Para quienes lean este artículo el título les podrá dar una idea negativa sobre el ser y hacer de la universidad y su destino. No así para otros quienes pensarán en los fines, los propósitos que ella detenta en su misión como formadora y reproductora de saberes en la sociedad.
Desde hace más de treinta años la universidad venezolana, republicana, democrática, autónoma y pública, se encuentra sumida en una crisis cuyas aristas son apenas los reclamos anuales por presupuesto e infraestructura, para continuar reproduciendo un conocimiento que en nada satisface, ni a los estudiantes ni mucho menos a la sociedad en su conjunto. La crisis, la verdadera crisis universitaria está en un tipo de conocimiento que ya está agotado y que no interesa a nadie, salvo a quienes están interesados en mantener eso que llaman el status quo. Seamos honestos y aceptemos que la universidad venezolana, si bien en un tiempo produjo conocimiento, un pensamiento que influyó en la transformación del Estado venezolano hasta llevarlo de lo agrario a lo industrial, hoy no parece ofrecer mayor interés ni sirve a nadie.
La universidad venezolana huele mal, académicamente hablando, y ese mal olor, notoriamente infecundo, está referido a unos conocimientos, a una actitud académica y pedagógica, tanto entre sus profesores como el resto de la comunidad, incluyendo al personal administrativo, obrero y estudiantes, con sus escasas excepciones, donde las cuotas de poder y las rencillas grupales norman la vida de todos los días, en centros académicos que cada vez se parecen más a un liceo grande. Es más, el punto de vista pedagógico de la excelencia académica no creo que tenga mucha diferencia con la actividad de las misiones educativas de este gobierno, decidido a repetir lo que el gobierno de Rafael Caldera hizo en los años ’60 cuando intervino y militarizó, con tanques de guerra y soldados, varias universidades, entre ellas la Universidad Central de Venezuela.
La crisis actual de la universidad venezolana es de profundidad académica, de su ethos, su razón de ser como centro donde se genera conocimiento que debe ser aplicado, tomando en cuenta la realidad social de un entorno humano donde se debatan nuevas formas de relacionarse el hombre consigo mismo y con el Otro. Allí aparecen los nuevos paradigmas referidos a una nueva ética, a una nueva moral, nuevos valores y formas innovadoras de otro pensamiento que dinamice la vida y otorgue sentido de creación y transformación permanentes a las relaciones del universitario con su realidad-real. Sin embargo, como van las cosas, sabemos que los discursos se estarán produciendo más hacia los reclamos de índole presupuestaria, de quien otorga el dinero (Estado) para que funcionen esas instituciones escolásticas de segundo orden.
Bien seguro estuvo Josu Landa cuando, a mediados de los años ’80, escribió en su libro Miseria de la universidad, lo siguiente: Quizá los males de la educación venezolana –y, por lo mismo, los de la universidad- tienen su origen en que la mayoría de las veces se ha hecho todo lo contrario a la línea pedagógica de sus padres espirituales. Mientras hace más de un siglo (1849) Simón Rodríguez advertía que “leer es el último acto en el trabajo de la enseñanza. El orden debe ser…Calcular-pensar-hablar-escribir y leer. No…Leer-escribir y contar.” Es decir, lo que el viejo maestro recomendaba no hacer.
Casi todos los gobiernos han intentado intervenir la universidad venezolana para hacerse de espacios de poder que legitimen su gestión. La creación, en los años ’70 del Consejo Nacional de Universidades fue una estrategia adeco-copeyana para controlar las universidades autónomas. Al final no se pudo y las universidades más grandes terminaron repartiéndose los mayores presupuestos. Los posteriores gobiernos del Estado inventaron las llamadas universidades experimentales para nombrar a dedo sus rectores y así tener mayoría a la hora de fijar políticas sobre la vida universitaria. Al final tampoco pudieron y lo que siguió fue una lucha “a cuchillo” dentro de esa instancia (CNU) donde los rectores de las universidades experimentales se agruparon para defenderse frente a los representantes de las universidades mayores. Conclusión: han sido años de enfrentamiento estéril, sólo por reclamos presupuestarios mientras día a día el desfase académico-pedagógico fue ampliando la brecha hasta lo que es hoy: espacios donde priva la mediocridad académica, el desánimo, la incultura, la falta de actitud proactiva y lo más triste; no se sabe el sentido que tiene en estos instantes la universidad como un todo frente a los nuevos desafíos que traen estos años de incertidumbre.
La universidad venezolana ha permanecido casi intacta desde que fue creada, a mediados del siglo XVIII. Esa mentalidad escolástica de claustro, de saberes y conocimientos, junto con actitudes, valores y modos de ser seculares se repiten, reciclan y vuelven circularmente a decirse hasta el agotamiento de verdades que ya nadie cree. Conceptos que por ser tan caducos se han vuelto hipócritas. Y en eso se ha convertido la universidad de hoy en Venezuela: un centro antipedagógico donde las verdades, soportadas por poderes y medias políticas de intereses grupales, dicen de un mundo universitario que se está cayendo a pedazos y que poca o nada ética poseen, salvo aquella que otorga el ser parte de un partido, grupo político o amigo o compadre de algún miembro del claustro.
