domingo, septiembre 27, 2009
lunes, septiembre 14, 2009
Don Juan Vicente Bolívar y Ponte: Amo y desflorador de doncellas
Cuando a mediados de 1765 llega a los Valles de Aragua, -La Victoria, San Mateo, Cagua, entre otros, el ilustrísimo y reverendísimo obispo don Diego Antonio Díez Madroñero, los pueblos del valle estaban quedando desolados porque la gente huía del cruento tormento a que los tenía sometidos el teniente de gobernación y señor y amo de tierras y gentes, don Juan Vicente Bolívar quien gustaba de amancebarse con cuanta mujer encontraba a su buen gusto de ver y entender.
Niñas, mozas y vírgenes, y hasta mujeres casadas y viudas eran las delicias de este padrote quien ejercía su poder como señor feudal o como se conocía por estas tierras a los adinerados hombres de la Colonia: los señores mantuanos.
Todo lo que existía en los territorios que hoy conocemos como Aragua, Carabobo y norte de Guárico, entre otras propiedades eran parte de su hacienda así como bestias, mujeres y hombres, sean esclavos o indígenas que por “encomienda” estaban bajo su protección y usufructo, heredados por sucesión familiar desde fines de 1593. Así, Juan Vicente Bolívar desarrolló tanto su poder económico como su interés por las niñas de entre diez y doce años, a quienes bajo engaño y promesa de casamiento con hombres de bien y para garantizarles su existencia, caían bajo sus patrañas, intimidación y fuerza física.
Por documentación desde hace ya varios años conocida, realizadas por Duarte, Pino Iturrieta, Quintero y recientemente por Alejandro Moreno Olmedo, sabemos que existe un documento medianamente extenso de Autos y Sumarias contra don Juan Vicente Volibar (sic) sobre su mala amistad con varias mugeres (sic), fechado en San Mateo en 1750 donde se recogen varias denuncias contra este mantuano referidas por el obispo Díez Madroñero en su visita pastoral por estos pueblos de Dios.
Contaba el mantuano casi cuarenta años y ya desde hacía tiempo mantenía relaciones ilícitas con niñas indígenas dejadas a su encomienda. Es más, por declaraciones de éstas, sus familiares, otras mujeres y vecinos, algunas de ellas fueron preñadas y hubo un caso, al menos registrado, donde el amo la indujo a provocarse un aborto. En otro, una mujer ya entrada en años y viuda, fue apaleada por el señor al sentir celos de ella. Dice así una de las denunciantes en parte del documento que existe en el Archivo de la Arquidiócesis de Caracas: “Desde que las muchachas (sean de la calidad que fueren) tienen diez años, ya las persigue hasta echarlas al inmundo: pasan de doce las doncellas que yo sé ha desflorado en sólo este pueblo tan cierto desde el tiempo que es teniente.”
No andaba con tonterías este señor de los Valles de Aragua. Ejercía su derecho que por mandato real le proporcionaba ser descendiente de aristócratas, blanco, adinerado y representante del poder al ejercer como teniente de gobernación.
Era, además de un consumado violador y corruptor de menores de edad, un consuetudinario practicante del estupro aún con mujeres viudas, a quienes mantenía bajo engaño y promesa de una vida mejor, como darles comida, ropa o proporcionarles una maestra para la enseñanza de las letras. Era atraído por las niñas vírgenes con quienes disfrutaba violándolas, él o las daba a su ayudante Francisco, especie de alcahuete quien le buscaba a las “muchachitas” más agraciadas para llevárselas a su alcoba o él mismo se introducía en las casas de las familias, estuvieran o no sus esposos, padres, madres o hermanos.
Así las cosas, cuando el señor obispo Díez Madroñero llega de visita a San Mateo, los pobladores corrieron a denunciar a su amo. Hasta el mismo cura párroco, junto con otros blancos confirmaron las denuncias en su contra. Lo cierto es que de estas denuncias jamás se supo si sirvieron para algo. Al menos todo “cambió para quedar igual”. Varias de las familias que se resistieron a dejar que sus hijas fueran deshonradas, debieron huir de los pueblos. El señor amo don Juan Vicente Bolívar, cercano ya a los cincuenta años, casó con una rica heredera mantuana de apenas catorce años de nombre María de la Concepción Palacios y Blanco, a quien le transmitió varias afecciones, entre ellas la tuberculosis y ésta a su vez, la depositó en uno de sus hijos, Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar Palacios y Blanco.
De todo este tremendo culebrón colonial resulta de interés observar el coraje que muestran quienes han sido ultrajadas por el mantuano. Una de ellas, María Jacinta Fernández, quien fue violada en su niñez y posteriormente, ya casada era asediada por don Juan Vicente hasta que se vio en la urgente necesidad de dirigirse por escrito a su ilustrísima, el señor obispo. Dice en parte de su carta, primer documento literario atribuido a una mujer: “Señor Ilustrísimo: el conflicto en que me hallo me hace acogerme a su amparo como mi padre y pastor, porque me veo perseguida por un lobo infernal (…) ese lobo es don Juan Vicente Bolívar, que hace muchos días me anda persiguiendo para que peque con él, siendo yo una mujer casada. (…) Yo, señor, estoy resuelta a no ofender a Dios pero soy mujer y no sé, si me veo más apretada, caeré en la tentación y así no hago otra cosa que pensar cómo me defenderé de este mal hombre. A veces pienso decirle que sí y tener un cuchillo prevenido para quitarle la vida por tener la gloria de libertar este pueblo de este cruel tirano.”
