viernes, febrero 17, 2012
Diario
Releyendo el libro Diario, de Ángel Rama (1926-1983) encuentro una serie de afirmaciones que todavía, a más de 30 años de expresadas, están vigentes en la vida cultural venezolana.
Conocí al profesor Rama en los intensos años ´70 mientras estudiaba en la Escuela de Letras de la Universidad Central de Venezuela. Nos presentó Vilma Vargas, profesora y amiga, de quien fui su asistente de cátedra. Era él un sureño (uruguayo) quien se había exiliado en nuestro país, debido a las dictaduras militares sangrientas instaladas en el cono sur y que perseguían a los intelectuales, entre ellos a Rama.
De voz apacible y serena y familiar mirada. Alto y corpulento. Casi ya entrando a los cincuenta años. Era, junto con su asistente y también coterráneo, Álvaro Barros Lémez, una de las primeras atracciones de adelantados pensadores que nutrían los pasillos de la escuela. Pero poco duró ese matrimonio porque Rama era, aunque de formación marxista, un pensador, investigador y crítico de la cultura latinoamericana. Su densa formación intelectual pronto hizo crisis y se enfrentó a la camarilla de seudo intelectuales agrupados en la tristemente llamada “República del Este” que, como muy bien la dibujó en parte de su diario, y mientras se suscitó una polémica llevada por el diario El Nacional, en 1977, afirmó: “Como era previsible (Federico) Ríu le tomó el pelo y publicó una de las notas de Ludovico (Silva) (…) y el artículo del Diccionario, con lo que quedó probado el plagio. Una historia triste, por los valores intelectuales que tiene (o tenía) Ludovico y casi un paradigma de los efectos de esta descomposición alcohólica de un medio intelectual otrora digno. (…) Pero este domingo Orlando Araujo publica en El Nacional una nota de elogio a Ludovico, evidentemente generosa y emotiva, tratando con artilugio poético de salvar lo insalvable. “Te has copiado de Dios” le dice en su párrafo final. Es el texto de un ebrio sobre otro ebrio (…) es el alcoholismo crónico de los dos y de tantos otros de una ridícula República del Este, que implica de cuatro a ocho horas diarias de bar (nadie sabe quién paga y se atribuye frecuentemente a las arcas del Consejo de la Cultura (antiguo CONAC) este secreto subsidio al alcoholismo (…) queda evidenciado el paupérrimo nivel de la vida intelectual porque, aunque parezca imposible, ambos son de los intelectuales valiosos con que cuenta la izquierda, de lo mejor, más leal y sano de esa intelectualidad.”
Lacerante e hiriente la historia de este episodio en la cultura nacional. Plagios, intrigas, desidia, fraudes, estafas, traiciones y huellas de xenofobia son las verdades que plasma en su diario Ángel Rama, quien es hoy considerado el más importante crítico de la cultura latinoamericana. Su pensamiento se encuentra condensado en dos extraordinarios libros: Transculturación narrativa en América Latina, y La ciudad letrada, además de sus ensayos y conferencias sobre escritores latinoamericanos.
En su tiempo no sólo se consagró al estudio e investigación de la literatura en la América hispana. También vinculó la creación literaria al hecho social, que lo presenta como el inspirador de la denominada sociocrítica moderna. Sus reflexiones sobre la Venezuela política de la década 70-80, son indicativos de los acontecimientos que para finales del siglo XX se desencadenan en un país sumido en el caos económico y la crisis sociopolítica. Leamos su diario: “6 de noviembre de 1977. La ciudad sin agua desde hace cuatro días. Un motín de protesta en el (barrio) “23 de enero” concluyó con dos abaleados y muertos por la policía, criaturas de 13 y 10 años, otro ejemplo de la brutalidad de la represión por los cuerpos de seguridad, que en este año ha arreciado como forma de contener el malestar popular. Es insólito: los millones del petróleo no alcanzan a solucionar las urgentes necesidades populares, pues la incompetencia, el despilfarro y la rapaz especulación burguesa se suman a las dificultades de una infraestructura económica y de servicios enteramente obsoleta que no puede adecuarse (falta de planificación, incapacidad, desatención) a las nuevas situaciones del país.” “En este último año la inquietud social ha crecido: huelgas, protestas populares, nuevos alzamientos guerrilleros (…) y un clima de inseguridad urbana acrecentado. Las raíces son evidentes: basta alzar los ojos hacia los rancheríos de los cerros (donde vive casi la mitad de la población de Caracas) para divisarlas, pero el gobierno sigue con la confianza puesta, por un lado en un desarrollo burgués de largo alcance que provea de trabajo y disciplina, por el otro en el terror de una represión que deja muertos prácticamente todas las semanas.”
