sábado, julio 09, 2011

Creer en el hombre


No podemos evitar que los pájaros del dolor y la tristeza sobrevuelen nuestras cabezas. Pero sí podemos evitar que aniden en ella. Proverbio mongol.


Vamos por el mundo cargando nuestra desnudez del alma. Agotados por los fallidos intentos de cercanías que se distancian en cada encuentro, siempre alzamos nuestra pesada y gigantesca roca de insatisfacciones para lograr sobrepasar esa tan intensa manera de sentir a los demás. Sus voces, sus destinos y sus deseos de seguir adelante. Nos acercamos en los acordes de una melodía que luego seguiremos escuchando en nuestra mente y nuestra piel. Repetida en cada lugar visitado. Mentir la soledad que poseemos es una actuación en nuestras vidas. Decir siempre que todo está bien. Que nuestras vidas están “bajo control” se ha vuelto una construcción que de tan gastada ya sabemos que en boca del enunciante es una tierna mentira. Una manera de gritar la soledad que nos envuelve. La circunstancia que lleva a sentirnos caminando por las sinuosidades de senderos gelatinosos, endebles. Donde la presencia del Otro es una pista para sabernos atrapados en el desamor de destinos que se comparten en las circunstancias de vidas socialmente establecidas. Más allá del encuentro mundano no parece haber sitio para la desmesura del amor trascendente. Ese que colma el alma porque nutre la mirada ingenua de la ternura de una existencia que desea estarse en los abrazos. Por ello más allá de las superficialidades de la vida objetiva de la política y sus relaciones queda la añoranza por satisfacciones que justifiquen, le den sentido a nuestro más profundo sentimiento de seres humanos. De otro modo no tiene sentido la vida y sus tribulaciones sino existe la “gioia”, la alegría de vivir en el estremecimiento de los días que siempre son diferentes cuando se nutren de vivencias significativamente trascendentes.
Entonces sabemos que siempre habrá otro amanecer de nuevos cielos. Y creeremos que son nuevos y, por lo tanto, diferentes. Mas es la vida nuevamente vivida ad infinitum, hasta lo imposible. Tanto que ya no sabemos cuándo iniciamos este viaje al interior de nuestras vidas. Donde todo centro es distancia y desalojo, vacío y a la vez quebradizo.
Por todo ello es del hombre, del semejante de quien recibimos las mayores tristezas… pero también las mayores alegrías. No es un árbol ni un gato ni una piedra que colmarán la plenitud del alma. Es nuestro semejante. Ese ser que de tan cercano a nosotros deviene nuestra propia imagen. Por eso Dios se parece tanto a nuestra sonrisa, a nuestras ternuras y también a nuestras manos que labran cada día, de manera anónima, este destino nuestro y de todos.
Ahora que toda una comunidad de seres humanos agrupados en un territorio dado en llamar Venezuela, sienten que sus raíces, sus fantasías, sus símbolos y sus leyendas son motivo de disputa y de discordia, es imprescindible afirmarse en el Otro, sea semejante o diferente. Ese ser tan cercano. Ese que pasa a nuestro lado y que sabemos anónimo, pero que en su silencio o sus gritos, sus alegrías o tristezas, sus movimientos y gestos, nos dice que comparte con nosotros la duda, la ansiedad, la soledad, la desdicha… pero también la pasión por seguir adelante.
Siempre ha sido y será más importante el individuo, su ser, por encima de construcciones como patria, nación o república. Siempre será más trascendente el hombre: ese individuo que cruza la calle, o aquél a quien le preguntamos “qué hora es”. O la señora que cruza con sus bolsas del mercado la transitada avenida. La vida del hombre es más sencilla y normal de lo que muchos pretenden creer. La vida del hombre que se junta con el otro y forma una comunidad también es necesaria. Pero hasta ahí llega la realidad específica, concreta entre los mortales y silvestres hombres.
No existirá jamás en el mundo algo más importante que el hombre y sus cercanías. Por eso debe verse el proceso sociopolítico que vivimos en este país como una etapa más dentro de la larga y fructífera experiencia del hombre llamado “venezolano”. Cuando los líderes de un país alargan sus discursos más allá de la normalidad, el hombre común se interna en su ser y prefiere explorar su entorno inmediato: el juego del dominó, el certamen del miss Venezuela, la novela de las 9, el fútbol. Las discusiones del momento, la comida y la bebida. Si queda tiempo para perder, entonces se pasa a ridiculizar las acciones de lo “político” pues se sabe homo sapiens que habita en la polis. Lo demás es pérdida de tiempo y un accidente intrascendente en la larga e infinita existencia del ser venezolano. Más importante es amar, trabajar y afirmarse en el semejante.

1 comentario:

roger vilain dijo...

Muy bueno Juan. Paso, me siento y leo. Un abrazo desde mi rincón.