Venezuela fue uno de los primeros países en Latinoamérica que en la década de los 70’ estructuró una Política Nacional de Lectura. Consecuencia de ello se formó la Comisión Nacional de Lectura, conocida posteriormente como Fundalectura. Igualmente, nuestro país fue el primero en Latinoamérica que organizó un Plan Curricular para formación de profesionales de cuarto nivel, con la Maestría en Lectura que organizó la Universidad de Los Andes, a mediados de los años ’80.
Desde finales de los años setenta y a lo largo de la década de los ochenta y parte de los noventa, las universidades venezolanas, particularmente las republicanas, democráticas, autónomas y públicas, orientaron al Estado venezolano sobre la necesidad de establecer en el currículo nacional la visión de la Lectura, y el área de lengua en general, como eje transversal a través del cual gira todo el andamiaje pedagógico en la formación integral del alumno.
En todas las capitales de los estados venezolanos existieron las denominadas Comisiones Regionales de Lectura. Organismos que establecieron las metodologías y la integración de los postulados teóricos de los especialistas universitarios, con la experiencia de los docentes en servicio de las escuelas, tanto nacionales, regionales como municipales, estructuradas de esa manera para aquellos años.
Que sepamos, esa ha sido la única vez que el Estado venezolano ha solicitado la participación de los especialistas universitarios para el desarrollo de la Política Nacional de Lectura y Escritura. Otros proyectos desarrollados en años anteriores, coadyuvaron para consolidar esa política nacional, como los programas desarrollados por el CENAMEC, PDVSA y hasta la misma Oficina del Despacho del Ministerio de Educación, con la denominada Comisión para la Orientación, Enseñanza y Uso de la Lengua Materna (COEULM).
Esa experiencia, junto con las reflexiones de los especialistas universitarios permiten indicar la fortaleza intelectual de quienes hemos participado a lo largo de más de quince años, en los procesos de lectura y escritura. Los especialistas nacionales, la gran mayoría de ellos actuando hoy en las aulas de las universidades públicas nacionales, tanto en investigación como en docencia, de pre y postgrado, hemos recogido una rica experiencia que es preciso revisar, a la luz de las nuevas visiones que sobre el tema de la lectura, se ofrece en la actualidad.
Dentro de ese amplio campo de estudio, dos puntos nos parecen de importancia resaltar en esta reunión. El primero está referido a la formación del docente como lector y usuario de la lengua escrita (otros investigadores le denominan escritor, v.gr. María Eugenia Dubois). Utilizo este término para no generar similitudes conceptuales con el término escritor.
El docente venezolano, si bien está informado desde hace más de veinte años sobre las teorías en torno de la lectura y escritura, además del conocimiento de las estrategias y métodos pedagógicos para su implantación; mantiene aún hoy un descuido en su formación individual sobre este tema. Ha sido, básicamente, un mirada hacia fuera en su proceso de formación, capacitación y actualización educativa, en desmedro de una visión hacia adentro, hacia el ser persona. Esto nos indica que el docente venezolano está informado sobre procesos teóricos y metodológicos, pero no tiene criterios ni colectivos ni individuales, que orienten hacia la política del Estado venezolano sobre lo que se entiende como Lectura y Escritura. De esta manera, en la práctica se percibe este tema como una actividad que todos resaltan como de importancia en la formación del venezolano, pero que muy pocos, entre ellos el docente venezolano, tienen interés por desarrollarse como lectores independientes o fluentes. Existe una concepción de entender a los procesos de lectura y escritura como manifestaciones estéticas, que sirven para pasarla bien y que dan placer a quien la experimenta. Esto, obviamente, tiene mucho de verdad. Sin embargo, el planteamiento sobre la visión estética (-que a su vez supone un planteamiento formulado por la especialista Louise Rosenblatt) no traza el sentido amplio sobre este asunto. El goce estético está más vinculado a una visión aristotélica, de placer de los sentidos, que a una actitud de asunción consciente de la realidad. Por otra parte, se descuida la tendencia al proceso crítico, eferente, que supone una reflexión del por qué leo y escribo. A la acción de construir y re-construir universos de realidades que permitan transformar el entorno, tanto individual como colectivo. Y es aquí donde reside el sentido verdaderamente trascendental del acto de la lectura. Por eso la lectura es una experiencia que tiende a subvertir el “orden”, aquello supuestamente dado como cierto en nuestro mundo. En este sentido, afirmamos entonces que leer supone una toma de consciencia ante el mundo, una actitud proactiva de cambio significativo y transformador, tanto de nosotros mismos como de nuestra realidad circundante. Sea esta física, espiritual, psicológica o intelectual. Esto nos lleva a declarar que la lectura es un acto político, que el docente venezolano, sea como lector o como usuario de la lengua escrita, tiene y debe asumir los procesos de lectura y escritura, como manifestaciones de Política educativa. Pedagogizar (-del término más cercano a paideia) su acción educativa; como los antiguos aedos, juglares, trovadores y decimistas de nuestras culturas, quienes llevaron en su voz y cantos, la formación de sus comunidades, la historia oral del mundo.
