La más grande biblioteca humana, la Internet, como infinita memoria de la Humanidad junto con la mirada virtual en el reflejo de la pantalla, tuvo en el pasado antecedentes no precisamente en los laboratorios de los científicos modernos. Fueron los escenarios de los escritores donde se delineó el rostro de esta maravilla humana que hoy aparece como normal dentro de la cotidianidad de la vida.
En un cuento de Jorge Luis Borges, El jardín de senderos que se bifurcan, escrito a inicios de los años ’40, del pasado siglo, el autor construye una especie de gran metáfora del tiempo a partir de la cual éstos coexisten, se superponen, se juntan, se distancian y finalmente se desarrollan en red de redes para establecer finalmente un continuum del presente eterno. Así, la obra borgiana se adelanta a la era cibernética en la segunda parte del siglo XX.
Pero si esto no es suficiente para comprender la trascendencia del lenguaje y de la palabra en particular, será en la obra de Cervantes, El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, cuya primera edición aparece hacia 1605, con una reimpresión ese mismo año, donde el autor construirá con la artesanal palabra, la virtualidad de un personaje que se erigirá como modelo del mal decir y del mal vivir. Nunca existió, físicamente hablando, Don Quijote. Fue el delirio por la lectura de tanta novela de caballería, tanta ingesta de granos y tanta malnutrición amorosa que lleva a Alonso Quijano al paroxismo de ser Otro y proyectarse en la verosimilitud de actos y hazañas por tierras de La Mancha.
Pero este Don Quijote no es del todo personaje imaginario salido de la mente alucinada de Cervantes-Quijano. Parecido al caballero de la triste figura existió en la realidad-real un anciano conquistador que, al decir de autores como Luis Beltrán Guerrero, Enrique Bernardo Núñez, Mariano Picón Salas y Luis Brito García, entre otros, demuestran con suficiente documentación la existencia del Quijote en Venezuela.
Sabido es que en la ciudad de Caracas vivió por los primeros años de su fundación un personaje, como lo fue Alonso Andrea de Ledesma (Villa de Ledesma-España, c. 1537-Caracas, 29-5-1595) conquistador, quien junto con otros antiguos fundadores de la ciudad capital del país poseía tierras y cultivaba y trillaba, entre otros productos, trigo así como el pastoreo y el ordeño.
Cuando el pirata Amyas Preston, capitán de la armada de sir Walter Raleigh toma por asalto el litoral de lo que hoy es el estado Vargas y se preparan para subir hasta el valle de la ciudad, los aterrados moradores huyen despavoridos a los bosques ante la inminencia del ataque. Es sólo Andrea de Ledesma quien, montado en su viejo y cansado caballo, que le acompañó durante las travesías por los caminos de occidente para espantar indios, junto con su vieja y oxidada armadura, casco de peñacho, escudo y lanza en mano; se enfrenta en su soledad a los terribles piratas.
Ledesma es un anciano enclenque, larguirucho y de cabello encanecido. Tendrá para la época (1595) cerca de 60 años. Toda una proeza en una sociedad donde la esperanza de vida no superaba los 45 años. Los piratas de Preston sonríen cuando le ven de frente y en actitud de combate. El pirata ordena que no le hagan daño pues sólo es un solitario anciano enloquecido quien ha osado enfrentarse quizá a sus mismos fantasmas en las tierras mágicas y telúricas del Nuevo Mundo.
Finalmente y después que el conquistador ha dado varios lanzasos y cortado uno que otro pirata, suena un estruendo de arcabuz y el viejo conquistador cae mortalmente herido. Preston ordena a sus hombres que le carguen y coloquen su cadáver sobre su escudo, le cubran con su amplia capa, y en señal de respeto y valor, los piratas disparan al aire sus armas.
Alonso Andrea de Ledesma fue sepultado, según refiere la tradición de la época (…) usando de todas aquellas ceremonias que suelen utilizar las milicias para engrandecer con la ostentación las exequias de sus cabos.
