jueves, diciembre 17, 2020

Náufragos de Güiria



Hace poco más de diez años estuve por la parte más oriental de Venezuela. Fuimos a un encuentro de escritores, artistas, músicos y artesanos. Los días en la posada donde pernoctamos transcurrieron entre abrazos de viejos amigos, lectura de poesía, cantos, música y el encanto de los paisajes de esa parte tan remota, exótica y paradisíaca que es la península de Paria.

Un buen día, y mientras nos acercamos a la playa, varios amigos se embarcaron en un peñero y se fueron a visitar el bello pueblo de San Juan de Las Galdonas, a media hora de donde estábamos.

Ya en la tarde, cuando el sol comienza a colorear de acentuados matices la tarde, avistamos el bote con las sonrisas de nuestros cansados y temerarios marineros, porque a esa hora del atardecer, la mar con el viento sopla olas que tapan cualquier pequeña embarcación.

-Siempre es grato visitar Las Galdonas, dijo una de nuestras amigas. –Lo malo son los nuevos ricos que se pasean con sus carros de último modelo, sus guardaespaldas y las tremendas lanchas con esos motores tan potentes que asustan e intimidan, escuché comentar a otro, mientras se limpiaba la sal sobre su cuerpo.

Para esos años, entre 2006-2008, ya el emblemático pueblito de San Juan de Las Galdonas tenía varios años ‘asaltado’ por las mafias de traficantes de drogas. Se habían apoderado del pueblo y comenzaban a controlar, tanto a la población originaria como a visitantes y turistas que osaban acercarse a sus hermosas playas.

Un par de años después, mi esposa y yo hicimos un pequeño viaje para conocer una de las playas más hermosas del país, quizás la más oculta y apreciada por el bosque con extensos cocotales. Me refiero a la preciosa playa Medina. Fue un fiasco visitarla. No tanto por lo intrincado del terreno como por la ‘riesgosa’ soledad, la proliferación de moscas y demás alimañas y la precariedad del ambiente, además de cierta población, que, ya incapaz de poder vender sus productos artesanales, se transformó en mendigos para sobrevivir.

-¡Más allá no se atrevan a seguir! Eran los comentarios de quienes podíamos abordar buscando información para retornar a nuestro sitio de pernocta. Y ‘más allá y más acá’, significa continuar nombrando pueblos y caseríos, de antaño hermosos, tradicionales y hospitalarios en su pobreza, como Río Caribe, Yaguaraparo, San Antonio, Cumanacoa, Salazar, Cariaco, Chacopata, Caimancito, El Pilar, Ajíes, Merito. Hacia y desde el estado Monagas, Caripe, El Zamuro, Garrapatero, Casanay. Esos y otros más, son hoy caminos del hampa, espacios tomados, unos más que otros, por bandas y megabandas del crimen organizado.

Pero lo que ocurre en Güiria es de otro nivel. El pueblo es ‘administrado’ por verdaderos grupos de criminales, donde la trata de personas, tanto mujeres como niños y jóvenes, forman parte de una ‘actividad comercial’ que implica, tanto la ubicación, captura, depósito, embarque, entrega y distribución de la ‘carne humana’ que será usada en prostíbulos y otros espacios donde la ilegalidad impera y se lucra, y esto implica la participación directa e indirecta, tanto del Estado venezolano, como del Estado de Trinidad-Tobago, toda vez que, sea por acción-omisión, permiten que este horror exista desde hace años. 

Ya desde finales de 2018 se ha venido denunciando desde organizaciones independientes, esta aberración que ha contabilizado poco más de 100 personas dejadas morir por la  imprudencia, negligencia, o como se le quiera catalogar. Estas poco más de 19 personas encontradas flotando a pocas millas, en días pasados, del embarcadero del puerto de Güiria, se siguen sumando a la dantesca realidad de una población que se arriesga a lo extremo, para sobrevivir.

