Cierta vez fui invitado a casa de una familia italiana tradicional en el pueblo donde vivía, Perugia. Entre comentarios sobre mi vestimenta y mi acento de un extraño italiano, observé al centro de la mesa una bandeja llena con flores de girasol. Muy amablemente me sirvieron varias de ellas y mientras eso ocurría, iba sintiendo en mi paladar el exótico sabor de esa flor en mi boca. Discretamente indagué sobre el uso de esa flor y me explicaron que se utilizaba de manera común entre los campesinos para múltiples usos: desde comer semillas de la flor para las mujeres que deseaban quedar preñadas, como antirreumático, contra los dolores musculares e inflamación de articulaciones, hasta las afecciones nerviosas y dolores de cabeza. -Todo eso y más puede darnos el girasol. Me dijo en un alegre italiano, Francesca, la hija mayor de la nonna. Giró el rostro y señaló al jardín para mostrarme sus altos y amarillos girasoles que miraban al astro rey en un mediodía de verano. –Pero también el girasol es flor de misterios, me susurró al oído la anciana y maternal abuela. Lo demás han sido vivencias de una flor que comí y se quedó en mi carne y mi sangre y que guardo celosamente en mi memoria como talismán para ilumina mis noches.
La anciana abuela me inició en los misterios esotéricos de esa y otras flores y plantas. –Todo buen jardinero debe tener un lindo girasol en su patio, dijo mientras me pidió que bendijera los alimentos. El girasol es guía en los sueños para alcanzar lo anhelado, para iluminar el conocimiento interior y despertar a otros cielos de claridades mañaneras. Es en la historia antigua griega la ninfa Clytie que se enamora del rectilíneo dios Apolo y se transforma en flor solar para estarse eternamente cerca de él. –Pero no debes abusar de ella, me advirtió la abuela. Pudieras enloquecer de amor y padecer de soledad y desarraigo. Después de tantos años me encuentro también con Yajaira, la amable bruja de San Félix que me recetó girasoles para embellecer el alma. Aguamarina y miel para ungir mi cuerpo y protegerlo.
Todo esto y más he estado rememorando por estos días para afirmar las imágenes que guardo en mi alma de la vez que visité la Tate Gallery, en Londres y viví los cuadros del pintor holandés Vincent van Gogh. Digo todo esto porque los girasoles del maestro se están oscureciendo. Tal vez de tanto amor. Tal vez de tanta soledad. Tal vez de tanto desarraigo. Cierto que el mundo los admira y reverencia a su autor. Pero el amarillo cromo acentúa su decoloración día a día y nada parece detener su oscurecimiento.
Algunas noches imagino a todos los girasoles del mundo mirar hacia esos cuadros para que vuelvan a resplandecer en su amarillo original. Para acentuar su brillo y su lozanía. Pero quizá ellos sufran de mundo. Tal vez hasta sientan el padecimiento humano y por la alquimia de los misterios, están ocultando en su oscurecerse, la terrible noche de esta vida.
Vincent apenas vendió en vida un cuadro y fue a su hermano Theo. Apenas si fue famoso para un niño, Camille. Después de morir sus cuadros son famosos y viven en los museos, como el de Amsterdam, santuarios donde los amantes del arte y la cultura han encontrado espacio para lo sublime, lo digno y lo trascendente. Pero también hay un alma en todo, como me dijo la nonna en ese almuerzo. Todo lo que existe y es bello, tiene existencia y trascendencia en la vida. –Ahora esa flor que almorzaste, ese girasol, vive en ti, no morirá, sentenció la sabia abuela italiana. No morimos definitivamente ni morirán tampoco los cuadros del maestro holandés. Están en la memoria de una humanidad que busca en la ciencia la manera de conservar esas obras de arte. Pero también, como almas de arte, como flores, como amarillos, tienen intensidad, tono y vibran en la memoria de quienes un día fuimos a visitarlas, como se visita al amigo, al hermano; un ser amado que resplandece en cada atardecer.
(*) camilodeasis@hotmail.com / twitter@camilodeasis
La anciana abuela me inició en los misterios esotéricos de esa y otras flores y plantas. –Todo buen jardinero debe tener un lindo girasol en su patio, dijo mientras me pidió que bendijera los alimentos. El girasol es guía en los sueños para alcanzar lo anhelado, para iluminar el conocimiento interior y despertar a otros cielos de claridades mañaneras. Es en la historia antigua griega la ninfa Clytie que se enamora del rectilíneo dios Apolo y se transforma en flor solar para estarse eternamente cerca de él. –Pero no debes abusar de ella, me advirtió la abuela. Pudieras enloquecer de amor y padecer de soledad y desarraigo. Después de tantos años me encuentro también con Yajaira, la amable bruja de San Félix que me recetó girasoles para embellecer el alma. Aguamarina y miel para ungir mi cuerpo y protegerlo.
Todo esto y más he estado rememorando por estos días para afirmar las imágenes que guardo en mi alma de la vez que visité la Tate Gallery, en Londres y viví los cuadros del pintor holandés Vincent van Gogh. Digo todo esto porque los girasoles del maestro se están oscureciendo. Tal vez de tanto amor. Tal vez de tanta soledad. Tal vez de tanto desarraigo. Cierto que el mundo los admira y reverencia a su autor. Pero el amarillo cromo acentúa su decoloración día a día y nada parece detener su oscurecimiento.
Algunas noches imagino a todos los girasoles del mundo mirar hacia esos cuadros para que vuelvan a resplandecer en su amarillo original. Para acentuar su brillo y su lozanía. Pero quizá ellos sufran de mundo. Tal vez hasta sientan el padecimiento humano y por la alquimia de los misterios, están ocultando en su oscurecerse, la terrible noche de esta vida.
Vincent apenas vendió en vida un cuadro y fue a su hermano Theo. Apenas si fue famoso para un niño, Camille. Después de morir sus cuadros son famosos y viven en los museos, como el de Amsterdam, santuarios donde los amantes del arte y la cultura han encontrado espacio para lo sublime, lo digno y lo trascendente. Pero también hay un alma en todo, como me dijo la nonna en ese almuerzo. Todo lo que existe y es bello, tiene existencia y trascendencia en la vida. –Ahora esa flor que almorzaste, ese girasol, vive en ti, no morirá, sentenció la sabia abuela italiana. No morimos definitivamente ni morirán tampoco los cuadros del maestro holandés. Están en la memoria de una humanidad que busca en la ciencia la manera de conservar esas obras de arte. Pero también, como almas de arte, como flores, como amarillos, tienen intensidad, tono y vibran en la memoria de quienes un día fuimos a visitarlas, como se visita al amigo, al hermano; un ser amado que resplandece en cada atardecer.
(*) camilodeasis@hotmail.com / twitter@camilodeasis
...mi estimado juan!!..es posible que estés mirando los girasoles en una noche de luna..en la que su luz acaricia la energía que deja al final del día el astro rey en cada pétalo del girasol..y en el nuevo amacer vuelve a brillar y a lucir su energía que apreciamos quienes sentimos su magia en nuestras Almas...gracias...muy bello!!!
ResponderBorrarGracias por compartir de forma tan amena estas experiencias de vida.
ResponderBorrarLas flores han compartido su existencia con los seres humanos y esta historia es un ejemplo de ello...
Amigo Juan!! La Sensibilidad por lo que nos inspira y enciende la vida siempre tiene un comienzo en un lejano momento del tiempo!! Una extraordinaria figura (la de la historia del girasol) para expresar tu pesar!! Abrazos poeta!!
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