Es conocida la permanencia de Cervantes en Sevilla a propósito de sus deseos, que llega a expresar en carta de solicitud a las autoridades, para embarcarse como colono a tierras descobertas. Le interesa saber todo lo que ocurre en esas lejanas tierras. Muy seguramente debió tener referencias sobre el hecho anteriormente ocurrido entre el conquistador Alonso Andrea de Ledesma y el pirata Amyas Preston. Las noticias sucedidas en las colonias del reino eran sabidas, aunque con meses de retardo, por los habitantes sevillanos quienes se enteraban de manera oral y por los comentarios de quienes iban y venían del Nuevo Mundo.
También existe una referencia alusiva a unos bardos españoles en el largo poema de Juan de Castellanos, soldado español quien emigró al Nuevo Mundo y posteriormente se ordenó sacerdote y escribió el más extenso poema en lengua española, Elegía de Varones Ilustres de Indias; son 113.600 versos endecasílabos, escrito hacia 1577.
En este poema Castellanos nos dice en una de sus partes, referida a la vida de unos soldados en la isla de Nueva Cádiz de Cubagua:
Y aún tú, que sus herencias hoy posees
No menos preciarás saber quién era
Bartolomé Fernández de Virués,
Y el bien quisto Jorge de Herrera;
Hombres de más valor de lo que crees
Y con otros también de aquella era,
Fernán Mateos, Diego de Miranda,
Que las musas tenían de su banda.
Sobre la estrofa anterior nos comenta Luis Beltrán Guerrero, poeta, entrañable amigo, lejano familiar y académico de la lengua que Diego de Miranda se llama en el Quijote el Caballero del Verde Gabán. Diego de Miranda es uno de los pobladores de la Nueva Cádiz primitiva. Como recordaréis, el Caballero del Verde Gabán es aquél con quien Alonso Quijano topó en la tercera de sus salidas, el que vio absorto la singular aventura de los leones, el primer santo a la jineta que Sancho había conocido, aquel prototipo de la sabiduría clásica que pasaba la vida con su mujer, sus hijos y sus amigos, se ejercitaban en la caza y la pesca, sin muchos aspavientos de utensilios, galgos y halcones, poseía unas docenas de libros, sin que entre ellos se contasen los de caballerías, invitaba a cenar a sus vecinos, amistaba a los desavenidos, daba con la derecha sin que la izquierda lo supiese, ni murmuraba ni consentía que se murmurase en su presencia. Aquella casa del Caballero del Verde Gabán, la bodega en el patio, la cueva en el portal, muchas tinajas a la redonda, que por ser del Toboso le rememoraron al ínclito Caballero el nombre amadísimo de Dulcinea. Hay quienes juzgan que el Caballero del Verde Gabán de Cervantes era hijo del Diego de Miranda de Nueva Cádiz y su casa se levantó con el producto de la venta de perlas. Lorenzo, hijo del Caballero del Verde Gabán, es aficionado a la poesía, contra la voluntad del padre, hereda la afición literaria, ¿de quién, sino del abuelo? Si las musas tuvieran al abuelo “de su banda” no olvidemos que Cervantes refiere que el Quijote, tan sabidor en achaques de letras, proclamó poeta consumado al nieto de nuestro conquistador.
Dos acotaciones sobre lo mencionado por Luis Beltrán Guerrero. La primera es la referencia a la ciudad de Nueva Cádiz de Cubagua. Primer asentamiento poblacional europeo en tierras de lo que hoy es Venezuela. Allí existió el primer emporio perlífero que fue el inicio del saqueo de los bienes materiales e inmateriales a las culturas ancestrales de esta parte del mundo. Como ejemplo podemos indicar que las diez mil perlas que se exhiben en el manto de nuestra señora de Toledo en España, fueron sustraídas de las innumerables zambullidas a que se les forzaba a los indígenas para expoliar sus riquezas.
La otra referencia es al nombre de Dulcinea del Toboso. Doña Aldonza Lorenzo es la amada, la tosca campesina en quien la mirada obliterada quijotesca transforma en maravilla estética y afirma el ideal amoroso de la nueva humanidad.
No es de nuestro interés indicar en modo alguno de quién es la paternidad del verosímil Don Quijote. Quizá la realidad se desdobla y anula la realidad haciendo de Cervantes un personaje y del Caballero de la Triste figura el autor que se proyecta en su metáfora hasta alcanzarnos en nuestros días.
