La primera vez que en mi vida escuché la palabra yanqui fue en el Maracaibo de principios de los años ‘60s., cuando mi hermano Miguel Ángel me acompañó a cortarme el pelo. Le dijo al barbero que me cortara al estilo yanqui.
Era la moda del momento y yo, con no más de siete años, con grandes orejas y más tímido que conejo en monte, sólo escuchaba la conversación entre el barbero y mi hermano. –Le cortáis al ras por los lados. Lo más cortico posible, y le dejáis sólo un poquito de pelo en la pollina, -escuchaba que le decía Miguel al barbero. –Pero si el barbero soy yo, chico. –Además, va a quedar bien bonito como dejan a los yanquis. –Mirá que ahora los adecos (accióndemocratistas/comunistas) les dicen pitiyanquis.
Esa palabra se me grabó para toda la vida y fue adquiriendo contenido político a medida que crecía e iba escuchando las conversaciones de familiares y conocidos, quienes la usaban como expresión despectiva, casi de ofensa y rechazo, para quienes manifestaban simpatías por todo lo que significaba el Estado norteamericano y costumbres de su sociedad.
Con los años supe que fue en Puerto Rico, entre la juventud que rechazaba la anexión de la isla a USA, quienes la generaron (del francés petit, pequeño, y yankee) y en Venezuela, la dio a conocer en sus escritos, Mario Briceño Iragorry.
Por varias décadas este término ha sido usado para aislar social y políticamente a quienes manifiestan simpatías por la vida y costumbres norteamericanas. Identificando a las personas como capitalistas, políticamente de derecha y en la generalidad de los casos, culpándolas como despreciativas de lo latinoamericano y específicamente, venezolano.
Con esa carga de desprecio y casi humillación ha tenido que vivir parte de una población que se educó, muchas veces, a contracorriente entre quienes defendían la posible invasión yanqui e imposición de todos los valores, principios y fundamentos de la sociedad anglosajona. Así vivimos durante décadas hasta finales de los 80s., cuando finalmente se asimiló el concepto y se comenzó a superar con un sostenido proceso educativo que abrió la sociedad venezolana al mundo y las nuevas corrientes, tanto ideológico-políticas, como en otras áreas del conocimiento.
Sin embargo, esa sombra oscura de pensamiento, resentimiento, desprecio, venganza y rechazo emotivo-compulsivo se avivó con la llegada al gobierno del Estado del teniente coronel Hugo Chávez. Este militar-presidente y su grupo, no sólo asumieron el liderazgo político, económico y financiero, también revivieron viejos conceptos y términos, como este del que tratamos.
Si bien ya para inicios del nuevo siglo el término había sido asimilado por la sociedad y casi carecía de significación entre las nuevas generaciones, permanecía latente en el pensamiento y accionar del nuevo liderazgo de lo que se dio en llamar, chavizmo.
Pero acá he incorporado otra palabra, desinhibida. Ello porque en días pasados leí en un mensaje por las redes sociales, a un usuario quien le respondía a una muy apreciada amiga, calificándola como pitiyaqui desinhibida.
Inicialmente me pareció un tanto ofensivo el término. Incluso crucé con el autor, uno que otro escrito. Sin embargo, releyendo los mensajes reflexioné y encontré gracioso el sentido de semejante frase. Mi amiga, en su escrito, manifestaba abiertamente su apoyo a USA y todo lo que significa la vida, costumbres y valores de su sociedad. Sobre esto, la otra persona la calificaba, al hacerlo públicamente, como desinhibida.
Luego otros usuarios incorporaron nuevos términos que bien pudieran identificar parte de la situación tan anormal del venezolano de este siglo. Frente a la intromisión de otros países en la vida del venezolano, unos calificaron a quienes sienten simpatías por los cubano-castristas, como piticuviches o piticastristas; otros, a los pro rusos, como pitisoviéticos.
En fin, que frente a la diatriba política de este nuevo siglo, al final pareciera que nuestra lengua es la que se enriquece, se agranda y asimila una neo terminología que hace posible, en su momento, tanto comprender como nominar los nuevos conceptos que surgen en la cotidianidad de un hablante que aumenta su visión de su universo idiomático.