El lugar del cielo donde comienza el otoño
Juan Guerrero
A propósito del más reciente libro, Alguien enciende una luz, del poeta venezolano, Néstor Rojas.
Siempre es grato y llena de regocijo leer un buen libro, como este de Néstor Rojas (Venezuela, 1961), Alguien enciende una luz, editado en España en el presente año. En este libro de Rojas hay un ritmo poético como ondulación marina. Un delicado oleaje que acaricia y agita el poema, se siente una brisa que acaso despoja la memoria, la hace sal y revelación.
Es un libro de alta riqueza idiomática. Bien estructurado en sus 55 textos y con mejor temática. Los títulos se incorporan al cuerpo de sus poemas. De tonos bajos en su prosa poética, mientras se construye y reconstruye infinitamente. Todo lo que el poeta señala el tiempo, como gran demiurgo, lo deshace, irremediablemente es devastado, convertido en olvido, una huella blanca en la nieve, intrascendente.
El cielo para Néstor Rojas es un lugar, el sitio exacto del reposo donde el padre resplandece como un talismán. Su libro puede resumirse en estas y otras imágenes: “Nadie escapa a la soga del tiempo”, “Como sombra acorralada por el sol”, “Cerca de las aguas del alma”, “Yo soy tu forma muriendo”, “La noche es una sustancia viva”, “La ciudad duerme sobre el blanco”, “Somos criaturas literarias en las aguas del sueño”.
Este libro es alma, historia, tiempo/muerte, sombra/luz. Es también un padre que asciende y es cielo, sombra y luz en la historia que infinitamente fluye. El tiempo en este libro se trasmuta en luz, reflejo de oscuridad y penumbra.
Rojas describe y nombra su propio cielo/paraíso, desdoblándose en los huesos de un padre que es luz, calidez que transita la memoria y el recuerdo, donde la oscuridad se “escucha” y es sonido de lluvia.
El libro mantiene una estructura (textos con largos paréntesis) donde el poeta introduce otra historia/memoria, y en momentos, aparecen como honduras, otras distantes historias que se entrelazan y mencionan siempre al padre que se hace carne y sangre, y es siempre cielo y eternidad.
Es una poesía de tono confesional que reflexiona sobre la muerte, el tiempo, la memoria de eso oculto y sólo la lucidez acerca el resplandor/esplendor de un padre que brota, se continúa en el hijo que lo construye infinitamente (“el otro nombre con el que me llamo”) en su cotidiano existir.
Existen ciertas claves discursivas, como por ejemplo “Volviste al comienzo del libro”, que indican cierta circularidad en su lectura. Es recurrente en la construcción de imágenes que llevan a la luz, a todo aquello que resplandece y refleja hasta lo infinito. Es un libro “solar” que brilla en cada imagen, una prosa poética que deslumbra. Es también el otro espacio, nieve/frío donde el poeta vive su añoranza. Son los huesos del padre que se diluyen en la nieve mientras la mirada, desde una ventana, presencia esa íntima huella que queda adherida a lo atemporal, donde sólo la memoria rescata ese instante de lucidez donde “La vida de un hombre tiene el mismo fin que el vuelo de un pájaro”.
La Piedad, mayo de 2020.
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