miércoles, agosto 17, 2016

Daños colaterales

Se ha hablado casi hasta la saciedad de las graves dificultades políticas por las que atraviesa la sociedad venezolana. Y ni se diga de aquellas económicas. También las que están vinculadas con los aspectos de seguridad ciudadana, alimentación y medicinas. Estas, parecieran ser las más graves. Y en verdad que así lo indican los especialistas. Sin embargo, a nuestro modo de ver, la extensa crisis venezolana que estalla por los cuatro costados será a largo plazo. Allí se verá el verdadero y dantesco desastre. Y es que la sociedad venezolana, de superar esta emergencia humanitaria, tendrá que lidiar por varias generaciones con dos catástrofes. Una de ellas se refiere a los cientos de miles, muy probablemente millones de seres humanos que, hoy neonatos, niños y jóvenes, crecerán con evidentes secuelas por la desnutrición. De sobrevivir van a ser individuos subnormales, abúlicos, con evidentes signos de daños neuronales y que van a ser una pesada carga para el Estado. Eso, indudablemente, repercutirá en el desarrollo industrial y de productividad en la república. Porque si hay pobreza intelectual y baja excelencia académica, los niveles de calidad en la industrialización serán bajos y por tanto, poco competitivos a escala internacional. Será una población que posiblemente alcance títulos profesionales pero con baja excelencia académica. Y acá entramos en la segunda y más terrible catástrofe a largo plazo. El derrumbe de la academia venezolana. Ya no son tanto las míseras condiciones de infraestructura en la educación superior venezolana. Con claras evidencias de un sostenido deterioro de aulas, laboratorios, canchas deportivas y la nula provisión de presupuesto para acceder a la documentación internacional actualizada de información científica, tecnológica y técnica. La universidad venezolana en la actualidad atraviesa por la más grave crisis desde su fundación, en 1721. En toda su historia jamás se había agredido tanto el Alma Mater. Hubo tiempos cuando fue allanada. En otros momentos, clausurada. Otras veces, su claustro fue usado para favorecer a tendencias partidistas. Pero ahora se trata de eliminarla definitivamente. Es, junto con la iglesia, la institución que se resiste estoicamente a ceder, a claudicar y transformarse en un apéndice del régimen chavizta. Por ello se la ataca y sus miembros, desde su personal de servicios, administrativos, estudiantes y docentes, están siendo arrinconados. Tanto por los míseros sueldos, imposibilidad presupuestaria para su desarrollo académico, como de continua persecución a su dirigencia sindical y gremial. Por eso el éxodo de profesores, estudiantes, personal administrativo y obrero. Las aulas en la gran mayoría de las instituciones de educación superior están quedando vacías. Los profesores y estudiantes que se quedan deben buscar la manera para mantenerse en niveles medianamente decentes, académicamente hablando. No hay papel ni marcadores ni borradores. Tampoco las mínimas condiciones para impartir la docencia y una nula participación en investigaciones de equipo. Sea de campo como en laboratorios. Quedan, a riesgo de ser asaltados en las propias aulas de clases, estacionamientos y campus universitario, los profesores y estudiantes que entre ellos hacen colecta y reúnen materiales, equipos y sistemas de operaciones, para adelantar los objetivos de sus programas docentes y de investigación. Para esos profesores la academia se ha convertido en un apostolado. De sus devaluados sueldos surgen las soluciones. Unas veces cancelan los útiles pedagógicos (papel, fotocopiado, marcadores, reactivos, uniformes, etcétera) para que funcione la docencia. Otras veces deben costearse los viajes, que hacen en representación de la universidad. Esta constante agresión contra la universidad venezolana, republicana, democrática, autónoma, pública y popular se realiza, tanto desde el mismo centro del poder del Estado, su régimen, como desde dentro de ella misma, con la anuencia de sus autoridades, en varios de estos centros de estudio. Ejemplo de ello lo observamos en la Universidad Nacional Experimental de Guayana, cuando en 2013, un grupo de colectivos chaviztas intentó quemar vivos a varios profesores dentro de las instalaciones de su Asociación. A la fecha, las autoridades académicas no han establecido las responsabilidades, ni académica ni administrativas a los daños ocasionados al patrimonio universitario. Estos y otros casos evidencian la intención del régimen chavizta, autoritario y militarista, en su control/desaparición de la universidad venezolana, en su interés por convertirla en una escuela/cuartel, bajo la obediencia y sumisión a una sola ideología, adoctrinamiento y fanatismo. Donde no se piense ni se discuta. Solo se sigan órdenes y se cumpla el denominado plan de la patria. Para un universitario, permanecer en silencio ante semejante atropello es poco menos que cobardía y sumisión. (*) camilodeasis@hotmail.com TW @camilodeasis IG @camilodeasis1

