viernes, septiembre 09, 2011

Una limosnita, ¡por el amor de dios!


Me comenta una apreciada amiga que en sus años cuando vivía en Caracas existía una pordiosera, por los lados del centro, que se pasaba horas sentada en una silla de ruedas mostrando una sangrante pierna exageradamente inflamada, casi gangrenada, simulando una elefantiasis terminal. Las personas por piedad le daban lo que podían. Con el tiempo la mujer fue degenerando. Cierta vez amaneció muerta. Los bomberos acudieron al lugar y para sorpresa de todos descubrieron que la pierna supuestamente gangrenada mantenía tremendos bistecs recién instalados, que aún botaban sangre… pero de la res. Cuando se supo la noticia en el barrio donde vivía la pordiosera, la policía y vecinos fueron a su rancho para saber si tenía familia a quienes darle la noticia. No encontraron rastros de nadie. Sin embargo encontraron otras huellas: la mujer tenía cientos de frascos de mayonesa, de los más grandes, donde mantenía muy bien distribuidas las monedas y billetes que recogía de los solidarios caraqueños. Había cientos y cientos de frascos por todo el rancho. Miles y miles de billetes y monedas. Había millones en más de mil botellones de vidrio. Ese era el “hobby” de la pordiosera, coleccionar dinero.
Otro amigo me comenta que también en la Caracas del siglo pasado había un mendigo en una silla de ruedas que tenía un oído todo lleno de pus donde pululaban las moscas. La gente pasaba por su lado y enseguida extendían sus manos y dejaban cualquier moneda o billete. Daba grima ver aquel espectáculo. Sin embargo, una o dos veces al día y mientras no pasaba casi nadie por el lugar, el enfermo sacaba del interior de su oído un algodón, introducía uno nuevo y acto seguido le derramaba un poco de leche condensada. Mi amigo también me comentó la historia de una persona, en la Argentina de los años ’70, un joven que se ganaba la vida llorando y lamentándose por la muerte de algún ser querido. Cuando no tenía dinero recorría las grandes avenidas bonaerenses deteniéndose en cada esquina lagrimeando. Cuando la gente se le acercaba decía que se le acababa de morir su mamá y no tenía para enterrarla. De esa manera mató a la mamá, al papá, a los hermanos, abuelos, tías, y cuando no le quedaron más familiares se dedicó a robar y recorrer Latinoamérica hasta que terminó en Venezuela y corrió con mejor suerte. Se casó con una honorable dama upatense a quien por nada del mundo abandona.
Esto que comento viene a mi mente ahora cuando casi todos los días y desde hace varios años veo por las calles, plazas, plazoletas, esquinas, y además, recibo por Internet copias de mensajes de amigos con pedimentos de personas quienes solicitan ayuda, otros hasta muestran a sus hijos con tumores, enfermedades terminales y cosas por el estilo. Casi todos piden que a su vez se reenvíe el texto. Estas inocentes personas no saben que casi en todos los casos las notas terribles de esas supuestas ayudas se originan en centros de promoción de productos masivos con la única intención de obtener direcciones de correo electrónicos para registrarlas y enviarles promociones.
Traficar con la lástima y manipular los sentimientos humanos es una de las actividades más antiguas del hombre. Sobre manera en sociedades altamente emotivas como la latinoamericana y particularmente acá en Venezuela, donde todavía existe un alto nivel de “circulante” por las calles. Ese “menudo” que no sirve para más nada pues les viene muy bien a aquellos quienes se valen de nuestros sentimientos para usarlos no precisamente en lo que pregonan.
La situación en nuestra sociedad se complica en este sentido porque la mentalidad de mendicidad se está progresivamente masificando a partir de un modelo excepcional: la del propio y mismísimo presidente de la república.
Lo grave y alarmante de ello es presenciar cómo desde el mismo gobierno del Estado se profundiza en esta práctica. Del Estado protector se pasó al Estado paternalista y de allí a la aceptación del ahora Estado de la mendicidad como condición para acceder a la categoría de ciudadano reconocido por el Estado. Dar lástima y mostrar ante los demás una condición física o mental de minusvalía, generalmente disfrazada, es condición para la atención de una solidaridad mal entendida y que se asume como valor individual y de Estado.
Esa misma estrategia la usó en su momento Rafael Caldera cuando en su campaña política mostró en unos gigantes panfletos a un niño famélico, moreno, sin camisa, mientras se podía leer: ¡Por mí, vota verde!
Entienda usted que al extender su mano y dejar en el supuesto mendigo unas cuantas monedas lo que está haciendo es dejarse manipular y a la vez está contribuyendo a consolidar una sociedad de minusválidos mentales. Igual hacen algunos políticos, tal el presidente.
Sea responsable y no se deje manipular. Asuma la vida con mentalidad adulta y rechace al manipulador.
(*) camilodeasis@hotmail.com / twitter@camilodeasis

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