martes, noviembre 27, 2012

Homofobia

Me comentaba hace algunos años un amigo en Puerto Ordaz que en política te pueden tildar de inepto como funcionario y no es asunto grave. Incluso te pueden señalar de corrupto y hasta se ve bien, pues se entiende que eres “avispao” y “pilas” para hacerte del dinero ajeno. Pero si te tildan de homosexual es como un estigma, una duda que jamás se borrará. Y esto último es cierto. Tildar en Venezuela, y creo que en la mayoría de países latinoamericanos, a un hombre de homosexual es como señalar que padece de una enfermedad incurable, transmisible y que debe ser, por tanto, abandonado al ostracismo. Hasta acá funcionaba así la subrepticia vida política, religiosa, social, militar en nuestro país. Las contradicciones con los años se han desatado hasta ahora cuando aparecen los síntomas inequívocos que muestran una sociedad que se ha hecho intolerante, ya no en los aspectos políticos, también en lo religioso, y concretamente, en lo sexual. La comunidad LGBT (lesbianas, gais, bisexuales y transgénero) ha visto cómo paulatinamente se le han cerrado sus espacios, como por ejemplo, las playas de Choroní. Allí, hace poco tiempo se vivió un fuerte altercado como consecuencia de la intolerancia, no tanto de personas heterosexuales como de las mismas autoridades, quienes arremetieron contra algunas personas por su condición sexual. Les destruyeron sus símbolos de identificación como comunidad (la bandera arcoíris) y les cayeron a insultos, golpes, peinillazos y batazos. Recientemente se ha podido observar otro caso vinculado a la homofobia. Fue en el estadio Pueblo Nuevo, de San Cristóbal, donde un grupo de fanáticos del Deportivo Táchira impidió que su equipo se enfrentara al Atlético Venezuela, porque el once andino vestía una franela de color rosado, en apoyo a la campaña de la organización Senos Ayuda, de lucha contra en cáncer de mama. La trifulca que se formó obligó a suspender el partido. Lo triste no es tanto la desinformación e impedimento de un partido, como la intolerancia y homofobia manifiesta en quienes se opusieron violentamente a esta actividad. Pero si esto fuera poco, en Maracay, hace escasos días, un joven fue quemado por su condición homosexual. Frente al liceo donde el joven acudió para intentar inscribirse y cursar su escolaridad, le esperaban tres sujetos quienes, después de ofenderlo, insultarlo y amenazarlo por su condición sexual, le rociaron gasolina y acto seguido, uno de ellos, menor de edad, encendió un fósforo y se lo lanzó. El joven fue auxiliado por la comunidad y llevado al hospital donde se encuentra con 80% de su cuerpo quemado. No voy a entrar a consideraciones intelectuales, religiosas ni morales sobre si la homosexualidad debe o no ser aceptada, así como las de otras comunidades sexuales, como pansexuales, intersexuales o transgénero. Dejo a otros estos asuntos, sobremanera si estos seres humanos son producto de mutaciones genéticas, como ha afirmado Francis Fukuyama y su nueva neoética, o si es la sociedad que los ha, supuestamente, deformado. Respeto en principio, el absoluto derecho de estas personas ha manifestar públicamente su tendencia sexual, como lo hacemos los heterosexuales, bajo el respeto irrestricto a las normas y principios que rigen nuestra sociedad. Pero lo que resulta inaceptable es el proceder de una gran parte de la sociedad, que paulatinamente se ha vuelto intolerante y se manifiesta abiertamente, contra otros seres humanos, ya no burlándose de ellos en su cara (-que fue una etapa en este proceso de degradación social) sino que desde un tiempo para acá, procede a usar la violencia, tanto contra los símbolos (colores, banderas, indumentarias, saludos, formas kinésicas) como en la agresión verbal y física. Resulta curioso que quienes ejercen esta violencia, homofóbica y lesbofóbica, son individuos, hombres y mujeres, que en muchos casos han sido “violentados” o poseen recuerdos dolorosos de agresiones infantiles o con parejas de sexo contrario. Es una especie de venganza, de odio oculto por aquello que no pueden o son incapaces de hacer. Les dicen popularmente que no se atreven a “salir del escaparate”. Creo que en Venezuela se ha intensificado la homofobia y por tanto, la intolerancia contra las personas sexualmente diferentes a la mayoría heterosexual, básicamente por la debilidad educativa (véase este video: http://www.youtube.com/watch?v=B8QJov-EUMY) donde un prof. universitario, tilda a los homosexuales como “enfermos”. También por la quebradiza posición del gobierno del Estado frente a este tema (-Por cierto, un funcionario del Min. de Cultura declaró abiertamente que era homofóbico), y también por parte de algunos medios de televisión, que en sus programas humorísticos, presentan personajes homosexuales como seres carentes de atributos intelectuales, genéticamente inferiores, y por tanto, son motivo de risa y burla. Pienso ahora en Benedetti y su poema “Y si dios fuera mujer”. @camilodeasis camilodeasis@hotmail.com

