“Los sacerdotes de todo credo son responsables, históricamente, de fomentar y mantener la ignorancia, que la han utilizado indiscriminadamente y que gracias a ello, el ser humano se ha convertido en lo que es: un esclavo de sus temores y de sus angustias”. Frederick L. Beynon
Pensar y enfrentarse a Dios es un acto de fe. Nuevamente surgen los profetas que anuncian las malas nuevas. Se abren los libros antiguos y sagrados. Aparecen por las esquinas hordas de prosélitos arrogantes que exigen el arrepentimiento de los pecadores y su inminente conversión.
Las conversaciones están matizadas por el misterio de la fe y la venida del Juicio Final. Pareciera que hasta el aire comienza a oler a azufre.
Desde hace miles de años y situándonos en los albores del nacimiento del profeta Jesús, ya merodeaban los santones, delirantes, agoreros y toda suerte de personajes afantasmados que hablaban del fin del mundo.
Personajes como Bene Hassadog, uno de los fundadores de la secta de los esenios y maestro de Juan, llamado El Bautista, quien antecediera a Jesús, iniciado nazareno de esa secta, hablaba de la Justicia Divina, corriente que encontraba oposición en Juan, ermitaño y pocas pulgas quien auguraba el Castigo Divino.
Pero no sólo ellos, mucho antes lo padres del judeo-cristianismo, entre otros Enoc, Ezequiel, Jeremías, Osías, y más aún, los profetas de las religiones orientales, egipcias, africanas, amerindias, griegas, latinas, hablan también de ese fin.
Curiosamente los períodos de efervescencia de estas sectas han sido precisamente en tiempos difíciles para la humanidad: alteraciones climáticas, crisis socioeconómicas, tiranías, esclavitud. Durante esos períodos han surgido fanáticos que hablan de otros mundos, de cielos e infiernos y hasta de una Nueva Era.
Ahora que termina un siglo y comienza otro leemos en las paredes de ciudades y pueblos los anuncios del fin. De ello se encargan, con mayor ansiedad esos cristianos de segunda llamados evangélicos, curiosos eunucos contra el deseo de todo lo prohibido, quienes a fuerza de meter miedo se han ido filtrando, como las telenovelas, en los hogares. O los Testigos de Jehová, quienes no perdonan a nadie el crimen de recibir una gota de sangre ajena. Adventistas o Bautistas, Rosas de Sarón, Cuáqueros (-no confundir con avena) judíos, budistas, el ejército de salvación (-especie de enfermeras del alma) sectas hindúes, entre otras especies, están en franca campaña para ganar adeptos. Es una especie de mundanal proceso electoral espiritual donde está en juego el alma del silvestre mortal.
Pero, qué hemos hecho para merecer y tener que soportar a estos vendedores de cielos e infiernos? De qué tenemos que arrepentirnos? Cuál ha sido nuestro pecado?
Lo más curioso es que los sacerdotes de cualquier secta o religión manifiestan que su dios es más poderoso y mejor que el del contrario. Y son precisamente ellos quienes lanzan maldiciones y han llevado a los hombres a las guerras más crueles y sanguinarias. O sino veamos lo que ocurre en Medio Oriente, o revisemos las divinas leyes islámicas, donde “la mujer debe estar totalmente sometida a su marido; pero el marido debe garantizarle ropa, comida y alojamiento… aunque no tenga con qué” (Beynon).
Por otra parte los axiomas son recibidos como sellos sagrados que no deben ser alterados. Por ejemplo, los católicos aceptan la ingenua y zoófica fábula sobre la preñez de la virgen María (-quien era una sacerdotisa y maga) por un tal Espíritu santo en forma de paloma, quien la penetró. Sin embargo, se burlan cuando escuchan que la madre de Buda quedó preñada por un elefante blanco, o cuando la princesa Ixquic, doncella de la milenaria cultura maya, fue al árbol de la vida, el jícaro (-tapara) y éste le pidió que extendiera su mano derecha. Luego le lanzó un “c hisquete de saliva” y habló el árbol: “En mi saliva y mi baba te he dado mi descendencia” (Popol Vuh)
Igualmente se acepta como misterio único a la llamada Santísima Trinidad, siendo que éste milenario mito egipcio se propagó por toda la Hélade de la cultura griega. El Hermes Trismegisto (-tres veces Él). También el mito de Eva como primera mujer de Adan (-Nada al revés), pero olvidamos que él vivió algún tiempo con Lilith antes de conocer a Eva.
Como se ve las religiones son prácticamente iguales y apuntan a un sólo objetivo: dominar, controlar y someter la consciencia de todo ser humano. Ellas han inventado los tribunales más tenebrosos que conozca la historia: la Inquisición, magna obra del catolicismo pedófilo, o los dictámenes de los sacerdotes aztecas, quienes exigían el corazón de vírgenes y mancebos para ofrecerlo a los dioses. O la ley judía del Talión.
Tal parece que alguien, -sin oficio conocido- se ha empeñado en hacernos la vida imposible y de cuadritos. Como si fueran pocos los sufrimientos en este valle de lágrimas –léase alto costo de la vida, inseguridad, los inorgásmicos políticos y demás hierbas- encima los practicantes religiosos nos quieren ofrecer una eternidad calurosa y llena de tridentes , si sucumbimos ante el Deseo (-y pensar que todo deseo es prohibido y sabrosamente esplendoroso).
Pero nos guste o no, tenemos que morir con alguna de estas infecciones contagiosas, pues son casi imposibles de eliminar.
Quizá el catolicismo de adopción, reencauchado en América, nos quede bien porque no exige mucho, es más cínico y libertino, y otorga ciertas lisonjas.
