La conocí un día cualquiera. Desde ese instante fuimos inseparables el uno del otro cuando nos encontramos. Le agradaba un mundo cuando la acariciaba. Dejaba caer suavemente su cabeza y le alcanzaba a ver un dejo de satisfacción, de disfrute incluso y su contentura era evidente. Jamás supe de quejas de ella, más bien era cuidadosa y celosa con los suyos.
Fue un tiempo hermoso y de aprendizaje entre ambos. Muchos secretos guardo de ella, días a solas en la intimidad de la casa mientras escribía y ella estaba siempre esperando que la abordara para venir solícita en busca de compañía. Ardorosa y festiva todo el tiempo. Quizá fue una de las miradas más profundas que le pude percibir, casualmente días antes de saber que estaba enferma. El cáncer le estaba rondando por todo su cuerpo.
Luego lo de siempre. Exámenes y medicinas. La extirpación de un tumor en su garganta para que pudiera respirar y comer. Pero ella seguía alegre y nunca se quejaba, se mostraba en sus dolores. Los asumió con dignidad. Una dignidad muy de ella, servil y solidaria. Era de color negro, intenso, brillaba su pelambre a la luz de la luna y su tamaño era imponente. Como los de su especie, era una rottwelier cola cortada.
Su fama fue familiar, de las historias cotidianas. No trascendió más allá de las anécdotas comunes y corrientes. Sin embargo, se me antoja ahora compararla con Argos, el perro del famoso Ulises. El can del héroe griego que le espero veinte años mientras yacía en el estiércol sin que nadie le atendiera. Después de una larga ausencia, Ulises regresa a Ítaca vestido de mendigo. Sin embargo, en la distancia Argos le reconoce, levanta las orejas y mueve su cola. Fue el único que le reconoció. Ulises pregunta por su perro al porquero Eumeo y éste da razón de la tristeza y los días transcurridos desde que el amo partió a la guerra de Troya.
Tampoco fue un famoso perro de televisión, como Scooby Do, el Gran Danés alegre y cobardón amigo de Shaggy. Menos se pareció al extrovertido y burlesco Pluto. Fue de la línea de nobles canes, como Lassie o Rin Tin Tìn. Esperó a su amo para morir. Le miró mientras le adormecía quien la atendió hasta que dejó de vivir.
Dicen quienes saben de otras historias que los perros y los caballos, seres nobles y que generalmente se sacrifican por sus amos, cuando mueren, su luz espiritual aumenta hasta transformarles en alma humana que nace en el cuerpo de hombre o mujer para continuar en su eterna rueda de la existencia.
Kalhúa está en el patio de la casa. Sobre su tumba hay semillas de flores esperando nacer. Quizá como en cierto libro de Sábato, esperando ser madero de árbol, hojarasca y flor. Tal vez a nuestra muerte la vida siga y nos encontremos con nuestros ancestros para saber que todos somos importantes y necesarios en esta pirámide donde las piedras más rústicas sostienen aquellas labradas y éstas a las otras que dan resplandor y son luz para un saber compartido.
Fue un tiempo hermoso y de aprendizaje entre ambos. Muchos secretos guardo de ella, días a solas en la intimidad de la casa mientras escribía y ella estaba siempre esperando que la abordara para venir solícita en busca de compañía. Ardorosa y festiva todo el tiempo. Quizá fue una de las miradas más profundas que le pude percibir, casualmente días antes de saber que estaba enferma. El cáncer le estaba rondando por todo su cuerpo.
Luego lo de siempre. Exámenes y medicinas. La extirpación de un tumor en su garganta para que pudiera respirar y comer. Pero ella seguía alegre y nunca se quejaba, se mostraba en sus dolores. Los asumió con dignidad. Una dignidad muy de ella, servil y solidaria. Era de color negro, intenso, brillaba su pelambre a la luz de la luna y su tamaño era imponente. Como los de su especie, era una rottwelier cola cortada.
Su fama fue familiar, de las historias cotidianas. No trascendió más allá de las anécdotas comunes y corrientes. Sin embargo, se me antoja ahora compararla con Argos, el perro del famoso Ulises. El can del héroe griego que le espero veinte años mientras yacía en el estiércol sin que nadie le atendiera. Después de una larga ausencia, Ulises regresa a Ítaca vestido de mendigo. Sin embargo, en la distancia Argos le reconoce, levanta las orejas y mueve su cola. Fue el único que le reconoció. Ulises pregunta por su perro al porquero Eumeo y éste da razón de la tristeza y los días transcurridos desde que el amo partió a la guerra de Troya.
Tampoco fue un famoso perro de televisión, como Scooby Do, el Gran Danés alegre y cobardón amigo de Shaggy. Menos se pareció al extrovertido y burlesco Pluto. Fue de la línea de nobles canes, como Lassie o Rin Tin Tìn. Esperó a su amo para morir. Le miró mientras le adormecía quien la atendió hasta que dejó de vivir.
Dicen quienes saben de otras historias que los perros y los caballos, seres nobles y que generalmente se sacrifican por sus amos, cuando mueren, su luz espiritual aumenta hasta transformarles en alma humana que nace en el cuerpo de hombre o mujer para continuar en su eterna rueda de la existencia.
Kalhúa está en el patio de la casa. Sobre su tumba hay semillas de flores esperando nacer. Quizá como en cierto libro de Sábato, esperando ser madero de árbol, hojarasca y flor. Tal vez a nuestra muerte la vida siga y nos encontremos con nuestros ancestros para saber que todos somos importantes y necesarios en esta pirámide donde las piedras más rústicas sostienen aquellas labradas y éstas a las otras que dan resplandor y son luz para un saber compartido.
(*) camilodeasis@hotmail.com twitter@camilodeasis
3 comentarios:
Al leer este artículo las lágrimas brotaron por una mezcla de tristeza con la emoción que me generó la ternura que expresaste hacia Kalhúa. Gracias mi amor, por este cariño para ella, a quien tanto amamos
Hicimos un minuto de silencio por Kalhúa que debe estar con los otros perritos queridos que van al Paraíso Perruno y con los cuales algún día nos encontraremos...Que nazcan flores hermosas en el jardín de mi tía, su casa. Besos Juan, eres un noble y tierno escritor
Hermoso... Los amigos mas fieles...
Publicar un comentario