Ilustración: Carlos Yusti
De su obra poética, destacamos el siguiente texto:
Humor en tiempos de guerra (A Daniel Rodríguez, in memóriam) 19 de mayo de 2017
Me refugio en el humor,
He aprendido a reír para escapar.
Como Garrick.
Creo personajes humorísticos
Para evadir la realidad:
Tía Amapola,
El revolucionario y sus textículos,
Los chistes que hago a la gente en la calle,
La gracia que le imprimo a los relatos reales.
Todo es una coraza
El humor es un escudo.
Porque sé que el rigor,
me puede.
El dolor me doblega.
El sufrimiento me somete.
La tristeza me hace sucumbir.
Entonces, huyo en una humorada.
Esquivo a más no poder la realidad.
Hasta que la realidad,
Me cachetea sin piedad.
Mete sus garras en mis vísceras
Y las retuerce con furia.
Me vence.
A Daniel Rodríguez lo mató un disparo
Una bala, justo en la frente.
En la sesera que a los diecisiete
lo llevó a la Universidad del Táchira
a estudiar Derecho.
Su hermano dijo llorando:
"Era un chamo que no se metía con nadie.
Era sano. Estudiaba.
No rumbeaba.
No le gustaba andar por ahí.
No se merecía un tiro en la frente".
Fue de noche, cerca de su casa.
Dentro de su urbanización.
Un miembro de un colectivo,
Lo asesinó con un balazo en la frente.
Y a mí el humor se me amargó.
¿Es esto vivir la guerra?
¿Estamos en una guerra sin tener consciencia de ello?
“La vida es bella”.
Y payaseamos,
Mientras tras la pared
Matan a alguien.
Cantamos y reímos
En un intento por burlar el dolor.
Pero el dolor está.
No pasa.
No cede
El dolor se camufla,
Se escurre tras el aleteo de un colibrí
en mi ventana.
Se desliza sigiloso
en la luz del atardecer.
Y la sonrisa de Daniel,
con braques en su obituario,
es la de quien nunca pensó morir.
Y hace que brote de nuevo el dolor.
Y ya no hay humor.
No hay colibrí.
Sólo queda un luto genuino
Un duelo que no cesa.
Un llanto que no para.
Y una maldita noche oscura
que no acaba.
Juan Guerrero: Eres posiblemente, de los primeros escritores venezolanos de este telúrico siglo XXI que aborda el tema de la violencia, el exilio y el desarraigo, a partir de la construcción de una poética que denominas ‘crónicas poéticas’. ¿Acaso lo de crónicas lo tomas de aquellos primeros cronistas de Indias que alucinaron viendo el espacio mágico de la Tierra de Gracia o es pura coincidencia?
Golcar Rojas: En parte, algo tiene de esos tiempos cuando las ‘noticias’, las historias se difundían a través de crónicas que eran recitadas de pueblo en pueblo. Pero obedece más a una necesidad de expresión. Hay cosas que quiero expresar y sólo logro plasmarlas a través de frases cortas que podrían ser versos. Hay sentimientos, emociones que sólo las puedo escribir de esa forma. No son poesía, pero tampoco es prosa. Entonces, como siempre hay una necesidad de etiquetar, las denomino crónicas poéticas.
Menciono a los cronistas, porque al decir de algunos críticos, son ellos, fray Pedro de Aguado, fray Pedro Simón, y ni hablar de Juan de Castellanos, quienes introducen la palabra poética escrita al hablar de este universo literario, llamado ahora Venezuela. ¿Te reconoces en esa memoria inmensa, insólita, dura, dramática y esplendorosa?
Creo que todos nos reconocemos un poco en esa memoria. Son cosas que estudiamos, que nos enseñaron en la escuela, que van en nuestro bagaje cultural y, sin darnos cuenta, pueden aflorar. Es mi caso. Yo nunca me he propuesto escribir poesía, pero hay cosas que me salen así cuando las quiero contar. Creo que mi estado de ánimo determina la forma de contar. Mi respiración, al momento de escribir marca mucho el paso de la escritura y hay momentos en que esa respiración tiene pausa y ritmo que podrían ser poéticos.
