jueves, septiembre 29, 2011
sábado, septiembre 24, 2011
Lenguaje y responsabilidad social
El lenguaje expresa la imagen del mundo y de lo que en él existe. Entendemos la vida, nos reconocemos naturaleza humana por intermedio del lenguaje. No existe otra posibilidad de existir ni de ser sino es en el lenguaje. Más aún, el mundo existe para nosotros primero en el pensamiento que estructuramos como imagen acústica; lo pensamos y dejamos que exista como imagen. En esto las culturas indígenas, indistintamente, siempre han concebido la creación del mundo primero en el pensamiento y luego como realidad verbal. Por ello más que expresar palabras y conceptos, un idioma, como expresión concreta del lenguaje, dice de una imagen que en su enunciado nos dibuja realidades específicas, experiencias de un yo que se reconoce en su individualidad monológica y que luego encuentra su reflejo en el Otro que no es más que un Yo multiplicado en el diálogo infinito, que nunca cesa y que constantemente fluye en un devenir de existencias.
Cuando alguien dice “Ni un paso atrás” o “No pasarán” o “Escuálidos” o “Chusma chavista”, expresa la realidad de un mundo que se cierra, se circunscribe a lo específico de ese acto de habla. Podemos catalogarlo como un tipo de lenguaje excluyente, discriminatorio, ofensivo a la dignidad humana, que refiere a mundos que se contraponen, no tanto por razones ideológicas o filosóficas, como por una visión del lenguaje que plasma, estructura una muralla donde no es posible traspasarla a través del diálogo.
El lenguaje nos habla de una realidad ontológica que le es propia, que le establece una ética y estéticas particulares. Su hacer fortalece a quien lo utiliza en la medida que este hablante define su mundo en función de intereses que responden a dimensiones, naturalezas de discursos que expresan esos mundos. Diremos entonces que el lenguaje mantiene una ética, una coherencia entre el pensamiento, su verbalización y la práctica que el hablante realiza. Pero al fracturarse esta ética adviene el lenguaje instrumental, ese excluyente que distorsiona la realidad y lo hace perlocutivo, discriminatorio, que asume al Otro no como sujeto histórico sino como objeto de un acontecimiento que lo niega como ser humano. La única forma de comprender la naturaleza de un idioma es conociendo su esencia en la medida que estamos conscientes de su ontología, para humanizarnos en la práctica de una ciudadanía que no es otra cosa sino la vivencia de la plena actividad política. Esto es, ser desde el lenguaje de la amorosidad y la justicia, que es la práctica de la verdad en acción.
Por lo anterior, diremos que en la actualidad no es cierto que la política esté arropando todo el escenario de la vida social venezolana. Por el contrario, es en todo caso la realidad de una práctica perlocutiva e instrumental de un tipo de lenguaje que, expresado en el idioma, se refleja en la cotidianidad de un discurso distorsionado donde “lo político”, como sinónimo de grupos y partidos, apenas muestra el chisme, la mamadera de gallo, la ofensa a ultranza, el fanatismo, la ortodoxia y la superstición, la oportunidad para descalificar al Otro-diferente en un infinito monólogo que irremediablemente desgasta y pervierte la imagen de un lenguaje que, fracturado, no puede ofrecernos otra opción sino aquella de la denominada por teóricos, como Lucien Goldman, “Colisión trágica de la existencia”. Colisión que pareciera inevitable y verbalmente real.
(*) camilodeasis@hotmail.com / twitter@camilodeasis
viernes, septiembre 23, 2011
sábado, septiembre 17, 2011
Rancho mental
La marginalidad es, fundamentalmente, un estado mental. J. G.
La proliferación de ranchos como consecuencia de invasiones a terrenos que hasta hace poco tiempo permanecían solitarios y muchos de ellos sin mayor mantenimiento por parte de sus dueños, bien privados como públicos, es consecuencia directa del estado mental que se ha instaurado en aquellos ciudadanos, bien por carencias alimentarias, socioeconómicas y educativas, y en otros, por la desnaturalizada tendencia a la práctica política del populismo y la demagogia, trayendo como consecuencia el “estado de marginalidad absoluta”.
