domingo, septiembre 24, 2006

maniobras para un suicidio




Quiero dormir cansado
y no despertar jamás.
Quiero dormir eternamente


porque estoy enamorado
y ese amor no me comprende.
Manuel Alejandro. C/ Vicente Fernández.


Jackson Pollock no fue tanto un pintor de puntos y trazos discontinuos en su desenfrenada alucinación del color que extendía más allá del cuerpo. Fue, secretamente, como Van Gogh, un adelantado del lenguaje a partir de la expresión del sentimiento. Por ello el lenguaje convencional les quedaba limitado y decadente. El sentimiento y los bordes de las emociones, como el espacio silente, no pueden declararse con este nuestro lenguaje tan lleno de convencionalismos y normativos. Los girasoles del pintor holandés lo mismo que los puntos en la aparente irregularidad del trazo en Pollock, o la búsqueda del blanco absoluto en el pintor de Macuto, Armando Reverón, pueden emparentarse con ese lenguaje que ronda los límites mismos de lo extremo. Es allí donde está el mismo ser de las palabras. Eso íntimo y que es parte del silencio, de esa caída hacia adentro y de donde nadie regresa. La danza de lo extremo entonces se hace evidente allí donde ya las palabras se agotan, se angostan y entonces entramos en la ruta de la desesperanza. Esos lugares donde se entra a pura piel y nervios. Como cuerpos a la intemperie de la vida.
Hace ya muchos años fue escrito un Manuel para suicidas. En su momento escandalizó a los franceses. No recuerdo ya su autor. Lo que sí preciso es la intencionalidad de buscar, más que recursos concretos para el acabamiento de la vida, aquellos aspectos donde el suicidio no es, como muchos creen, un acto de cobardía ni menos huida de la realidad. Es, todo lo contrario, una plena y lúcida actitud de responsabilidad individual ante tanto alejamiento de lenguaje que nombre estos sentimientos que nos rondan y nos laceran en lo hondo, tan cerca del alma. Acaso por eso Steiner, en su ensayo sobre El abandono de la palabra, nos dice que el lenguaje y la palabra ya están desgastados. Diríamos demasiado manoseados. Ante semejante desierto de analfabetismo, sea quizá esto la entrada al mundo de las imágenes puras y simples, del símbolo multívoco y lleno de incertidumbre. Cuando las palabras se agotan y enflaquecen, el silencio salta como serpiente que enrosca el cuerpo y tritura nuestra garganta hasta cerrarla. Es un mundo habitado ahora por sombras de un lenguaje que en nada representa la riqueza idiomática que un día ocupó. Ya las palabras no emocionan a nadie. No deslumbran. Ya las vocales perdieron todo encanto. La palabra madre nos dejó huérfanos. Y aquella que denotaba patria nos dejó en el puro destierro. La lectura de un cuento, de un ensayo o de un solitario poema ha quedado para ser apreciada en salones cerrados, casi crípticos, donde compartimos la emoción de escucharlas, junto con las polillas, los sonidos de celulares y los bostezos de quienes acuden a ver fósiles que palabrean.
Ahora cuando escribo esto siento esa lejana luz que cada momento se hace más pequeña. Y no sé si serán las palabras que se han ido, se han ocultado porque ya no pueden seguir representando ese papel donde la excesiva discursividad, llena de neologismos con su secuencia de impredecibles significados que la relativizan, está cansada y terriblemente opacada por los reflectores de la banalidad de frases pre-construidas e imágenes continuas en los medios comunicativos; lo que nos lleva a intentar esas maniobras suicidas donde es el cuerpo vivo, silencioso, que se prepara para saltar al otro lado, donde se está quizá más pleno. Hoy no es suficiente con tener conciencia de la vida y lo que ella expresa a través de su desgaste, las palabras; también es necesario para existir tener conciencia de la muerte, más como continuación de lo primero y como posibilidad de un nuevo sendero que exprese en palabras, ese mundo donde entramos de puntillas y donde sólo percibimos a través de la piel y la sangre, un oculto lenguaje que no puede ser traducido en palabras. Por eso maniobramos continuamente en la incertidumbre y el suicidio, encerrados en el espacio-tiempo de un modo de decir las cosas donde acaso la mirada, la nostalgia, los olores y los recuerdos, nos acercan orillas de un mundo más pleno e íntimo, más certero. Ya no hay más plenitud para seguir expresando el sentimiento amoroso con la misma palabra amor.