sábado, octubre 08, 2011

Miseria


Los tiempos que vive la sociedad venezolana son realmente difíciles y en esta dificultad se evidencian rasgos de miseria. Y esta miseria no es tanto material, alimentaria como espiritual. Esto es triste y desolador porque, de superar la condición material en el mediano plazo, las consecuencias, las secuelas que deja en el alma la miseria espiritual no pueden ser superadas jamás. Habrá que esperar el advenimiento de nuevos ciudadanos, de nuevas generaciones para superar la ruina espiritual en la que hemos caído absolutamente todos los venezolanos. Los hay quienes directamente están involucrados en hechos punibles, de crímenes atroces y actos de corrupción. Pero también aquellos que, conociendo de estos hechos, callan por intereses políticos, económicos o por creencias religiosas, ideológicas, o también aquellos por filiaciones consanguíneas o de compadrazgo. Pero también quienes a diario nos enteramos de la violencia que de mil maneras se manifiesta en la cotidianidad de la vida, bien por este gobierno obsceno y corrompido y que nos corrompe cada vez que puede, o por las relaciones familiares, de amistades o por la misma dinámica social que nos lleva a delinquir y cometer faltas, como adquirir bienes de dudosa procedencia, infringir las normas de tránsito, irrespetar el derecho del semejante cuando espera ser atendido en una oficina pública. Son estos y otros muchos, hechos cotidianos donde los rasgos de corrupción nos han alcanzado y son tan comunes que nos hemos acostumbrado a ellos y lo que más asombra, somos usuarios de ellos. El Estado a través del gobierno y sus instituciones, se ha erigido como el principal modelo de miseria espiritual al permitir, por omisión, descuido o porque abiertamente lo propicie, la cada vez más cercana violencia que nos cerca y aprieta la garganta. Esta violencia aparece, entre otras razones, por tanta permisividad y ausencia de controles por falta de aplicación de las leyes o por carencia de autoridad de familias que no orientan a sus hijos. Ya no son las noticias sobre un robo o asesinato o secuestro o agresión física a un lejano pariente o conocido. Ahora la violencia con saña, el crimen con ventaja y alevosía, y la miseria espiritual tocan a nuestra puerta. Ahora es el hijo de un apreciado amigo, el robo o secuestro de un familiar. Ya está instalada esa miseria, esa actitud en nuestra propia sala de la casa. Ahora se habla, se comenta, se dan detalles. Escuchamos esos espeluznantes detalles contados por sus protagonistas, por la madre, el padre, el hermano, el mejor amigo, quien, entre lágrimas y con la voz entrecortada, nos narra esos momentos espantosos que debió experimentar cuando le rompieron el vidrio del carro y vio el rostro del asaltante. También cuando la joven cuenta, aún con el trauma presente, cuando el criminal la obligaba a besarlo mientras este le manoseaba sus partes íntimas. O el anciano que en su imposibilidad veía cuando su propio nieto le robaba sus ahorros para comprar droga.
O la normalidad de vernos frente a la autoridad, quien nos detiene para solicitarnos los documentos del vehículo y no tener alguno de ellos, y tener que “mojarle” la mano para no ser retenido. O cuando el docente acepta del estudiante quien le propone el negocio de “una ayuda” para su maltrecho sueldo, si le aumenta la nota para pasar la materia. O la enfermera que extrae del centro hospitalario materiales y equipos para revenderlos. O el médico que recomienda una operación sin existir esa necesidad para obtener dividendos. O los cientos de miles de pordioseros y pedigüeños que desdoblan sus cuerpos, hacen malabarismos, enternecen sus rostros y miradas para dar lástima haciendo de ello su modo de vida. Esa es la miseria en la que todos hemos caído. Esa es la triste y dantesca realidad de una sociedad mal acostumbrada a esperarlo todo del Estado. Un Estado que también se acostumbró, a través de los diferentes gobiernos, a ser paternalista y que ahora abandona a los ciudadanos o los somete a la más obscena agresión y manipulación, corrompiendo lo poco de decencia que queda en la intimidad del ser venezolano.
(*) camilodeasis@hotmail.com / twitter@camilodeasis

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