Porque el estado Sucre es la entidad federal venezolana más afectada por esta Emergencia Humanitaria Compleja. Es el territorio donde los índices de desnutrición y mal nutrición infantil, como de adultos mayores, sobresale de manera alarmante, sumado a la nula actividad industrial, y la inexistencia de una actividad económicamente sostenible. Sumado a esto, el asedio constante de las bandas de delincuentes que azotan las instituciones educativas, para desmantelarlas, saquearlas, como quien perfora el estómago de un animal agónico y le saca hasta las vísceras.

No es nueva esta tragedia en Sucre y menos en sitios tan lejanos del poder central, como Güiria o San Juan de Las Galdonas. ¡No!. Una y otra vez ha sido denunciado, existen trabajos de investigación de solidarios periodistas, investigaciones de organizaciones no gubernamentales, además de las historias de familiares, amigos y demás conocidos de las víctimas, quienes han dado su testimonio.

El momento ya no es seguir escuchando o dando más testimonio ante fiscales, jueces o miembros de organismos internacionales de derechos humanos. Es que a los pobres, a los mendigos y menesterosos, a los abandonados, al pueblo raso y anónimo, no se les toma en cuenta. Es lo que se llama ‘aporofobia’ (artículo en http://astorgaredaccion.com/art/23031/aporofobia ) y que ha sido tan bien estudiado en los años recientes por especialistas y académicos.

No creo que las palabras, a este extremo de la gran catástrofe humanitaria venezolana, sirva de mucho, a no ser dar consuelo a los familiares de las víctimas de Güiria. Lo que se impone, hoy, ¡ya!, es la acción contundente de países y fuerzas bélicas internacionales, sea por razones humanitarias, principalmente, sea por motivos de control policial-militar, capturar a quienes se les busca desde hace tiempo y cuyas ‘cabezas’ tienen precio, para detener la planificada y sistemática matanza de civiles venezolanos. 
Mantener la diplomacia, reuniones y encuentros políticos, declaraciones condenatorias, parecen actos de cómplices y cobardes. 

(*)  camilodeasis@hotmail.com   TW @camilodeasis   IG @camilodeasis1






 


miércoles, noviembre 11, 2020

Credibilidad

 



Mi tío Domingo Guerrero Contreras, sargento mayor del naciente ejército del dictador Juan Vicente Gómez, guardaba en un viejo baúl de madera objetos curiosos. Uno de ellos era una pequeña revista donde aparecían algunas imágenes de ciudades y personas estadounidenses. Se hablaba allí de la vida en esa gran nación. –Bonito, ¿verdad?. Yo le respondí asintiendo con un movimiento de cabeza.

 

  -Es que están promocionando para quien quiera irse a vivir allá. Pero son muy estrictos y no les gusta que le digan mentiras, lo toman como una ofensa y como un delito. Eran los comienzos de los años 60. A mí esas palabras se me grabaron en mis recuerdos.

 

 Por eso considero que, en las elecciones en los Estados Unidos de Norteamérica, los dos hechos más trascendentes, no son tanto quién gane o pierda los comicios a la presidencia sino, la duda que se ha creado en torno de la credibilidad en las instituciones del Estado norteamericano.Lo otro es la decisión del pueblo boricua de convertirse en el estado número 51 de la Unión.

 

  Con cierta regularidad leo y escucho a personas afirmar que les ha sido ‘fácil’ introducir documentación para solicitar su permanencia en EEUU. Otros recurren a introducir información no veraz y hasta falsa, indicando que las autoridades creen en lo que les indican.

 

  Pues bien, el punto que deseo desarrollar es precisamente la tradición que existe en el pueblo norteamericano, y, por lo tanto, en sus instituciones, sobre el irrestricto apego a la verdad, creer en el Otro, como ideal de vida y convivencia, y, sobre todo, en la preservación de los principios de libertad, democracia y propiedad. Todo ello está soportado en la palabra, sea oral como escrita, que es honrada, soportada y preservada como símbolo de honor, de responsabilidad y cumplimiento a la verdad.