Lo mejor sería encontrar nuestra perdida alma pagana, especie de camino ético hacia la religiosidad absoluta y universal, que lleva a la sabiduría de la vida en libertad.
Pensar y enfrentarse a Dios es un acto de fe. Nuevamente surgen los profetas que anuncian las malas nuevas. Se abren los libros antiguos y sagrados. Aparecen por las esquinas hordas de prosélitos arrogantes que exigen el arrepentimiento de los pecadores y su inminente conversión.
Las conversaciones están matizadas por el misterio de la fe y la venida del Juicio Final. Pareciera que hasta el aire comienza a oler a azufre.
Desde hace miles de años y situándonos en los albores del nacimiento del profeta Jesús, ya merodeaban los santones, delirantes, agoreros y toda suerte de personajes afantasmados que hablaban del fin del mundo.
Personajes como Bene Hassadog, uno de los fundadores de la secta de los esenios y maestro de Juan, llamado El Bautista, quien antecediera a Jesús, iniciado nazareno de esa secta, hablaba de la Justicia Divina, corriente que encontraba oposición en Juan, ermitaño y pocas pulgas quien auguraba el Castigo Divino.
Pero no sólo ellos, mucho antes lo padres del judeo-cristianismo, entre otros Enoc, Ezequiel, Jeremías, Osías, y más aún, los profetas de las religiones orientales, egipcias, africanas, amerindias, griegas, latinas, hablan también de ese fin.
Curiosamente los períodos de efervescencia de estas sectas han sido precisamente en tiempos difíciles para la humanidad: alteraciones climáticas, crisis socioeconómicas, tiranías, esclavitud. Durante esos períodos han surgido fanáticos que hablan de otros mundos, de cielos e infiernos y hasta de una Nueva Era.
Ahora que termina un siglo y comienza otro leemos en las paredes de ciudades y pueblos los anuncios del fin. De ello se encargan, con mayor ansiedad esos cristianos de segunda llamados evangélicos, curiosos eunucos contra el deseo de todo lo prohibido, quienes a fuerza de meter miedo se han ido filtrando, como las telenovelas, en los hogares. O los Testigos de Jehová, quienes no perdonan a nadie el crimen de recibir una gota de sangre ajena. Adventistas o Bautistas, Rosas de Sarón, Cuáqueros (-no confundir con avena) judíos, budistas, el ejército de salvación (-especie de enfermeras del alma) sectas hindúes, entre otras especies, están en franca campaña para ganar adeptos. Es una especie de mundanal proceso electoral espiritual donde está en juego el alma del silvestre mortal.
Pero, qué hemos hecho para merecer y tener que soportar a estos vendedores de cielos e infiernos? De qué tenemos que arrepentirnos? Cuál ha sido nuestro pecado?
Lo más curioso es que los sacerdotes de cualquier secta o religión manifiestan que su dios es más poderoso y mejor que el del contrario. Y son precisamente ellos quienes lanzan maldiciones y han llevado a los hombres a las guerras más crueles y sanguinarias. O sino veamos lo que ocurre en Medio Oriente, o revisemos las divinas leyes islámicas, donde “la mujer debe estar totalmente sometida a su marido; pero el marido debe garantizarle ropa, comida y alojamiento… aunque no tenga con qué” (Beynon).
Por otra parte los axiomas son recibidos como sellos sagrados que no deben ser alterados. Por ejemplo, los católicos aceptan la ingenua y zoófica fábula sobre la preñez de la virgen María (-quien era una sacerdotisa y maga) por un tal Espíritu santo en forma de paloma, quien la penetró. Sin embargo, se burlan cuando escuchan que la madre de Buda quedó preñada por un elefante blanco, o cuando la princesa Ixquic, doncella de la milenaria cultura maya, fue al árbol de la vida, el jícaro (-tapara) y éste le pidió que extendiera su mano derecha. Luego le lanzó un “c hisquete de saliva” y habló el árbol: “En mi saliva y mi baba te he dado mi descendencia” (Popol Vuh)
Igualmente se acepta como misterio único a la llamada Santísima Trinidad, siendo que éste milenario mito egipcio se propagó por toda la Hélade de la cultura griega. El Hermes Trismegisto (-tres veces Él). También el mito de Eva como primera mujer de Adan (-Nada al revés), pero olvidamos que él vivió algún tiempo con Lilith antes de conocer a Eva.
Como se ve las religiones son prácticamente iguales y apuntan a un sólo objetivo: dominar, controlar y someter la consciencia de todo ser humano. Ellas han inventado los tribunales más tenebrosos que conozca la historia: la Inquisición, magna obra del catolicismo pedófilo, o los dictámenes de los sacerdotes aztecas, quienes exigían el corazón de vírgenes y mancebos para ofrecerlo a los dioses. O la ley judía del Talión.
Tal parece que alguien, -sin oficio conocido- se ha empeñado en hacernos la vida imposible y de cuadritos. Como si fueran pocos los sufrimientos en este valle de lágrimas –léase alto costo de la vida, inseguridad, los inorgásmicos políticos y demás hierbas- encima los practicantes religiosos nos quieren ofrecer una eternidad calurosa y llena de tridentes , si sucumbimos ante el Deseo (-y pensar que todo deseo es prohibido y sabrosamente esplendoroso).
Pero nos guste o no, tenemos que morir con alguna de estas infecciones contagiosas, pues son casi imposibles de eliminar.
Quizá el catolicismo de adopción, reencauchado en América, nos quede bien porque no exige mucho, es más cínico y libertino, y otorga ciertas lisonjas.
Lo mejor sería encontrar nuestra perdida alma pagana, especie de camino ético hacia la religiosidad absoluta y universal, que lleva a la sabiduría de la vida en libertad.
(*) camilodeasis@hotmail.com twitter@camilodeasis