viernes, mayo 25, 2012

Dios a la carta

Hace algún tiempo escuché una entrevista al pensador polaco Zygmunt Bauman (1925) quien desde inicios de los ‘70s se encuentra residenciado en Inglaterra. El profesor Bauman ha sido el padre del término “Modernidad líquida”. Concepto que da claridad a la precariedad de las sociedades que viven el fin del Estado del bienestar. De esa entrevista me resultó interesante y hasta graciosa su expresión “Dios a la carta” en referencia a las personas que en estas sociedades han terminado construyendo una deidad a su medida y según sus intereses. Y esto resulta tan cierto si nos detenemos a observar cómo en la actualidad las personas creyentes, religiosas y más, aquellas practicantes de alguna religión o culto, terminan haciéndose de un dios a quien le atribuyen toda suerte de artilugios siempre en positivo y que se adecúe a sus intereses de todo tipo. Los hay quienes usan a su dios para encontrar trabajo, para ganar a la lotería, otros son referencia obligada para incidir a favor de sanar heridas o enfermedades, otros para apoyar gobiernos, sean democráticos, socialistas, lo mismo que monárquicos o en dictaduras. Después de miles de años con las creencias más absurdas, desde las prácticas religiosas politeístas hasta aquellas mediorientales del monoteísmo, regresamos a las relaciones tribales, a la cueva prehistórica… pero con celulares, iphon y conectados a redes sociales, como Twitter y Facebook. El vicio, el opio, el mal del alma y de los pueblos que son las prácticas religiosas nos siguen acechando. Los dioses aparecen afantasmados en cada esquina de nuestros sueños. Nos siguen oprimiendo. Algunos a fuerza de la socialización se han modernizado mientras otros adecúan su presencia en las incertidumbres de una sociedad que poco a poco se refugia en sus más ancestrales creencias. Por las redes sociales todos los días aparecen los fans de dios, sea en saludos y buenos deseos, sea en despedidas donde nos acompañan con sus subalternos, ángeles o arcángeles. Dios no ha muerto, eso es cierto. Ese déspota de más de dos mil años de dictadura férrea del alma aún sigue vigente. Se ha hecho más personal, más hogareño. Se ha camuflajeado y ahora aparece en las relaciones interpersonales como garantía de una eternidad benevolente y garantizada, solo y sí haces lo que te indica. Nada pudo contra él la Ideología que intentó sustituir el concepto de religión en el siglo XIX. La nueva religión parece que viene individualizada y con un dios hecho a la medida para cada persona. Se aprecia en las prácticas que las iglesias, templos, mezquitas y sinagogas realizan para expiar pecadillos entre sus fieles. Bauman, como buen sociólogo, indica dentro de la precariedad de las relaciones humanas de su Modernidad Líquida, lo bien que se podría estar dejando entrar a la cueva de los actuales cavernícolas, ese dios construido con los desechos, fragmentos y pedazos de dioses que a lo largo de la vida hemos estado construyendo para aplacar esta tan desesperante y asqueante vida de retazos que significa el hombre moderno. (*) camilodeasis@hotmail.com / @camilodeasis

