viernes, junio 23, 2006

LIMÓN BLUES


Conservemos nuestros amantes
respetando las reglas del decoro social.
Anacristina Rossi. Limón Blues.

En Puerto Limón, pueblo de la costa atlántica de Costa Rica, se desarrolla entre 1904-1942 una historia de amor entre Orlandus Robinson, joven jamaiquino y doña Leonor Fernández Jiménez de Esquivel, mujer de la capital, San José. Él, aventado a esas nuevas tierras bananeras en busca de una finca que sus empobrecidos padres habían abandonado en la tierra de los ticos y que era administrada por las compañías norteamericanas, que imponían a sangre y fuego un orden y una justicia, según sus intereses económicos y donde los negros antillanos eran mano de obra servil y semi esclavizada. La vida de Orlandus Robinson transcurre entre dos grandes pasiones: el amor imposible por una mujer casada (Leonor) de la alta sociedad costarricense, y su fervor por los derechos civiles de los negros, que lo lleva a formar parte de los inicios de los movimientos gremiales que se forman en toda la cuenca del Caribe y que tiene su centro de operaciones, en la sede central de los sindicatos negros en Georgia y Nueva York. Entre la descripción de una vida plagada por la pobreza, la soledad, la falta de identidad por no tener documentación alguna que lo identifique como ciudadano de país alguno, la vida de Orlandus y de todos los negros antillanos transcurre entre sus ritos y cantos ancestrales y el deseo de regresar a su país ancestral, África. Para ello se organizan y fundan los primeros sindicatos, como la Universal Negro Improvement Association, UNIA, donde Marcus Garvey fue su líder, así como el propio Orlandus, Ferguson, Nation, entre otros personajes históricos, quienes sentaron las bases de la negritud en tierras antillanas e incluso en los Estados Unidos de Norteamérica. Pero la de Orlandus también es una vida que descubre, entre idas y venidas a Jamaica, Cuba, África y Estados Unidos, la sensualidad, el erotismo y los cantos y ritos de una vida entrelazada con la música de los “spirituals” y la sazón de la gastronomía antillana. Esos placeres de la carne y de lo prohibido vienen magistralmente descritos por la autora, Anacristina Rossi, escritora costarricense, quien además de esta novela ha publicado María la noche (1985), La loca de Gandoca (1991), Situaciones conyugales (1993) y que en esta novela presenta una arquitectura escritural. En Limón Blues, los capítulos vienen precedidos por números impares (los pares forman parte de la continuación en su otra novela aún sin publicar, Limón reggee, y que será presentada en capítulos pares). Orlandus describe así a su amada Leonor: “Sentado en la cama la miró quitarse despacio la ropa. Miró el cuello frágil, los hombros perfectos, la piel mate y morena alumbrada por la lámpara de canfín. Los pechos duros de Leonor emergieron agresivos con pezones muy grandes y oscuros que miraban uno a la derecha y otro a la izquierda, Orlandus alargó las manos, sus dedos rodearon suavemente las tetas, tantearon los pezones. (...)Orlandus quedó deslumbrado por su cuerpo de nácar oscuro, por esa mancha negra al final de su vientre. Ya totalmente desnuda tomó las manos de él y las llevó a sus rincones, pacientemente. Escuchaba sus gemidos que eran casi sollozos, lo escuchaba jadear. Sin permitirle más movimiento que el de sus manos lo montó a horcajadas (...) ella le acercó sus pezones y le explicó susurrando cómo le gustaba que se los besaran. Luego le permitió que explorara sus nalgas, su espalda, sus piernas, le mostró donde nacían unas aguas babosas. Cuando vio que él temblaba tan fuerte que ya no podía controlarse empezó a desvertirlo, asombrada a su vez de ese cuerpo perfecto, del aroma potente de esa piel almizclada, de ese estómago lizo, de esas nalgas cabreadas, de su virilidad.” La magistralidad en la narración y descripción de escenas permiten asomar una muy detenida mirada cinematográfica en la capacidad de esta narradora para cuadros que van apareciendo unos al lado de otros, como grandes escenografías de un mundo desconocido para muchos de quienes habitamos en esta tierra americana: esas vidas de los antillanos, de islas como Saint Martin, Navies, Jamaica, Cuba, Dominica, para esos primeros años del siglo pasado. Y donde el castellano y el inglés se acomodan en una fonética que ofrece sus propias respuestas en la creatividad de unos hombres y mujeres venidos de los confines del mundo, para construir y crear formas de vida y arte, como la música naciente en esos años, tal el blues. “En Revival las voces iban por abismos y había que dejarse caer con las voces. Entonces venía el trance. Le di las gracias al pianista (...) se puso a explicarme que el blues era así por sus notas azules, que eran notas tristes. Me explicó de esas notas y las notas subidas, que eran notas optimistas. El optimismo se llamaba “sostenido” y lo contrario bemol. (...) después me puso como ejemplo un ánimo que se desanima: tocó la nota en bemol. Le dije que el bemol era triste pero más profundo. Asintió con la cabeza. Entonces me di cuenta: yo era un hombre en bemol". Esas son las primeras manifestaciones de una música que años después Ray Charles elevará a categoría celestial y clásica mientras toma de su raíz el lamento y la soledad de aquellos hombres, como Orlandus Robinson, sin nación ni patria ni ciudadanía; sólo una mediana lengua que transmite proverbios (Man you cant’t beat, you have fe call him fren) y que cumple el ritual de sus ancestros a la hora de partir al otro lado de la vida: “Y cuando los cantos hermosos cesaron, Shepherd Davies sopló un caracol enorme, un caracol que los costarricenses llamaban caracol de cambute, y su gemido largo, profundo y tenebroso anunció a los dolientes que el muerto había regresado al África.”

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