Es merced al lenguaje que se libera donde se aprecia la inmensa y descomunal imaginación humana que nos permite encontrar, más que en un análisis literario y filológico, el sentido real y verdadero de aquello que para nosotros significa esta obra y su influencia en la lengua española actual.
Quien desee aprender los aspectos de gramaticalidad española, su coherencia y cohesión fonofonológica, morfosintáctica y semántica, perderá su tiempo en las páginas de esta monumental obra humana.
Porque en El Quijote no se aprende en modo alguno la lengua española desde una perspectiva académica ni educativa. En El Quijote, por el contario, se aprende a vivir en español, se aprende a amar en español, se aprende a maldecir, a blasfemar, a fijar la mirada en la escoria social, en la actitud de los seres humanos que deambulan por los rincones del mundo hispánico buscando un lugar en el mundo para sonreír mientras se comen los mendrugos del pan crudo y de los granos podridos que dan los flatos en hombres y mujeres desdentados que se burlan de sí mismos y de los hijosdalgo que buscan situarse en la escala social para ser considerados por la realeza hipócrita.
Es Don Quijote el hablador de una lengua que se desplaza paralela a la lengua oficial que tanto Sánchez de las Brozas (El Brocense) y el padre Antonio de Nebrija ordenaron para que se impusiera a sangre y fuego en tierras ajenas. Tal como Ángel Rama lo afirma, la lengua española oficial se traduce en una escritura que norma la vida social de un mundo construido a espalda de los cientos de miles de millones de seres humanos que por el contrario, debieron conformarse con el uso de los rudimentos de un lenguaje más identificado con la jerga pueblerina que tanto gozo y magia posee y que desborda sus metáforas en los cientos de párrafos que la sabiduría cervantina adorna en esta obra. Por ello en un primer momento esta lengua oficial es prohibida usarla a los indígenas y esclavos.
La lengua de Don Quijote es el idioma español liberado de tanta cuadratura estilística y tanta norma gramaticalista impuesta por la escolástica medieval. Los giros idiomáticos encontrados en sus páginas nos dicen de un idioma con alma apasionada, endiabladamente testaruda, amorosa, maldiciente y benefactora, grotesca y superlativamente altisonante. A menudo vanidosa –sino compruébese el perfil de Dulcinea y el alucinante caballero- o también en el uso de las palabras mágicas, esotéricas y cabalísticas desde su mismo inicio: En un lugar de La Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme. Por qué no nombra el lugar, el sitio, el espacio aludido y a la vez olvidado? Será acaso la gran pantalla virtual de la vida humana que metafóricamente se alude y que siglos después se hace realidad? Ese lugar posiblemente sea el encierro de donde salió después de pagar un rescate. Pero también es el espacio literario que es atemporal, ahistórico y amoral. El espacio literario de la obra se cuenta a sí mismo su propia historia mientras establece su moral=eso que mora, que habita y que posee su propio valor, aquello que vale para contar y re-contarse la vida ad infinitum.
Sobre el esoterismo en don Quijote véase el libro de Julio Peradejordi, Los refranes esotéricos del Quijote donde se demuestra en concienzudo análisis, tanto el origen arameo antiguo del nombre, Quixote, como las referencias refranescas a un espacio interior, esotérico, donde el antihéroe desarrolla su actividad.
El camino que sigue el caballero de la triste figura no es tanto un viaje material por tierras de La Mancha. Es, básicamente, un viaje interior, una introyección hacia sí mismo. Especie de desplazamiento odisíaco donde el personaje se va construyendo su propio destino mientras se enfrenta a sus demonios y los logra exorcizar. Pero mientras Odiseo mantiene una lucha interior con fuerzas materiales caracterizadas por identidades vinculadas con las divinidades, con la deificación y el desplazamiento en espacios también que bordean lo paradisíaco; en don Quijote esas fuerzas no están deificadas, por el contrario, están identificadas con la misma vida de los mortales, con la condición humana que es a la vez mundana, cotidiana y aparentemente intrascendente.