miércoles, noviembre 21, 2012

Anarquía

Cierta mañana mientras caminaba con mi esposa para encontrar un sitio donde desayunar, en Chichiriviche, vimos a una mujer de no más de 35 años, orinando detrás de un carro. Muy sonreída se alzó, se ajustó sus pantalones y dando pequeños saltos salió corriendo y se perdió entre el gentío que comenzaba a llenar las calles del pueblo. Esa mala costumbre alcanza ahora la cúspide con las imágenes de la vedette Diosa Canales, quien se fotografió mientras orinaba en “campo abierto”. Para mayor descaro, hace unos días, mientras transitaba por la avenida Libertador de Barquisimeto, a pleno día, un anciano que no era pordiosero, al lado de un semáforo, se abrió la bragueta y orinó sin mayor rubor. También por esa misma avenida, justo en la intersección con la Rómulo Gallegos, existe un taller de gandolas y camiones que realiza su trabajo en plena vía. Toda una cuadra está saturada con estos vehículos. La jardinería fue destruida por la acción del derrame de aceite, grasa, gasolina y otros líquidos, fluidos y gases de motores. Es un espectáculo de agresión contra el ciudadano y la ecología, lo mismo que ver orinar a esas personas lo es contra el decoro y las buenas costumbres en toda sociedad. Pero si esto fuera poco, habría que ver cómo han sido "asaltadas" las esquinas de este país por saltimbanquis y maromeros, quienes echando fuego por la boca, tragándose espadas, lanzando pelotas al aire, pines y cintas de colores, mantienen en todos los semáforos de este país un circo ambulante, mientras otros venden pantaletas, pan sobao, accesorios para teléfonos celulares, tomates, pimentones, frutas, lotería, periódicos o extienden un cartelito o botellón de plástico, con alguna imagen de niña malnutrida o inválida, pidiendo limosna. La anarquía también se observa como cosa "normal" en calles y avenidas, cuando los conductores de vehículos irrespetan las luces de los semáforos y demás señalizaciones de tránsito. Incluso, personas manejando con niños mientras pasan con la luz roja. En Venezuela el conductor tiene preferencia sobre el peatón. Mientras más grande y fuerte es el vehículo más riesgo existe que te atropellen cuando intentes cruzar una calle por la demarcación peatonal, que siempre está ocupada por vehículos. Pero lo lamentable es presenciar, ya descaradamente, cómo los funcionarios imponen su autoridad mientras te descalifican, te ofenden y literalmente te "roban" mientras eres sancionado "bajándote de la mula". Los pocos funcionarios decentes deben bajar la cabeza y “hacerse los locos” mientras los raqueteros, en sus alcabalas de quince y último, completan su sueldo. La vida cotidiana del ciudadano venezolano común y silvestre es una especie de juego de lotería. Vivimos con el alma en vilo haciendo zigzags para evitar ese numerito y tener que caer en manos de esa anarquía, bien gubernamental o de los energúmenos que pueblan esta sociedad donde se impone el más fuerte, el más vivo, quien posee influencias, dinero o simplemente tiene en sus alforjas una 9 milímetros. Quien tiene dinero o influencia política, militar o económica posee licencia para hacer lo que tenga a bien saber y entender. Sino, observe el proceso que vivió la modelo "Rosita". O el hijo del general Motta Domínguez, o el hijo del gobernador del estado Bolívar. La anarquía de todo tipo se promueve desde el gobierno del Estado, quizá por dejadez, por demagogia o por laxitud. Pero también la anarquía se observa en la familia y gran parte de los hogares venezolanos, cuando los adultos imponen a los niños y jóvenes como imagen, el ventajismo, la adulación, la viveza, la trampa, y demás actitudes negativas que fortalecen principios y valores contrarios a la ética y la moral ciudadanas. De seguir en esta anarquía, terminaremos viviendo en una sociedad de cómplices, por acción u omisión, y también de "pranes y luceros" mientras misses, politiqueros, vedettes, vallenateros y reguetoneros, se encargan de amenizar la parranda y la rochela, sin importar la cifra de muertos que solo a los deudos y amigos duele. No creo que todo sea responsabilidad del gobierno del Estado, que, obviamente, tiene un peso en la promoción y consolidación de un ciudadano moralmente sano y apto para vivir y convivir en libertad y democracia. La clave parece estar en la familia y educación. Ese hombre y mujer que anda por ahí dándose golpes de pecho mientras acecha en la oscuridad de su alma a quien pueda timar, tracalear o simplemente, realizar su negocio dónde sea y cómo sea, no importa si coloca su quincalla "mental" y física en media acera o en plena plaza Bolívar, o se la instala en la mente a su descendencia. Lo importante es él y solo él. Los demás, que vean cómo resuelven su vida. (*) camilodeasis@hotmail.com / @camilodeasis