 

  Por eso veo con horror la serie de argumentaciones esgrimidas sobre la actuación que tienen estos dos candidatos y detrás de ellos, quienes, a lo externo, y sin conocer la idiosincrasia de la cultura del norteamericano, se aventuran a realizar análisis y proyecciones, imitando realidades alteradas, como esta que se vive en el territorio venezolano.

 

  Lo que viene ahora, por parte de la institucionalidad y sus agencias, es una afirmación de esto que tratamos. Porque está en ‘tela de juicio’ la palabra empeñada por la tradición cultural de una sociedad que se precia de tener un sistema de jurisprudencia basado en el principio del apego a la verdad como ideal y valor de convivencia social en una república confederada.

 

  Pocas sociedades en el mundo tienen su fortaleza en este principio que tratamos. Japón, Australia, Finlandia, Islandia, Nueva Zelanda, entre otras sociedades, encuentran su fortaleza fundamental en la verdad y su práctica como base para su posterior desarrollo socioeconómico. Es así y nunca a la inversa. Y esto ha sido una práctica en su tradición por generaciones a través de la afirmación de la familia, sus valores, y la práctica de esta convivencia en el fortalecimiento cultural de los procesos educativos, fijos, inalterables, donde se resalta la tradición de años, siglos de esfuerzo y dedicación en el cultivo de una verdad que es reconocida, identificada y aceptada como valor de vida.

 

 Creo que el resultado final de esas elecciones será lo de menos, centrados en esto que abordamos. Para el norteamericano tradicional, de cualquier estrato social, faltar a la verdad, ver que gran parte de los medios de comunicación han tergiversado, sesgado la verdad, para favorecer parcialidades del poder, les debe estar representando un verdadero dolor de cabeza, vergüenza y hasta humillación, como ciudadanos democráticamente formados en la defensa de la verdad y sus principios.

 

  Tristemente en la Venezuela del régimen totalitario se ha impuesto la mentira y mentir, como Política de Estado. Y en ello, nadie en representación del Poder defiende los principios del honor, la honradez, el valor y principios de la moral, ética como partes de una tradición cultural que han sido los atributos de una república federal, como la venezolana.

 

  La lucha por el poder en Estados Unidos de Norteamérica,y en gran parte de los países del mundo, no está centrado en ideologías ni por grupos políticos, tampoco de izquierdas o derechas. Eso forma parte de un pasado reciente en la historia política de las naciones. Las luchas ahora son religiosas, de monopolios económico-financieros, y de nacionalismos.

 

Todas esas luchas encuentran en la práctica de los principios de la verdad y credibilidad, el soporte de suexistencia, como estados, naciones, repúblicas, y la propia sobrevivencia de sus ciudadanos.

 

(*)  camilodeasis@hotmail.com   TW @camilodeasis  IG @camilodeasis1 

viernes, noviembre 06, 2020

Vivir en gerundio

 


 

 Debo confesar que he perdido la noción del valor de las cosasno sé a ciencia cierta si un litro de leche de larga duración, con el precio marcado, es caro o barato. No lo sé. Cuando voy a realizar las compras, procuro acercarme a los anaqueles para verificar el precio, trato de buscar esas comas y luego los céntimos, pero eso no existe. En Venezuela hace varios años desaparecieron las monedas, y con ello el término se evaporó, ‘quedó en desuso’, así se dice en lingüística. 

 

  Algunas veces paso tiempo buscando esa expresión de los céntimos. Ya eso no se refleja en los productos. Me parece tan extraño, tan triste haber perdido esa noción del valor de los productos, de los alimentos de primera necesidad. Aquellos productos adquiridos en 0,25 (cero veinticinco céntimos de bolívares). Ese ‘medio’ que tanto nos rendía, fuente de disputas en el colegio. Ni decir de la emblemáticamoneda de doce céntimos y medio (la locha), así llamada y deseada.

