La vanidad es el comienzo de todos los pecados. Gregorio Magno
Hace algunos años se afirmó, con estadísticas en mano, que el venezolano era de las personas más vanidosas del mundo. Y esto debe ser cierto porque tradicionalmente se nos relaciona con cuanta innovación tecnológica sale al mercado para adquirirla, aunque no sepamos después ni cómo usarla ni para qué sirva. Se tiene el objeto deseado para presumir de él. Vista de manera positiva la vanidad nos sirve para estar siempre pendientes de nosotros y de nuestro entorno: desde estar aseados hasta conocer sobre los acontecimientos más importantes que ocurran en nuestro entorno para alardear frente al Otro-diferente. Esto lo indicaron algunos investigadores cuando afirmaron, además, que el venezolano invierte parte de sus ingresos en jabón, talco y perfume. A la vanidad se le asocian otros términos, como presuntuoso, soberbio, jactancioso, engreído, narcisista, orgulloso, arrogante, fanfarrón, petulante, ostentoso, megalómano, encopetado, entre muchos más. Viendo la otra cara de la vanidad, esa oscura y profunda, deja abierta las compuertas para que aparezca el rostro del mal encarnado en la persona que necesita que le adulen para saberse importante. Y si posee influencia sobre el semejante, pues peor porque siempre va a intentar imponerse y aplastarlo. Ejemplo triste y dramático de ello se observa en el liderazgo político y recientemente en estas elecciones que terminan. No sólo ha sido el mismo presidente de la república quien, sintiendo herida su vanidad al no saberse complacido en sus deseos, dejó esperando a sus adeptos, como novia de pueblo, quienes deseaban que saliera al balcón. El castigo del vanidoso también es cruel y hasta cínico, como el caso del candidato al parlamento latinoamericano, Herman Escarrá, quien ni siquiera apareció en los medios públicos para dar una declaración, un análisis o simplemente las gracias a sus electores. Como él, existen decenas de políticos vanidosos, como Mylos Alcalay. Otros, los más jóvenes, dan muestra de aprendizaje en su condición de servidores públicos al continuar con su trabajo de “palabrear” pero también de realizar trabajos concretos en las comunidades, como Leopoldo López. Esto de la vanidad, como padecimiento “neuronal” en la psique del venezolano, se observa en esa otra parte del colectivo nacional, cercano al 50% de la población, quienes no fueron a votar. Son los abstencionistas crónicos, los No alineados o simplemente, los que “se quedaron oyendo reguetón” como lo afirmó por tuiter un apreciado amigo. En esa otra parte de la población es donde aparecen los rasgos más acentuados de la vanidad pero al mismo tiempo, se advierten las causas por las que esta sociedad se encuentra en una encrucijada que puede servirnos, tanto para seguir cayendo por el despeñadero del “jalabolismo” político vanidoso y adulante, o por los senderos de una ciudadanía más responsable, que muestre su otra vanidad: “higiénica y perfuma” a moralidad y ética.
(*) twitter@camilodeasis camilodeasis@hotmail.com
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1 comentario:
nada mas cierto que sus palabras profesor,mis saludos y respetos
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