sábado, agosto 20, 2011
Palabras prostituidas
En la antigüedad la palabra oral era pronunciada con determinada orientación. Las había dedicadas a ciertas funciones mientras otras estaban ofrecidas a dioses, protectores y jerarquías reales.
Desde el nacimiento del día hasta el fin de la jornada los hablantes prestaban mucha atención al uso de las palabras. No obstante por las laberínticas callejuelas de las antiguas ciudades, como Biblos o en Ur, se colocaban los habladores en las esquinas y otros lugares estratégicos, para pronunciar palabras que permitieran acceder a los dioses y demás deidades, esperando la ansiada gratificación de ser escuchados por la divinidad. Las palabras entonces reconfortaban, consolaban, orientaban y se sentía cómo ellas alimentaban el alma de quien osaba pronunciarlas.
Por esas y otras razones quienes se especializaron en el uso de determinadas palabras se convirtieron en magos, taumaturgos, alquimistas donde el lenguaje oral posibilitó la transformación de ordinarios metales en nobles y relucientes joyas de arte.
Sin embrago, la palabra antigua conservó en su esencia la misteriosa savia donde aún permanece el ethos, el carácter, la coherencia, la cohesión, la armonía y la cadencia de una sabiduría de vida que se ha transmitido de padres a hijos.
Tristemente algunos usuarios del lenguaje oral, los políticos, han usado las palabras para adosarles significados y connotaciones que en la práctica, distan mucho del origen, uso y aplicación actuales.
En boca de políticos la palabra pueblo perdió su razón primera como aglutinadora y dadora de vida y sentido de pertenencia a un lugar. Recuerdo cuando niño se la usaba para sumar adeptos y votos para la causa de algún grupo o partido político. Pueblo se asoció a demagogia, a picardía y a todo aquello que significara traición, mentira y pobreza de formación intelectual y de sentimientos. Con ese término muchos políticos lograron hacerse con el poder del Estado para, en su nombre, traicionar ideales y desnaturalizar la palabra y su magia. Pueblo ha sido sinónimo de minusvalía y, peyorativamente usada, se la asocia a persona inculta, que da lástima y es motivo de burla.
Otra palabra que por estos años ha sido degradada hasta la saciedad es socialismo. En Venezuela y otros países latinoamericanos se la entendía como un término que despertaba esperanza y deseo de cambio para una hermandad entre comunidades y como sistema político que brindase bienestar, seguridad y armonía para todos. Una suerte de legitimidad de la sociedad en su devenir como conjunto de personas que buscan acceder a un mundo más humano y digno. Dolorosamente por estos años esa palabra tan hondamente humana ha sido descuartizada, martirizada hasta degradarla al uso comercial del más puro capitalismo salvaje.
Ciertamente que el significado de las palabras está en las personas, su uso en boca de anónimos le ha estado cambiando su razón de ser, hasta llevarlas a una aplicación que dista mucho de su origen. Cualquier acto, programa político, proyecto económico, declaración de principios lleva el nombre socialismo como eslogan de un marketing que promociona y vende a un presidente, gobernador, alcalde o jefe civil.
Pocos usuarios de esa palabra sabrán qué significa tal término y peor aún, la actitud de vida que implica ser socialista.
Otra palabra desacreditada y sometida al más brutal saqueo en su significado y uso ha sido revolución. Todo político que se crea señalado por el dedo de su líder, piensa y actúa como un energúmeno, pasando por encima de cualquier persona para satisfacer al jerarca, creyendo que eso es revolución y ser revolucionario. Por estos años ser revolucionario falsamente se entiende como persona que debe acatar líneas de un partido e imponer a los demás planes y programas de acción sin mayor reflexión ni argumentación. Ser revolucionario es sinónimo de persona arrogante, de hablar destemplado, altanera, pícara, irreverente, obsesivamente ortodoxa en sus afirmaciones, fanática en sus creencias y supersticiosa en sus fantasías.
Sé que los ciudadanos de una sociedad como la venezolana tardaremos años en recuperar, no sólo la confianza en nuestro semejante, también en recuperar esas y otras palabras sagradas, limpiarles el estiércol que tanto político de pacotilla y utilería le ha lanzado a esos términos. Redimensionar las palabras, darles brillo y esplendor. Adecentarlas y hacerlas accesibles a todos los hablantes en un proceso riguroso y continuo, pedagógico y valorativo, dará señales para los nuevos tiempos, donde las palabras ofrezcan, tanto su sentido de uso común para comunicarnos libremente, como la magia que nutre y dignifica el alma de quien la pronuncia.
(*) camilodeasis@hotmail.com / twitter@camilodeasis
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