martes, junio 27, 2006

MUCHACHA ENTRE LOS ÁRBOLES




La felicidad va de la
mano con la miseria,
la fortuna con la
desgracia.
Maharaj Charan Singh Ji.

Cuando en la galería Goldschmidt se logra vender un cuadro de Van Gogh, El Jardín público de Arlés, por 132.000 libras esterlinas, pocas personas sabían que en vida el artista pudo vender, a través de su hermano Theo, apenas un cuadro, La vid roja, por menos de 40 florines. Cientos de cuadros y dibujos fueron rematados por el artista, como telas para ser reusadas o para servir de calefacción en los crudos inviernos. No fue Van Gogh un artista afortunado. Por el contrario, su vida fue una doble lucha por consagrarse a dos colosales creaciones: la pintura y la literatura. Antes, dedicó parte de ella a predicar como pastor evangélico entre los mineros de Borinage. Vive la vida dura y miserable, en la agobiante hambruna de los desheredados del mundo, los olvidados de la fe y de la vida. Pero no le permiten continuar su ministerio. Entonces se consagra a la pintura y la literatura en forma epistolar. La pintura nace en él desde una realidad que a través de sus lienzos, encuentra una particular manera de expresarse: la alteración de cielos que giran y la presencia de seres humanos que viven en sus lienzos. Entre tantos cuadros, más de 800, uno de ellos particularmente nos conmueve por lo vívido y esplendoroso del color, que se mueve y se hace figura; como raíces de árboles, como densos cielos, como oscuro bosque o como silueta femenina con sombrero blanco. En sus cartas a Theo, Vincent relata cómo esas imágenes se hicieron vida en el lienzo, cómo ellas se fueron construyendo hasta alcanzar forma en su obra. De sus largas caminatas por los bosques hay un hermoso relato en su epistolario con su hermano Theo. Uno de ellos, fechado en La Haya en abril de 1882, cuando Vincent contaba 29 años, describe así la hechura de su lienzo: "El otro estudio del bosque tiene como tema grandes troncos de hayas verdes sobre un fondo de arbustos secos y una pequeña figura de muchacha vestida de blanco. La gran dificultad ha sido conservar la iluminación y poner cielo entre los árboles que se encontraban a distintas distancias, y el lugar y el espesor relativo de esos troncos son modificados por la perspectiva. Fue necesario hacerlo como se pudo, y respirar y pasearse, y la floresta debe embalsamar..."
La naturaleza se incorpora al cuadro del artista que se va llenando de vida. Así, entre un juego exquisito de tonalidades rojizas de un suelo que guarda hojas desvanecidas por el otoño, los cielos atemperados entre un azul verdusco, se comprimen por la frondosa presencia de alejados árboles, que al fondo, apenas dejan entrever las siluetas de recogedores de leña, en una discreta faena, mientras la muchacha, enfocada junto a uno de los árboles, está en segundo plano, apenas sobrepuesta por la "raicidad" del árbol del frente que presenta la fuerza y tensión en la obra. Es desde ese contraste entre humanidad y naturaleza donde se alcanza la densidad en el discurso plástico de este cuadro.

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