Si bien tu escritura en la narrativa (tus dos primeras novelas, Te voy a llevar al cielo, y El infierno de Edelmiro) posee rasgos de humor negro y mucho sarcasmo. Tus textos poéticos, por el contrario (‘Obituarios de un no-país’) laceran el alma, corroen la carne y tocan la herida abierta del ser. Esa violencia, esa agresión del Poder contra los ciudadanos. Recuerda en momentos la voz apasionada del poeta español, León Felipe, cuando denuncia la Guerra Civil en su país. Mientras aquél lo eleva en la lírica, tú lo abordas casi rozando lo panfletario. ¿Lo haces adrede buscando otra estética? ¿Acaso la no-estética?
En realidad lo hice (en el caso de los Obituarios…), como salieron al momento. Fueron textos que escribí casi al instante en que sucedían los acontecimientos. Fueron días muy fuertes emocionalmente. A todo el afán cotidiano que significa vivir en Venezuela, a intentar trabajar en un lugar donde no hay electricidad y uno trabaja con máquinas de pelar perros y secadores, donde no hay gasolina y uno tenía que pasar 6 u 8 horas en colas para llenar el tanque. Más todo el estrés de buscar los alimentos y las medicinas, ‘zanqueando’-como dicen en Maracaibo- toda la ciudad por un litro de aceite o un ibuprofeno.
A todo eso, en esos días, teníamos que sumarle los asesinatos diarios de la gente que salía a protestar. En esas situaciones, escribía los Obituarios… Algunos los escribí en el carro, tratando de sortear protestas y barricadas encendidas para llegar a atender a un cliente que teníamos pautado. Algunas veces, no llegábamos. Es decir, son textos sin trabajar. Son lo que salía en el momento. A veces a las 3 de la madrugada, Mary Montes me pasaba un wasap, “Golcar en tal sitio mataron a un chamo”. Y yo buscaba los datos, escribía y publicaba en mi blog. Así surgieron esos textos. Luego los compilé en el libro y quise dejarlos tal cual, hasta con algunos errores de nombres que llegaban errados en la confusión porque creo que todo refleja el momento histórico que vivimos.
Ciertamente. Esa es, en parte, la sensación que deja la lectura. Diría, Golcar, respetando el tema, que es un libro un tanto improvisado. Poco trabajado y con desaciertos estéticos. Sin embargo, la híperrealidad supera toda forma. Mientras León Felipe cuenta cadáveres y camina sobre los sesos de los caídos, tú das razón de aquellos jóvenes y niños, masacrados por la dictadura totalitaria, despiadada y cruel. Es, como afirmas en alguno de tus poemas, “un luto en gerundio” y “en dictadura no hay espacio para la piedad”.
Desde esa construcción de imágenes tan densamente dramáticas, que atrapan y desollan el alma, ¿hay espacio para un nuevo amanecer en libertad?, ¿tu poesía es puro llanto y denuncia?
Ciertamente, fue muy improvisado. Yo soy muy flojo y me aburro al revisar y corregir. Yo espero que sí habrá un amanecer en libertad. No sé si pronto, pero creo que tiene que llegar.
He intentado algunos textos poéticos de amor, también sobre esta nueva etapa de mi vida en migración, algún que otro texto de humor o erótico. Como te digo, a veces siento necesidad de decir cosas y esas cosas salen como salen. A veces cuentos, a veces crónica, otras crónicas poéticas. Hasta las novelas salieron así porque la historia lo quiso. Empecé a escribir y la historia me fue marcando la pauta de por dónde ir. Ni idea de si la iba a terminar en cuento o en novela.
Esa manera de escribir a dos manos o a dos tiempos, narrativa/poesía, ¿cómo la vives? Sobre todo, ahora que estás en exilio.
Ahora mismo, escribo poco. Escribo crónicas cortas, algunos textos poéticos. Aún estoy en proceso de adaptación. No tengo espacio propio y todo se complica un poco para escribir. Pero yo siempre digo que escribo muchas veces para entender las cosas y para entenderme. Entonces, hay cosas que si no las escribo, no las termino de asimilar.
