Acepta ofrendas puras del habla de
un alma y un corazón elevados
hacia ti, Tú, que ninguna palabra
puede hablar, a quien sólo el silencio
puede declarar.
Hermes Trismegisto. Corpus Hermeticum, 207-13 d.C.
De los muchos lenguajes que existen uno hay donde podemos expresar a plenitud nuestra existencia. Con él podemos nombrar el mundo y manifestar los sentimientos más íntimos. Este es el sitio, el lugar de todos, la común manifestación humana para expresar, entre otros sentimientos, las pasiones de nuestras vidas: amor, dolor, dulzura.
Siendo el lenguaje humano el sitio del encuentro obligado para perpetuarnos como especie, cada uno de nosotros se manifiesta en particularidades un tanto más específicas: la lengua y el habla…hasta las maneras idiomáticas y dialectales que nos marcan en tanto usuarios de una parcela de la realidad cultural de un pueblo.
“El habla”, dice Heidegger “no es sólo un instrumento que el hombre posee entre otros muchos, sino que es lo primero en garantizar la posibilidad de estar en medio de la publicidad de los entes. Sólo hay mundo donde hay habla, es decir, el círculo siempre cambiante de decisión y obra, de acción y responsabilidad, pero también de capricho y alboroto, de caída y extravío. Sólo donde rige el mundo hay historia. El habla es un bien en un sentido más original. Esto quiere decir que es bueno para garantizar que el hombre pueda ser histórico. El habla no es un instrumento disponible, sino aquel acontecimiento que dispone la más alta posibilidad de ser hombre.”
Así las cosas cada uno de nosotros, al utilizar en su cotidianidad las manifestaciones del lenguaje, está posesionado de una realidad simbólica con la que continúa creando sobre un discurso infinito.
Desde hace siglos hemos sabido que todos los textos antiguos han hecho referencia al lenguaje como iniciador de la vida. Desde El libro de los muertos egipcio, el Chilam Balam, de los maya, hasta la Biblia, indican al “verbo” como instrumento de creación, iniciador de la corriente de la vida. A través del lenguaje el hombre se hizo tal y se reconoció en su ser. De esta manera no podemos más que afirmar que los seres humanos somos esencialmente seres que vivimos en el lenguaje. Somos seres lingüísticos. Lo que somos y seremos está circunscrito a la esencia, a la ontología del lenguaje. Lenguaje es certidumbre de ser.
En este sentido se entiende entonces que la realidad del lenguaje es el hombre mismo. De ello se desprende la coherencia entre pensar, hablar y hacer como esencias que determinan el estado ético (ethos). Lenguaje es en esencia acción que determina la existencia del pensamiento y de la realidad misma. Esta existe a través del lenguaje y también en cuanto tal. El devenir del lenguaje está íntimamente vinculado a la naturaleza humana. De ello podemos entender que los actos de habla son manifestaciones de una misma y única esencia que se encuentra en la intimidad misma del ser. Hablamos porque tenemos necesidad de existir, manifestar nuestro “interés de vida”. Esa es la intencionalidad que está presente en todo acto comunicativo.
Más allá del desencadenamiento de la secuencia discursiva está presente siempre el sentido subversivo del lenguaje. Este es por naturaleza una realidad cambiante, transformadora y reveladora de estados de existencia múltiples. La sola enunciación de una secuencia grafemática desencadena una riqueza energética que causa una reacción en quien la recibe. De allí que las palabras “golpean”, estremecen nuestro ser hasta cambiarnos, transformarnos. La posibilidad de perpetuar ese estremecimiento inicial depende del individuo y sus palabras.
Hablar entonces es una experiencia siempre única y cambiante. Previo a su decodificación, a su traducción semántica se encuentra el estado del disfrute, el goce de enunciar, de sentir cómo las palabras emergen del fondo de nuestro ser como incandescencias que nutren y muestran lo que somos: una infinita inaccesibilidad, esencias libres que jamás podrán ser aprisionadas. Puede el hombre en lo individual ser apresado, encerrado; su ser, su esencia primigenia como realidad lingüística será siempre inaprehensible. Y esto es mejor que sea así, de lo contrario caeríamos en la fatalidad, en el extravío existencial que preludia la desaparición del ser.
