Juan
Guerrero
De los grandes poetas y
escritores vivos que existen en Venezuela, Francisco Arévalo (San Félix, 1959)
es una de esas voces. No es posible concebir el desarrollo de Guayana sin este
destacado escritor. Sin embargo, Arévalo vive alejado de la gran pantalla de la
pedantería y la farándula literaria, tan alborotada por estos tiempos. Como
buen descendiente de españoles gallegos, la voz del poeta no es para nada
complaciente. Por el contrario, su franqueza siempre está al borde de la
desmesura y el mal genio. Francisco y yo tenemos una vida de cercanías. A
mediados de los años ‘90s., nos conocimos. Si bien las circunstancias nos han
alejado nuestras vivencias siempre han estado alrededor de una mesa para tres,
junto con el ensayista y pintor, Carlos Yusti, han sido el centro de nuestras
accidentadas tertulias literarias.
Escritor, poeta, articulista y promotor
cultural, Arévalo siempre ha estado gestando su obra tomando como centro de sus
obsesiones, tanto la gran ciudad (Puerto Ordaz/San Félix) como la pasión por
los versos agrios, duros, certeros, pero a la vez cargados de una cierta
amorosidad y melancolía que desnudan el alma de una realidad que asfixia,
mientras el paisaje telúrico no termina de asimilarse entre la simbología de
una escritura que lacera, quema la piel y no tiene contemplaciones con nada ni
nadie.
Su obra literaria ha sido premiada en varias
oportunidades, tanto en narrativa como en poesía. Entre sus libros de poesía
fundamentales, destacan: Brote, 1989; Nadie me reina en estos parajes de
hormigón, 1993; Sur, 1995; Alcoholes de la otra iglesia, 1996; Agrio de
colmena, 2001; Adiós en Madrid, 2007; Más sobre el río, 2012; Herida o claridad
del deseo, 2013, entre otros.
En esta entrevista surgen reflexiones sobre
la ciudad, el país, el arte y la cultura.
Algunas preguntas intentan rastrear el universo poético de Arévalo. Su
simbología poética tan particular, tan adherida a las claridades mañaneras
donde el poeta ronda y se fusiona con su ciudad.
Juan
Guerrero (JG). Tu escritura ha estado oscilando entre poesía y narrativa. ¿Qué
tanto se ha estado nutriendo una de la otra? O ¿siempre ha sido la voz poética
la que ha dominado tu escritura?
Francisco
Arévalo (FA). Cargo con esa enfermedad que algunos críticos literarios llaman,
el mal de lo ambidiestro. Jugar con las dos manos o herramientas. Empecé
escribiendo poesía, la sigo sintiendo como imprescindible, como el aire a
respirar. Sin poesía no tengo ningún acercamiento con la literatura. La poesía
es parte, no aparte. No hay confusión, además es esa reflexión cotidiana que me
mantiene impresionado por los eventos más sencillos de la vida.
La
narrativa surge de la ociosidad creativa, de estar en un espacio y desarrollar
el oficio de la contemplación. Para mí escribir una novela o un cuento es un
acto de ingeniería, donde vas armando las dudas que te llegan producto de no
tener el canal de la poesía pues está dormido, en reposo.
Hay
un fenómeno que no sé explicar. Cuando estoy trabajando un libro de poesía leo
copiosamente narrativa y cuando escribo narrativa, leo incansablemente poesía.
Quisiera saber algún día cómo pudiésemos denominar este fenómeno. Pero que
quede claro, no arriesgo mi ubicación poética por la circunstancia mediática,
por los aciertos que he logrado con mis novelas, cuyas estructuras pretenden
ser un acto de amor por mi idioma.
(JG)
En tu obra poética puedo reconocer varias etapas de tu escritura. Una de ellas
está vinculada al espacio esplendoroso de lo telúrico. La Guayana acuosa y de
luz constante. ¿Es ese el espacio donde está situada tu primera etapa? ¿Cuáles
serían las otras?
(FA)
Eres un agudo lector. Es cierto, tengo una impresión desde pequeño por los ríos
(Orinoko –sic- y Caroní). En 1959 nací, en una
clínica modesta de San Félix y me crié muy cerca del Orinoko, por no decir que
desde mi casa de infancia se ve todo su esplendor y sobre todo el paso de los
barcos que cargan mineral en los puertos.
Nunca
he olvidado mi origen náutico, el río para mí es todo y mis primeros poemas
tienen que ver con ellos. La ciudad por estar atravesada por esas dos
serpientes acuáticas posee un paisaje asombroso, además el desarrollo de la
misma intenta enaltecer sus ventajas paisajísticas.
