Esto de los asombros es un cuento de nunca acabar en nuestro país. Todos los días hay algo nuevo, curioso y novedoso. Por estos días ando de terapia en terapia. La fisioterapeuta, toda ella hacendosa y solícita, pero con una voz aguda y parlanchina, me cuenta de una pareja que debió atender por problemas de estrés. Él, un alemán cautivado por el desorden criollo y ella, venezolana hastiada de tanto problema y deseosa de irse a Alemania por ser país de orden.
-Pero fíjese licenciada, dirigiéndose a la terapeuta. Cómo me voy a ir de este país si aquí llevo más de treinta años y todos los días sucede algo nuevo. Aquí hay bulla, gente que habla por las calles. Aquí todo el mundo es pana del otro, aunque después te roben. Aquí la gente se saluda por las calles. Hay huecos en las calles. La gente anda todo el día quejándose de todo y por todo. Los vecinos se entrometen en tu vida. Pero la esposa está decidida a irse porque no quiere seguir sufriendo. Y el alemán que riposta: -Allá en Alemania la gente está gorda, atomatada de comer tanta salchicha, pero silenciosa y tristona, y ni te miran a los ojos cuando pasan a tu lado. Aquí la gente está famélica pero alegre. Sufre, tiene deudas, se le esconde al turco para no pagarle, pero de cualquier cosa saca un pretexto para bailar y cantar. Aquí uno puede trasgredir el orden y no te meten a la cárcel. No, no y no. Nunca me iré de este paradójico país. Sentencia el alemán. Quien se aburra en este país está loco. Y esto es cierto. Tan cierto, que por estos días un juez –ya fuera de nuestras fronteras, se le ocurrió dictar una medida judicial por reparto de bienes que dejó congelado hasta al mismísimo ex presidente venezolano Carlos Andrés Pérez. El hombre de los grandes saltos de charcos quedó metido en un congelador hasta que se dilucide un pleito por herencia.
Quién iba a pensar que un poderoso político iba a terminar cuasi olvidado y metido en un congelador. Y además, metido en un pleito doméstico de faldas, como fue parte de su vida y de casi todos los políticos. Una de sus mujeres lo quiere enterrar adentro mientras la otra lo quiere afuera…del país, o sea.
Pobre hombre. Envuelto en un absurdo. Y estas extrañas cosas siempre han formado parte de la mágica vida venezolana. Fue cuando truhán disfrazado de jeque se alojó en un conocido hotel capitalino, mientras unos secuaces, vestidos de árabes, le colocaron a su lado, entre alfombras persas, finos cojines de seda y pedrería de damasco, unos grandes tarros de mayonesa forrados de terciopelo rojo, donde él metía la mano para extraer pedazos de pepitas de oro, de pequeño valor, piedras brillantes de Guayana, de esas llamadas casi casi, que obsequiaba a unos ingenuos industriales, empresarios y demás acomodados hombres de negocios de la Venezuela saudita. Al final, todos fueron estafados por cuatro o cinco antisociales, que se llevaron la plata y fueron a parar a Miami, con escala en los burdeles de Catia. No pasó nada. Ninguno de los afectados se le ocurrió hacer denuncia alguna por pena de ser tomados por ingenuos.
Y eso es lo que en la generalidad de los casos han sido nuestros grandes dirigentes de este país; unos improvisados ingenuos. Unas veces representando a tío tigre, otras como tío conejo…pero siempre con la ingenuidad por delante. Una ingenuidad delicada y peligrosa porque en ello va la vida y seguridad de toda una sociedad que va a la ruina y al descalabro, mientras se ríe sin darse cuenta del daño que se está haciendo a sí misma y al semejante.
(*) camilodeasis@hotmail.com twitter@camilodeasis
-Pero fíjese licenciada, dirigiéndose a la terapeuta. Cómo me voy a ir de este país si aquí llevo más de treinta años y todos los días sucede algo nuevo. Aquí hay bulla, gente que habla por las calles. Aquí todo el mundo es pana del otro, aunque después te roben. Aquí la gente se saluda por las calles. Hay huecos en las calles. La gente anda todo el día quejándose de todo y por todo. Los vecinos se entrometen en tu vida. Pero la esposa está decidida a irse porque no quiere seguir sufriendo. Y el alemán que riposta: -Allá en Alemania la gente está gorda, atomatada de comer tanta salchicha, pero silenciosa y tristona, y ni te miran a los ojos cuando pasan a tu lado. Aquí la gente está famélica pero alegre. Sufre, tiene deudas, se le esconde al turco para no pagarle, pero de cualquier cosa saca un pretexto para bailar y cantar. Aquí uno puede trasgredir el orden y no te meten a la cárcel. No, no y no. Nunca me iré de este paradójico país. Sentencia el alemán. Quien se aburra en este país está loco. Y esto es cierto. Tan cierto, que por estos días un juez –ya fuera de nuestras fronteras, se le ocurrió dictar una medida judicial por reparto de bienes que dejó congelado hasta al mismísimo ex presidente venezolano Carlos Andrés Pérez. El hombre de los grandes saltos de charcos quedó metido en un congelador hasta que se dilucide un pleito por herencia.
Quién iba a pensar que un poderoso político iba a terminar cuasi olvidado y metido en un congelador. Y además, metido en un pleito doméstico de faldas, como fue parte de su vida y de casi todos los políticos. Una de sus mujeres lo quiere enterrar adentro mientras la otra lo quiere afuera…del país, o sea.
Pobre hombre. Envuelto en un absurdo. Y estas extrañas cosas siempre han formado parte de la mágica vida venezolana. Fue cuando truhán disfrazado de jeque se alojó en un conocido hotel capitalino, mientras unos secuaces, vestidos de árabes, le colocaron a su lado, entre alfombras persas, finos cojines de seda y pedrería de damasco, unos grandes tarros de mayonesa forrados de terciopelo rojo, donde él metía la mano para extraer pedazos de pepitas de oro, de pequeño valor, piedras brillantes de Guayana, de esas llamadas casi casi, que obsequiaba a unos ingenuos industriales, empresarios y demás acomodados hombres de negocios de la Venezuela saudita. Al final, todos fueron estafados por cuatro o cinco antisociales, que se llevaron la plata y fueron a parar a Miami, con escala en los burdeles de Catia. No pasó nada. Ninguno de los afectados se le ocurrió hacer denuncia alguna por pena de ser tomados por ingenuos.
Y eso es lo que en la generalidad de los casos han sido nuestros grandes dirigentes de este país; unos improvisados ingenuos. Unas veces representando a tío tigre, otras como tío conejo…pero siempre con la ingenuidad por delante. Una ingenuidad delicada y peligrosa porque en ello va la vida y seguridad de toda una sociedad que va a la ruina y al descalabro, mientras se ríe sin darse cuenta del daño que se está haciendo a sí misma y al semejante.
(*) camilodeasis@hotmail.com twitter@camilodeasis