Más que todo hago mini crónicas de lo cotidiano que escribo en el bus, en el tren, en el baño –con los teléfonos celulares y las tabletas- ahora tenemos la ventaja de no sólo leer en el baño, sino escribir también. Tengo varias historias pensadas pero esas necesitan de más tiempo y de un ordenador porque, creo, que podrían resultar unas novelas. Hay una novelita negra que quiero escribir sobre poetas sospechosos de homicidio y otra historia que tengo años pensando en procesar sobre una tías leprosas que tenía y cuya vida da para toda una historia novelada.
Pero son historias que necesitan su tiempo y espacio para procesarlas. Por ahora, cuento lo que vivo a diario y alguna que otra impresión sobre mi exilio, como el texto corto que publicó hace poco el Papel Literario de El Nacional “Coso una almazuela”, no sé si lo viste.
Sí. Buen texto. Esto de las historias de tus tías leprosas, resulta atractivo toda vez que en Maracaibo, donde vivías, existe una isla que fue famosa pues ahí vivían los leprosos. De ahí su nombre: Isla de los leprosos.
Ya que nombro esa ciudad tan simbólica para la cultura venezolana e hispanoamericana. ¿Tu obra literaria tiene algún rasgo que lo marque esa ciudad o acaso ese inmenso lago que la cubre y alimenta?
Pues creo que sí. El lenguaje que uso al escribir, al menos el que utilicé en algunos relatos y en Te voy a llevar al cielo, está muy marcado por el habla maracucha. Así salió, creo que algunos personajes lo quisieron así. Viví 25 años en Maracaibo y su forma de hablar me fascinó desde que llegué. Adopté en mi habla muchas expresiones zulianas y en algunos textos salta a la vista.
Volviendo a la historia de las leprosas, precisamente una de las tramas del cuento va porque a ellas las perseguía la Sanidad para mandarlas a esa isla, la isla Providencia, en el lago.
Pasemos a hablar de tu exilio. ¿Por qué sales de Venezuela a España? Desde afuera, ¿cómo vives, narras y poetizas el país o el no-país?
Salí de Venezuela porque ya no era posible sostenerme allá. El trabajo era cada vez más difícil ejercerlo por la situación y no daba para mantenernos. Cuando empezamos a hacer cuentas y notamos que estábamos financiando a los clientes el mantenimiento de sus mascotas –ya sabes que soy ‘baña-perros’ por oficio y escritor por sin oficio- y que ganábamos más –o perdíamos menos- quedándonos en casa que saliendo a trabajar, y cuando empezamos a comernos los pocos ahorros que teníamos, decidimos que era el momento de irnos. Era irnos con esos pocos ahorros o quedarnos y tener que salir después con una mano delante y otra atrás. Analizamos muchas opciones. Pensamos en USA, en Argentina, Colombia, Chile… Finalmente, después de pensar que no queríamos Latinoamérica porque sentimos que todos los países están más o menos a un empujón de caer en lo mismo, nos quedaban las opciones de España y USA. Por razones del idioma, del sistema sanitario que en España la salud es universal y ya uno tiene una edad en que necesita ciertas atenciones básicas, y que unos amigos nos ofrecieron casa por el tiempo que fuera necesario, decidimos por Madrid.
No sé muy bien qué voy a escribir del país o si lo voy a seguir escribiendo y desde qué óptica. Por ahora narro algunas experiencias, las cosas del idioma, que aunque hablamos el mismo idioma a veces no nos entendemos, el extrañamiento, el sentirse extraño y el extrañar, aunque poco extraño, realmente. No soy muy de apegos y de extrañar. Lo que llevo dentro me alcanza para no extrañar lo que quedó fuera. No sé qué será de la escritura en adelante, supongo que seguiré escribiendo porque es más fuerte que yo. Necesito escribir aunque sea pendejadas en Facebook. Hay cosas que me compelen a escribir. A veces lo hago con humor, como algunas malas rimas que escribo para burlarme de algunas cosas que me molestan pero que sólo puedo enfrentarlas desde la ironía y el sarcasmo, entonces escribo rimas que a veces no riman o no cumplen con la métrica pero me sirven para divertirme y descargar.
