Lo de la anorexia es más una imposición artificial de los modistos –con la salvedad de las verdaderas señoras de la moda- que una derivación de procesos psicológicos y desajustes fisiológicos. Para nadie es un secreto que en la mayoría de los casos los encargados de marcar la moda a escala internacional son unos “desviados” sexuales, resentidos con las mujeres por carecer de los atributos que en aquéllas les sobran.
No sé ya cuándo leí en una revista las declaraciones de un famoso diseñador de modas, quien indicaba que para él las “niñas” latinoamericanas estaban fuera de las pasarelas internacionales porque sus medidas (90-60-90) eran demasiado exageradas y resultaban vulgares con la estética que se manejaba.
Me acuerdo de aquella modelo llamada Twiggi quien fue de las primeras esqueléticas en descalcificarse frente a las cámaras y quien resultó para esos años un verdadero fenómeno por sus escuálidas medidas y proporciones. De ahí en adelante comenzó la proliferación de esqueletos ambulantes que al paso de los años han desembocado en modelo para que otras ingenuas se declaren seguidoras de modas, con lo cual se instalan en las medidas convenidas, de talla 10 hacia abajo, para ser aceptadas en los grupos sociales donde reinan los maricones.
Celosos por no poseer los atributos de un busco 40B y unas rítmicas caderas para contornearse cuando caminan, los modistos se reúnen cada fin de año en Milán, París o Nueva York, y, entre críticas a las actrices de Hollywood y chismes al Miss Universo, van decidiendo cuál será el color favorito del próximo año, el tipo de pantalón que se llevará, el tamaño del tacón a usar, la mejor falda y vestido, hasta desembocar en la ropa interior y los famosos trajes de baño. En todo ello va la marca de fábrica que apoya las decisiones de quienes han sido los ideólogos para que en los talleres de Hong Kong, Tailandia y China, se ejecuten los procedimientos para ir quitándoles a las mujeres, sobre todo latinas; sus encendidos atributos naturales.
Qué hombre no se sorprende cuando ve a una mujer caminando con una falda corta y en unos tacones de medida 10, mientras sus “lolas” bailan la danza del deseo y su picardía delata el movimiento de unas caderas que casi se sueltan de la cintura. Ese “jamaqueo” es lo que enfurece a los “alegres” modistos y sus acólitos en el mundo. No quieren dejar que las mujeres muestren sus senos, sus nalgas, sus muslos y hasta su esplendorosa fruta del deseo, que se aprecia todita rasuradita entre las sombras de una rosada pantaleta de seda.
A las mises las están alimentando con media lata de atún y medio litro de agua al día para que retenga los fluidos lo más que puedan y se le infle, a modo de globo artificial, su ya desequilibrada musculatura que paulatinamente se va “engüesando” hasta que van apareciendo en su espalda, en el pecho y en la frente, los síntomas inequívocos de la anorexia. Esa aversión a la comida y la modelación de una mujer enfermiza y endeble, está siendo monitoreada desde las oficinas de las trasnacionales de la moda para afirmar la preeminencia de los maricones modistos y los productores de ropa. Estos últimos disfrutan y ganan porque producen en serie las tallas mínimas con lo cual invierten menos tela, hilos, botones, cierres y encajes, y colocan las prendas a precios exorbitantes.
He visto en los centros comerciales a mujeres de 35, 48 y más de 50 años, buenazas en sus carnes, quienes se quejan por no encontrar tallas a su medida. Y no se diga que están gordas o que tienen demasiados “cauchitos” en el abdomen. Poseen las caídas normales para su edad, sus pechos aún no han perdido la batalla contra la gravedad. Tienen tremendo culo y unas caderas que denotan la experiencia en las guerras del amor. Pero no hay prendas de vestir a la moda para sus tallas.
