martes, septiembre 11, 2012

Un asalto al cielo (*)

Un partido político es una pasión organizada. JG En el siglo XIX Carlos Marx fue testigo de los acontecimientos que ocurrían en la Comuna de París, asediada por las turbas hambrientas y los poderes de un Estado absolutista que no reconocía el derecho de los ciudadanos a vivir con dignidad, salvo quienes ocupaban puestos de poder en la sociedad. Aunque sabía que esa sublevación popular tenía un futuro marcado por la fugacidad del momento y que irremediablemente estaba condenada al fracaso, por no tener organicidad de consciencia “para sí”, esto es; para sus intereses de clase, este “asalto al cielo” merecía el mayor apoyo de su parte. Por ello Marx fue solidario con esta justa aspiración del pueblo francés a vivir con dignidad y tener la legitimidad de rebelarse contra el poder del Estado que no les protegía sus más elementales derechos humanos. Contrariamente a lo que el común de las personas aprecia en sus concepciones teóricas sobre lo que aportó al conocimiento: el estudio científico de la sociedad, sus leyes internas y sus necesarios cambios para alcanzar una sociedad más humana, solidaria y justa, Marx dio al conocimiento universal aquellas leyes sociales que permiten conocer por qué los grupos humanos tienen necesidad de cambios permanentes, no solo materiales sino fundamentalmente espirituales. Lo que posteriormente fue conocido como sociedades socialistas, comunistas y anarquistas, ha sido una tergiversación de unos postulados que fueron expuestos después de múltiples períodos de reflexión y búsqueda objetiva de explicaciones a las leyes sociales. Tanto así, que Marx vivió en carne propia la muerte de alguno de sus hijos de hambre, antes de encontrarse con su más entrañable colaborador, Federico Engels. Han sido los intérpretes de sus ideas quienes, tergiversando sus conocimientos aplicados al materialismo histórico y la dialéctica materialista, intentaron construir un mundo a fuerza de venganza, odio y sometimiento a pueblos que decían proteger y representar. Lenin, Stalin y Mao se destacan en la búsqueda errada de una sociedad sin clases sociales ni poder supremo del Estado. Han pasado muchos años desde que Marx y Engels elaboraron una doctrina para interpretar las leyes sociales y generar cambios significativos para la felicidad del hombre, sin embargo, al igual que todos los verdaderos maestros, sus enseñanzas todavía están muy lejos de comprenderse y menos de aplicarse. Hoy continúan los mismos ricos y los mismos pobres. Quizá más tecnificados los primeros: usando sofisticados sistemas de persuasión para mantenerse en el poder del Estado. Acentuando los sistemas de control social, como la educación, la religión y el militarismo; mientras los segundos se hacen ilusiones creyendo en imágenes y mimetizándose a través de la fácil distribución de una aparente riqueza que llega con la suerte de la lotería y casi nunca por el esfuerzo honrado y digno del trabajo sistemático. El estudio de la sociedad enfocado por Marx no es una filosofía ni una religión ni menos aún, un recetario para aplicarlo indiscriminadamente de sociedad en sociedad por igual. Es una actitud ética ante la vida, un modo de vida enfocado a lo que hoy conocemos como “ética ecológica” de la vida en comunidad. Por ello la educación, desde un principio, debe cambiar hacia una “educación para la paz” y la religión hacia una manera de religiosidad ante la vida, un nuevo hombre que se fortalece paralelamente mientras experimenta cambios significativos en su proceso técnico, tecnológico y científico que derrumba de manera coherente, lógica y objetiva, las calamidades y supersticiones de atraso intelectual, espiritual y psicológico en los seres humanos. Salvo Dios y los maestros místicos perfectos, el resto del común de los mortales somos una “causalidad” en la vida de las sociedades. Sin embargo las necesidades, tanto materiales como espirituales que subyacen en nosotros, buscan superar las condiciones de vida y es allí donde surgen en la historia de la humanidad los líderes, quienes encarnan esas aspiraciones de cambios. Toda nuestra historia está marcada por esos personajes quienes identificándose con las necesidades de sus pueblos, dirigieron sus pasos hasta alcanzar niveles más dignos de vida. Nuestra historia venezolana está llena de esos personajes. Aplicando una de las categorías del materialismo dialéctico, “necesidad-causalidad”, en el siglo XIX existía la necesidad de liberarse de la dominación del imperio español. Había una cantidad significativa de personajes que aspiraban liderar ese cambio. Miranda era uno de ellos. El “loco” Antonio Nicolás Briceño era otro. Quizá era el más cercano a ese liderazgo. Sin embargo apareció una figura que se impuso, Simón Bolívar, una causalidad. Sus dotes como orador, estratega político y militar, e iniciado esotérico completaron posteriormente sus cualidades