Desde hace más de treinta años la universidad venezolana, republicana, democrática, autónoma y pública, se encuentra sumida en una crisis cuyas aristas son apenas los reclamos anuales por presupuesto e infraestructura, para continuar reproduciendo un conocimiento que en nada satisface, ni a los estudiantes ni mucho menos a la sociedad en su conjunto. La crisis, la verdadera crisis universitaria está en un tipo de conocimiento que ya está agotado y que no interesa a nadie, salvo a quienes están interesados en mantener eso que llaman el status quo. Seamos honestos y aceptemos que la universidad venezolana, si bien en un tiempo produjo conocimiento, un pensamiento que influyó en la transformación del Estado venezolano hasta llevarlo de lo agrario a lo industrial, hoy no parece ofrecer mayor interés ni sirve a nadie.
La universidad venezolana huele mal, académicamente hablando, y ese mal olor, notoriamente infecundo, está referido a unos conocimientos, a una actitud académica y pedagógica, tanto entre sus profesores como el resto de la comunidad, incluyendo al personal administrativo, obrero y estudiantes, con sus escasas excepciones, donde las cuotas de poder y las rencillas grupales norman la vida de todos los días, en centros académicos que cada vez se parecen más a un liceo grande. Es más, el punto de vista pedagógico de la excelencia académica no creo que tenga mucha diferencia con la actividad de las misiones educativas de este gobierno, decidido a repetir lo que el gobierno de Rafael Caldera hizo en los años ’60 cuando intervino y militarizó, con tanques de guerra y soldados, varias universidades, entre ellas la Universidad Central de Venezuela.
La crisis actual de la universidad venezolana es de profundidad académica, de su ethos, su razón de ser como centro donde se genera conocimiento que debe ser aplicado, tomando en cuenta la realidad social de un entorno humano donde se debatan nuevas formas de relacionarse el hombre consigo mismo y con el Otro. Allí aparecen los nuevos paradigmas referidos a una nueva ética, a una nueva moral, nuevos valores y formas innovadoras de otro pensamiento que dinamice la vida y otorgue sentido de creación y transformación permanentes a las relaciones del universitario con su realidad-real. Sin embargo, como van las cosas, sabemos que los discursos se estarán produciendo más hacia los reclamos de índole presupuestaria, de quien otorga el dinero (Estado) para que funcionen esas instituciones escolásticas de segundo orden.
Bien seguro estuvo Josu Landa cuando, a mediados de los años ’80, escribió en su libro Miseria de la universidad, lo siguiente: Quizá los males de la educación venezolana –y, por lo mismo, los de la universidad- tienen su origen en que la mayoría de las veces se ha hecho todo lo contrario a la línea pedagógica de sus padres espirituales. Mientras hace más de un siglo (1849) Simón Rodríguez advertía que “leer es el último acto en el trabajo de la enseñanza. El orden debe ser…Calcular-pensar-hablar-escribir y leer. No…Leer-escribir y contar.” Es decir, lo que el viejo maestro recomendaba no hacer.
Casi todos los gobiernos han intentado intervenir la universidad venezolana para hacerse de espacios de poder que legitimen su gestión. La creación, en los años ’70 del Consejo Nacional de Universidades fue una estrategia adeco-copeyana para controlar las universidades autónomas. Al final no se pudo y las universidades más grandes terminaron repartiéndose los mayores presupuestos. Los posteriores gobiernos del Estado inventaron las llamadas universidades experimentales para nombrar a dedo sus rectores y así tener mayoría a la hora de fijar políticas sobre la vida universitaria. Al final tampoco pudieron y lo que siguió fue una lucha “a cuchillo” dentro de esa instancia (CNU) donde los rectores de las universidades experimentales se agruparon para defenderse frente a los representantes de las universidades mayores. Conclusión: han sido años de enfrentamiento estéril, sólo por reclamos presupuestarios mientras día a día el desfase académico-pedagógico fue ampliando la brecha hasta lo que es hoy: espacios donde priva la mediocridad académica, el desánimo, la incultura, la falta de actitud proactiva y lo más triste; no se sabe el sentido que tiene en estos instantes la universidad como un todo frente a los nuevos desafíos que traen estos años de incertidumbre.
La universidad venezolana ha permanecido casi intacta desde que fue creada, a mediados del siglo XVIII. Esa mentalidad escolástica de claustro, de saberes y conocimientos, junto con actitudes, valores y modos de ser seculares se repiten, reciclan y vuelven circularmente a decirse hasta el agotamiento de verdades que ya nadie cree. Conceptos que por ser tan caducos se han vuelto hipócritas. Y en eso se ha convertido la universidad de hoy en Venezuela: un centro antipedagógico donde las verdades, soportadas por poderes y medias políticas de intereses grupales, dicen de un mundo universitario que se está cayendo a pedazos y que poca o nada ética poseen, salvo aquella que otorga el ser parte de un partido, grupo político o amigo o compadre de algún miembro del claustro.
(*) camilodeasis@juanguerrero.com.ve twitter@camilodeasis
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