Es importante reflexionar sobre los tiempos del poschavizmo. Porque eso, inevitablemente, va a ocurrir. Por lo tanto, no será suficiente con derrotar políticamente semejante fenómeno amoral. Es preciso garantizar que su sobrevivencia esté por siempre bajo el control ciudadano y las leyes de la república.
Pero ello no basta. Para desplazar al chavizmo habrá que deslastrar a gran parte de una población parasitaria acostumbrada a medrar adherida al Estado. Principalmente el estamento militar y todo lo que ello ha significado en estos últimos 20 años donde ha participado directamente de la ruina de la nación.
Lo imprescindible, lo urgente y de inmediata aplicación será el cambio de paradigma. Dejar atrás la mentalidad militarista y el militarismo militante y regresar a la huella trazada por el pensamiento más puro de la civilidad, encarnado en el hacer civilista de venezolanos, como Juan Germán Roscio, Andrés Bello, Simón Rodríguez, Juan Vicente González, Fermín Toro, Teresa de la Parra, José María Vargas, Uslar Pietri, Argelia Laya, Cecilio Acosta, Rómulo Gallegos, Mariano Picón Salas, Prieto Figueroa, María Teresa Castillo, Luis Castro Leiva, Jacinto Convit, entre otros.
En ellos y en cientos de prohombres de nuestra cultura se condensa el pensamiento de la civilidad, de la venezolanía y del ser ancestral de lo que fuimos, somos y seguiremos siendo: la presencia activa de la consciencia cívica que es progreso, libertad y fomento de los valores, principios y tradición de una sociedad democrática.
Ese ha de ser el más duro desafío que el liderazgo nacional debe encarar. Porque la propia existencia del Estado venezolano está indisolublemente determinado por tres grandes huellas: religión, historia e idioma. Eso significa la propia trascendencia del ser cultural venezolano. Habrá entonces que trazar un proceso educativo-pedagógico estricto, directivo, que acentúe la práctica de la libertad y defensa de la democracia, siguiendo las huellas de nuestros principales pedagogos.
Educar a la población en valores y principios del convivir, compartir, hacer para luego, ser y después, tener. No existe otra manera de garantizar el bienestar de una sociedad que aquella donde el Estado se reduce, descentraliza y reconoce al ciudadano como sujeto cultural e histórico, cuya independencia de pensamiento debe ser respetada, garantizada y protegida.
Deslastrarnos del mundo primitivo de las charreteras, cachuchas y chapas, ciertamente que será un arduo y difícil trabajo. Devolver a sus recintos naturales, cuarteles, a quienes han estado desnaturalizando su función primordial, la defensa del ciudadano, ciertamente que implicará la toma de decisiones duras, ejemplarizantes y dolorosas. Pero eso habrá que hacerlo para privilegiar la consciencia cívica y la civilidad en la sociedad venezolana.
Ya en otros escritos he indicado que dejar atrás las figuras que han representado la imagen del Estado y la sociedad, como modelos de ciudadanos, comenzando por el Simón Bolívar militar, es tarea para quienes asuman el liderazgo de una nueva y diferente sociedad.
La sociedad venezolana del siglo XXI debe dejar atrás de una vez por todas esos modelos de venezolanos vinculados con las armas, la violencia, y la obediencia y temor por la amenaza de voces graves, autoritarias y arbitrarias.
Este siglo XXI es el tiempo que debe estar marcado por la presencia activa en el pensamiento del humanismo universal de Andrés Bello. Su defensa absoluta por el español de América y todo lo que ello representa como alma del ser civilista latinoamericano.
Dejemos descansar a quienes lucharon, con sangre, sudor y lágrimas para darnos la libertad de una nación. Ahora es el tiempo de la libertad del pensamiento, del hacer ciudadano. No podemos seguir viviendo de batalla en batalla hasta banalizar todo y terminar en la ridiculez de la batalla por una caja de alimentos o de unas elecciones.
Creo que el pensamiento del bolivarianismo ya no da para más. Eso es así porque no se puede construir la modernidad de una nación y menos, la actualización de una sociedad, anclados en el pensamiento del siglo XIX.
El país cultural debe resistir y persistir en la construcción de un venezolano adaptado a las realidades cambiantes de estos tiempos. Es imprescindible que la academia, la intelectualidad y los artistas y hombres de bien, sigamos resistiendo hasta lograr superar este ostracismo donde nos han obligado a sobrevivir.
Frente a esta realidad hay que responder desde la orientación académica, pedagógica que siempre encuentra la salida adecuada para imponer soluciones y superar el horror que significa vivir en la Venezuela donde el régimen totalitario arremete constantemente contra todo indicio de inteligencia y profesionalismo de quienes buscamos adecentar la práctica de la libertad, normalidad y solidaridad democrática.
Los tiempos que se acercan son de mucho esfuerzo, más sacrificio y duras, muy duras decisiones. Pero la mentalidad parasitaria hay que deslastrarla definitivamente de la cotidianidad del venezolano. No tengamos temor a este nuevo ciudadano, a este nuevo venezolano.
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