Pero he aquí que el acto alquímico que logra la transformación de esos hechos de intrascendencia humana se logran merced a un lenguaje que trastoca la realidad-real y construye las otras realidades –tal como Cortázar entiende el tiempo en eso llamado fantástico- para instaurar las múltiples realidades que son verdad, o al menos verosimilitudes de la existencia humana.
Entonces el lenguaje viene liberado en la voz de don Quijote. No es sueño, tampoco locura. Son los actos del lenguaje hecho metáfora (-de meta-fêro=eso más allá de…) que construyen las realidades múltiples que hoy denominamos como ciberespacio, realidad virtual y por lo tanto conducen al tiempo único del aquí y el ahora o mejor, el yllo témpore o presente eterno, que es precisamente el tiempo de los dioses o en lo humano, el tiempo donde los niños se instalan para experimentar la vida.
En esta obra de la cual hablamos, don Quijote, el estado poético (-de poiesis=construcción) se asocia al estado amoroso para crear su propio universo, su propia y única verdad. La obra, esta obra de arte es el compendio de la cultura hispánica desde su misma esencia, desde su fuente cultural primaria en boca de campesinos, desterrados, putas, malhechores, hijosdalgo, salteadores, fracasados, pero todos soñadores de un destino semejante al destino de los dioses que se hablan desde un mismo lenguaje: ese de las palabras dichas en metáforas, parábolas o salmos, y que sigue por los siglos repitiéndose como un eco en boca de decimistas, trovadores y juglares, y en los nuevos cantadores de la vida, cruel a veces, como en el reguetón donde se habla del sexo, las drogas y la violencia de la vida. Da igual, sus ancestros están en los reggee jamaiquinos o en el soul del sur norteamericano y más atrás; los spirituals de los esclavos africanos que cantaron en actos mágicos su destierro a estas tierras de nadie y de todos.
En aquellas como en éstas permanecerán siempre las voces que se niegan a perecer en la realidad-real de una vida seca sin amor ni poesía. Quizá atropellada, desamparada pero colmada de lenguaje erótico de tanta plenitud de vida y que es palabra telúrica en la inmensa figura alada del caballero don Quijote, héroe de la cotidianidad, amo del fracaso, único dueño de la mágica palabra.
En un cuento de Jorge Luis Borges, El jardín de senderos que se bifurcan, escrito a inicios de los años ’40, del pasado siglo, el autor construye una especie de gran metáfora del tiempo a partir de la cual éstos coexisten, se superponen, se juntan, se distancian y finalmente se desarrollan en red de redes para establecer finalmente un continuum del presente eterno. Así, la obra borgiana se adelanta a la era cibernética en la segunda parte del siglo XX.
Pero si esto no es suficiente para comprender la trascendencia del lenguaje y de la palabra en particular, será en la obra de Cervantes, El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, cuya primera edición aparece hacia 1605, con una reimpresión ese mismo año, donde el autor construirá con la artesanal palabra, la virtualidad de un personaje que se erigirá como modelo del mal decir y del mal vivir. Nunca existió, físicamente hablando, Don Quijote. Fue el delirio por la lectura de tanta novela de caballería, tanta ingesta de granos y tanta malnutrición amorosa que lleva a Alonso Quijano al paroxismo de ser Otro y proyectarse en la verosimilitud de actos y hazañas por tierras de La Mancha.
Pero este Don Quijote no es del todo personaje imaginario salido de la mente alucinada de Cervantes-Quijano. Parecido al caballero de la triste figura existió en la realidad-real un anciano conquistador que, al decir de autores como Luis Beltrán Guerrero, Enrique Bernardo Núñez, Mariano Picón Salas y Luis Brito García, entre otros, demuestran con suficiente documentación la existencia del Quijote en Venezuela.
Sabido es que en la ciudad de Caracas vivió por los primeros años de su fundación un personaje, como lo fue Alonso Andrea de Ledesma (Villa de Ledesma-España, c. 1537-Caracas, 29-5-1595) conquistador, quien junto con otros antiguos fundadores de la ciudad capital del país poseía tierras y cultivaba y trillaba, entre otros productos, trigo así como el pastoreo y el ordeño.