 

  Porque no es tanto perder el uso de las monedas, es quizás lo más trascendente, quedarnos huérfanos de su pronunciación, de su expresión en números o letras. También que ya es tan extraño no cargarlas en nuestros bolsillos, sonarlas mientras conversamos, sacarlas para cancelar un caramelo. Esto que indico se traduce en lenguaje, palabras ya olvidadas, términos que han caído en el olvido, arcaísmos en el tiempo. Un tiempo que nos encierra en su único momento: el eterno presente del aquí y el ahora. Porque en el territorio que habito no existe futuro y el pasado, oficialmente, está siendo alterado, mutilado y sesgado por el poder.

 

Este es un tiempo sin movimiento, como casi siempre le indico a mi esposa cuando me pregunta qué día es hoy. –Domingo, le respondo. Todos los días en Venezuela son domingos, no precisamente de descanso. Es que todos los días se repiten y cuesta salir a realizar alguna actividad. 

 

  Los tiempos verbales tienen, obvio, movimiento. Pero existe una sociedad, la venezolana, donde se ha logrado entrar en el ‘no movimiento verbal’, eso que los pensadores del lenguaje, los llamados formalistas rusos, allá por inicios del siglo pasado, llamaron ‘verboides, una serie de formas verbales sin mayor movimiento, como el gerundio, por ejemplo.

 

En Venezuela vivimos ‘pelando’ todo el tiempo. Es decir; su tiempo y acción son continuos, no tienen finY este verbo no se crea que es para ejercer la acción de quitarle la piel a las frutas, como cualquier hablante del español pueda creer. En la Venezuela del siglo XXI, cuando usted indica que ‘está pelando’ queda sobreentendido de inmediato, que está en situación socioeconómica precaria, delicada. 

 

 Pero es que además de estar pelando, la inmensa cantidad de venezolanos andamos, también, ‘ladrando’. No queda de otra, porque ni agua potable tenemos para mitigar la sed. Y esto no es cuento ni un chiste cruel, ni tampoco sarcasmo, ni humor negro. Es la pura y cruel realidad.

 

  Apenas estas dos palabras nos dicen hasta qué punto nuestras vidas, y nuestro lenguaje, se han erosionado, degradado y paralizado en la incertidumbre de un mínimo movimiento y, por lo tanto, uso de términos que, sin darnos cuenta, nos señalan un tiempo sin destino, sin futuro y con el constante acecho de un pasado mutilado. 

 

  Hace varios años le decía a uno de mis vecinos, Luis, que de seguir encareciéndose la vida llegaría un momento donde nada costaría decena de bolívares (diez bolívares), ni cien, ni mil, ni cien mil, sino de millones en adelante. Bueno, en no más de ocho años llegamos a ese tiempo. 

 

  Tengo varios años sin usar dinero en efectivo. Como lo indiqué, hace cerca de diez-doce años dejó de existir el dinero en monedas. Hace un par de años los billetes de esos llamados ‘bolívares soberanos’ entraron, en la práctica, en desuso. De hecho, en la actualidad, además de escasos, sólo funcionan los de cincuenta mil (50.000,00) y eso, para una propina por estacionar en sitio público.

 

  Un apreciado amigo, que ahora vive fuera del territorio, de manera genial ha calificado esto que vivimos, diciendo que ‘Venezuela es un llanto en gerundio’ y ahora esa expresión me parece tan certera, tan dolorosamente verdad. Porque uno anda por algún centro de venta de alimentos y evita verse las caras, -quizás el uso de esos bozales ayude-, porque sabe, intuye que el Otro tiene, como uno, los ojos enrojecidos, la piel envejecida, los labios secos, las manos encallecidas, y entonces prefiere hacerse el desprevenido, el ajeno, el solitario. 

 

 Es tan difícil, y a la vez tan fácil decirlo, pero tal vez nos queda todavía un poco de coraje, de valentía para continuar –sin saber por qué- mientras modelamos en nuestra lengua esa necesaria y humana palabra tan solidaria, que da tantapaz y sosiego: piedad.