En este sentido son marginales quienes sin tener acceso a los bienes de consumo básicos ni medios para obtenerlos, se lanzan a la aventura de instalarse en cualquier rincón donde exista una porción de tierra para construir su barraca. Y también lo son, con mayor responsabilidad, quienes teniendo acceso a esos bienes y a ciertas posiciones de poder político y económico, incitan a semejante atentado, junto con los traficantes de la pobreza, quienes esperan más adelante apoderarse de esos terrenos pagando ínfimos precios a los invasores.
No justificamos en modo alguno esta práctica. Intentamos comprender a quienes, por razones humanas y de sobrevivencia, están urgidos por obtener una vivienda digna. Sin embargo esta práctica de invasiones y construcción de ranchos tiene, más allá de los aspectos superficiales que pudieran explicar (-a nuestro modo parcialmente) esta actuación, una única razón: falta de educación entre los ciudadanos.
Unos, los desposeídos injustamente de sus más elementales derechos humanos, que son violados diariamente por un Estado impúdico y “alegre”, y que, salvo su sagrada existencia, no tienen nada. Mientras que por otro lado, ese mismo Estado, a través de sus líderes, quienes incitan de manera abierta y descarada, desde hace más de cuarenta años, a una práctica casi natural de apropiación indebida de bienes públicos y privados. En unos y otros prevalece por igual la misma mentalidad marginal. Y esto porque el Estado, a través del gobierno, invade también: terrenos, fincas, industrias, factorías, talleres. Por tanto, la figura del rancho, como imagen mental que se proyecta en realidades concretas, es precisamente esa y no otra. De esta manera conocemos desde hace años las denominadas “soluciones habitacionales”. Eufemismo que proyecta la exacta figura del rancho, sólo que presentada pintada y remozada. Las dimensiones espaciales de esas estructuras para seres humanos continúa con la práctica que socialmente se aprecia en la vida de un rancho: hacinamiento y promiscuidad.
Para los desposeídos no tiene mayor importancia la estética socialmente aceptada: es bello aquello que muestra armonía en sus volúmenes, sino aquello que en su momento es útil para la sobrevivencia. Así, cualquier cartón, madera o plástico funcionan como pared o techo. Lo importante es “estar”, permanecer y dar lástima. De eso muchos desposeídos se alimentan mientras esperan al dirigente que está buscando cómo hacerse de unos votos para su partido mientras los miserables son mostrados en las más diversas formas del desamparo humano.
El rancho como estructura material, física, es sólo la superficie de una hondura mental que desde hace mucho tiempo se ha instalado en la estructura mental de cientos, miles, millones de venezolanos y que se expresa en modos particulares de realizaciones: “rancho autopista”, “rancho soluciones habitacionales”, “rancho escuelas”, “rancho hospitales”, “rancho cárceles” (-reflexiónese sobre el modelo arquitectónico casi idéntico de estas tres últimas estructuras) entre un significativo número de estructuras que se vinculan con la mentalidad estrecha, casi palúdica, de quienes han estado impulsando este tipo de desarrollo social. De esa estructura mental (rancho) que tienen instalado muchísimos políticos y empresarios, sólo podemos esperar eso: respuestas efectistas y demagógicas que responden a los momentos, a los instantes, como parches de un inmenso tumor social que ya se hace imposible seguir ocultando.
Sabemos entonces de presidentes, ministros, gobernadores, alcaldes, jefes militares, jefes civiles, diputados, industriales, entre tanto “roba pantalla” que durante años han alimentado esta práctica. Más aún, la extendieron hasta las mismas aulas de clase: facilismo del estudiante y del docente, dejadez, escasa rigurosidad académica y descuido del sentido ético del trabajo y vocación de servicio comunitario.
Este pensamiento y actuación del rancho mental imposibilitan la definitiva erradicación de la práctica de las invasiones y la proliferación de la ranchería en nuestra sociedad. Peor aún, no será posible en este cortísimo plazo eliminar esta práctica por una sencilla razón: pronto habrá elecciones y estás se ganan con votos. Por lo tanto, los desposeídos significan votos, y así son vistos por los oficialistas y opositores, no como seres humanos, y en consecuencia será siempre en otro momento que se atienda esta situación. Pero como entre los minusválidos mentales políticos de este país no existe voluntad política ni capacidad gerencial, todo se quedará para “después”
La única manera de revertir, de transfigurar el rancho mental está en un riguroso, directivo y ético-estético proceso educativo centrado en valores, de manera sistemática, académico y con vocación de servicio social y mística de trabajo.