viernes, mayo 18, 2012

Lo más transparente

Entre La región más transparente, obra escrita en 1958 y Terra Nostra, de 1975, Carlos Fuentes (Ciudad de Panamá, 1928-Ciudad de México, 2012) transita un mundo literario construido a partir de la dislocación del tiempo, por una parte, y por la introducción de una temática urbana donde la recurrencia a la fantasía se entrelaza con la realidad de un presente donde lo urbano se identifica con su ciudad, la urbe de “la mucha gente”. De toda esa densa e intensa obra narrativa, ensayística, de guiones cinematográficos y de teatro, son estas dos novelas las que muestran y condensan la monumentalidad de este escritor universal, hijo del “boom” latinoamericano, junto con Julio Cortázar, Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa. En La región… se escuchan los últimos tiros de la Revolución mexicana (1910-1917) mientras sus personajes deambulan por la inmensa urbe que es Ciudad de México, en un tiempo que sienten ajeno y que no terminan de comprender. Por sus páginas transitan putas, banqueros, artistas fracasados, todos herederos de una memoria que aparece fragmentada y entre tiempos dispares. Acaso sea este el libro mayor de la literatura mexicana donde aparece el alma del mexicano de siempre y por extensión, se muestra la piel social del latinoamericano, su lenguaje, sus cambios. Es una obra de tiempo único: presente. A través de él confluyen épocas pasadas y futuras e intermedias. En el reflejo psicológico de alguno de sus personajes, como Ixca Cienfuegos, se aprecia la presencia de una cultura que atraviesa las calles del presente (1951) de una ciudad ruidosa y poco transparente. Camina sobre las huellas que pisaron lo prehispánico. Es una novela experimental, tanto por su tratamiento argumental como por el lenguaje utilizado. De lectura rápida y nerviosa. Ella impone su ritmo a través de un lenguaje sobrio e implacable. Quizá lo único transparente, por lo mucho trabajado y sobrio, sea el lenguaje. El resto son fragmentos de intensos momentos narrativos, como frescos de pinturas que asoman sus historias como gigantescos murales que no terminan de entender ese mundo llamado “occidental”. Diálogos que señalan un dejo de ironía, de banalidad donde se muestra el esnobismo de una sociedad que vive la ruina del imperio derrotado y una revolución traicionada. He ahí su herejía, su atrevimiento, su irreverencia. Libro intenso y acaso, lo más sobrio y lúcido de este escritor mexicano. En sus páginas desfila la banalidad de la sociedad mexicana, entre ruidos y sordos cornetazos de vehículos que ahogan el silencio de un monologarse entre sus personajes. Donde el escritor discurre su narración suspendido detrás del gran protagonista: la inmensa e impenetrable ciudad. Nos atrevemos a afirmar que esta novela de Fuentes inaugura la modernidad narrativa mexicana. Sus posteriores obras, Las buenas consciencias (1959), Aura y La muerte de Artemio Cruz (1962) irán modelando esa narrativa experimental que alcanzará el intento de síntesis, con la publicación, en 1975 de Terra Nostra. Un denso libro que intenta mostrar (-fallidamente) la historia de los mitos de las culturas de esta América y su largo discurrir, entre la España imperial y los rostros de una humanidad que aún no termina de encontrarse. Libro que por su densidad y extensa narración es extenuante, mientras hace una crónica periodística sobre lo latinoamericano. En sus casi 800 páginas esta novela presenta tres amplios y vastos capítulos: Viejo Mundo, El Mundo Nuevo, y El Otro Mundo. Entre espacios de ficción y metaficción, Fuentes intenta la odisíaca aventura de contar la Historia de España e Hispanoamérica. Su narración abarca desde La Conquista hasta entrado el siglo XX. Es una novela de difícil lectura y de compleja interpretación. Es una novela que enceguece, aturde y en momentos, cansa y desgasta la memoria. Deslumbra y también agota. Es una novela verdaderamente enciclopédica, laberíntica. Una propuesta para un nuevo y más complejo lector. Sin ánimo de polemizar, transcribo, del Diario del mayor crítico de la cultura latinoamericana, Ángel Rama, su parecer sobre el Premio Rómulo Gallego, 1977, otorgado a Carlos Fuentes. “9 de octubre de 1977. (…) Gabo (-en referencia al escritor Gabriel García Márquez) explica su participación en el premio Rómulo Gallegos: con Simón Alberto Consalvi habían planeado el premio para Luis Goytisolo (lo que era mejor que la versión última para Terra Nostra) e incluso gestionado la renuncia de Juan Goytisolo como jurado (a través de Carmen Balcells) para facilitar esa solución. Entiende que Adriano [González León] estropeó todo, que la renuncia de Simón Alberto desbarató el plan (más la negativa de Juan a renunciar) y que entonces prefirió no venir y adherir a la resolución mayoritaria a favor de Fuentes: “Yo le podía haber explicado mi voto para Goytisolo, pero de no ser así, prefiero no disgustarme con él”. También Gabo era consciente del aire “mafioso” que cobró el premio con la designación de Carlos Fuentes, y consideraba que un premio a Luis Goytisolo distinguía a un gran escritor y al tiempo era una buena maniobra política en el momento de la “apertura” española. (*) camilodeasis@hotmail.com / @camilodeasis

