Se dice que entre los antiguos helenos la locura era vista como cosa sagrada y tenido a quien la padecía como cercano a los mismos dioses. Se pensaba que quizá era así porque quien la padecía había realizado demasiados negocios y esto le había restado tiempo valioso para cultivar su ocio. Ocio era el tiempo para el reposo del alma y para entrar también en el tiempo de la labor del intelecto. Contrario a esto estaba el negocio (neg-ocio) estado según el cual el hombre entraba en conflicto con su entorno y semejantes, creando dificultades en su hacer.
Por eso, cuando en la antigua Hélade alguien enloquecía, se encontraba en una especie de estado intermedio, entre el ocio y el negocio. Quizá haya sido esta antigua manera de entender la vida lo que impulsó a Alonso Quijano a devenir en semejante figura alada, seca y afantasmada, conocida universalmente como Don Quijote de la Mancha. De tanto negocio que realizó en su vida, muy semejante a la del Otro, “personaje” dentro de su propia historia, Miguel de Cervantes Saavedra, quien reiteradamente vagó por las campiñas de Europa hasta el norte de África, en variados y contradictorios negocios que le fueron secando el alma y le llenó de privaciones; esta segunda proyección de su desboblamiento (Alonso Quijano) es la cuasi realidad de un estado mental que ciertamente parecería de locura, pero que en nuestro mundo, cada vez parece más verosimil y por tanto, aceptado y compartido. Es ese estado cuando penetramos un tiempo-espacio donde todo es posible, creíble y por tanto, realizable. Es el “yllo témpore”. Tiempo y lugar donde tenemos la posibilidad de ser eternos y estar, por tanto, capacitados para desarrollar la capacidad de “vitalidad” para potenciar (de potens) nuestras particulares historias. Ese el tiempo que en lo humano desarrollan de manera natural los niños y que los adultos mayores, perciben en sus momentos de insomnio y duermevela. Por eso para nosotros es tan cercana la figura triste, sea del Manco de Lepanto sea del mismo Don Quijote. Durante generaciones ha existido una especie de íntima fraternidad, de secreto compartido que se hace familiaridad y deviene en hermandad afectiva entre Don Quijote y nosotros. En la narración existe una exterior y superficial justificación para acceder al estado de la locura, entre otras razones, por el agotamiento en los negocios que atiende Quijano, su edad que ya supera los 50 años, los tiempos de insomnio, quizá ese celibato enmascarado y hasta la ingesta de granos. Para eso Quijano manda traer a su cuarto de convalescencia hasta al mismísimo barbero, quien le atiende en todo cuanto le acontece. Sépase que hasta muy entrado el siglo XVIII, los barberos no sólo tenían bajo su responsabilidad la labor de afeitar, cabello y barba, sino también el de efectuar sangrados, como se evidencia en documentos de la época, en la Venezuela de mediados del siglo XVIII. Dice un barbero que reclama aumento de salario: ”la rasura del Colegio Seminario en cuia virtud, y en la de no ser de menor consideración el trabajo del suplicante, pues no sólo se reduce al de afeitar y pelar sino también al de sangrar, sacar muelas, sajar, rebentar apostemas, habrir bejigatorios y hacer todo lo demás anexo a su oficio.” Por eso Alonso Quijano tenía a su barbero quien le servía en todo lo que era la sanidad del cuerpo. Pero nos interesa más a nosotros la aparente locura del caballero de alada figura y hasta dónde resulta cierta la razón que nos dicen de su enajenación. Locura incierta y posiblemente más un estado de vivencia de atemporalidad donde se accede a la múltiple realidad. ¿Habría llegado Cervantes-Quijano-Don Quijote antes que nosotros a experimentar eso llamado hoy “realidad virtual”?. Sea cierto o no, la verdad real es que seguimos apegados a ese caballero alado, quien constató en su propio andar la experiencia de unos caminos por donde todos ahora transitamos, sin mucho ruido pero con mucha certeza de eso posible y creíble: “la utopía realizada.”
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