No olvidemos que existimos porque fuimos nombrados, categorizados como especie que pudo, a través del lenguaje, traspasar la barrera de la elementalidad y construir, a partir de la ideación, aspiraciones de vida, utopías señaladas por el lenguaje.
En estos tiempos terribles, sólo el lenguaje nos proporciona la certidumbre de una existencia más allá de lo doméstico, donde la sencillez de la vida se comparte entre los escasos seres que aún, después de siglos y edades, continúan compartiendo entre diálogos y monólogos, ese sabor y saber de pronunciar la realidad de una encantadora palabra.
Hablamos porque tenemos necesidad de nombrarnos, de afirmar nuestra libertad y declarar al mundo nuestro absoluto derecho a existir. Entendemos entonces que somos seres que existimos por el lenguaje en tanto seres comunitarios. Individuos que nacemos y nos relacionamos a partir de una vida en comunidad. De allí que lo que entendemos como proceso comunicativo sea una consecuencia directa de nuestra acción como seres que existimos en comunidad. Comunidad y comunicación son no sólo términos similares (del latín communitas=comunidad), más bien esencias que caracterizan a los seres humanos que existen en el lenguaje. Por ello el lenguaje posee una condición ontológica en el devenir del hombre histórico.
Hombre que inaugura su acción en la existencia de potencialidades de realización en un conglomerado social que por esencia natural, lo determina como individuo hecho para vivir en libertad.
Sin embargo, y así lo consideramos, la libertad no es un fenómeno social, es condición inherente a la naturaleza humana. Su manifestación, su certeza está en la capacidad de todo ser humano para apropiarse de un lenguaje que exprese esa libertad. Así, el tamaño del mundo será proporcional a la capacidad idiomática que un hombre tenga para expresarlo. De igual manera, el tamaño y características de la libertad que posee un hombre, estarán directamente vinculadas con la capacidad para ennoblecer su lenguaje.
Lenguaje y libertad están indisolublemente unidos por la lectura que del mundo y de la vida tenga un hombre.
Acá no nos estamos refiriendo a la lectura de un libro específico, más bien a la lectura del mundo, del entorno donde un hombre se manifieste. Saber leer implica descifrar la simbología del mundo: percibir la palabra revelada en metáforas que la vida misma nos entrega. Los libros son registros que alguien, después de haber experimentado la vida, deja constancia de ella. Por ello resulta ahora de singular importancia y trascendencia, que más de un millón cuatrocientos mil venezolanos se han incorporado a la extraordinaria experiencia de la lectura y la escritura. Esos potenciales lectores deben incorporarse inmediatamente a los procesos de lectura y escritura, para que ingresen a la plenitud de la historia escrita de nuestra cultura nacional. Son lectores que están capacitados para abordar el acto de lectura desde una óptica de lector independiente o fluente. Con ello podrá acceder rápidamente a la defensa de su territorio, tanto físico como intelectual e incluso, espiritual. Hombres y mujeres que se empoderan de su destino. La lectura les potencia aún más su certeza de existir en libertad. Libertad que a su vez le exige actuar con plena conciencia y responsabilidad, como ser individual y comunitario.
No quisiéramos entrar a analizar de manera técnica los procesos por los cuales se asume que determinada persona sea considera un lector independiente. Baste decir, en todo caso, que existen dos procesos, en los análisis de lectura, que se deben atender. El eferente, por medio del cual se aborda de manera lógica, coherente y discursiva la obra de arte: el libro. Es un proceso de acercamiento analítico, por secuencias inferenciales y de hipótesis que reafirman o cambian nuestros pre-juicios sobre un libro. El otro es el estético; la plenitud que colma la lectura de un texto que ya no nos permitirá ser iguales. Esa intensidad de la lectura que nos despoja de toda atadura cotidiana y nos devuelve a la libertad. Libertad ontológica manifiesta por el lenguaje y por nuestra capacidad para trascendernos como individuos socialmente inmersos dentro de la complejidad de la vida.
Sin lenguaje quedamos en el extravío, relegados al silencio de la duda existencial, “Toda forma de conferir sentido”,-dice Echeverría, “toda forma de comprensión o de entendimiento pertenece al dominio del lenguaje.”. Por lo tanto, continúa indicando Echeverría, “el lenguaje no es una capacidad individual, sino un rasgo evolutivo que, basándose en condiciones biológicas específicas, surge de la interacción social.”
