El habla es una imagen
de la mente; y la mente es
una imagen de Dios.
Hermes Trismegistos. Corpus Hermeticum.
En griego el vocablo logos significa palabra, también proporción, en sentido matemático, lenguaje, pero también significa razón. De ahí que el lenguaje sea siempre uno y su manera de manifestarse sea a través de los cientos de miles de lenguas o idiomas, como también que la razón sea siempre una y se exprese en millones de naturalezas humanas que tienen la facultad para reflejar en sus reflexiones la imagen de una instancia suprahumana, que denominamos Dios.
Indicamos esto en tanto se ha estado especulando en los últimos años sobre la muerte de la Historia, como lo plantea Fukuyama, y con ello la tendencia al rechazo de la Razón. Pero si esto es así, podríamos señalar que posiblemente sea un tipo de razón y no la Razón en sí. Sobre esto, podemos ir estructurando nuestro discurso hacia una manera de ver y entender un tipo de Razón que denominaremos Razón Instrumental, utilizando las reflexiones que en su momento hiciera el filósofo alemán Max Hörheimer, fundador del grupo del Instituto de Estudios Sociales, de la Universidad de Francfort, quien entre 1925-30, desarrolló, junto con otros pensadores, como Benjamín, Fromm, Marcuse, Adorno, la denominada Teoría Crítica, que se opone a la concepción del positivismo, donde la Razón está supeditada al control que el Estado ejerce sobre el individuo, para estructurarle su libertad, visto como objeto de uso y no como sujeto histórico. Así, la manera como ha sido planteada la Razón como facultad del ser humano para generar una existencia plena, libre y armónica, está determinada por la capacidad que tiene el individuo para interpretar lo fenoménico de las cosas y la naturaleza del Estado, como ente teleológico capaz de transformarse continuamente.
Diremos que la hermenéutica de la Razón, tal como ella es vista en la práctica del sujeto histórico, ofrece una interpretación equívoca donde subyace una tendencia a la visión del hombre como objeto de uso. He aquí entonces el desacierto fundamental que nos lleva a considerar lo epistémico de la Razón como falso argumento que desdibuja, desequilibra y fragmenta al hombre, dejándolo en una anomia existencial.
Afirmaremos por tanto que a este tipo de Razón, instrumental, le ocurre por fuerza de la misma dinámica histórica, una contradicción que deviene como consecuencia de una falsa concepción de su hacer. Lleva en su interior la tendencia a la crisis de una naturaleza de realización contraria al destino humano. Opuesta incluso a la tendencia de las culturas helénicas, opuesta al destino platónico del hombre de Estado en la sociedad autárquica y en fin, al Estado eudemónico, de la felicidad total y absoluta, defendida por Pitágoras, Aristóteles, entre otros pensadores y filósofos antiguos y modernos.
En la actualidad –nos dice Nietzsche, poseemos ciencia exactamente en la medida en que nos hemos decidido a aceptar el testimonio de los sentidos, en la medida en que aprendimos a aguzarlos más y a armarlos, y a pensarlos hasta el final. Así como es imposible pensar el mundo fuera del lenguaje, del mismo modo, y aceptando la definición griega sobre el logos, no podemos concebir el mundo y lo que en él habita sino a través de la razón. Y esta siempre será expresada por un cribar que se establece por la percepción de los sentidos. Por tanto, la razón como el lenguaje, siempre serán aproximaciones sucesivas hacia un objeto u experiencia que jamás podrán ser aprehendidas. De ahí que la realidad asida siempre será una eterna utopía, y con ello, también el hombre y su libertad. En ese sentido, toda construcción humana será siempre un paradigma que tendrá su valor en ese ángulo exacto.
Por tanto, es en ese instante, contado en segundos o años, donde una prueba de la ciencia podrá establecer sus principios, que jamás podrán ser absolutos. También en el hecho sociopolítico, la posibilidad de establecer estructuras fijas será sólo factible en la medida que el individuo sea capaz de establecer relaciones con el Estado, donde éste sea un reflejo de su lógica de vida.
Cuando el Estado asume su dinámica sobre la concepción de la Razón instrumental, adviene un lenguaje y unas relaciones de comunicación (no olvidemos que el vocablo comunicación refiere al latín communicatio, de comunidad y su relación con communitas, de ahí su comunión) que suprimen al hombre a una visión parcelada, mecanicista, donde éste es sujeto del acontecer histórico. La relación en su ontología del lenguaje viene alterada y con ello la razón misma de pensar para actuar. Como individuo enajenado del mundo no le será posible integrar un modelo de vida que le posibilite su acceso a la libertad ni individual ni colectiva. Se encuentra prisionero, relegado a una aporía, donde se cumple el destino del “Asno de Buridán”. Esa muerte por inercia es consecuencia tanto de una parálisis individual como del Estado mismo, que lo relega, lo entiende como objeto de uso. Sólo se utiliza de él su estructura como vehículo que cuenta para el interés del Estado. El acto comunicativo establecido por el Estado para darle existencia, sólo se advierte por la enunciación perlocutiva, aquello que produce efecto en la manifestación del discurso y no por el sentido ético-estético de la razón comunicativa.
Sin embargo, cuando hablamos de crisis de la Razón tendremos que entender la posibilidad del acontecer de un acrisolar la razón, depurarla, para acceder a su nobleza, a lo que tiene de naturaleza absoluta en su capacidad para estructurar una hermenéutica donde el hombre sea sujeto que establece relaciones con su Otro, desde la perspectiva de una libertad marcada por un sistema axiológico que determine en él una otra y real Razón de existencia.
Frente a la crisis de la Razón, ¿qué puede aportar la nueva Razón del discurso ético?. Develar el mundo en su operacionalización, en una constante construcción, tal como en su momento y de manera anagógica, el ilustre y poderoso hermano John Dewey lo planteó, como el construccionismo sobre valores, principios éticos, que permitan al hombre, como conciencia superior, devenir sujeto de su propio destino en tanto constructor de un modelo, de un arquetipo, de un paradigma que tenga en la razón el modo de vida de una sociedad desprovista de toda superstición y fanatismo.
Quienes aún permanecemos en la tradición del conocimiento místico, más que verla como razón simbólica, hemos de entenderla y tratarla como razón, conciencia operativa, para la trascendencia de un lenguaje que ennoblezca y nos hermane en el hacer y ser en lo Uno y Múltiple del fluir de nuestras infinitas existencias.
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