martes, agosto 08, 2017
Contra el radicalismo
No creo exagerar al afirmar que al régimen venezolano le quedó inmensamente grande la administración del poder del Estado y sobre manera, representar a los ciudadanos venezolanos.
Y esto lo manifestamos ahora cuando observamos, una vez más, la manera absolutamente cívica, masiva y festiva, como la población venezolana, en su mayoría, hizo acto de presencia ante las juntas electorales de cada estado para verificar su firma, reafirmando su deseo de participar en el Referendo Revocatorio.
Mientras el régimen pierde legitimidad de origen y se sostiene en una evidente, notoria y pública presencia de militares, activos y en situación de retiro, la población nacional se levanta y alza su voz para afirmar su vocación democrática.
Hace apenas un par de semanas visité la zona de Chichiriviche, al occidente del país. Cierta mañana me fui, con mi esposa, a desayunar al pueblo. En el quiosco de La Maracucha (-le llaman Yaya) encontramos a esta pintoresca venezolana. Con más de 40 años haciendo empanadas de cazón, ella deja que su silencio la presente. Pero mi esposa la despierta con preguntas directas: -¿Deberían protestar por el estado de abandono del pueblo?
-Ya para qué. Responde Yaya. –Hasta yo voté por ese muchacho pensando que nos iba a ir mejor. –Y fíjese cómo está el pueblo. –Él se la pasa en moto con carajitas.
-¡Ah! –exclama mi esposa. Y la precisa. Por eso tenemos que salir de este gobierno. –¡Pero señora¡ Nosotros votamos por el cambio y mire en lo que paramos. Los ojos de mi esposa casi se le escapan por la sorpresa. La sobrina de Yaya interviene desde la cocina de la choza. –El alcalde es de Primero Justicia. -Es un dizque justiciero.
Yaya se lamenta y apenas exclama: -Tenía como 40 años que dejé de votar. Todos son la misma vaina. Vienen y me comen las empanadas. Dicen que me van a ayudar y después, se olvidan de una. Así pasó cuando Caldera y antes, con los adecos. Les pedía ayuda para mi hijo que nació con males de cabeza. –Medio loco, pues. Necesitaba pastillas para que no convulsionara. Exámenes y placas de la cabeza. Y ninguno me ayudó.
-Fíjese que la anterior alcaldesa, del Psuv. Vino a este quiosco y yo le pedí que me ayudara. Ella después se apareció hasta con una ambulancia para llevar a mi hijo al hospital. Le dije que yo no era chavizta. –No importa, Yaya. Estamos para servir a todos. –Eso me gustó.
Y es que mientras estoy en la cola para verificar mi firma, observo a tanta gente y pienso en Yaya, la empanadera de Chichiriviche. En sus comentarios, en sus ademanes, y hasta en sus miradas, sus gestos y sus sonrisas, siento que el venezolano, en su inmensa mayoría, es por sobre todas las apariencias, genéticamente democrático y civilista.
Además, participa en organizaciones y partidos políticos por su misma formación y convicción democrática. Esa es una probada y comprobada sabiduría y conocimiento que le otorga seguridad de saber que democracia es sinónimo de libertad. Que votando se arreglan las controversias políticas.
Como Yaya existen otros miles de venezolanos, ciudadanos abandonados desde hace años, que de tanto ser abandonados por el Estado y sus instituciones, como los partidos políticos, aún y con sus recelos y resentimientos, permanecen en sus principios y vocación democrática.
-¿Votar? –Se pregunta Yaya. Vamos a ver. Será que eso es lo que necesitamos para que esto mejore. Y se recuesta en su silla blanca, mientras su delantal habla por ella. Ahí están las señas de mujer que madruga y persevera.
También estos ciudadanos han madrugado para verificar su firma. Llegan en muletas, otros arrastran años en sus piernas varicosas o se ayudan con bastones. Los más jóvenes copian a los adultos y practican sonrisas y gestos solidarios. Informan. Entregan servilletas para limpiar manos y dedos.
En toda una manzana y más allá se aprecia tranquilidad. Hay serenidad. Alegría, acaso. Una atmósfera de seguridad y hasta los militares forman parte de este solidario paisaje democrático. Esta inmensa comunidad de venezolanía que a paso lento, pero seguro, muestra en pequeños actos, la cotidianidad de la práctica de la libertad. Esa que se construye en la alegría del compartir, del convivir con el Otro, semejante o diferente.
En ellos, como en Yaya, en la duda y en la certeza, sé que el camino que lleva a superar esta condición de casi marginalidad donde nos quiere meter este régimen pandillero, es la reafirmación de nuestros principios y valores democráticos. Con sus defectos, muchos, pero con sus infinitos beneficios. Y en ese sendero, en ese camino, tenemos que permitir la participación de aquellos militantes y dirigentes psuvianos y chaviztas, en el amplio espectro político de nuestra nacionalidad.
Ello es preferible antes de caer en la barbarie de una atrocidad histórica llamada guerra civil, entre venezolanos.
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