Venezuela, hoy, es una nación con una sociedad empobrecida económicamente, de baja excelencia académica, desnutrida, enferma y envejecida. Las estadísticas así lo están indicando.
Una y otra vez lo hemos alertado. Lo peor está por llegar en los próximos meses y años. Una sociedad que pierde poco más del 12% de su población, más de 5 millones de personas, obligada a emigrar por razones socioeconómicas y políticas, ha perdido su cerebro profesional y su músculo industrial. Millones de jóvenes profesional y técnicos, abandonando a sus padres y abuelos. Transformados estos es cuidadores de nietos y hogares.
Un país donde su fuerza armada se encuentra fracturada y gran parte de su población militar está subalimentada y precariamente formada en las artes y disciplina militares. No creo, honestamente, que pueda pedírsele que se inmole en nombre de democracia alguna.
La población civil y la militar no tienen posibilidades, física ni organizativa, para enfrentar el poderío bélico de las fuerzas paramilitares que actualmente se encuentran en territorio venezolano. El mismo Hugo Chávez lo afirmó, al indicar que en Venezuela se encontraban poco más de 34000 “internacionalistas” quienes ayudaban a la revolución “bonita” en su consolidación.
Hoy sabemos que esos internacionalistas son militares, asesores de inteligencia y torturadores disfrazados de médicos, enfermeras, técnicos culturales y deportivos y hasta asistentes administrativos en notarias, puertos y aeropuertos. Tanta es la penetración del castrismo en Venezuela, que esta semana el carnicero de Miraflores anunció que el embajador de Cuba integraría en Consejo de ministros en sus reuniones ordinarias.
Objetivamente hablando creo que no existen posibilidades reales de enfrentar en una confrontación bélica directa a semejantes enemigos, porque habría que sumarles los grupos de combatientes de los colectivos, los terroristas islámicos y del ELN-narcos, así como las mega bandas de las zonas mineras. Estos grupos irregulares mantienen una red de estructuras de organización muy bien diseñadas y listas para entrar en acción contra los civiles.
El auxilio militar internacional sería la salida ante la fragmentación del Estado venezolano como es evidente, notorio y comunicacional. Sin embargo, esto si bien llevaría a desplazar al chavismo de raíz, dejaría una estela de sangre, resentimiento y sed de venganza en los derrotados que alargaría en décadas la recuperación plena de la sociedad.
Lo otro es la negociación entre las partes donde cada bando en disputa del poder se vea obligado a ceder para privilegiar lo que es de todos, la república y sus instituciones. Esto es; preservar la estructura social y favorecer a los ciudadanos.
Lo he indicado en varias oportunidades, es preferible ceder, negociar, establecer alianzas, negociar, antes de llegar al extremo de alguna confrontación armada que si bien no implica en modo alguno una guerra civil, sí llevaría a grupos radicalizados a una innecesaria disputa fratricida, que alargaría la agonía de la sociedad en su conjunto.
También ya en varias oportunidades he manifestado que parte de la oposición contra el régimen totalitario del radical carnicero de Miraflores y sus pandilleros, surgiría de entre los mismos grupos y dirigentes del chavismo. Ello debe utilizarse políticamente por las fuerzas democráticas para nuclear una mayoría política que permita ampliar las fuerzas que se enfrentan al totalitarismo. Porque ahora la solución de la crisis venezolana, por tener repercusiones internacionales que afectan directamente a otras naciones, tiene que ser resuelta también, por la actuación de líderes de otras naciones que están decidiendo el destino de nuestra sociedad y república. Esto es así y no nos engañemos con falsas ideas de patriotismo trasnochado.
Son días difíciles para la sociedad venezolana y particularmente para la existencia misma de los partidos y agrupaciones políticas que hacen vida en el país. Tengo la certeza que superaremos estos tiempos grises y que en pocos años se instalarán los tribunales y jueces que sabrán administrar e imponer la justicia y llevar a la cárcel a quienes cometieron delitos graves, horrendos contra los ciudadanos y el Estado.