Cuando el pirata Amyas Preston, capitán de la armada de sir Walter Raleigh toma por asalto el litoral de lo que hoy es el estado Vargas y se preparan para subir hasta el valle de la ciudad, los aterrados moradores huyen despavoridos a los bosques ante la inminencia del ataque. Es sólo Andrea de Ledesma quien, montado en su viejo y cansado caballo, que le acompañó durante las travesías por los caminos de occidente para espantar indios, junto con su vieja y oxidada armadura, casco de peñacho, escudo y lanza en mano; se enfrenta en su soledad a los terribles piratas.
Ledesma es un anciano enclenque, larguirucho y de cabello encanecido. Tendrá para la época (1595) cerca de 60 años. Toda una proeza en una sociedad donde la esperanza de vida no superaba los 45 años. Los piratas de Preston sonríen cuando le ven de frente y en actitud de combate. El pirata ordena que no le hagan daño pues sólo es un solitario anciano enloquecido quien ha osado enfrentarse quizá a sus mismos fantasmas en las tierras mágicas y telúricas del Nuevo Mundo.
Finalmente y después que el conquistador ha dado varios lanzasos y cortado uno que otro pirata, suena un estruendo de arcabuz y el viejo conquistador cae mortalmente herido. Preston ordena a sus hombres que le carguen y coloquen su cadáver sobre su escudo, le cubran con su amplia capa, y en señal de respeto y valor, los piratas disparan al aire sus armas.
Alonso Andrea de Ledesma fue sepultado, según refiere la tradición de la época (…) usando de todas aquellas ceremonias que suelen utilizar las milicias para engrandecer con la ostentación las exequias de sus cabos.
Es conocida la permanencia de Cervantes en Sevilla a propósito de sus deseos, que llega a expresar en carta de solicitud a las autoridades, para embarcarse como colono a tierras descobertas. Le interesa saber todo lo que ocurre en esas lejanas tierras. Muy seguramente debió tener referencias sobre el hecho anteriormente ocurrido entre el conquistador Alonso Andrea de Ledesma y el pirata Amyas Preston. Las noticias sucedidas en las colonias del reino eran sabidas, aunque con meses de retardo, por los habitantes sevillanos quienes se enteraban de manera oral y por los comentarios de quienes iban y venían del Nuevo Mundo.
También existe una referencia alusiva a unos bardos españoles en el largo poema de Juan de Castellanos, soldado español quien emigró al Nuevo Mundo y posteriormente se ordenó sacerdote y escribió el más extenso poema en lengua española, Elegía de Varones Ilustres de Indias; son 113.600 versos endecasílabos, escrito hacia 1577.
En este poema Castellanos nos dice en una de sus partes, referida a la vida de unos soldados en la isla de Nueva Cádiz de Cubagua:
Y aún tú, que sus herencias hoy posees
No menos preciarás saber quién era
Bartolomé Fernández de Virués,
Y el bien quisto Jorge de Herrera;
Hombres de más valor de lo que crees
Y con otros también de aquella era,
Fernán Mateos, Diego de Miranda,
Que las musas tenían de su banda.
Sobre la estrofa anterior nos comenta Luis Beltrán Guerrero, poeta, entrañable amigo, lejano familiar y académico de la lengua que Diego de Miranda se llama en el Quijote el Caballero del Verde Gabán. Diego de Miranda es uno de los pobladores de la Nueva Cádiz primitiva. Como recordaréis, el Caballero del Verde Gabán es aquél con quien Alonso Quijano topó en la tercera de sus salidas, el que vio absorto la singular aventura de los leones, el primer santo a la jineta que Sancho había conocido, aquel prototipo de la sabiduría clásica que pasaba la vida con su mujer, sus hijos y sus amigos, se ejercitaban en la caza y la pesca, sin muchos aspavientos de utensilios, galgos y halcones, poseía unas docenas de libros, sin que entre ellos se contasen los de caballerías, invitaba a cenar a sus vecinos, amistaba a los desavenidos, daba con la derecha sin que la izquierda lo supiese, ni murmuraba ni consentía que se murmurase en su presencia. Aquella casa del Caballero del Verde Gabán, la bodega en el patio, la cueva en el portal, muchas tinajas a la redonda, que por ser del Toboso le rememoraron al ínclito Caballero el nombre amadísimo de Dulcinea. Hay quienes juzgan que el Caballero del Verde Gabán de Cervantes era hijo del Diego de Miranda de Nueva Cádiz y su casa se levantó con el producto de la venta de perlas. Lorenzo, hijo del Caballero del Verde Gabán, es aficionado a la poesía, contra la voluntad del padre, hereda la afición literaria, ¿de quién, sino del abuelo? Si las musas tuvieran al abuelo “de su banda” no olvidemos que Cervantes refiere que el Quijote, tan sabidor en achaques de letras, proclamó poeta consumado al nieto de nuestro conquistador.