(*) camilodeasis@hotmail.com / twitter@camilodeasis
viernes, septiembre 16, 2011
viernes, septiembre 09, 2011
Una limosnita, ¡por el amor de dios!
Me comenta una apreciada amiga que en sus años cuando vivía en Caracas existía una pordiosera, por los lados del centro, que se pasaba horas sentada en una silla de ruedas mostrando una sangrante pierna exageradamente inflamada, casi gangrenada, simulando una elefantiasis terminal. Las personas por piedad le daban lo que podían. Con el tiempo la mujer fue degenerando. Cierta vez amaneció muerta. Los bomberos acudieron al lugar y para sorpresa de todos descubrieron que la pierna supuestamente gangrenada mantenía tremendos bistecs recién instalados, que aún botaban sangre… pero de la res. Cuando se supo la noticia en el barrio donde vivía la pordiosera, la policía y vecinos fueron a su rancho para saber si tenía familia a quienes darle la noticia. No encontraron rastros de nadie. Sin embargo encontraron otras huellas: la mujer tenía cientos de frascos de mayonesa, de los más grandes, donde mantenía muy bien distribuidas las monedas y billetes que recogía de los solidarios caraqueños. Había cientos y cientos de frascos por todo el rancho. Miles y miles de billetes y monedas. Había millones en más de mil botellones de vidrio. Ese era el “hobby” de la pordiosera, coleccionar dinero.
Otro amigo me comenta que también en la Caracas del siglo pasado había un mendigo en una silla de ruedas que tenía un oído todo lleno de pus donde pululaban las moscas. La gente pasaba por su lado y enseguida extendían sus manos y dejaban cualquier moneda o billete. Daba grima ver aquel espectáculo. Sin embargo, una o dos veces al día y mientras no pasaba casi nadie por el lugar, el enfermo sacaba del interior de su oído un algodón, introducía uno nuevo y acto seguido le derramaba un poco de leche condensada. Mi amigo también me comentó la historia de una persona, en la Argentina de los años ’70, un joven que se ganaba la vida llorando y lamentándose por la muerte de algún ser querido. Cuando no tenía dinero recorría las grandes avenidas bonaerenses deteniéndose en cada esquina lagrimeando. Cuando la gente se le acercaba decía que se le acababa de morir su mamá y no tenía para enterrarla. De esa manera mató a la mamá, al papá, a los hermanos, abuelos, tías, y cuando no le quedaron más familiares se dedicó a robar y recorrer Latinoamérica hasta que terminó en Venezuela y corrió con mejor suerte. Se casó con una honorable dama upatense a quien por nada del mundo abandona.
Esto que comento viene a mi mente ahora cuando casi todos los días y desde hace varios años veo por las calles, plazas, plazoletas, esquinas, y además, recibo por Internet copias de mensajes de amigos con pedimentos de personas quienes solicitan ayuda, otros hasta muestran a sus hijos con tumores, enfermedades terminales y cosas por el estilo. Casi todos piden que a su vez se reenvíe el texto. Estas inocentes personas no saben que casi en todos los casos las notas terribles de esas supuestas ayudas se originan en centros de promoción de productos masivos con la única intención de obtener direcciones de correo electrónicos para registrarlas y enviarles promociones.
Traficar con la lástima y manipular los sentimientos humanos es una de las actividades más antiguas del hombre. Sobre manera en sociedades altamente emotivas como la latinoamericana y particularmente acá en Venezuela, donde todavía existe un alto nivel de “circulante” por las calles. Ese “menudo” que no sirve para más nada pues les viene muy bien a aquellos quienes se valen de nuestros sentimientos para usarlos no precisamente en lo que pregonan.
La situación en nuestra sociedad se complica en este sentido porque la mentalidad de mendicidad se está progresivamente masificando a partir de un modelo excepcional: la del propio y mismísimo presidente de la república.
Lo grave y alarmante de ello es presenciar cómo desde el mismo gobierno del Estado se profundiza en esta práctica. Del Estado protector se pasó al Estado paternalista y de allí a la aceptación del ahora Estado de la mendicidad como condición para acceder a la categoría de ciudadano reconocido por el Estado. Dar lástima y mostrar ante los demás una condición física o mental de minusvalía, generalmente disfrazada, es condición para la atención de una solidaridad mal entendida y que se asume como valor individual y de Estado.
Esa misma estrategia la usó en su momento Rafael Caldera cuando en su campaña política mostró en unos gigantes panfletos a un niño famélico, moreno, sin camisa, mientras se podía leer: ¡Por mí, vota verde!
