Hace poco más de diez años estuve por la parte más oriental de Venezuela. Fuimos a un encuentro de escritores, artistas, músicos y artesanos. Los días en la posada donde pernoctamos transcurrieron entre abrazos de viejos amigos, lectura de poesía, cantos, música y el encanto de los paisajes de esa parte tan remota, exótica y paradisíaca que es la península de Paria.
Un buen día, y mientras nos acercamos a la playa, varios amigos se embarcaron en un peñero y se fueron a visitar el bello pueblo de San Juan de Las Galdonas, a media hora de donde estábamos.
Ya en la tarde, cuando el sol comienza a colorear de acentuados matices la tarde, avistamos el bote con las sonrisas de nuestros cansados y temerarios marineros, porque a esa hora del atardecer, la mar con el viento sopla olas que tapan cualquier pequeña embarcación.
-Siempre es grato visitar Las Galdonas, dijo una de nuestras amigas. –Lo malo son los nuevos ricos que se pasean con sus carros de último modelo, sus guardaespaldas y las tremendas lanchas con esos motores tan potentes que asustan e intimidan, escuché comentar a otro, mientras se limpiaba la sal sobre su cuerpo.
Para esos años, entre 2006-2008, ya el emblemático pueblito de San Juan de Las Galdonas tenía varios años ‘asaltado’ por las mafias de traficantes de drogas. Se habían apoderado del pueblo y comenzaban a controlar, tanto a la población originaria como a visitantes y turistas que osaban acercarse a sus hermosas playas.
Un par de años después, mi esposa y yo hicimos un pequeño viaje para conocer una de las playas más hermosas del país, quizás la más oculta y apreciada por el bosque con extensos cocotales. Me refiero a la preciosa playa Medina. Fue un fiasco visitarla. No tanto por lo intrincado del terreno como por la ‘riesgosa’ soledad, la proliferación de moscas y demás alimañas y la precariedad del ambiente, además de cierta población, que, ya incapaz de poder vender sus productos artesanales, se transformó en mendigos para sobrevivir.
-¡Más allá no se atrevan a seguir! Eran los comentarios de quienes podíamos abordar buscando información para retornar a nuestro sitio de pernocta. Y ‘más allá y más acá’, significa continuar nombrando pueblos y caseríos, de antaño hermosos, tradicionales y hospitalarios en su pobreza, como Río Caribe, Yaguaraparo, San Antonio, Cumanacoa, Salazar, Cariaco, Chacopata, Caimancito, El Pilar, Ajíes, Merito. Hacia y desde el estado Monagas, Caripe, El Zamuro, Garrapatero, Casanay. Esos y otros más, son hoy caminos del hampa, espacios tomados, unos más que otros, por bandas y megabandas del crimen organizado.
Pero lo que ocurre en Güiria es de otro nivel. El pueblo es ‘administrado’ por verdaderos grupos de criminales, donde la trata de personas, tanto mujeres como niños y jóvenes, forman parte de una ‘actividad comercial’ que implica, tanto la ubicación, captura, depósito, embarque, entrega y distribución de la ‘carne humana’ que será usada en prostíbulos y otros espacios donde la ilegalidad impera y se lucra, y esto implica la participación directa e indirecta, tanto del Estado venezolano, como del Estado de Trinidad-Tobago, toda vez que, sea por acción-omisión, permiten que este horror exista desde hace años.
Ya desde finales de 2018 se ha venido denunciando desde organizaciones independientes, esta aberración que ha contabilizado poco más de 100 personas dejadas morir por la imprudencia, negligencia, o como se le quiera catalogar. Estas poco más de 19 personas encontradas flotando a pocas millas, en días pasados, del embarcadero del puerto de Güiria, se siguen sumando a la dantesca realidad de una población que se arriesga a lo extremo, para sobrevivir.
Porque el estado Sucre es la entidad federal venezolana más afectada por esta Emergencia Humanitaria Compleja. Es el territorio donde los índices de desnutrición y mal nutrición infantil, como de adultos mayores, sobresale de manera alarmante, sumado a la nula actividad industrial, y la inexistencia de una actividad económicamente sostenible. Sumado a esto, el asedio constante de las bandas de delincuentes que azotan las instituciones educativas, para desmantelarlas, saquearlas, como quien perfora el estómago de un animal agónico y le saca hasta las vísceras.
No es nueva esta tragedia en Sucre y menos en sitios tan lejanos del poder central, como Güiria o San Juan de Las Galdonas. ¡No!. Una y otra vez ha sido denunciado, existen trabajos de investigación de solidarios periodistas, investigaciones de organizaciones no gubernamentales, además de las historias de familiares, amigos y demás conocidos de las víctimas, quienes han dado su testimonio.
El momento ya no es seguir escuchando o dando más testimonio ante fiscales, jueces o miembros de organismos internacionales de derechos humanos. Es que a los pobres, a los mendigos y menesterosos, a los abandonados, al pueblo raso y anónimo, no se les toma en cuenta. Es lo que se llama ‘aporofobia’ (artículo en http://astorgaredaccion.com/art/23031/aporofobia ) y que ha sido tan bien estudiado en los años recientes por especialistas y académicos.
No creo que las palabras, a este extremo de la gran catástrofe humanitaria venezolana, sirva de mucho, a no ser dar consuelo a los familiares de las víctimas de Güiria. Lo que se impone, hoy, ¡ya!, es la acción contundente de países y fuerzas bélicas internacionales, sea por razones humanitarias, principalmente, sea por motivos de control policial-militar, capturar a quienes se les busca desde hace tiempo y cuyas ‘cabezas’ tienen precio, para detener la planificada y sistemática matanza de civiles venezolanos.
Mantener la diplomacia, reuniones y encuentros políticos, declaraciones condenatorias, parecen actos de cómplices y cobardes.
(*) camilodeasis@hotmail.com TW @camilodeasis IG @camilodeasis1
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