Dos acotaciones sobre lo mencionado por Luis Beltrán Guerrero. La primera es la referencia a la ciudad de Nueva Cádiz de Cubagua. Primer asentamiento poblacional europeo en tierras de lo que hoy es Venezuela. Allí existió el primer emporio perlífero que fue el inicio del saqueo de los bienes materiales e inmateriales a las culturas ancestrales de esta parte del mundo. Como ejemplo podemos indicar que las diez mil perlas que se exhiben en el manto de nuestra señora de Toledo en España, fueron sustraídas de las innumerables zambullidas a que se les forzaba a los indígenas para expoliar sus riquezas.
La otra referencia es al nombre de Dulcinea del Toboso. Doña Aldonza Lorenzo es la amada, la tosca campesina en quien la mirada obliterada quijotesca transforma en maravilla estética y afirma el ideal amoroso de la nueva humanidad.
No es de nuestro interés indicar en modo alguno de quién es la paternidad del verosímil Don Quijote. Quizá la realidad se desdobla y anula la realidad haciendo de Cervantes un personaje y del Caballero de la Triste figura el autor que se proyecta en su metáfora hasta alcanzarnos en nuestros días.
Es merced al lenguaje que se libera donde se aprecia la inmensa y descomunal imaginación humana que nos permite encontrar, más que en un análisis literario y filológico, el sentido real y verdadero de aquello que para nosotros significa esta obra y su influencia en la lengua española actual.
Quien desee aprender los aspectos de gramaticalidad española, su coherencia y cohesión fonofonológica, morfosintáctica y semántica, perderá su tiempo en las páginas de esta monumental obra humana.
Porque en El Quijote no se aprende en modo alguno la lengua española desde una perspectiva académica ni educativa. En El Quijote, por el contario, se aprende a vivir en español, se aprende a amar en español, se aprende a maldecir, a blasfemar, a fijar la mirada en la escoria social, en la actitud de los seres humanos que deambulan por los rincones del mundo hispánico buscando un lugar en el mundo para sonreír mientras se comen los mendrugos del pan crudo y de los granos podridos que dan los flatos en hombres y mujeres desdentados que se burlan de sí mismos y de los hijosdalgo que buscan situarse en la escala social para ser considerados por la realeza hipócrita.
Es Don Quijote el hablador de una lengua que se desplaza paralela a la lengua oficial que tanto Sánchez de las Brozas (El Brocense) y el padre Antonio de Nebrija ordenaron para que se impusiera a sangre y fuego en tierras ajenas. Tal como Ángel Rama lo afirma, la lengua española oficial se traduce en una escritura que norma la vida social de un mundo construido a espalda de los cientos de miles de millones de seres humanos que por el contrario, debieron conformarse con el uso de los rudimentos de un lenguaje más identificado con la jerga pueblerina que tanto gozo y magia posee y que desborda sus metáforas en los cientos de párrafos que la sabiduría cervantina adorna en esta obra. Por ello en un primer momento esta lengua oficial es prohibida usarla a los indígenas y esclavos.