miércoles, noviembre 07, 2012

La señora Etelvina

Cuando vivía en Maracaibo, allá por 1964, se hablaba siempre de cuentos extraños. Del pájaro “guaco” que cuando pasaba por encima de alguna casa y dejaba salir sus graznidos, de seguro alguien moría. Por eso siempre espantaban a la pobre ave. Pero a la señora Etelvina eso no la alarmaba. Ella nos había alquilado la casa donde vivíamos, era una mujer tan gorda pero tan gorda, que cierta vez, cuando fue a cobrar la mensualidad, se le ocurrió entrar. Mi madre la ayudó a pasar, abriendo de par en par las dos alas de la puerta. Con cuidado se inclinó, se apoyó en el pórtico y dejó caer el robusto pie derecho sobre el escalón. Yo, siempre lejano de ese misterioso ser, observaba detrás de la cortina que daba a la cocina. Blanca, con sus anchos y cuadrados lentes de montura gruesa negra, sus ojos redondeados y grandes combinaban con su cuello y pecho de acentuados lunares negros. Al poco tiempo decidió regresar. Apenas si probó el cafecito que mi madre le ofreció. –Es que tengo que atender un trabajito, fue lo que escuché. Pero la señora Etelvina se quedó atorada entre el escalón y la puerta. No podía subir. Mi madre la ayudaba mientras una de mis hermanas la empujaba por la espalda. Me llamaron. Con apenas 10 años, asmático, esquelético y asustadizo, me acerqué y ella alzó su brazo izquierdo. Juro por los clavos de Cristo que al ver semejante extremidad, cual jamón de navidad, pensé que no sobreviviría. La pobre mujer dejó caer su brazo sobre mi hombro derecho mientras mis manos sostenían apenas una ínfima porción de aquello que era por mucho, más pesado y ancho que toda mi humanidad. Al fin un señor que pasaba terminó de halarla y yo pude zafarme. -Juancito, ven esta tarde a mi casa para que te toméis un juguito. Mi madre asintió mientras me quedaba sin habla. –No sea mal educado, muchacho. –Dígale que va. Asentí con la cabeza y ella complacida, tardó una eternidad –mientras me miró con esos redondos ojazos negros, que fueron para mí un tormento- en dar media vuelta. Había escuchado a mi hermano Miguel comentar que en casa de la señora Etelvina ocurrían cosas raras. Ella vivía apenas al doblar la esquina. Frente a la plaza Coquivacoa. Era una casa con un frente lleno de árboles. Siempre con la puerta y ventanas cerradas. Una noche, cerca de las doce, mientras conversaban, ella lo interrumpió mientras miró fijamente un sofá vacío y exclamó: -Hermano, por qué se presenta así tan feo. No ve que tengo visita. Acto seguido, escuchó un ruido como de huesos, que se alejaban por el corredor. No dijo nada. Apenas si terminó de tomarse el café y decir, después de mucho tragar saliva, que se iba, que era tarde. Pero a mí me salvó el asma. Esa noche me llenaron el pecho con “numotizine” y me acostaron temprano. El cuarto quedó oloroso a guayacol. Por la ventana veía parte del patio, las matas de coco y guanábana, también las ramas del mamón y el cotoperí, y más allá, la cerca que separaba el patio de la señora Etelvina. Escuché ruidos. Alaridos y balbuceos como de alguien endemoniado. Después un sonido de ramas…y ese olor intenso de tabaco crudo. Me fui en llanto. –Es que deben estar sacándole un espíritu que se le metió al hijo de la Chinca. Los años han pasado. Una penumbra de recuerdos se amontona mientras las casas y los amplios patios llenos de matas y sombras, hace años dejaron de existir para dar espacio a una gran avenida en el sector de Nuevo Mundo. Esta historia, como tantas otras, de espantos y aparecidos, es recurrente en nuestra cultura. Las hemos ido gradualmente incorporando a nuestros rasgos como sociedad y de tan cercanas, nos hacen vivir en una verosimilitud de situaciones que son parte de nuestras creencias. Hacen falta mientras acompañamos la madrugada de nuestros insomnios o en los velorios de pueblo. Todos llevamos esa marca, esa exagerada metáfora que nos une secretamente a un mundo donde entramos silenciosos, cuando la lógica mundana descansa y de improviso nos asaltan los recuerdos. Yo, sigo pensando en la señora Etelvina. La imagino sentada en su mecedora mientras habla con sus “hermanos” como buena espiritista que era. Serena. De voz segura y sentenciosa. De fina muñeca y con gruesos dedos que dejan ver en su mano izquierda, un delicado anillo de oro mientras se mece y en silencio observa ese otro mundo donde pueden ver sus grandes y negros ojos. Esa mujer especial que viene de un tiempo ido y que sin embargo, sigue vivo como esa vez que nos visitó y me provocó el asma. (*) camilodeasis@hotmail.com / @camilodeasis

