sábado, febrero 04, 2012

Gastronomía y nación




Al venezolano le están secando el alma. En el futuro cuando se quiera buscar al venezolano auténtico habrá que acudir a los libros como se hace con las especies animales extintas. Alfredo Armas Alfonzo.



Hace un tiempo escuché una conferencia sobre la cultura ofrecida por ese eminente pensador venezolano, Premio nacional de literatura, José Manuel Briceño Guerrero, donde enfatizaba sobre el valor de la alimentación en el fortalecimiento de la cultura nacional. Decía que su experiencia le indicaba el valor que el hombre le otorgaba a los alimentos más que al culto a la bandera, al himno y escudo de una nación. A fin de cuentas no hay nada más importante que la alimentación y su elaboración como afirmación de una verdadera y trascendente cultura en los pueblos.
Esto es radicalmente cierto. Además, viene a mi memoria cierta conversación con el escritor y amigo, Alfredo Armas Alfonzo, quien manifestaba que lo único verdaderamente venezolano era la Harina Pan. En esto tendríamos que estar de acuerdo con estos intelectuales, porque no hay nada más venezolano, culturalmente hablando, que el jabón Las Llaves o la Maizina americana (gran producto nacional).
Será por esto que las relaciones entre parejas se ganan también, cuando logramos introducirnos en la cocina de la casa, de ella o de él. Así, inmediatamente se genera toda una comunicación con la suegra mientras le ayudamos a explorar las recetas de la familia, entre olores y sabores que degustamos en el saber y sabor de la lengua. Por eso es tan importante tener claridad en la verdadera trascendencia de las cosas y su real dimensión de valores.
No indicamos acá que Simón Bolívar y el resto de los prohombres no tengan valor, así como todo lo que pudieron legarnos. Sin embargo, la realidad de la dinámica de la vida nos dice, y nuestros héroes así lo entendieron siempre, que más importante eran las cotidianidades de la vida: una buena “ayaca” en navidad, un oloroso chocolate de Chacao en las frías noches de soledad y aquellos tabacos rústicos traídos de oriente, mientras se pensaba en la hamaca la siguiente ronda del desayuno criollo y quizá la laboriosa jornada de olores frescos de las verduras y hortalizas recién cultivadas, mientras se esperaba a la amada que traía en su lengua, la dulce miel de los apiarios del centro, así como el jugo de caña.
Todo y más siempre estuvo en la mente de nuestros prohombres, quienes, como buenos descendientes de educados gastrónomos, a veces se llenaban el estómago de comida para reposar la siesta en amplias hamacas y catres, como buenos sibaritas. Allí no había patria, sólo el sublime culto a la comida casera.
Por eso pareciera de pendejos seguir creyendo que nuestros antepasados sólo andaban guerreando, pensando en estrategias militares y dictando decretos o en andanzas políticas. Eso sólo lo hacen personas incapaces de sentir un pueblo: creer que Sucre o Urdaneta o Páez o Piar sólo peleaban contra los realistas. Por el contrario, mientras cumplían a cabalidad con sus deberes de hombres comprometidos con su palabra y acciones por la liberación de los pueblos de esta América, pues también tenían tiempo, y bastante, para bailar, para conversar sobre el amor y practicarlo, mientras degustaban la comida como buenos hombres que al fin y al cabo lo eran, como el resto de los mortales: comiendo, fornicando y durmiendo la placidez del “dolce fare niente”.

(*) camilodeasis@hotmail.com / twitter@camilodeasis

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