Ya que hablas del país y no saber cómo lo abordarás, pero que sin embargo, no abandonarás la escritura. ¿Te salva la poesía? O, ¿acaso es sólo una frase en desuso?
Yo quisiera que la poesía salvara o me salvara, pero hay realidades que son tan fuertes que siento que la poesía, si acaso, llega a ser un paño caliente. A veces ayuda a salvarnos porque nos permite entender lo que vivimos, asimilarlo, crecer como seres humanos, incluso, para sobreponernos a la realidad, pero hay hechos, como los que se viven en Venezuela, que no hay poesía que salve. Aunque sin poesía, seguramente, sería mucho peor. Al menos para quienes creemos que una palabra de alguien bastaría para salvarnos, sería mucho peor.
Ya que hablamos de la palabra poética en su hacer ético, ¿qué puedes decirnos de los intelectuales venezolanos y su compromiso con la defensa de la libertad y los derechos humanos?
No sé si desde el punto de vista literario, demuestran en sus textos ese compromiso. Algunos están intentando pintar en sus historias la Venezuela de estos tiempos y creo que en el fondo de esos relatos, pues está presente. Otros han tenido acciones evidentes como la firma de manifiestos, la escritura de crónicas que narran actos de protesta o apoyo a esos actos. Hace poco salió una carta en la que un grupo de escritores, artistas y periodistas manifestaba y a la vez, pedía apoyo a Guaidó. Lamentablemente, en esta lucha la división es muy fuerte y dentro de la gente que está en la misma acera surgen las discrepancias y los ataques. Otros escritores y artistas salieron a criticar la carta. Algunos se sintieron aludidos y en necesidad de responderla. Y así vamos con todo. Pero creo que gran parte de la intelectualidad venezolana ha mostrado su compromiso con la libertad y los derechos humanos desde un principio, eso queda evidenciado cuando uno lee, Diario en ruinas, de Ana Teresa Torres y ve todo lo que se ha hecho por combatir la dictadura desde el campo artístico e intelectual.
Golcar. Tu irrumpes en el mundo de la literatura, a través de las nuevas tecnologías o llamadas, Redes Sociales. Prácticamente toda tu producción ha sido impresa en las redes. ¿Qué puedes decirnos de esta experiencia?
Para mí han sido fundamentales. Yo no pensé que terminaría escribiendo hasta novelas. Yo había decidido no volver a escribir. De hecho boté todo lo que había escrito cuando no existían las redes y escribía a máquina. Pero la necesidad de comunicar pudo más que mi voluntad de no escribir. Un día, abrí un blog y empecé a volcar en él todo lo que quería comunicar. Fui ganando algunos lectores. Fui agarrando práctica de nuevo con la escritura. Al principio eran crónicas, relatos de vivencias. Luego, publiqué un cuento, El último gallo, que era un cuento que tenía en la cabeza desde hacía 20 años. Lo publiqué en el blog y a mucha gente le gustó. Así me fui soltando de nuevo con cuentos y relatos. Algunos micro cuentos, que publiqué en Twitter. Cuando acordé, tenía una pequeña comunidad de lectores. Gente que me leía y comentaba. Como yo soy, flojo, tenía ya escrita, Te voy a llevar al cielo y no tenía intención de buscar editor. La envié a un concurso por no dejar, y en un carnaval, aburrido en casa, busqué cómo autopublicar en Internet y la lancé. Algunos amigos la compraron y me gustó la idea de no tener que rendirle cuentas a nadie. De ser responsable de todo lo que pasaba con mis textos. Escribí la secuela El infierno de Edelmiro y la publiqué y así seguí. Algunas micro crónicas humorísticas que escribía en Facebook las compilé también en libros. Con las historias de la tía Amapola, que escribía en la red social, hice una obra de teatro que también publiqué en Amazon. Así he seguido. Yo escribo para divertirme y publico para divertirme e intentar divertir a los otros, y las redes han sido mi plataforma.
