temas, estéticas y lenguaje que bien merece ser revisado y estudiado, al menos como registros bibliográficos de un acontecer histórico que habla de este paso del ser humano en su eterna circularidad, de levantarse y buscar una identidad y un refugio permanentes.
Con nuestros miedos, temores, incertidumbre y esta agobiante censura seguiremos transitando, contemplando estos días tan secamente iguales, tan sin destino, tan odiosamente intranscendentes.
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