Siempre
he sostenido mi suerte al haber nacido en estas riberas. Pero está el otro
lado, el industrial, que trajo migrantes y se desarrolló una cultura del
trabajo e industrial, cuya característica es la rigidez social. Esta fricción
generó ciertas conductas que nos llevaron a buscar un perfil de ciudad. Ciudad
Guayana o Puerto Ordaz o San Félix, tiene 60 años y es producto del trasiego de
la renta petrolera. Se creó una ciudad y en torno de ella un sincretismo que es
de lo más interesante de Latinoamérica.
Es
allí que nace u opera en mí un discurso de amor/odio o una narrativa del
desarraigo o el abandono. Mi poesía es un homenaje a esta ciudad y mis novelas
son la reafirmación.
(JG)
Tus libros han estado marcados por lo femenino. Sin embargo, en los primeros
textos no se dibuja un rostro en su plenitud. ¿Acaso en tus 3 últimos libros ya
existe un rostro delineado? ¿Por qué esa fragmentación de lo femenino en tu
primera etapa?
(FA)
Mis primeros poemas son de un cursi aterrador. Gracias que están bien a
resguardo en la bóveda del olvido. Escribí poesía amorosa colegial. Hasta gané
un tercer premio liceísta, con un texto dedicado a una novia adolescente, quien
por cierto, un buen día me dejó por un motorizado. Eso me devastó.
Luego
fui trabajando la palabra con huellas de erotismo y el paisaje, la ciudad
respirando siempre.
Ya
para estos días son con una intención erótica que no disfrazo y donde mi
ciudad, mi paisaje, mis ríos hacen un trabajo de sombrilla.
(JG)
Lo regional como centro y sujeto activo en tu escritura son una constante
presencia que adquieren en momentos, protagonismo en su caracterización. En
este aspecto, ¿podemos afirmar que Francisco Arévalo es un poeta de lo
regional?
(FA)
Fervor de Buenos Aires es un libro regional, muy regional. ¿Qué es o qué
significa en estos momentos, y Jorge Luis Borges, por dónde anda? Doña Bárbara
es una novela local, regional y se convirtió en un momento dado en la favorita
para el cine y TV. Estando yo en Damasco veía en el hotel una de las tantas
versiones doblada al árabe, me sentí orgulloso de ser de la tierra de don
Rómulo Gallegos.
No
creo en lo regional. Es más, me parece una idiotez eso de ubicar
geográficamente el oficio. Nunca se me olvida los tontos que diseñaron uno de
esos festivales de poesía que suelen usar para promocionar la tiranía que
estamos viviendo. Esos papanatas tenían cuatro categorías para definir a los
poetas. Estaban los internacionales, los nacionales, los regionales y los
locales. ¡Dios mío!, qué pobreza conceptual.
No
me considero ni regional ni nada parecido. Sí tengo claro que soy del sur y
hago literatura que me respira y camina cotidianamente. Aquí, en estos parajes
de hormigón.
(JG)
Entonces, ¿no existe una poesía regional y otra nacional, y otra más universal?
(FA)
Creo que en mi anterior exposición dejé claro que existe poesía, la que no se
puede encasillar, no se puede modelar a partir de que surge de un paisaje o de
unos personajes anclados a este paisaje.
(JG)
Considerando la reflexión anterior, ¿es lícito hablar de poetas regionales y
poetas nacionales?
(FA)
Por lo antes expuesto me tengo prohibido referirme a poetas como locales,
regionales, nacionales, internacionales o intergalácticos. Hay que salirle al
paso a la descalificación a partir de esta desviación conceptual.
(JG)
¿Qué rasgos estéticos encuentras en tu escritura poética que puedan vincularte
con una poesía de la venezolanía?
(FA)
Sin duda el que tiene que ver con cierta construcción irreverente que viene
dada por una influencia de Caupolicán Ovalles, el Chino Valera, Miyó Vestrini.
Sin duda también el desdibujamiento de mi ciudad, de mi sur. Acuérdate que esta
ciudad desarrolla afectos de amor/odio, dos componentes primarios para levantar
un sólido mapa o ruta poética.
(JG)
A propósito de la anterior pregunta. En los años ‘70s., en los recintos
universitarios –Escuela de Letras de la Universidad Central de Venezuela- se
hablaba de cátedras, como “Palabra escrita en Venezuela” porque no podía
hablarse de Literatura venezolana, pues eso no existía. De ser cierta esa
aseveración, ¿podemos hablar de literatura venezolana sólo a partir de finales
del siglo XX en adelante?