Es que desde los centros donde se “piensa la moda” no existen modelos que se parezcan a la mujer latinoamericana. No existe un buen pantalón para una cintura 60 y que al mismo tiempo calce en unas caderas 90 o más. Tampoco hay una blusa para una talla de senos 42B. La solución viene gradualmente en las cientos de miles de mujeres, jóvenes y no tan jóvenes, que se dejaron de vainas y se mandaron a colocar un poco de silicón en sus mamas, para pasar por sobre las medidas e imponer su poder, aunque sea de plástico.
Me uno al grupo de hombres que día a día nos alegramos al ver a las mujeres de más de 40 años caminando por las calles de este país mostrando sus atributos naturales o también con silicón o botox. No les importa en absoluto lo que digan cuando se ponen tremendos “faros” 42B –hasta parece un código nuclear- alumbrando a cuanto hombre y mujer pasen por su lado. Me gusta eso de ver mujeres mayores de 40 años con el cabello pintado de rojo intenso. Con las uñas en gel superlargas y dibujadas con alegres diseños. Me da nota ver mujeres mayores de 50 años con faldas cortas mostrando unos súper muslos más carnosos y apetecibles que “lomito de primera”. Son mujeres de libido subida. Ahí no hay modisto que imponga un carajo. Apártense es la consigna cuando ellas pasan por los pasillos de los centros comerciales. Desenvueltas y en sus femeninas carnes no dan respiro a sus enloquecidos movimientos de sus caderas. Hay que verlas los fines de semana cuando visitan las tiendas, los supermercados, los consultorios médicos, las oficinas públicas, y sobre manera, cuando están preparándose para meterse al mar. Son las sirenas venezolanas que desde cualquier ángulo afirman lo que son y con orgullo muestran los atributos que la naturaleza y algún dios les otorgó para que fueran felices.
No sé ya cuándo leí en una revista las declaraciones de un famoso diseñador de modas, quien indicaba que para él las “niñas” latinoamericanas estaban fuera de las pasarelas internacionales porque sus medidas (90-60-90) eran demasiado exageradas y resultaban vulgares con la estética que se manejaba.
Me acuerdo de aquella modelo llamada Twiggi quien fue de las primeras esqueléticas en descalcificarse frente a las cámaras y quien resultó para esos años un verdadero fenómeno por sus escuálidas medidas y proporciones. De ahí en adelante comenzó la proliferación de esqueletos ambulantes que al paso de los años han desembocado en modelo para que otras ingenuas se declaren seguidoras de modas, con lo cual se instalan en las medidas convenidas, de talla 10 hacia abajo, para ser aceptadas en los grupos sociales donde reinan los maricones.
Celosos por no poseer los atributos de un busco 40B y unas rítmicas caderas para contornearse cuando caminan, los modistos se reúnen cada fin de año en Milán, París o Nueva York, y, entre críticas a las actrices de Hollywood y chismes al Miss Universo, van decidiendo cuál será el color favorito del próximo año, el tipo de pantalón que se llevará, el tamaño del tacón a usar, la mejor falda y vestido, hasta desembocar en la ropa interior y los famosos trajes de baño. En todo ello va la marca de fábrica que apoya las decisiones de quienes han sido los ideólogos para que en los talleres de Hong Kong, Tailandia y China, se ejecuten los procedimientos para ir quitándoles a las mujeres, sobre todo latinas; sus encendidos atributos naturales.
Qué hombre no se sorprende cuando ve a una mujer caminando con una falda corta y en unos tacones de medida 10, mientras sus “lolas” bailan la danza del deseo y su picardía delata el movimiento de unas caderas que casi se sueltan de la cintura. Ese “jamaqueo” es lo que enfurece a los “alegres” modistos y sus acólitos en el mundo. No quieren dejar que las mujeres muestren sus senos, sus nalgas, sus muslos y hasta su esplendorosa fruta del deseo, que se aprecia todita rasuradita entre las sombras de una rosada pantaleta de seda.