miércoles, agosto 10, 2016

El valor del trabajo

Llegué a Ciudad Guayana (la conforman Puerto Ordaz y San Félix) comenzando los años ‘80s. La zona era un constante hervidero de construcciones. Ingresé en 1982 a la Siderúrgica del Orinoco (Sidor) la empresa emblemática de la casa matriz, la Corporación Venezolana de Guayana (CVG). En más de una ocasión mostré mi ficha como trabajador, en bancos y comercios, y eso era más que suficiente para realizar una transacción. Incluso de noche, en las continuas rondas de la policía, enseñaba mi ficha y era tratado con respeto. Era un sidorista. Ciudad Guayana era la zona de la industria primaria de Venezuela por excelencia. Nunca descansaba. Existía un justo orgullo de pertenecer a las empresas básicas de Guayana. Sidor era la tercera acería más grande del mundo, mientras Venalum era la segunda reductora de aluminio primario más importante del planeta. Las empresas de la CVG., nunca cerraban sus puertas. Los llamados tres turnos (de 7:00 a.m. a 3:00 p.m., de 3:00 p.m. a 11:00 p.m., y de 11:00 p.m., a 7:00 a.m.) marcaban el ritmo de la industrialización. De lunes a domingo, y del 1 de enero al 31 de diciembre. Así ocurría en Sidor, Alcasa, Ferromiera, Interalúmina, Carbonorca, Minerven, Venalum, y ese mismo ejemplo se imitaba en aquellas empresas que estaban cercanas a las más grandes, y también a las de servicio y mantenimiento industrial. Mis hijas gustaban contar los autobuses que en el turno de la noche, transitaban por la avenida, al frente de nuestro hogar. Veinte, treinticinco, cincuentidos, noventitres y más autobuses. Todos cargados con obreros y técnicos. Venían de San Félix, de Upata, de Tucupita, de Ciudad Bolívar, de Los Barrancos, de Soledad. Esta práctica comenzó desde el mismo momento cuando se iniciaron los trabajos para la construcción, tanto de Sidor como de la misma Puerto Ordaz. Fue comenzando los años ‘60s., eran hombres y mujeres que llegaron de esos y otros pueblos y ciudades. Pescadores, agricultores, torneros, agrimensores, costureras, soldadores, aseadores. Junto con técnicos calificados e ingenieros y licenciados, fueron quienes le dieron el rostro industrial a esa zona del país. De sol a sol. Con lluvia o sequía. Los hombres y mujeres de Guayana han sido los constructores de uno de los valores más arraigados en la cultura venezolana: el valor del trabajo. Y esa enseñanza se ha ido transmitiendo de padres a hijos. Y sé que esa misma experiencia se cultivó en la industria petrolera. Y en esta como en aquella, se transformó en cultura del trabajo. Por eso cuando ahora un tal presidente a quien llaman Maduro le ha dado por decretar días festivos, con vanas excusas, no puedo sino recordar y refugiarme en lo más hondo y sagrado que poseo, como ser social; mi venezolanía. Nosotros desconocemos esa manera de vivir ajena al trabajo que dignifica y otorga valor, principio de jerarquía moral. Los venezolanos, la inmensa mayoría, somos ciudadanos acostumbrados al trabajo. Es inherente a nuestra naturaleza como cultura y como hondura de hidalguía y porvenir de personas libres. No existe en nosotros el concepto de pereza laboral, y menos, de ser catalogados como vagos y reposeros. Si existe algo semejante a la capacidad de inventiva, de constructor, de ingenio innato, ese es un venezolano. Humillados en las colas, perseguidos por hablar en voz alta. Maltratados todos los días, por falta de luz, agua, gas, alimentos, medicinas, delincuencia. Ahora nos amenazan con alejarnos de los sitios de trabajo. El esfuerzo descomunal del trabajo se ve en obras, como Guri, el puente sobre el lago de Maracaibo, la carretera trasandina, la construcción de la Universidad Central de Venezuela. En estos y cientos de obras está plasmado el valor del trabajo. Esfuerzo de mujeres y hombres por progresar. Y ese valor, como la democracia, son eternos. Porque están indisolublemente vinculados a la práctica de la libertad y de ciudadanía. Sabremos responder con más esfuerzo y más trabajo. Volveremos a las guardias, de 7 a 3, de 3 a 11, y de 11 a 7. Demostraremos con nuestro ejemplo que la mentalidad marginal, hoy hecha poder en un régimen delincuencial, pasará al basurero de la historia. Fueron un fracaso histórico en sus valores. Una aberración entre militarismo, autoritarismo, brujería y mucha vagancia. (*) camilodeasis@hotmail.com TW @camilodeasis