El primer texto que todo hombre lee está referido al inmenso libro que es la vida. De esa manera, cuando nos acercamos al discurso escrito que subyace en un libro, lo decodificamos a partir de nuestras experiencias de lecturas anteriores. Por ello hacemos constantemente, mientras estamos leyendo, sucesivos acercamientos al libro, a su concepción que tenemos del mundo, hasta alcanzar una múltiple significación. De esta manera el libro es siempre una realidad Única, en tanto ha sido la experiencia señalada por un Alguien denominado escritor. Pero también es una realidad Múltiple, en tanto es internalizado en sus experiencias por un Otro que denominamos lector. De ello resulta la re-escritura permanente del libro.
Cierta vez, mientras dictaba un curso sobre Literatura Latinoamericana, una de mis alumnas, una señora de cerca de setenta años y maestra de escuela, después de haber estado analizando Cien años de Soledad, de García Márquez, me confesó que ella hacía cerca de 15 años que lo había leído, y ahora, mientras de nuevo lo releía, de repente se acordó que la primera vez que lo hizo fue mientras su madre estaba hospitalizada. Rápidamente recordó la parte que leía para ese entonces; era el pueblo y las matas de plátanos. Intentó volver a leer ese pasaje y encontrar esas matas pero cuando llegó a la lectura…las matas de plátanos habían cambiado. Eran otras. También su madre había muerto.
Siempre nuestra lectura de un libro cambia como cambia nuestra lectura del mundo y de la vida. Por eso es tan necesario la vuelta constante al silencio reflexivo que tanto el libro como la vida nos proporcionan. En su aparte sobre la Historia del Silencio, de su libro La Metáfora y lo Sagrado, Murena afirma que “la palabra portadora de misterio demanda una lectura lenta, que se interrumpe para meditar, tratar de absorber lo inconmensurable: pide relectura. Arquetipo son las escrituras de las religiones, que invocan el fin de sí mismas, la restitución del secreto fundamental. Arquetipo, también, las grandes obras de la literatura, aquellas cuya esencia es poética, pues la metáfora, con su multivocidad, pluralidad de sentidos, dice que está procurando decir lo indecible, el silencio.”
La lectura es renovación constante de nuestras experiencias como seres humanos. En su proceso existe una acción permanente del pensamiento y los sentidos en procura de la comprensión lógica de los acontecimientos que se suceden. Esa comprensión lógica, esa manera de actuar reflexivamente es condición indispensable para acceder al sentimiento y la acción de la libertad. Por ello no es ninguna garantía saber que una constitución, leyes orgánicas, leyes, normativos, reglamentos y procedimientos nos señalan hasta dónde un Estado nos fija los límites de nuestra libertad, mientras desconocemos el mundo y estamos relegados a un lenguaje de sobrevivencia. Se es libre porque se accede a un lenguaje que nombra el mundo y determina en nosotros la condición humana de existir. La sociedad donde nos desarrollemos, sus maneras de expresión institucionales, como la iglesia, la educación y las pautas que regulan, a través de un contrato social, nuestras relaciones, sistematizan la consciencia objetiva en todo hombre para considerarse ciudadano que vive en y para la libertad.
Finalmente es menester indicar que todo acto comunicativo tiene un interés, una razón político-ideológica y filosófica, razón por la que el hacer discursivo del hombre trasciende entre una comunicación estratégica, perlocutiva, y una aspiración de comunicación ético-argumentativa Y es allí, precisamente, en la comunicación ético-argumentaiva donde el hombre y la mujer venezolanos tienen que establecer, en el trabajo diario y la discusión crítica y compartida, las nuevas maneras de relaciones para potenciar su libertad.
Quisiera hacer un señalamiento final. El hombre no es sólo un ser político. Es fundamentalmente un ser poético, un individuo que a través de su primer habla, la poesía, fue capaz de estructurar un mundo y perpetuar así, a través de la palabra poética, que es esencialmente profética, la mirada eterna e infinita que nos determina como seres que existimos para vivir en libertad.