A las mises las están alimentando con media lata de atún y medio litro de agua al día para que retenga los fluidos lo más que puedan y se le infle, a modo de globo artificial, su ya desequilibrada musculatura que paulatinamente se va “engüesando” hasta que van apareciendo en su espalda, en el pecho y en la frente, los síntomas inequívocos de la anorexia. Esa aversión a la comida y la modelación de una mujer enfermiza y endeble, está siendo monitoreada desde las oficinas de las trasnacionales de la moda para afirmar la preeminencia de los maricones modistos y los productores de ropa. Estos últimos disfrutan y ganan porque producen en serie las tallas mínimas con lo cual invierten menos tela, hilos, botones, cierres y encajes, y colocan las prendas a precios exorbitantes.
He visto en los centros comerciales a mujeres de 35, 48 y más de 50 años, buenazas en sus carnes, quienes se quejan por no encontrar tallas a su medida. Y no se diga que están gordas o que tienen demasiados “cauchitos” en el abdomen. Poseen las caídas normales para su edad, sus pechos aún no han perdido la batalla contra la gravedad. Tienen tremendo culo y unas caderas que denotan la experiencia en las guerras del amor. Pero no hay prendas de vestir a la moda para sus tallas.
Es que desde los centros donde se “piensa la moda” no existen modelos que se parezcan a la mujer latinoamericana. No existe un buen pantalón para una cintura 60 y que al mismo tiempo calce en unas caderas 90 o más. Tampoco hay una blusa para una talla de senos 42B. La solución viene gradualmente en las cientos de miles de mujeres, jóvenes y no tan jóvenes, que se dejaron de vainas y se mandaron a colocar un poco de silicón en sus mamas, para pasar por sobre las medidas e imponer su poder, aunque sea de plástico.
Me uno al grupo de hombres que día a día nos alegramos al ver a las mujeres de más de 40 años caminando por las calles de este país mostrando sus atributos naturales o también con silicón o botox. No les importa en absoluto lo que digan cuando se ponen tremendos “faros” 42B –hasta parece un código nuclear- alumbrando a cuanto hombre y mujer pasen por su lado. Me gusta eso de ver mujeres mayores de 40 años con el cabello pintado de rojo intenso. Con las uñas en gel superlargas y dibujadas con alegres diseños. Me da nota ver mujeres mayores de 50 años con faldas cortas mostrando unos súper muslos más carnosos y apetecibles que “lomito de primera”. Son mujeres de libido subida. Ahí no hay modisto que imponga un carajo. Apártense es la consigna cuando ellas pasan por los pasillos de los centros comerciales. Desenvueltas y en sus femeninas carnes no dan respiro a sus enloquecidos movimientos de sus caderas. Hay que verlas los fines de semana cuando visitan las tiendas, los supermercados, los consultorios médicos, las oficinas públicas, y sobre manera, cuando están preparándose para meterse al mar. Son las sirenas venezolanas que desde cualquier ángulo afirman lo que son y con orgullo muestran los atributos que la naturaleza y algún dios les otorgó para que fueran felices.
Juan, una manera muy particular, muy tuya, de describir esos pensamientos que cruzan tu mente de una forma muy fresca y autentica, que hace grato el leerte,un abrazo muy càlido
ResponderBorrarAñado a lo que dices que cuando uno ve los desfiles de modas en que participan las anoréxicas, los trapos que las hacen ponerse parecen sacados de algún basurero o cosas así.
ResponderBorrarLa verdad, yo consigo antiestéticos la mayoría de estos desfiles.
Coincido contigo en el regusto visual que da la contemplación de los cuerpos de nuestras chamas y no tan chamas.
Un abrazo.
Douglas
Entonces el afán por la anorexia y determinadas formas femeninas en nuestra época es parte de un proceso de confabulación mundial de "los maricones"... Bien bueno. A veces las afirmaciones se tienen que respaldar con argumentos y no con una secuencia graciosa de imágenes. El problema es mucho más complejo que tu hipótesis homofóbica.
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