 

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jueves, octubre 22, 2020

Diario de un jubilado



 

 

  Esta mañana, cuando estaba revisando libros en mi biblioteca, de repente me acordé que ya hace más de 10 añosterminé mis funciones como docente universitario. También me acordé de los años cuando trabajé en otros sitios. -Total, treinta años de servicios al Estado y la sociedad, pensé.

 

  Había hecho planes para continuar con mis actividades académicas, mis escritos semanales, mis dibujos, fotografías y mi dedicación a la poesía, oficio que nunca me abandona ni yo a ella. -Además, me decía, iba a desarrollar varios proyectos visitando regularmente sitios poco conocidos del país; sus historias, espacios y uno de mis deseos más añorados: ese tiempo para invertirlo en la contemplación, la meditación después de observar la quietud del espacio de eso que llamo, la venezolanía.

 

  Porque contemplar el rostro de una sociedad y de un territorio también se encuentra en sus paisajes, el movimiento, los olores, sonidos naturales, sabores y el paso acompasado de quienes nos acompañan. He conocido todo el país, al menos cada capital de estado, los he sentido en la tierra y en el barro, mirando la lejanía, en las palabras de quienes habitan en la anónima amorosidad de lo fraterno y solidario.

 

  Sé que los nuevos tiempos no traerán nada diferente a estos que he vivido. Sin embargo, es preciso insistir, aunque sea por terquedad, en la necesidad que tenemos para salir adelante, aunque sea registrando este momento gris que nos tiene aprisionados, encerrados. He visto temprano el video de una amiga virtual, poeta, que en su encierro desde Españasaluda con su rostro lloroso indicando que ya no soporta tanta soledad, tanto encierro. Libera sus miedos e incertidumbre, mientras confiesa que ‘-hoy sólo tengo ganas de llorar’. Es un video singularmente humano. Angélica se quiebra en su fragilidad y una multitud de amigos virtuales, desde los confines del mundo, le abrazamos en un mismo llanto.

 

  Vuelvo a mi biblioteca buscando acaso algún poema en algún libro que me sirva para entender este tiempo, esta mirada fragmentada que se apodera de nosotros y no permite ver la totalidad, la parte completa de este drama, este momento tan sin tiempo. Un año donde se resume toda la maldad humana en un mismo número. Pareciera que estamos transitando los ‘penetrables’ cinéticos de una inmensa obra de Soto o Cruz Diez. Así, con sus colores moviéndose mientras ansiamos conocer, estar presentes en otros escenarios menos gelatinosos. Quisiera tanto oler esos colores, palpar su tensión, su temperatura.

 

  Pienso y añoro ese lenguaje renovado, ese ángulo original de una imagen para nombrar este tiempo, pero al unísono coexistimos con nuestra propia podredumbre humana. Reviso mis redes sociales y me siento impotente ante tanta solicitud de ayuda. Desde los puntuales casos de enfermedades terminales y cuyos pacientes no pueden esperar, hasta el socorro ante el secuestro, prisión y tortura de perros y gatos. Me sobrepasa tanta súplica, me estremece hasta el llanto tanto mensaje final de jóvenes que se despiden y después, se suicidan, se lanzan por un balcón. 

 

  Tengo casi tres semanas intentando terminar la entrevista a una poeta y apenas si podemos comunicarnos. Cuando ella tiene electricidad yo tengo ocho horas sin ella, y obvio, sin Internet, sin servicio de agua y con el temor de que se termine la bombona de gas y mi esposa no pueda hacer sus tortas y dulces para vender (-de eso vivimos), porque el sueldo de un profesor jubilado, más la pensión del Seguro Social, no llegan a 8 dólares al mes, y es mucho decir. Pero me colma un mensaje de voz de quien entrevisto: me habla de mi querida amiga y poeta, Hanni Ossott, y me veo en Londres conversando con ella mientras probamos su paté y Rilke nos abraza en su recuerdo.