Niñas, mozas y vírgenes, y hasta mujeres casadas y viudas eran las delicias de este padrote quien ejercía su poder como señor feudal o como se conocía por estas tierras a los adinerados hombres de la Colonia: los señores mantuanos.
Todo lo que existía en los territorios que hoy conocemos como Aragua, Carabobo y norte de Guárico, entre otras propiedades eran parte de su hacienda así como bestias, mujeres y hombres, sean esclavos o indígenas que por “encomienda” estaban bajo su protección y usufructo, heredados por sucesión familiar desde fines de 1593. Así, Juan Vicente Bolívar desarrolló tanto su poder económico como su interés por las niñas de entre diez y doce años, a quienes bajo engaño y promesa de casamiento con hombres de bien y para garantizarles su existencia, caían bajo sus patrañas, intimidación y fuerza física.
Por documentación desde hace ya varios años conocida, realizadas por Duarte, Pino Iturrieta, Quintero y recientemente por Alejandro Moreno Olmedo, sabemos que existe un documento medianamente extenso de Autos y Sumarias contra don Juan Vicente Volibar (sic) sobre su mala amistad con varias mugeres (sic), fechado en San Mateo en 1750 donde se recogen varias denuncias contra este mantuano referidas por el obispo Díez Madroñero en su visita pastoral por estos pueblos de Dios.
Contaba el mantuano casi cuarenta años y ya desde hacía tiempo mantenía relaciones ilícitas con niñas indígenas dejadas a su encomienda. Es más, por declaraciones de éstas, sus familiares, otras mujeres y vecinos, algunas de ellas fueron preñadas y hubo un caso, al menos registrado, donde el amo la indujo a provocarse un aborto. En otro, una mujer ya entrada en años y viuda, fue apaleada por el señor al sentir celos de ella. Dice así una de las denunciantes en parte del documento que existe en el Archivo de la Arquidiócesis de Caracas: “Desde que las muchachas (sean de la calidad que fueren) tienen diez años, ya las persigue hasta echarlas al inmundo: pasan de doce las doncellas que yo sé ha desflorado en sólo este pueblo tan cierto desde el tiempo que es teniente.”
No andaba con tonterías este señor de los Valles de Aragua. Ejercía su derecho que por mandato real le proporcionaba ser descendiente de aristócratas, blanco, adinerado y representante del poder al ejercer como teniente de gobernación.
Era, además de un consumado violador y corruptor de menores de edad, un consuetudinario practicante del estupro aún con mujeres viudas, a quienes mantenía bajo engaño y promesa de una vida mejor, como darles comida, ropa o proporcionarles una maestra para la enseñanza de las letras. Era atraído por las niñas vírgenes con quienes disfrutaba violándolas, él o las daba a su ayudante Francisco, especie de alcahuete quien le buscaba a las “muchachitas” más agraciadas para llevárselas a su alcoba o él mismo se introducía en las casas de las familias, estuvieran o no sus esposos, padres, madres o hermanos.
Así las cosas, cuando el señor obispo Díez Madroñero llega de visita a San Mateo, los pobladores corrieron a denunciar a su amo. Hasta el mismo cura párroco, junto con otros blancos confirmaron las denuncias en su contra. Lo cierto es que de estas denuncias jamás se supo si sirvieron para algo. Al menos todo “cambió para quedar igual”. Varias de las familias que se resistieron a dejar que sus hijas fueran deshonradas, debieron huir de los pueblos. El señor amo don Juan Vicente Bolívar, cercano ya a los cincuenta años, casó con una rica heredera mantuana de apenas catorce años de nombre María de la Concepción Palacios y Blanco, a quien le transmitió varias afecciones, entre ellas la tuberculosis y ésta a su vez, la depositó en uno de sus hijos, Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar Palacios y Blanco.
De todo este tremendo culebrón colonial resulta de interés observar el coraje que muestran quienes han sido ultrajadas por el mantuano. Una de ellas, María Jacinta Fernández, quien fue violada en su niñez y posteriormente, ya casada era asediada por don Juan Vicente hasta que se vio en la urgente necesidad de dirigirse por escrito a su ilustrísima, el señor obispo. Dice en parte de su carta, primer documento literario atribuido a una mujer: “Señor Ilustrísimo: el conflicto en que me hallo me hace acogerme a su amparo como mi padre y pastor, porque me veo perseguida por un lobo infernal (…) ese lobo es don Juan Vicente Bolívar, que hace muchos días me anda persiguiendo para que peque con él, siendo yo una mujer casada. (…) Yo, señor, estoy resuelta a no ofender a Dios pero soy mujer y no sé, si me veo más apretada, caeré en la tentación y así no hago otra cosa que pensar cómo me defenderé de este mal hombre. A veces pienso decirle que sí y tener un cuchillo prevenido para quitarle la vida por tener la gloria de libertar este pueblo de este cruel tirano.”