viernes, noviembre 02, 2012

Santa Nefixa: patrona de las prostitutas

Hace ya varios años mi apreciado amigo, poeta y pintor, Néstor Rojas, me invitó a almorzar en el emblemático mercado La Carioca, en la Ciudad Bolívar de inicios del siglo XXI. Mientras degustábamos el tradicional aguaito guayanés con un jugo ‘e caña servido en frasco de mayonesa, Néstor me entregó un librito de carátula envejecida. –Ya no quiero seguir leyendo estas cosas. Me dijo en tono sentencioso y siguió con una retahíla de argumentaciones moralistas. El libro era una joya de la picaresca universal y además, el poeta se estaba volviendo viejo. Fue mi expresión y nos pusimos a reír. Después miré el libro. Me sorprendió tener en mis manos “Los diálogos del divino Pedro Aretino, generalmente denominados Diálogos Putescos, ahora por primera vez puestos de la lengua toscana en castellano. Los traduce y anota D. Joaquín López de Barbadillo”. Todo eso aparecía en la portada de semejante obra. Una edición tomada del original, editada en Madrid, en 1914 y posteriormente publicada por Ramón Akal González, en 1978. Mientras leía se me fueron amontonando los recuerdos. La Umbría italiana donde viví mis años postuniversitarios. La etrusca Perusa (Perugia), y la toscana Arezzo, donde el 20 de abril de 1492 nació el “divino” Pedro Aretino, “azote de príncipes” Hijo de “carne de placer” entre una modelo de pobres pintores, cortesana de baja ralea y de un gentilhombre. El rostro de su madre, Tita, era el que aparecía representando a la mismísima Virgen María en la iglesia de Arezzo. Barbadillo así lo indica: “Durante mucho tiempo se vio su efigie sobre la portada de San Pedro de Arezzo, representando a la Virgen María, que recibía del arcángel Gabriel la Anunciación. Y varias veces Pedro, en sus escritos, se envaneció de que su propia madre, pobre y bella hembra de mil machos, hubiera sido al par madre de Dios, merced a los pinceles que hicieron de ella aquella santa copia” Pedro Aretino creció en su pueblo natal, entre el abandono, la vagancia y la caridad de los parroquianos. Fue, además de limosnero, ladrón, y apenas con 16 años compuso su primer soneto contra la nobleza y el clero. Debió refugiarse en Perugia, y posteriormente lo vemos transitar por Roma y El Vaticano, junto a nobles, cardenales y el mismísimo papa Julio II. Como también por Venecia, entre palacios y palacetes, y donde en 1534 aparecen publicados sus “Ragionamenti”: Diálogos de la Enana y de la Antonia, habido