de liderazgo. Pero como se ve, pudo ser Miranda, quien era más preparado intelectual y experimentado militarmente. Esto nos dice que los seres humanos somos causalidades, pasajeros y que en ciertas etapas de la historia de las sociedades, algunos encarnan las aspiraciones de una colectividad y devienen líderes. Pero esta condición debe verse más como un compromiso altamente ético y moral y no como un premio para dejar de hacer lo que los miembros de una sociedad desean cambiar. Todo ser humano y toda colectividad que ha sido sometida injustamente a un período de sufrimiento, de vejaciones, cuando sus mínimas condiciones de vida, como alimentación, sanidad, seguridad y educación son permanentemente insatisfechas, aún cuando se esfuerza el individuo en su trabajo diario y perseverante para salir adelante; está vivencialmente apto para liberarse de esa situación y tiene legítima autoridad ética para no seguir soportando ni reconociendo a quien o quienes le sojuzgan, sean grupos o partidos políticos organizados o el mismo Estado. Además, debe entenderse que el Estado, como entidad superior en la vida de los pueblos, no es una entidad absolutista ni menos estática ni mucho menos inmutable. El Estado es un cuerpo social que debe cambiar y adecuarse a las necesidades de los miembros de una sociedad. Su partida de nacimiento, la Constitución, es un “contrato social” que se redacta para adecuarse a la vida de los pueblos. Por eso es tan importante comprender que las sociedades organizadas son la razón de ser de la existencia de los estados y las constituciones y no lo contrario. No existe Estado ni Constitución sin seres humanos. No verlo así es creer que los estados son reinos eternos y las constituciones tablas y mandamientos inmutables y estáticos. En Venezuela se está proponiendo, desde hace ya bastante tiempo, un cambio en nuestra Carta Magna que permita la existencia legítima de un Estado adaptado a las reales necesidades de sus habitantes. Parece ya inevitable que esos cambios se realicen. Es impostergable que ello ocurra. La dinámica social interna es apremiante. La problemática socioeconómica, educativa y sanitaria lo imponen, y sobre todo el quiebre de la moral del Estado y su ausencia de ética en los líderes, exigen transformaciones profundas más allá de una simpleza de una coyuntura electoral, con discursos marcadamente elementales, salvo las propuestas surgidas de un líder, en este caso Hugo Chávez Frías, quien encarna, en la categoría dialéctica de necesidad-causalidad, las esperanzas de un colectivo social. No estamos apadrinando apoyo alguno a esta candidatura ni preconizamos solidaridades automáticas a sus propuestas. Sin embargo, consideramos que es justo reflexionar las propuestas de discusión que plantea este ex militar, más allá de las pasiones que pueda despertar, tanto de seguidores como de aquellos que de manera casi infantil e ingenua, llaman “comunistoide” a este líder. La realidad nos está diciendo que la interpretación dialéctica al camino que está abriendo este líder venezolano, impone una discusión desapasionada sobre nuevas bases filosóficas, ideológicas y políticas, sean estas de nuestro interés o no, que permitan esclarecer la visión oculta de un país que se está desvaneciendo de las manos de quienes aún quisieran manipularlo. Ese país y ese Estado desarrollado a partir de la última Constitución nacional ya hace muchos años dejó de existir para más del 80% de una población que en la actualidad está en pobreza, mientras de ese porcentaje, 48% se encuentra en la más absoluta miseria. Y aquellos que representamos de alguna manera el 5% de la llamada “Intelligentzia”, integralmente alfabetizada, y podemos ver un poco más allá de lo trascendente de este momento, tenemos el deber moral, ético y pedagógico de exigir, al menos con nuestra palabra escrita, una justicia equitativa para nuestros semejantes, quienes hoy más que nunca nos piden orientación y que no nos parcialicemos cómodamente para que el Estado venezolano y sus líderes sigan iguales o en el mejor de los casos, cambien para que todo siga igual. Inevitablemente la historia siempre nos ha demostrado, dolorosamente, que los cambios sociales verdaderos se dan de manera irregular, poco organizados. Y en muchos momentos de manera sangrienta. Ejemplos los encontramos en la Guerra civil norteamericana o la última Guerra Mundial europea. Pero siempre saldrá de la crisis la claridad para acercarnos cada vez más al hombre bueno que todos queremos ser, viviendo en una nación que se parezca a nuestros sueños de justicia y libertad y con un Estado que respete la condición humana de todos sus ciudadanos. camilodeasis@hotmail.com / @camilodeasis P.S. Este artículo fue publicado originalmente el sábado 28 de noviembre de 1998, en el diario Correo del Caroní de Puerto Ordaz.

1 comentario:

roger vilain dijo...

Saludos Juan. Buen texto, un abrazo desde el Sur.