Bajo el principio del intelectual éticamente comprometido con su tiempo, adelanta su crítica con los modelos estereotipados de los nuevos liderazgos políticos: “Pintoresco diálogo con (Juan) Fresán: cuenta de los sudores que están pasando los expertos en publicidad para forjar la imagen de Piñerúa Ordaz, en candidato de AD. Por ejemplo, la imposibilidad para conseguirle una sonrisa que no sea una mueca o de dotarlo de una figura atrayente (los bracitos de muñeco), que ha llevado a Fresán a proponer el slogan: ”No hay sitio para risas, la situación es dramática. Enfrentemos nuestros problemas.”(…) Este modo planificado de forjar el candidato, “haciéndole una figura”, produce vértigo y horror de nuestra civilización. Conozco lo que Jacobo Borges ha venido haciendo de Teodoro Petkoff, para transformarlo en el Robert Redford de la política venezolana y lo que antes hizo con José Vicente Rangel, sugiriéndolo, por la vestidura y posición del cuerpo, como un símil del santón popular José Gregorio Hernández. Se trata de vender un producto. No hay ya ingenuidad romántica, salvo en los grupos de izquierda que son, a la vez, más puros y más arcaicos. La disociación entre idea, carácter, cultura, doctrinas, proyectos, por un lado y aspecto-discursos-imagen, por otra, es propia de nuestro tiempo y patentiza su estructura compleja, artificiosa y fraudulenta. Es el fin de toda moral.”
Demoledora reflexión la de un crítico, ensayista, investigador y docente en universidades del mundo. Lo fue en Uruguay. Sus años en Venezuela le llevaron a dictar cátedra en la Universidad Central de Venezuela, en la Universidad de Los Andes. En México, en la legendaria UNAM. En Estados Unidos de Norteamérica, en la de Maryland y Stanford. En Europa, en la de Venecia, entre tantas instituciones a las que sirvió, mientras también adelantó proyectos innovadores, como los postgrados en literatura latinoamericana, en la UCV, y la creación de la Biblioteca Ayacucho, cuyo objetivo fundacional ha sido la de plasmar en textos el pensamiento de la cultura Latinoamericana en la voz de sus mejores intelectuales.
Por estos tiempos oscuros y grises el pensamiento de Ángel Rama se acrecienta y ofrece luces para comprender, tanto la realidad del Hecho Literario Latinoamericano, como las prácticas de los liderazgos políticos que sacuden a los países de esta América. Sea su palabra sobre otro gran pensador de la cultura latinoamericana, que hable: “20 de marzo de 1978. Entrego un artículo sobre Simón Rodríguez (…) Releo sus varias obras y repaso sus vicisitudes: un destino sudamericano! Diría Laprida (En el Poema Conjetural, de Borges: Yo que estudié las leyes y los cánones/ yo, Francisco Narciso de Laprida <…> Al fin me encuentro/ con mi destino sudamericano). Duele su triste vida y acompaña. Esos decenios por escuálidas ciudades americanas, sin recuerdos, atendiendo pobres negocios, viviendo de la caridad; esa muerte en un caserío ecuatoriano, río arriba, con los dos baúles llenos de papeles y nada más; esa continua frustración de pensar mejor que nadie y no ser oído, ni atendido, ni respetado; esa inteligencia, condenada por tal, en medio del caos, los apetitos desatados, la garrulería, la confusión. Todo define al intelectual en una América cruda, mal amasada.”
(*) camilodeasis@hotmail.com / twitter@camilodeasis
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