 

  Aunque parezca contradictorio, por estos años parece estar apareciendo en nuestra geografía literaria, nuestro arte y nuestra cultura en general, un cierto conglomerado humano con significativas muestras de temas, estéticas y lenguaje que bien merece ser revisado y estudiado, al menos como registros bibliográficos de un acontecer histórico que habla de este paso del ser humano en su eterna circularidad, de levantarse y buscar una identidad y un refugio permanentes. 

 

  Con nuestros miedos, temores, incertidumbre y esta agobiante censura seguiremos transitando, contemplando estos días tan secamente iguales, tan sin destino, tan odiosamente intranscendentes.

 

(*)  camilodeasis@hotmail.com   TW @camilodeasis   IG @camilodeasis1

 

lunes, octubre 19, 2020

Nuestro destino

 


 


 


 

 Esta semana se recuerda el hecho histórico del 12 de octubre de 1492, casi finalizando el siglo XV, cuando Cristóbal Colón y sus marineros tocan suelo de lo que posteriormente se llamó, América.

 

Los primeros europeos conocieron unos seres humanos que ya tenían siglos viviendo y conviviendo entre una variedad significativa de culturas, que, con el paso del tiempo, habían construido una historia entremezclados unos con otros. 

 

  Indicamos esto porque en días pasados leí una nota de una activista indígena, quien se quejaba de tan luctuosa fecha, llamada Día de la Raza o del Descubrimiento, y pedía la expulsión de quienes hemos pasado cerca de quinientos años sobre esta Tierra de Gracia, llamada ahora Venezuela. Por otra parte, desde España leí otro escrito, de quien indicaba que no había nada que celebrar en el Día de la Hispanidad.

 

A poco más de quinientos años de aquel acontecimientomuy pocos estamos dispuestos a olvidar que semejante fecha, nos guste o no, cambió para siempre y definitivamente el rostro y pensamiento de la humanidad. Por eso quiero destacar esta fecha y su trascendencia para el destino humano. Fue, ocurrió de esa manera y no de otra. 

 

Todavía existe eso que llaman resistencia indígena tomado como bandera por grupos de opinión, progres, para atizar viejos resentimientos en el manejo de poblaciones indígenas diezmadas, desde todo punto de vista. Eso es notorio y palpable en el caso de las culturas indígenas que hacen vida sobre el territorio venezolano. 

 

  El ancestral resentimiento observado en los llamados defensores de los derechos de los indígenas sobre el territorio venezolano, aunque prácticamente ninguno viva en población indígena o habla alguna de sus lenguas, se manifiesta en el desastre evidente de los territorios que en la actualidad son usados para la deforestación y posterior extracción ilegal de minerales preciosos y estratégicos del llamado ‘trabajo de sangre’.

 

  Es una interesada estrategia de los grupos ideologizados para azuzar a la masa indígena, mantenerla neutralizada con discursos de odio y venganza, para penetrar sus tierras, desplazarlos y después, explotar irracionalmente tan vastos territorios escudándose sobre una propaganda donde se simula la defensa de las culturas ancestrales y sus poblaciones.

 

  Lo otro, esa mirada de culpa que desde España se cultiva en los últimos años sobre el daño causado por sus antepasados sobre las culturas en tierra americana (Svetan Todorov lo calcula en cerca de 150 millones de asesinados) con el saqueo de sus minerales, esclavismo y dominio imperial por más de trecientos años, es una realidad que en su momento fue expiada, asumida y declarada por el mismo Estado español en boca de su monarca. Creo que destapar heridas que han estado sanando es hurgar sobre un pasado que nunca jamás podrá cambiarse. Es como en los tiempos medianamente recientes de la historia, querer despertar las heridas de la Segunda Guerra Mundial y seguir culpando y cobrándole a Alemania y los alemanes por los hechos de un atolondrado líder del nacional socialismo (nazi), o a los rusos por la matanza de Stalin y su comunismo, a las minorías étnicas en la otrora Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.