Pero para ello, es preciso que el docente lea. Y cuando indicamos esto nos referimos a la lectura de libros vinculados más con los procesos estético-eferentes que aquellos impuestos por las materias que debe dictar. Libros de literatura nacional, de historia, de geografía, sobre temas de sus necesidades más cercanas: gastronomía, decoración, deportes, espiritualismo, ciencia ficción. Sin embargo, se debe variar la lectura a medida que se vaya desarrollando el interés por la lectura. Por eso hablamos de actitud más que de hábito de lectura. Actitud lectora nos indica capacidad para la reflexión, meditación, crítica, toma de consciencia y cambio significativo en el tiempo de la persona para leer. Mientras la otra, el hábito, es una postura más que todo física, especie de voluntad para leer.
El otro tema que deseamos compartir está referido al docente como lector de literatura. En este punto quisiera referirme, más que todo, al vertiginoso cambio que ha tenido nuestra literatura nacional. Me refiero a la estructuración de los programas de publicaciones de literatura venezolana. Contrario a como en años anteriores se destacaba en Venezuela, no existían mayores oportunidades para publicar, y aún peor, para promocionar y distribuir el libro editado. En Venezuela, creo que se están editando cerca de tres títulos al día. Aún lejos de la cifra indicada por la UNESCO para concebir a un país integralmente lector, de cerca de 10 títulos diarios. Según este organismo, un libro existe cuando al menos de él se editan 5000 ejemplares. En nuestro país apenas estamos comenzando a pensar ediciones de un mil ejemplares. Estadísticamente países como Francia poseen cerca de 20 libros per cápita, en Brasil alcanza 8 por habitante, y en Colombia cerca de 6; mientras en Venezuela el promedio es de 0,3 por habitante. No se llega a un libro por persona. En este sentido, quedan al menos, dos escollos por superar. Uno es la distribución del libro, que puede solventarse con una Política nacional de distribución, quizá a través del Centro Nacional del Libro. Situación ésta que no reviste mayores contratiempos. Lo decimos en función de la otra situación que es, ciertamente, la real problemática en nuestra sociedad: la baja lecturabilidad, tanto del venezolano medio, como de aquellos llamados al fomento de la lectura. Nos referimos al docente. Y en este punto, ya no me estoy refiriendo al maestro de la Primera Etapa de Educación, ni al de la Segunda, ni tampoco al profesor de Educación Media y Diversificada. Me refiero a algo quizá más delicado y dramático: al docente universitario, tanto de pre como de postgrado. Soy docente universitario desde hace cerca de veinte años, tanto en el área de pre como de postgrado. Precisamente en la Maestría en Lectura y Escritura de mi universidad. Y allí, como casi en la totalidad del campus universitario venezolano, la ausencia de interés por la lectura es particularmente alarmante. Los lineamientos de la UNESCO para concebir al analfabetismo funcional parecen tener en estos niveles sus más cercanos protagonistas. Y esto es así porque si bien el docente universitario está inicialmente alfabetizado (lee, escribe, suma y resta) en la práctica cotidiana plantea una serie de dudas sobre lo que es estar alfabetizado, por ejemplo, auditivamente, visualmente. Se le hace difícil adentrarse más allá del trazo del dibujo y el color, o de las notas musicales para diferenciar un adagio de una tonada.
No estamos acá exigiendo que el docente sea especialista en musicología o crítico de arte. Pero sí creemos importante y de exigencia del docente su formación integral, su ser y hacer. De ello deviene un docente integrado a una comunidad que le lleva a plantearse reflexiones sobre el mundo, en lo concreto. Y de esa experiencia vendrá el docente integrador; el individuo capacitado para contrastarse, tanto él como su comunidad, con otras comunidades. Esta es la verdadera visión de integralidad. De construcción de un nuevo paradigma donde la dimensión científica, la transdisciplinariedad, constituye el nuevo orden de saberes complejos compartidos en beneficio colectivo.
Por ello, la acción de enseñanza-aprendizaje de la lectura y escritura, y los procesos de difusión y promoción de la literatura venezolana, deben entenderse como actividades altamente políticas, pues constituyen la construcción de nuevos conocimientos en beneficio colectivo.