Entienda usted que al extender su mano y dejar en el supuesto mendigo unas cuantas monedas lo que está haciendo es dejarse manipular y a la vez está contribuyendo a consolidar una sociedad de minusválidos mentales. Igual hacen algunos políticos, tal el presidente.
Sea responsable y no se deje manipular. Asuma la vida con mentalidad adulta y rechace al manipulador.
(*) camilodeasis@hotmail.com / twitter@camilodeasis
sábado, septiembre 03, 2011
Revolución fingida vs oposición maquiavélica
Leyendo parte de la historia de Venezuela de la época, entre 1850 y 1915, encuentro una serie de sucesos que parecieran repetirse ahora en este siglo XXI. De los gobiernos y personajes emblemáticos, como Páez, Antonio Leocadio Guzmán y Guzmán Blanco, Linares Alcántara, Zamora, Castro y Gómez, puede observarse una similitud en los actos que una vez más vuelven a repetirse en estos años. Sin embargo, con otros personajes y fechas, aunque siempre el escenario será el país sufrido y luminoso de día y los oscuros y promiscuos pasillos nocturnos, en la casa de misia Jacinta. Debe admitirse, aunque no sea del todo agradable, que todos estos y otros personajes, como los actuales, accederán a los registros de la historia nacional, unos con extensas líneas, otros apenas con dos o cinco párrafos. Lo que importa de ello es que así vamos construyendo nuestra historia: con asco y repulsión, con lágrimas y sonrisas, con anhelos y frustraciones y también con un profundo sentimiento de saber que nos agrade o no, esa es nuestra gente y esos son los lunares negros y blancos de nuestro cuerpo individual y social con quienes mantenemos un lazo indisoluble, porque es precisamente en la diversidad de la vida y sus actos donde podremos encontrarnos. No es tiempo de estarse preocupando de esta marginalidad de mensajes que no terminamos de digerir. Es tiempo de ocuparnos de construir y afirmar en la trascendencia cultural y en los actos concretos de solidaridad entre hermanos. Atrás deben quedar los momentos de furia, ira e histerismo, de calumnias y vejámenes, de amenazas y fingimientos, de artificiales posturas de irreconciliables y falsas maniobras de líderes marginales que no terminan de entender a la mayoritaria población de seres concretos: pescadores, agricultores, panaderos, estudiantes, enfermeras, maestras, albañiles y cientos de miles de millones de ciudadanos venezolanos que lo único que deseamos es que nos dejen vivir con dignidad y decencia.
Ahora que he recorrido cerca de tres mil kilómetros por carreteras de este país, encuentro entre la gente normal una misma e intensa mirada. Esa que dice que seguimos vivos. Que a pesar de las dificultades, de la adversidad del momento está la disposición de mantenernos de pie a pesar de tanto maltrato de un gobierno obsceno y una oposición engañosamente oportunista y manipuladora. Observé por los pueblos del centro, occidente y oriente del país personas que se han tenido que organizar para fortalecerse como comunidad, que están limpiando sus propias vías de acceso. Que a pesar de su miseria a cuestas aún tienen suficiente decencia entre las manos para ser solidarios. Esta es la real y verdadera esencia de la cultura nacional, tan ajena y distante de los falsos revolucionarios de pacotilla y mentalidad cuartelaria, y dirigentes de una oposición que estructura sus estrategias a control remoto y que apenas está aprendiendo a subir cerros.
Antonio Leocadio Guzmán, con el oportunismo que le caracterizó, vuelve una vez más con otro rostro y otro disfraz, pero es la misma estrategia, la misma actitud y la misma semántica. También un José Antonio Páez que desea la inmortalidad en su caudillismo, ya sin caballo ni reloj de arena o leontina. Ahora viene en Airbus y dando la hora en su Rolex de factura europea, montado en un Bentley.
En resumen, siempre seremos nosotros, la normal población de anónimos ciudadanos venezolanos quienes tendremos que levantar este cuero duro y seco que es Venezuela. Alguna vez, en noventinueve o ciento veinte años, alguien leerá en la historia de Venezuela que una vez sus líderes y dirigentes políticos fueron moralmente dobles y sesgados: rígidos, altaneros y asexuados de día, y atolondrados, pervertidos y corrompidos por la noche.
(*) camilodeasis@hotmail.com / twitter@camilodeasis