 

  En fin, que desde esta orilla de América el sentimiento ha sido de un resentimiento ancestral, de la otra orilla, la española peninsular, queda un sentimiento de culpa. Total, ninguno de los dos sentimientos ayuda a la hora de hacer un análisis reposado, objetivo e imparcial. Obviamente, quien desee expresar esos sentimientos siempre afirmará que la ‘culpa’ es del otro: la derecha, la izquierda, los ricos, la Iglesia, el Estado, el Poder.

 

  Buscamos sesgar nuestra incapacidad para superar traumas construyendo fantasmas y practicando maneras y formas de pensamiento excluyentes, extremos y radicales. 

 

Dioses hemos tenido y seguiremos teniendo. Unas veces originarios, como Amaliwaká, dios de la eternidad, creador de todo lo que existe, el dios abuelo Kaaputaano, o el dios cristiano de las mayorías, venido de ultramar. Ello ha enriquecido nuestra cultura de entendernos en lo humano.

 

  Vendrán otros dioses y también otros demonios. Siempre descubriremos y nos descubrirán. Habrá encuentros y desencuentros. Como también aquellos que hablen, reflexionen y se opongan. Pero la aventura de unos hombres, un 12 de octubre de 1492, no será posible olvidar ni menos opacar. No podremos nunca alejar ni olvidar el impacto de semejante hazaña.

 

  Culturalmente hablando me pertenecen Colón y sus navegantes. Mías son las noches de sus temores y sus fríos salobres, sed y hambre por nuestro mar Caribe. Soy dueño de aquellos afantasmados conquistadores. De aquel anciano zapatero español perdido en las salinas de Araya, hacia 1535.

 

Mías son las diez mil perlas de Cubagua sobre el manto de la virgen de Sevilla, y el sueño de los cuatro poetas-soldados que vieron por vez primera una ardentía. Mío el sufrimiento y la hidalguía guaiquerí en el largo cabello azabache de sus princesas y su clara mirada amorosa, y la preñez de las 200 vírgenes aborígenes que fueron violadas por 80 guerreros conquistadores en el valle de las Damas en el embrujo de Variquisimeto, donde inicia nuestra estirpe y heredad venezolana.

 

  Y mío es el reposo de la larga noche celestial en la Colonia de la mantuanidad. Y sobre todo y esencialmente, mío es el esplendor de mi lengua española que practico desde hace más de 500 años.

 

  Hoy me acuerdo de mis ancestros, de mi abuela indígena, y mi abuelo hispánico. En mi memoria y mi corazón hay lugar para todos ellos. Ahora hay paz en mi alma.

 

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jueves, octubre 01, 2020

El neceser



Lecturas de papel

 

El neceser

 

Juan Guerrero (*) 

 

  Conservo en mi memoria la imagen de una hermosa actrizmomentos cuando desciende de las escalerillas de un avión. Justo cuando pisa el suelo la abordan los ‘paparazzi’ y yocentro la mirada en un objeto que siempre he vinculado conla intimidad femenina. La actriz en cuestión, no recuerdo si es Sophia Loren, Catherine DeneuveBrigitte Bardot o cualquier otra de esos hermosos años 60-70 del siglo pasado, muestra orgullosa su neceser que sostiene en su mano derecha.

 

 Con esos cabellos enrollados a la cabeza, alargados y llenos de laca y con vestidos cubiertos con densas capas y zapatos puntiagudos y de agujas, eran unas verdaderas divas poseídas por una singular belleza que mantenían en secreto, guardado en un objeto misterioso y donde depositaban su intimidad. 

 

  Mi madre tenía uno, creo que de color amarillo pollito, donde guardaba sus pócimas de belleza: la crema humectante Jean Natélos frasquitos pinta uñas, la lima, la tijerita saca cutículas, el champú Drene, un agua de coloniaJean Marie Farina, su perfume, la laca para el cabello, una muda de ropa interior y hasta una peluca. En ese neceser cabían más cosas que en el maletín del gato Félix. 

