Experimentar el abandono de Dios desde la infancia es sentir la caída y fusión en un todo que inevitablemente mostrará nuestro vacío interior.
Aherrojados como hemos sido, buscamos un punto donde asirnos; esa torpe y humana condición del temor a Dios. Y si el protagonista viene a ser una mujer, la experiencia que vive del abandono de Dios será mayor, considerada ella –en los textos sagrados- como un ser “hecho de masa informe e impura”.
La vida de Lou Andreas Salomé –Rusia, 1861-Alemania, 1937- se inserta en esa temprana vivencia del ser humano por lo sagrado y profano, Dios-Demonio. Su vida y su obra están dirigidas a la búsqueda de una condición humana que permita la visión “andrógina” de Dios, situación que en un momento le llevó al más puro ateísmo y a la reafirmación de la libertad de la mujer como ser pensante y transformador de una realidad.
Su íntima amistad con Friedrich Nietzsche y Paul Rée, filósofos que vislumbraron en sus obras los inicios de lo que más tarde se conocería como el psicoanálisis. Sus amores con el poeta Rainer María Rilke, su ferviente amistad y devoción por el doctor Sigmund Freud, y el respeto por su marido, el profesor de lenguas orientales Carl Andreas, permitieron a Lou Salomé situarse en el más avanzado pensamiento humanista de la Europa de finales del siglo XIX. La visión que ella tiene del mundo, del hombre y de Dios –un Dios construido con las cenizas dejadas por la experiencia de la infancia y el pensamiento de Nietzsche- van a iluminar a la “intelligentzia” europea, algunas veces de manera irrespetuosa, otras a partir de su lucidez y rigor analítico como adelantada en las sesiones de terapia psicoanalítica, en los círculos intelectuales de Viena o Berlín, frecuentando las tertulias junto a Carl Gustav Jung y Adler, discípulos de Freud, o en los conciertos ofrecidos por el genial compositor Richard Wagner.
La obra de Lou Andreas Salomé es la pasión de un ser humano por la vida y su religiosa dedicación al amor y la amistad como energías vitales directamente ligadas a la idea de un Dios profundamente humano y accesible al pensamiento y acción del hombre. Tal vez es esa idea grecorromana del dios que participa de la vida del hombre: que va al hogar, a lo pueril e intrascendente, que comparte la mesa y el mendrugo de pan, los juegos, amores y la soledad. Así concibe Salomé a su Dios, construido desde una infancia de imágenes contradictorias sobre la divinidad, a veces falsa en otras cruel.
Su juventud, que transcurrió en San Petersburgo, estuvo marcada por la obsesión de dos sacerdotes –Hermann Dalton y Hendrich Gillot- que le llevan a un alejamiento de la idea de un dios construido a imagen del hombre. Renuncia a ese dios hipócrita y obsesionado por la maldad y crueldad.
La vida de Lou Andreas Salomé es la pasión de un ser humano por la libertad de pensamiento, la visión-pasión por un Dios y un mundo ligados íntimamente a la realidad del hombre y su forma de actuar en la sociedad.
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