en Roma, bajo una higuera. Compuesto por el divino Aretino, por su capricho, para corrección de los tres estados de las mujeres. Dos años más tarde, aparecería la segunda parte: Diálogo del señor Pedro Aretino, en el cual la Enana el primer día enseña a la Pippa, su hija, a ser puta; en el segundo le cuenta las truhanerías que hacen los hombres a las mezquinas que les creen, y en el tercero y último la Enana y la Pippa, sentadas en el huerto, oyen a la Comadre y la Nodriza, que hablan de la alcahuetería. En el libro hay una narración, más bien breve, sobre una doncella hija de nobles, quien ejerció la prostitución de una curiosa manera: salía al caer la tarde por las calles solitarias y los puentes de la Serenísima Venecia, ofreciendo su cuerpo a los mendigos y limosneros. Nefixa era ella. Aparece también citada como Nefisa o Nefissa (Ne-fissa: lat. “sin fisura, sin raja o rajadura”) en obras de autores, como La lozana andaluza, de Francisco Delicado; Cárcel de amor, de Diego San Pedro; Descripción de África, de León el Africano (Giovanni Leone di Medici); Una historia madrileña, de Pedro García Moltalvo. Con apenas 12 años a Nefixa se la veía sentada “in ponte Sixto” “sin pompa ni atavío”. Tanto fue su entrega a los pobres y desamparados hombres en la lagunar Venecia, que el pueblo pronto la vio con fervorosa pasión y comenzó a hablar de la joven misericordiosa que daba su cuerpo a los mendigos. A su prematura muerte Nefixa fue elevada a los altares y su hazaña alcanzó los pasillos del Vaticano, donde nadie puso impedimento para que le prendieran velas. Era llamada la Virgen, la Santa de las Prostitutas, de las meretrices y de las cortesanas. Siguiendo la jerarquía prostibularia romana clásica (Delicatae, Famosae, Lupae, Noctilucae, Copae, Fornicatrici, Forariae, Bustuariae, y Prostibulae) a Nefixa se la ubicó en el santoral pero por muy poco tiempo. Tuvo su vigencia como patrona de cortesanas y prostitutas de baja ralea, como María de Majdala (llamada también Magdalena), Librada o Afra. Pero quizá la moralidad vaticana o el advenimiento de nuevas santas, llevaron a Nefixa a descender de los altares y caer en el olvido. Por su parte, Pedro Aretino, quien se burló de santos y no tan santos, recibió a su muerte, en 1557, su epitafio: “Aquí yace Aretino, que, cuando vivía, de todos habló mal. Tan solo de Dios no lo hizo. Y al preguntársele por qué, se excusó con decir: Porque no le conozco” (*) camilodeasis@hotmail.com / @camilodeasis