 

Después, mi madre salía al centro de Maracaibo para hacer su acostumbrado recorrido por las tiendas de costura, sastrería y telas. Iba a Dovilla donde trabajó por años como modista y diseñadora de trajes, y también al almacén Blanco y Negro, frente a la plaza Baralt. Lucía sus olores de mujer amorosa y dicharachera, conversadora. 

 

  Recuerdo cuando mi hermana mayor se casó. Al día siguiente se apareció en la casa con su flamante esposo y en su mano cargaba un neceser nuevecito. Daba ‘caché’ sobre todo cuando iban a viajar en el avión de Aeropostal, o incluso, cuando abordaban la línea de transporte para viajar por carretera. Se colocaban el neceser entre las piernas mientras aguardaban que pasara la chica, camarera de viaje,que ofrecía cigarrillos Lucky Strike, dulces y chicletsAdams. Las mujeres se cubrían el cabello con laca, se colocaban sus lentes oscuros tipo gatico y agarraban su neceser. Eran las llamadas ‘chicas cosmo’ que leían la revista Cosmopolitan.

 

  Yo disfrutaba cuando mi madre me mandaba a buscar el neceser que estaba sobre la ‘cómoda’ en su cuarto. Pero el neceser era muy pesado. Era un pequeño maletín de mano marca Samsonite, cuadrado, con su cerradura de metal. Me costaba un mundo levantar semejante peso. Con mis dos brazos flacuchentos de 6-7 años cubría aquel objeto oloroso y sólido. Ella sacaba su llavecita y abría ese misterioso cofre. Entonces, de pie a un lado de ella veía dentro el mundo maravilloso de eso que llaman feminidad. Una fina tela de organza cubría las paredes del neceser. Justo dentro de la tapa, cuando la subía, aparecía el objeto que más apreciaba, el espejito. Ella se miraba el rostro y hurgaba con su mano derecha el interior de un pequeño bolsillo donde había zarcillos, anillos y uno que otro collar. 

 

Hoy miro ese reflejo y desde el fondo del neceser mi madre sigue embelleciéndose con el tiempo. Sonrío y en silencio pronuncio ese mágico nombre, neceser, que ahora es un término caído en el olvido. Porque el objeto ha evolucionado, desde los más pequeños tipo cartucheras, hasta aquellos grandes y con ruedas, llamados maletines de mano o ‘carry on’.

 

Pero lo más extraño es que tanto el objeto como su nombre son esencialmente femeninos, tanto, que dudo que por estos tiempos de tanto cuestionamiento idiomático, pueda ser identificado con el mundo de la masculinidad. No creo que un macho alfa, lomo plateado, de pelo en pecho se aventure a pronunciar en una reunión de condominio la santa palabraneceser, así, con ese ‘seseo’ afrancesado. Porque existen palabras sacras, como mantras que sólo les son otorgadas usar y pronunciar a esos seres misteriosos y sublimes, que habitan los espacios de lo femenino. 

 

En este mundo del ‘macho man’ no creo posible que a ese ‘lomo plateado’ macho alfa se le puedan desdoblar los labios para pronunciar la palabra manicure pedicureasí, con la boquita contraída y alargadita como besito de piquito, mucho menos pronunciar, fucsia.

 

  Lo cierto es que en este mundo de los extremos idiomáticos por conflictos de género llevados a confusiones (creer que género y sexo son iguales) los lomo plateados tienen las de perder. Yo seguiré con mi memorioso y perfumado neceser, donde guardo esas y otras fragancias, términos, frases, expresiones de un idioma y de una historia que expresa su belleza y su fragancia en sus misterios femeninos.

 

(*)  camilodeasis@hotmail.com   TW @camilodeasis  IG @camilodeasis