La lengua de Don Quijote es el idioma español liberado de tanta cuadratura estilística y tanta norma gramaticalista impuesta por la escolástica medieval. Los giros idiomáticos encontrados en sus páginas nos dicen de un idioma con alma apasionada, endiabladamente testaruda, amorosa, maldiciente y benefactora, grotesca y superlativamente altisonante. A menudo vanidosa –sino compruébese el perfil de Dulcinea y el alucinante caballero- o también en el uso de las palabras mágicas, esotéricas y cabalísticas desde su mismo inicio: En un lugar de La Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme. Por qué no nombra el lugar, el sitio, el espacio aludido y a la vez olvidado? Será acaso la gran pantalla virtual de la vida humana que metafóricamente se alude y que siglos después se hace realidad? Ese lugar posiblemente sea el encierro de donde salió después de pagar un rescate. Pero también es el espacio literario que es atemporal, ahistórico y amoral. El espacio literario de la obra se cuenta a sí mismo su propia historia mientras establece su moral=eso que mora, que habita y que posee su propio valor, aquello que vale para contar y re-contarse la vida ad infinitum.
Sobre el esoterismo en don Quijote véase el libro de Julio Peradejordi, Los refranes esotéricos del Quijote donde se demuestra en concienzudo análisis, tanto el origen arameo antiguo del nombre, Quixote, como las referencias refranescas a un espacio interior, esotérico, donde el antihéroe desarrolla su actividad.
El camino que sigue el caballero de la triste figura no es tanto un viaje material por tierras de La Mancha. Es, básicamente, un viaje interior, una introyección hacia sí mismo. Especie de desplazamiento odisíaco donde el personaje se va construyendo su propio destino mientras se enfrenta a sus demonios y los logra exorcizar. Pero mientras Odiseo mantiene una lucha interior con fuerzas materiales caracterizadas por identidades vinculadas con las divinidades, con la deificación y el desplazamiento en espacios también que bordean lo paradisíaco; en don Quijote esas fuerzas no están deificadas, por el contrario, están identificadas con la misma vida de los mortales, con la condición humana que es a la vez mundana, cotidiana y aparentemente intrascendente.
Pero he aquí que el acto alquímico que logra la transformación de esos hechos de intrascendencia humana se logran merced a un lenguaje que trastoca la realidad-real y construye las otras realidades –tal como Cortázar entiende el tiempo en eso llamado fantástico- para instaurar las múltiples realidades que son verdad, o al menos verosimilitudes de la existencia humana.
Entonces el lenguaje viene liberado en la voz de don Quijote. No es sueño, tampoco locura. Son los actos del lenguaje hecho metáfora (-de meta-fêro=eso más allá de…) que construyen las realidades múltiples que hoy denominamos como ciberespacio, realidad virtual y por lo tanto conducen al tiempo único del aquí y el ahora o mejor, el yllo témpore o presente eterno, que es precisamente el tiempo de los dioses o en lo humano, el tiempo donde los niños se instalan para experimentar la vida.
En esta obra de la cual hablamos, don Quijote, el estado poético (-de poiesis=construcción) se asocia al estado amoroso para crear su propio universo, su propia y única verdad. La obra, esta obra de arte es el compendio de la cultura hispánica desde su misma esencia, desde su fuente cultural primaria en boca de campesinos, desterrados, putas, malhechores, hijosdalgo, salteadores, fracasados, pero todos soñadores de un destino semejante al destino de los dioses que se hablan desde un mismo lenguaje: ese de las palabras dichas en metáforas, parábolas o salmos, y que sigue por los siglos repitiéndose como un eco en boca de decimistas, trovadores y juglares, y en los nuevos cantadores de la vida, cruel a veces, como en el reguetón donde se habla del sexo, las drogas y la violencia de la vida. Da igual, sus ancestros están en los reggee jamaiquinos o en el soul del sur norteamericano y más atrás; los spirituals de los esclavos africanos que cantaron en actos mágicos su destierro a estas tierras de nadie y de todos.
En aquellas como en éstas permanecerán siempre las voces que se niegan a perecer en la realidad-real de una vida seca sin amor ni poesía. Quizá atropellada, desamparada pero colmada de lenguaje erótico de tanta plenitud de vida y que es palabra telúrica en la inmensa figura alada del caballero don Quijote, héroe de la cotidianidad, amo del fracaso, único dueño de la mágica palabra.