Hay personas en el mundo que rezan por nosotros, y, sin embargo, jamás les hemos visto el rostro. Hay personas en el mundo que lloraron por nosotros, y, sin embargo, jamás conoceremos sus nombres. Hay personas en el mundo que dejaron de cenar para saber de nosotros, y, sin embargo, jamás estrecharemos sus manos. Hay personas en el mundo que preguntaron por nosotros, se preocuparon por saber si tomamos agua o nos enfermamos, y, sin embargo, jamás sabremos de ellos. El mundo se hizo uno ese día, cuando una mariposa blanca guió los pasos de 2 mineros que avistaron su aleteo a 500 metros bajo tierra. Luego ella desapareció. Luego cayeron toneladas de roca y tierra. Más tarde encontraron a sus 31 compañeros. Cosas del eterno misterio de la vida que luego fue espera y angustia, suerte y mucha tecnología.
El mundo se hizo uno y el protagonista fue la misma vida normal, común y silvestre de 33 hombres que demostraron lo que siempre demuestra el ser humano en los momentos de extremo riesgo: el deseo de vivir. Hoy el mundo se vuelve a dar cuenta que son las historias comunes de hombres comunes lo que hace trascender la vida. No son los grandes acontecimientos, la aventura truculenta del héroe novelesco hollywoodense de cinemascope lo que realza la vida. La vida es quijotesca y sanchopanziana. Con la normalidad del sufrimiento normal de normales seres que se sobreponen a sus dificultades y entre ellos, trascienden y escriben sus historias. La de unos esperando el abrazo de la mujer que le dio un hijo, la del otro, que siempre quiso ser deportista, la del otro más allá, esperando salir para cumplir la promesa y casarse.
Hoy el mundo parece más hermanado en tanto se vio mil millones de veces y se escuchó otras tantas en miles de lenguas que tradujeron millones de verbos y sonrisas en rostros de anónimos seres que dejaron salir sus lágrimas agradeciendo a la vida por saberse acompañados. Así está la humanidad ahora, más cercana, más igualada en su destino compartido. Duele el dolor del semejante y el triunfo del Otro es nuestra victoria. Siendo pueblo, siendo rostro curtido por el sol del desierto o el frío extremo de la estepa, siendo manos callosas que extraen a las entrañas de la tierra la dureza y belleza del oro o el cobre, siendo sueño de hombres que esperan culminar la dura jornada para irse a sus casas o chozas y descansar sus cuerpos prematuramente envejecidos. Siendo eso y más, la aventura humana continúa su cíclica danza de inventarse y construir destinos compartidos sabiendo que en su memoria colectiva descansan aquellos que no pudieron salir de la mina San José en tiempos pasados. Fueron setecientos o más, o aquellos en las minas de Sudáfrica, o los del Asia o los de ahora en Ecuador. Total, la alegría y la dicha de saber que 33 mineros fueron rescatados mientras mil millones de seres humanos les veíamos, ha logrado que la humanidad se reconozca UNA mientras el aleteo de la mariposa blanca quizá se siga escuchando al interior de la mina demostrando la realidad de lo que siempre supimos y que ahora llamamos “el efecto mariposa”.
El mundo se hizo uno y el protagonista fue la misma vida normal, común y silvestre de 33 hombres que demostraron lo que siempre demuestra el ser humano en los momentos de extremo riesgo: el deseo de vivir. Hoy el mundo se vuelve a dar cuenta que son las historias comunes de hombres comunes lo que hace trascender la vida. No son los grandes acontecimientos, la aventura truculenta del héroe novelesco hollywoodense de cinemascope lo que realza la vida. La vida es quijotesca y sanchopanziana. Con la normalidad del sufrimiento normal de normales seres que se sobreponen a sus dificultades y entre ellos, trascienden y escriben sus historias. La de unos esperando el abrazo de la mujer que le dio un hijo, la del otro, que siempre quiso ser deportista, la del otro más allá, esperando salir para cumplir la promesa y casarse.
Hoy el mundo parece más hermanado en tanto se vio mil millones de veces y se escuchó otras tantas en miles de lenguas que tradujeron millones de verbos y sonrisas en rostros de anónimos seres que dejaron salir sus lágrimas agradeciendo a la vida por saberse acompañados. Así está la humanidad ahora, más cercana, más igualada en su destino compartido. Duele el dolor del semejante y el triunfo del Otro es nuestra victoria. Siendo pueblo, siendo rostro curtido por el sol del desierto o el frío extremo de la estepa, siendo manos callosas que extraen a las entrañas de la tierra la dureza y belleza del oro o el cobre, siendo sueño de hombres que esperan culminar la dura jornada para irse a sus casas o chozas y descansar sus cuerpos prematuramente envejecidos. Siendo eso y más, la aventura humana continúa su cíclica danza de inventarse y construir destinos compartidos sabiendo que en su memoria colectiva descansan aquellos que no pudieron salir de la mina San José en tiempos pasados. Fueron setecientos o más, o aquellos en las minas de Sudáfrica, o los del Asia o los de ahora en Ecuador. Total, la alegría y la dicha de saber que 33 mineros fueron rescatados mientras mil millones de seres humanos les veíamos, ha logrado que la humanidad se reconozca UNA mientras el aleteo de la mariposa blanca quizá se siga escuchando al interior de la mina demostrando la realidad de lo que siempre supimos y que ahora llamamos “el efecto mariposa”.
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