viernes, mayo 11, 2012

El riesgo de leer

Por estos días leí varias noticias vinculadas con el tema de la lectura. Dos de ellas muy dramáticas y violentas. Una venía de Afganistán, donde un aberrado hombre mutiló a su esposa porque ella había aprendido a leer y estaba estudiando. Tomó un filoso cuchillo y le cercenó los dedos de las manos para que no volviera a leer los libros que tanto le molestaban, pues se interponían entre él y su mujer. La valiente mujer, después de sanar sus heridas y denunciarlo, afirmó que seguirá estudiando y leyendo libros. Otra triste noticia viene de España, donde un inspector de educación acusó a una maestra por atreverse a desarrollar la lectura en niños de apenas 4-5 años. Al parecer esto atenta contra la estabilidad del sistema educativo pues los menores no deben aprender a leer a tan temprana edad porque se convierten en un problema para las autoridades que no pueden controlarlos. Confieso que he pasado días con el ceño fruncido y hasta se diría que deprimido. Después de estar desde los cuatro años metido entre libros, lecturas clandestinas y como asesor de lectura para el Estado venezolano desde hace más de 20 años, estas noticias no son nada alentadoras. Pensar además, que en Venezuela nadie sabe a ciencia cierta sobre estadísticas que evalúen los procesos lectoescriturales, es más triste y lamentable. Siendo Venezuela uno de los primeros países del mundo que en la década de los ‘70s desarrolló una política de Estado para atender este tema. Sin embargo, no todo ha sido negativo. Hace unos días recibí por Twitter la invitación para acceder a un enlace donde una tuitera presentaba un artículo sobre su experiencia de lectura. Refrescante escrito sobre la experiencia de una niña de 8 años que descubre la magia de la lectura mientras conoce el espacio de una biblioteca. Su asombro al ver tantos libros, sus cubiertas, su espesor, los extraños y a la vez sugestivos títulos donde se introdujo para no regresar. De esa lectura rescato, por mi vinculación con ese hermoso proyecto, el encuentro que ella tuvo con las denominadas Cajas Viajeras. Fue a comienzo de los ‘90s cuando se inició ese tan elaborado proyecto. Contó con el apoyo de la Comisión Nacional de Lectura-Fundalectura y la asesoría académica de las más prestigiosas universidades venezolanas, entre ellas la UCV, ULA, UDO, LUZ, UPEL, UNEG, que aportaron, tanto sus docentes-investigadores como sus espacios y apoyo académico incondicionales. De esta manera se seleccionaron textos de manera pedagógica adecuados a los intereses y edades de los neolectores. Este proyecto de las Cajas Viajeras involucró, tanto a los alumnos-maestras, como al personal directivo, familia y comunidad. Las bibliotecas de las escuelas fueron dotadas con material pedagógico variado, tanto por sus temas, autores, como diseño y facilidad para su distribución y manipulación. Ahora que leo este escrito de una persona físicamente desconocida pero vinculada espiritual y literariamente, me sorprende gratamente saber que esa propuesta de hace tanto tiempo cayó en terreno fértil. Sus frutos, jóvenes escritores, aparecen gradualmente firmando artículos, ensayos, narraciones, poemas o al menos 140 caracteres de un medio como Twitter. Quien desee ahondar en lecturas de nuevos escritores, como Mariela Cordero, puede consultar en @mariellecg: La caja viajera. Libros nómadas. Se encuentra en http://bibliomula.org (*) camilodeasis@hotmail.com / @camilodeasis