Ya que mencionas a la tía Amapola. Cuéntanos un poco más de ese personaje. ¿Es una suerte de Alter ego?
Sí, viene siendo como el Alter ego de la primera combatiente (Se refiere a la esposa del presidente, Maduro). El personaje surgió a partir de la detención en USA de los sobrinísimos acusados de narcotráfico, entonces empecé a postear bromas sobre el caso, una era que a la tía la llamaban la ‘Tía Amapola’ y que ella se “polveaba la nariz” y cosas así, con doble sentido y fue surgiendo el personaje, al final, la ‘tiíta’ opina de muchas cosas y cuenta cosas de su vida, el personaje expresa pensamientos desde la mente de la tía Amapola. Todavía sale alguna crónica de vez en cuando, depende de los acontecimientos.
En uno de tus textos, te preguntas “¿Dónde queda Venezuela?” Son crónicas y poemas escritos hacia 2014. Es un texto denso, de imágenes fuertes pero a la vez de mucha nostalgia. ¿Lograste saber dónde queda esa Tierra de Gracia, más allá de llevarla en la memoria?
Me la tropiezo en todos lados. Sin ir muy lejos, hoy fui a encontrarme con unos amigos en el parque El Retiro. Nos sentamos en un café y llegó el chico. Al no más saludar, noté que era venezolano. De Caracas, se llama Jesús y tiene cinco meses de haber llegado a España, hoy era su primer día de trabajo como mesero allí. Estudió Estudios Internacionales y para estudiar, trabajó en Venezuela de mesero en varios sitios. “Aquí me ha servido más la experiencia de mesonero que lo que estudié en la universidad”, me dijo. Luego fuimos a un sitio por Opera a cenar. Nos atendió un chico pelón, blanco con pinta de gallego pero caraqueñísimo al hablar. Es Sergio, tiene cuatro años en Madrid. Hijo de padres colombianos que viven en Panamá. En ese sitio había dos muchachos de Táchira y otro chico de Caracas. Aquí en Madrid me tropiezo a Venezuela en todos lados. Son los retazos con los que armo aquella almazuela de la que hablé hace poco.
A propósito de esta publicación. Inicialmente fue confundida su autoría indicando al poeta Rafael Cadenas como su autor. El texto se viralizó por las redes sociales. La obra fue conocida más que su autor, Golcar Rojas. ¿O fue merced al nombre de Rafael Cadenas?
Creo que se juntó un poco todo. Esa pieza la escribí y la publiqué, y casi inmediatamente empezó a circular mucho en las redes, especialmente entre la diáspora. Al día siguiente de publicar el texto en mi blog, leí una frase que dijo Cadenas ese mismo día de la publicación en un acto en Casa de América aquí en Madrid y me pareció que resumía bien mi texto. Entonces, la agregué como un epígrafe. Alguien copió del epígrafe hacia abajo y allí empezó todo. Insultaban a Cadenas, me insultaban a mí. Los medios empezaron a hablar del nuevo texto de Cadenas. Y así se extendió el bulo que aún hoy persiste. Esas cosas que han pasado mucho a lo largo de la historia de la literatura de textos que se le asignan a un autor que no lo escribió y así queda. Aunque creo que por primera vez pasa con dos autores vivos. Lo peor es que Cadenas inmediatamente aclaró que no era de él, pero eso sólo lo publicó Tal Cual en una breve nota que nadie vio.
Tus textos poéticos o crónicas, como les llamas, son breves. De imágenes duras, lacerantes, que literalmente estallan en el rostro del lector. Una de ellas, “A las dictaduras les encantan / los cerebros muertos”, es lapidaria, no deja espacio para meditarla porque te estremece, te detiene la lectura y te exige una postura como ser social. Háblanos un poco más de esta y otras imágenes de tanta densidad.
