Tu ombligo es un ánfora redonda,
donde no falta el vino. Tu vientre
un montón de trigo, de lirios rodeado.
Tus dos pechos, cual dos crías
mellizas de gacela.
Cantar de los cantares.
A veces se siente una tristeza en lo hondo, un deseo de abandonarse, declararse en silencio, no decir nada más. Dejar que el Otro interprete, desde su ángulo de aparente verdad, lo que quiera de nosotros, aún no siendo ciertas sus afirmaciones. Es que ya no importa nada más.
A veces se sienten unos deseos inmensos de esconderse, de encerrarse hasta más allá de la vida. Donde todo propósito no tenga mayor asidero. Ya no importa nada de aquellos que hablan sobre nuestras vidas.
A veces se siente que no existe nada más que arriesgar. Toda relación es apenas un espacio para reconocer equívocos, existencias planas. No hay nada más que agregar.
A veces uno quisiera estarse a un lado del camino. Íngrimo y solo. Ya sin aliento de tanto sendero recorrido. Sin más razones para abrir los ojos y callar.
A veces, sólo algunas veces, uno siente ese deseo de verlo todo, de sentirlo todo, incluso de oler todo ese mundo que continuamente pasa a nuestro alrededor. Después sólo restan de esos rostros, de esos cuerpos, pedazos, partes que acaso reconocemos como nuestros, o que nos vinculan con alguna emoción, una semejanza. Alguna mano, una mirada de sensualidad, una pierna, una espalda, una cabellera negrilarga, la zona erógena donde todo deseo alcanza su emoción con el rápido paso del anonimato. Después sólo son pedazos de vidas, pieles, colores, la sugestiva presencia de un alguien que no encontraremos más. Entonces sólo queda ese instante que sirve para atraer existencias que adquieren vida e importancia entre los resquicios de una cotidianidad que se aprende a soportar por el paso de quienes jamás volverán.
Entonces uno vuelve otra vez al lugar donde se inició. Quizá un poco más cansado, con menos prisa. Volvemos a reconocer rostros, sonido de voces, gestos que nos atraen por nada, por ese sentido del querer mirar por pura curiosidad. Observando cómo los otros se desplazan por nuestro alrededor. Después apenas un bostezo por dentro, un desgano, una vuelta a la rutina de la vida.
Así vamos juntos, con nuestra pesada humanidad congestionada y contradictoria. Acaso supondría exponer una explicación, hacer una conjetura sobre aquello por lo que estuvimos divagando. Pero no es esto lo que se busca. Son acaso dudas, temores antiguos, ese lugar mítico, ese centro que una vez tuvimos y donde todos los rostros, todas las carnes, nuestros huesos y sudores, junto con nuestras miradas y pasiones, eran una sola envoltura. Acaso fuiste tú, quien lee esto, una pequeña lágrima de este mar que es la vida y hoy estás acá tan cerca, tan hermanad@ en este no decir nada.
4 comentarios:
Es realidad, mi respuesta sería mirarte en silencio.
Mar
gracias por tus silenciosas palabras. todo gesto es preferible cuando las palabras callan. camilo de asís.
Ese sentir es lo que creo me identifica contigo, a veces el sonido del silencio se convierte en el más hermoso concierto interior. Gracias por existir. Carmen
palabras venidas de la hondura del alma, donde confluye el erotismo que es vida y a la vez pasión. gracias.
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