viernes, mayo 04, 2012

Constancia

Por los años ‘80s Puerto Ordaz era una ciudad que hervía en personajes que se establecían y buscaban realizar sus sueños en negocios de rápida y efectiva prosperidad. Se reunían en una panadería a la que el populacho bautizó jocosamente, como “La isla de la fantasía”. Esas “islas” existen en cada una de las ciudades de nuestro país. Entrar a ese sitio era escuchar a hombres y mujeres competir en una danza de millones, traducidos en dólares, libras esterlinas, marcos alemanes, liras italianas y obviamente, bolívares aún no devaluados. De rostros afiebrados, ojos desorbitados mientras dejaban salir graves o chillonas voces que caían traducidas en billetes y monedas sobre las mesas, que siempre estaban llenas de papeles, carteras, bolsos y aquellos celulares del tamaño de un ladrillo. En esas conversaciones a todo pulmón se mencionaba al amigo del amigo quien tenía un conocido que era amante de la secretaria ejecutiva del presidente de tal o cual empresa y quien podía, -de seguro, encontrar una cita para ser atendido. O el otro, quien decía que tenía un “contacto” en Caracas, en el ministerio o era amigo del senador o del diputado, y podía garantizarle el préstamo con pagos en “largas y olvidadizas cuotas”. Todos alardeaban de tener un proyecto, un plan, una buena idea, un negocio, pues. Los dineros siempre venían del gobierno, del ministerio, de la gobernación o de la alcaldía. Sueños que salían de mujeres y hombres que gritaban sus delirios mientras saboreaban su cafecito, su cerveza o su botella de buen güisqui. Por esos años también llegó de Portugal una joven medio familiar de los dueños de la panadería. La chica, de no más de 20 años, apenas balbuceaba el español. Comenzó de ayudante en la caja, en el mostrador y hasta en la limpieza. Vivía en una pieza y apenas si hacía una comida al día, ahorrando todo lo que podía mientras también tenía su sueño: montar su propia panadería. Pasaban los días, las semanas, los meses y varios años, y el conglomerado de soñadores aumentaba, mientras una que otra vez, se reunían para celebrar el cierre de un negocio o para decidir la apertura de otro, o para cambiar de ramo. Con los años esos soñadores, algunos de los cuales lograron alcanzar sus metas, los veía de repente frente a locales comerciales disfrutando de un cigarrillo mientras exhibían sus nuevos modelos de celulares, cada día más pequeños y que desplazaban a los llamados “ladrillos”. Después, en no más de dos o tres años, los veía bajar la Santamaría mientras colocaban “Se traspasa este local” o simplemente lo abandonaban. Mientras esto ocurría, la chica que vino de Portugal ya era encargada de la caja y hablaba un muy buen español, con sus giros guayaneses y además, hasta se había casado con un paisano. Los años pasaron y a la panadería dejaron de llegar esos soñadores quienes dejaron en ese sitio, sueños, alegrías y muchas desilusiones. Pero la joven, ya toda una señora, ahorró lo suficiente y pudo invertir comprando un local e instalando su propia panadería. Han pasado más de 10 años y la panadería aún sigue vigente mientras su dueña, en su diaria faena, abre las puertas de su negocio desde las 6 de la mañana hasta pasadas las 11 de la noche, de lunes a domingo. Nunca la he visto alardear de tener bienes de fortuna ni de jactarse por lo que ha logrado, ni mucho menos de ser amiga de este político o de aquel ministro. Por el contrario, sigue la dinámica del diario trabajo, constante, que da seguridad y otorga satisfacción en quien se sabe consciente de tener un bien logrado por su propio esfuerzo. (*) camilodeasis@hotmail.com / twitter@camilodeasis