Esas son las imágenes que me quitaban el sueño en 2017. Las fuerzas policiales salían a matar. No salían a reprimir o disuadir a quienes protestaban. Salían con armas de fuego y muchas veces de guerra, a matar. Por eso apuntaban a las cabezas y a los pechos. No era que las fuerzas militares buscasen disolver manifestaciones, para lo cual podrían haber usado agua o perdigones de goma. La idea era matar. Por eso, hasta las bombas lacrimógenas las apuntaban de frente, como la que mató a David Vallenilla, que fue disparada desde La Carlota a quemarropa, al pecho. Todo eso retumbaba en esos días en mi cabeza y sentía que había que decirlo.
¿Tu vida como escritor se ha visto influida por algún autor en especial? ¿Frecuentas grupos literarios o eres un lobo literario?
No frecuento grupos literarios. Como te dije, había decidido no escribir. Cuando retomé la escritura, no tenía idea de en qué iría a parar todo. Luego decidí seguir como venía porque me gusta no tener que rendir cuentas. Lo que más me gusta de escribir es que es algo que uno hace solo. Puede hacerse en equipo o en grupo pero no depende exclusivamente de eso. Yo nunca he sabido andar en grupo. Nunca me he sentido parte de clanes o clubes. Me gusta la soledad de la escritura.
Me llama la atención, Golcar, que mientras en tu narrativa te manejas con el sarcasmo y el humor negro, en tu poesía la voz es dura, acaso una palabra que grita y reclama, señala y acusa. ¿Cómo haces para no sucumbir, para no perecer?
Creo que es una forma de buscar cierto equilibrio emocional. Matizar un poco el drama con humor. Para mí el humor es imprescindible para sobrevivir. Es que tiendo a ser melodramático y logro cierto equilibrio con el humor. Con el sarcasmo y la ironía matizo el drama.
Ya para finalizar, Golcar. Referida a la literatura y los intelectuales venezolanos, hoy. ¿Aportan al proceso social o se diluyen en la cotidianidad de una banalidad que los engulle?
Creo que como con todo en estos tiempos de instantaneidad y redes. Especialmente entre los venezolanos, el aporte de artistas e intelectuales se ve dividido y polémico. Hay quienes están haciendo importantes acercamientos al proceso y hay quienes buscan la polémica banal, el ‘like’ fácil a partir voces viscerales. Estos tiempos de ‘fake news’, de divisiones en Venezuela, un ‘no-país’ que alcanza también la intelectualidad y hace que algunos artistas e intelectuales terminen ofuscados por los ‘análisis’ pasionales en los que queda poco espacio para el razonamiento crítico y sosegado.
Siguiendo en línea con tu respuesta. ¿Tiene la literatura venezolana futuro en un país donde el Estado persigue a quienes piensan diferente?
La literatura siempre logra burlar la censura y evadir la persecución. Siempre lo ha hecho y siempre lo hará. Otros, desde el exilio, contribuirán también a formar ese cuerpo literario. Afortunadamente, la creatividad no hay como aniquilarla. Pueden ponerlo más difícil, pero la creatividad siempre pergeñará formas de expresarse y de burlar a los tiranos. Que lo diga Arenas, que logró hacer parte de su obra en una cárcel cubana.
¿El no-país está condenado a sucumbir frente a la literatura? ¿Es posible el regreso, tu regreso?
Cuando salí de Venezuela, lo hice decidido a no volver. Hasta ahora, es un propósito que mantengo. Pero tampoco me cierro a ninguna posibilidad, Si algo hemos aprendido los venezolanos en estos 20 años, es que nada es permanente, que la vida cambia radicalmente de un día para otro. Que el futuro es incierto. Que nada está realmente en nuestras manos y que todos los planes se pueden ver alterados por variables ajenas a uno. ¿Cuántos profesores titulares de prestigiosas universidades de Venezuela, que pensaban que tenían una vejez asegurada, una pensión con la cual vivir e incluso, inversiones para tener una vejez holgada y tranquila, están pasando hambre hoy en el ‘no-país’, a riesgo de morir por no poder costearse un sencillo tratamiento para la tensión, o trabajando 12 horas en Úber o en un café fuera de Venezuela para poder vivir?
A nosotros nos voltearon los planes en un abrir y cerrar de ojos.