(FA)
Tamaño acto de desconocimiento histórico o un acto de irreverencia inútil, que
tuvo como objetivo reconocer que sí tuvimos una mágica literatura antes de lo
esgrimido. Quiénes fueron, Andrés Bello, Juan Antonio Pérez Bonalde, Cecilio
Acosta, Andrés Eloy Blanco, Teresa de la Parra, Rómulo Gallegos, Guillermo
Meneses, Enrique Bernardo Núñez, Miguel Otero Silva…
En
fin, creo que allí esos revoltosos fijaron muy mal los tiros, pero sobre todo
el concepto. Nuestro mapa o ruta literaria está minada de creatividad y eso no
se puede desconocer, eso aparte de ser irresponsable es mezquino y hasta un
ejercicio de ignorancia de último escalón.
(JG)
Hablemos de otro tema. ¿Cuál es tu reflexión sobre la presencia de la mujer en
el desarrollo de la poesía en nuestro país?
(FA)
Esta pregunta es una de las más difíciles, por dos razones. La primera, no
tomamos en cuenta que la gran poesía venezolana de los últimos 50 años la han
hecho mujeres, y la segunda, porque es grosera la subestimación. Tendríamos por
reconocer la obra de María Calcaño, Enriqueta Arvelo Larriva, Luz Machado,
Elena Vera, Jean Aristiguieta, Ida Gramcko, Elizabeth Schön, Miyó Vestrini,
Lydda Franco Farías, Mimina Rodríguez Lezama, Emira Rodríguez, Hanni Ossott,
Teresa Coraspe, Yolanda Pantin, Martha Kornblith, Patricia Guzmán, Marhía
Vásquez. En fin, nuestra poesía está
llena de extraordinarias poetas que abordan el ser mujer más allá del lugar
común.
De
esta variedad mágica me quedo con mis cuatro favoritas: Hanni Ossott, Ida
Gramcko, Miyó Vestrini y Luz Machado.
(JG)
En el contexto del actual desarrollo poético venezolano, ¿cómo podemos ubicar
tu obra poética? ¿Eres un creador con propuestas estéticas propias o reconoces
en tu obra influencias de otros poetas?
(FA)
A estas alturas hablar de novedad o innovación es un acto egocéntrico. Estoy
arrimado a cierta poética del paisaje, la calle o cotidianidad y el erotismo.
No hago de esto un acto único o estridente, porque para mí la poesía es una
postura de humildad y sumisión ante la vida y sus elementos, aparentemente
intrascendentes.
En
lo más sencillo radica la universalidad de la poesía. Eso no quiere decir que
algunas lecturas me hayan internado en cierta complejidad que está
desapareciendo con los años. Pudiéramos hablar de madurez del discurso.
(JG)
¿Sitúas tu obra poética en alguna corriente literaria específica o por el
contrario, tu escritura poética es original?
(FA)
Por estar o desarrollarme en un espacio geográfico distante del centro del
poder no hice vida literaria en grupos que iniciaron corrientes o movimientos.
Siempre he estado disperso, por lo tanto lo que hago es a partir de una visión
paria con la que me conformo y hasta alegro. Los últimos algún día serán los
primeros, je, je, je.
Sé
que hay gente en los centros de poder cultural que están pendientes de lo que
hago. No creo que sea original. Lo que sí cargo es con las huellas de una
ciudad diferente, inédita.
(JG)
Hablemos del aporte del Estado venezolano al desarrollo cultural y
específicamente, a la producción literaria (poesía), ¿ha favorecido la difusión
de la poesía en Venezuela?
(FA)
Hasta hace 20 años el Estado venezolano cumplió una labor de difusor e impulsor
del trabajo intelectual y artístico en Venezuela. Sin embargo, hay que hacer
notar la campaña de destrucción progresiva de todo lo anterior a partir de
1998, que fue lo que nos dio figura y relevancia en todos los campos de las
artes.
Aquel
folklórico e imbécil ministro de la cultura que fue Farruco. Fue de los que más
lesionó lo conquistado a fuerza de talento y condiciones de excepcionalidad,
producto del papel promotor del Estado.
Con
indignación recuerdo cuando acabó con el proyecto de las librerías Kuai Mare y
otras barbaridades que ejecutó en nombre de este boñiguero con faz de ideología
del asalto y que como todo criminal sumido en el olvido no pagará sus
atrocidades.
