Desde la segunda mitad del siglo XIX Venezuela vivió poco más de 40 revoluciones, entre guerras, montoneras y alzamientos. La Independencia, la Guerra Federal, la revolución Azul, La Restauradora y hasta hubo una que dieron en llamar de La Sampablera. Esto de llamar a cualquier movimiento político-militar “revolución” no es cosa nueva. Lo nuevo es que la actual se ha adornado con una nomenclatura atractiva para darle apariencia de amplitud, lo que le da carácter de inclusión a los más desposeídos. Usados éstos como piezas de un gigantesco rompecabezas que puede montarse y desmontarse para hacerlo sentir partícipe y protagonista de una película de nunca acabar. Así las cosas, tanto quienes se dicen revolucionarios como quienes se le oponen creen que están viviendo una experiencia inédita en la Venezuela del siglo XXI. Para que se sepa, hubo un presidente que se creyó francés, más aún, parisino y le dio por hacer de Caracas una segunda París. Se hizo erigir estatuas. Una de ellas en una esquina del mismísimo Congreso nacional hoy Asamblea nacional. Otro más murió y mientras lo llevaban a enterrar los opositores se enfrentaron y el féretro quedó a mitad de la calle por unas cuantas horas. Decimos esto para que se conozca que esto de las revoluciones ha traído siempre más atraso y pobreza de pensamiento mientras a sus líderes se les ha antojado buscar protección extranjera para aferrarse en el poder. Unos se mantuvieron tres siglos al amparo del Imperio español, otros se vincularon a Francia e Inglaterra, otros más a los Estados Unidos de Norteamérica, mientras éstos últimos lo hacen con Cuba.
La palabra revolución, por principio, otorga un halo de cierto misticismo, cierto aire juvenil, de perpetuidad en el poder, de constante cambio y derrumbe de lo viejo, de aquello anquilosado y ruinoso para establecer algo que no se sabe qué será pero su cercanía se convierte precisamente en eso, en objeto de discusión y búsqueda “teórica” nunca alcanzada pero siempre añorada.
Entonces ocurre que viene como anillo al dedo colocarle a la palabra revolución un complemento, “socialismo” para obtener la ecuación perfecta que permite instalarse en el trabajo buscado: construcción de una sociedad socialista. Y en esto sí que hay ventaja en quienes detentan el poder en la Venezuela actual. Medraron al amparo del Estado por más de 40 años, leyendo y discutiendo doctrinas y haciendo círculos de estudios, mayormente en los cafés de Sabana Grande, donde hasta inventaron una República (del este) y demás. Eso se les permitió y hasta a más de uno de estos actuales ministros, gobernadores y presidentes de institutos autónomos, les otorgaron becas y pensiones. La llamada izquierda venezolana vivió sus años de persecución pero también sus años dorados. Por eso al escucharlos hablar son una preciosura discursiva producto de su práctica teórica pero jamás han sido capaces de dirigir una empresa, un ministerio ni aún, una junta de condominio.
No es cierto que la actual situación se pueda llamar revolución ni mucho menos de construcción alguna de sociedad socialista. Es una usurpación terminológica para ocultar la verdadera razón que es la de un gobierno del Estado profundamente corrompido y corruptor que en la práctica es de naturaleza marginal. Y esto sí es lo innovador. El hacer del Estado venezolano de los últimos 25 años ha ido degenerando hasta alcanzar niveles de marginalidad absolutos que traen como consecuencia, los resultados que diariamente se observan: aumento de la criminalidad, asaltos, corrupción en todos los niveles de la sociedad, ausencia de protección al ciudadano en su hacer cotidiano.
En una realidad como la actual, donde el Estado a través de su gobierno es el primer transgresor de la legalidad, los ciudadanos no tienen otra opción sino la de organizarse a través de sus más cercanas formas de existencia: juntas de vecinos, cooperativas, asociaciones, gremios, ONGs, partidos políticos, redes sociales alternativas para enfrentar al Estado y su gobierno. El nuevo orden socio-político será el resultado de una interacción organizada de los ciudadanos que nos negamos a irnos de nuestro país y de manera inteligente y constante, ofrecemos luces y actos coherentes de respuesta ante el atropello de un Estado y su gobierno que usa todo su poder, incluso la injerencia de personas extranjeras: cubanas, nicaragüenses, bolivianas para imponer un modelo de vida ajeno a la idiosincrasia y tradición de la cultura venezolana.
twitter@camilodeasis
La palabra revolución, por principio, otorga un halo de cierto misticismo, cierto aire juvenil, de perpetuidad en el poder, de constante cambio y derrumbe de lo viejo, de aquello anquilosado y ruinoso para establecer algo que no se sabe qué será pero su cercanía se convierte precisamente en eso, en objeto de discusión y búsqueda “teórica” nunca alcanzada pero siempre añorada.
Entonces ocurre que viene como anillo al dedo colocarle a la palabra revolución un complemento, “socialismo” para obtener la ecuación perfecta que permite instalarse en el trabajo buscado: construcción de una sociedad socialista. Y en esto sí que hay ventaja en quienes detentan el poder en la Venezuela actual. Medraron al amparo del Estado por más de 40 años, leyendo y discutiendo doctrinas y haciendo círculos de estudios, mayormente en los cafés de Sabana Grande, donde hasta inventaron una República (del este) y demás. Eso se les permitió y hasta a más de uno de estos actuales ministros, gobernadores y presidentes de institutos autónomos, les otorgaron becas y pensiones. La llamada izquierda venezolana vivió sus años de persecución pero también sus años dorados. Por eso al escucharlos hablar son una preciosura discursiva producto de su práctica teórica pero jamás han sido capaces de dirigir una empresa, un ministerio ni aún, una junta de condominio.
No es cierto que la actual situación se pueda llamar revolución ni mucho menos de construcción alguna de sociedad socialista. Es una usurpación terminológica para ocultar la verdadera razón que es la de un gobierno del Estado profundamente corrompido y corruptor que en la práctica es de naturaleza marginal. Y esto sí es lo innovador. El hacer del Estado venezolano de los últimos 25 años ha ido degenerando hasta alcanzar niveles de marginalidad absolutos que traen como consecuencia, los resultados que diariamente se observan: aumento de la criminalidad, asaltos, corrupción en todos los niveles de la sociedad, ausencia de protección al ciudadano en su hacer cotidiano.
En una realidad como la actual, donde el Estado a través de su gobierno es el primer transgresor de la legalidad, los ciudadanos no tienen otra opción sino la de organizarse a través de sus más cercanas formas de existencia: juntas de vecinos, cooperativas, asociaciones, gremios, ONGs, partidos políticos, redes sociales alternativas para enfrentar al Estado y su gobierno. El nuevo orden socio-político será el resultado de una interacción organizada de los ciudadanos que nos negamos a irnos de nuestro país y de manera inteligente y constante, ofrecemos luces y actos coherentes de respuesta ante el atropello de un Estado y su gobierno que usa todo su poder, incluso la injerencia de personas extranjeras: cubanas, nicaragüenses, bolivianas para imponer un modelo de vida ajeno a la idiosincrasia y tradición de la cultura venezolana.
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