sábado, septiembre 24, 2011
Lenguaje y responsabilidad social
El lenguaje expresa la imagen del mundo y de lo que en él existe. Entendemos la vida, nos reconocemos naturaleza humana por intermedio del lenguaje. No existe otra posibilidad de existir ni de ser sino es en el lenguaje. Más aún, el mundo existe para nosotros primero en el pensamiento que estructuramos como imagen acústica; lo pensamos y dejamos que exista como imagen. En esto las culturas indígenas, indistintamente, siempre han concebido la creación del mundo primero en el pensamiento y luego como realidad verbal. Por ello más que expresar palabras y conceptos, un idioma, como expresión concreta del lenguaje, dice de una imagen que en su enunciado nos dibuja realidades específicas, experiencias de un yo que se reconoce en su individualidad monológica y que luego encuentra su reflejo en el Otro que no es más que un Yo multiplicado en el diálogo infinito, que nunca cesa y que constantemente fluye en un devenir de existencias.
Cuando alguien dice “Ni un paso atrás” o “No pasarán” o “Escuálidos” o “Chusma chavista”, expresa la realidad de un mundo que se cierra, se circunscribe a lo específico de ese acto de habla. Podemos catalogarlo como un tipo de lenguaje excluyente, discriminatorio, ofensivo a la dignidad humana, que refiere a mundos que se contraponen, no tanto por razones ideológicas o filosóficas, como por una visión del lenguaje que plasma, estructura una muralla donde no es posible traspasarla a través del diálogo.
El lenguaje nos habla de una realidad ontológica que le es propia, que le establece una ética y estéticas particulares. Su hacer fortalece a quien lo utiliza en la medida que este hablante define su mundo en función de intereses que responden a dimensiones, naturalezas de discursos que expresan esos mundos. Diremos entonces que el lenguaje mantiene una ética, una coherencia entre el pensamiento, su verbalización y la práctica que el hablante realiza. Pero al fracturarse esta ética adviene el lenguaje instrumental, ese excluyente que distorsiona la realidad y lo hace perlocutivo, discriminatorio, que asume al Otro no como sujeto histórico sino como objeto de un acontecimiento que lo niega como ser humano. La única forma de comprender la naturaleza de un idioma es conociendo su esencia en la medida que estamos conscientes de su ontología, para humanizarnos en la práctica de una ciudadanía que no es otra cosa sino la vivencia de la plena actividad política. Esto es, ser desde el lenguaje de la amorosidad y la justicia, que es la práctica de la verdad en acción.
Por lo anterior, diremos que en la actualidad no es cierto que la política esté arropando todo el escenario de la vida social venezolana. Por el contrario, es en todo caso la realidad de una práctica perlocutiva e instrumental de un tipo de lenguaje que, expresado en el idioma, se refleja en la cotidianidad de un discurso distorsionado donde “lo político”, como sinónimo de grupos y partidos, apenas muestra el chisme, la mamadera de gallo, la ofensa a ultranza, el fanatismo, la ortodoxia y la superstición, la oportunidad para descalificar al Otro-diferente en un infinito monólogo que irremediablemente desgasta y pervierte la imagen de un lenguaje que, fracturado, no puede ofrecernos otra opción sino aquella de la denominada por teóricos, como Lucien Goldman, “Colisión trágica de la existencia”. Colisión que pareciera inevitable y verbalmente real.
(*) camilodeasis@hotmail.com / twitter@camilodeasis
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