Tenemos
que hablar de crímenes, de criminales que han destruido todo un territorio
artístico intelectual. Nuestras colecciones y editoriales fueron aplastadas por
estos bárbaros que han hecho hincapié en desaparecer todo el emblema creativo
que se fraguó con energía, en la segunda mitad del siglo XX.
Nuestro
sistema de museos y nuestro sistema de fomento de las artes escénicas están
pulverizadas. Nuestra calidad se escapó al exterior. Por supuesto que estos
resentidos no toman en cuenta el hecho poético ni lo tomarán, como todos los
bárbaros destructores del saludable orden de las ideas y las artes, se
propondrán diezmar y tratar de que esté a su servicio. Pero eso es imposible,
nunca lo lograrán, por lo menos con los poetas de verdad.
La
verdadera poesía no está comprometida con el mal gusto y menos con el asalto
del futuro de un país.
(JG)
¿Nos puede salvar la palabra poética de este marasmo donde se encuentra hoy la
sociedad venezolana? ¿Para qué sirve la poesía y el hecho poético en la
cotidianidad del ser venezolano?
(FA)
La poesía como fenómeno existencial es una salvación. A mí me ha ahorrado
muchas sesiones psiquiátricas. Ahora, no creo que llegue a cambiar paradigmas
sociales. Lo que sí digo con energía es que un poeta no puede prestarse para
ahogar el grito desesperado de una sociedad que ha perdido toda lógica y
calidad de vida. Debe ser un disidente de primera fila. Eso no lo discuto ni lo
pongo en duda.
(JG)
En referencia a tu obra poética, ¿qué temas pueblan tu discurso poético?, ¿por
qué recurres a ellos?
(FA)
En mi trabajo hay una unión de sentidos. Tanto mi poesía como mi narrativa
tienen una marcada influencia paisajística. Que prevalezca el industrial es de
otro orden, algunos se empeñan en hablar de poesía urbana con sus zombies que
ululan las factorías.
Es
pertinaz el río y sus encantos y por supuesto, la mujer orbitando con toda la
magia de la que es propietaria.
(JG)
Particularmente, Arévalo, me interesa el tema de la cotidianidad/sociabilidad
en tu obra. ¿Es parte de eso llamado postmodernidad en tu escritura poética?
(FA)
Si nos ceñimos a la rigidez conceptual soy un escritor postmoderno. Dos razones
lo definen, la primera es que empiezo esta batalla por asediar fantasmas en la
década del ’80, y lo segundo, que lo hago deslastrado de mis influencias
izquierdistas. Había descubierto ya para esos días toda esa basura tóxica que
encerraban la cortina de hierro y Cuba, y su aplastamiento social.
Lo
que sí tiene que quedar claro es que detrás de la postmodernidad hay una
resistencia férrea a la pérdida de la libertad y la democracia. Esto como fin
primario de la creación. Sin libertad no hay sana creación y lo que vivimos
ahora en este país, es una agresión sistemática a la inteligencia como
componente primario de la libertad y la democracia.
(JG)
La heroicidad, la trascendencia parecen estar circunscritos en tu escritura
poética, tanto en tu primera etapa, como en tus últimos escritos, a lo efímero
y más bien a una plenitud de lo amoroso y la amorosidad, aún siendo de versos
simbólicamente fuertes, severamente realistas. ¿Acaso son rasgos de una
estética de lo feo, de ese esplendor del dolor y la decadencia?
(FA)
Por estos días estuve revisando mis primeros poemas y los conseguí ingenuos,
exploratorios, hasta escandalosos. Hay esa influencia irreverente o
transgresora, pero hay ingenuidad y cierta certeza con lo que se hace poesía de
lo cotidiano. Si me tocara hacer una rigurosa selección no creo quedarme con 40
textos. Los demás los considero prescindibles. Es allí que uno se hace la
pregunta: ¿lo que a mí no me gusta a otras personas sí?
Esa
es la dinámica que trae consigo la variedad o diversidad. Los buenos o
excepcionales poemas en mi caso, están por escribirse.
(JG)
Finalmente, Francisco, ¿eres un escritor que se esconde o ha sido relegado por
el poder de las élites culturales?
(FA)
Nunca me he sentido acomplejado por la indiferencia adrede que sostienen
quienes meten, levantan y expulsan a los escritores de este país. El gran poeta
Alberto Hernández, llanero de corazón, me dijo algo así, que con carita de
malhumorado y tonto, me había ganado casi todos los premios de este país.
Por
eso es que no me siento aislado ni marginado. Allá los que crean que
ignorándome me lastiman, todo lo contrario, me ayudan a comprender más la
miseria humana.