sábado, octubre 29, 2011

Antes que la marginalidad nos alcance


Por estos días escuché de un médico comentar que mientras estaba de guardia en el hospital se enteró que un colega había sufrido un accidente de tránsito. Estaba con una contusión craneoencefálica. Pudo sobrevivir. Sin embargo, estaba delicado de salud, tanto física como emocionalmente. Y esto último por lo que debió experimentar. Una camioneta color negro chocó su carro e hizo que se saliera de la carretera. Quedó atrapado en el asiento con una herida en la cabeza. Mientras intentaba recuperarse vio como las personas de la camioneta que le embistió se acercaron, rompieron uno de los vidrios de su carro y acto seguido, comenzaron a robarle todo lo que tenía. Acto seguido se dieron media vuelta y se fueron. Pronto llegaron otras personas y procedieron a desvalijar su carro y quitarle hasta los zapatos mientras él permanecía atrapado entre el asiento y el volante. Lo abandonaron. Ya de madrugada otra persona se detuvo y le auxilió. Era un borracho quien, entre carcajadas y movimientos espasmódicos lo sacó del carro, se quitó su propia camisa y le detuvo la hemorragia en la cabeza.
Esta como otras tantas historias, la mayoría sin aparecer reseñadas en los medios de comunicación, están indicándonos que más allá de los actos de vandalismo y barbarismo existe algo oscuro y doloroso: la sociedad venezolana está enferma. Y esta es una enfermedad de tipo esencialmente moral.
Sobre esto debo indicar que es urgente que los ciudadanos entendamos que sólo la organización comunitaria, en los barrios, urbanizaciones, zonas rurales, en las instituciones educativas y demás espacios de vida social, podrá hacerle frente a esta desnaturalizada manera de actuar de una pequeña parte de la población. Debemos estructurar medidas de defensa frente al cerco de marginalidad que el Estado, a través del gobierno, está permitiendo que ocurran.
No es posible esperar que las instituciones del Estado den protección a los ciudadanos. Y esto porque el mismo Estado ha devenido marginal por un modo de actuar demostrado desde hace más de 25 años y que en estos últimos tiempos ha acentuado la desmoralización de sus instituciones.
Esta propuesta en modo alguno debe verse como una desesperación o de conformación de un frente antigobierno. Es una urgencia de sobrevivencia antes que definitivamente la mentalidad marginal y los marginales nos arropen a todos. Es necesario pasar de los comentarios de sobremesa. Ya no es suficiente la denuncia en los medios de comunicación social tradicionales, radio, prensa y televisión. Tampoco es suficiente el uso de las redes sociales para la denuncia. Desde hace tiempo dejó de tener sentido recurrir a las autoridades para buscar amparo frente al arrollador paso de los criminales, asaltantes y choros en general. Ahora toca al ciudadano común unirse, activarse en la tarea de organizarse, potenciar todos los medios de denuncia sociales, crear brigadas de defensa, de acciones concretas frente al Estado agresor, que actúa tanto desde la presidencia de la república como en los ministerios, institutos autónomos, misiones, gobernaciones, alcaldías, partidos políticos, y tantos organismos que maltratan al venezolano. Más que actos de defensa por sobrevivencia personal y colectiva, debemos trascender más allá de fechas electorales y cambios políticos de presidente o gobernador o alcalde o concejal o diputado. En la unidad de la ciudadanía debe practicarse una nueva actitud de solidaridad activa, construir una moral y unas virtudes que nos dignifiquen en el hacer diario y permitan reconocernos como seres humanos.
Mantenerse en silencio frente al Estado obsceno, pícaro y que nos maltrata constantemente, es ser cómplice, cobarde y marginal.
(*) camilodeasis@hotmail.com / twitter@camilodeasis

viernes, octubre 21, 2011

El fin de la educación



Sin un propósito, las escuelas son centros de
detención, no de atención.
Neil Postman. El fin de la educación

Nadie niega el poderoso avance de países, como Estados Unidos de Norteamérica, Japón o Suecia, a partir de la consolidación de una fuerza humana compactada alrededor de modelos educativos favorables a determinadas funciones de producción. Es evidente que tal grado de desarrollo logrado se debe al esfuerzo ejecutado por dichos estados que, día a día, acentúan en los modelos educativos formas cada vez más innovadoras dentro del delicado equilibrio entre hombre, sociedad y naturaleza. Sin embargo, desde hace pocos años se viene apreciando un desgaste, un cansancio académico que lleva a un desinterés para continuar absorbiendo, como valores y modos de vida, la serie de condicionamientos erigidos por los sistemas educativos como normas para la convivencia social. Ya se ha visto la experiencia de esos modelos de pensamiento único en los otrora llamados países de la Unión Soviética y los incipientes registros de actos contrarios a la establecido como normas de buen vivir, en China o Cuba.
Pero poco se ha estado diciendo de los sistemas educativos que en su momento configuraron el modelo del “buen vivir” norteamericano, tan expandido propagandísticamente al resto del mundo.
Neil Postman, un sencillo profesor de la Universidad de Nueva York ha dejado abiertas las heridas de un modelo educativo que hace más de 25 años ha comenzado a desvanecerse, dejando al descubierto las secuelas de una generación cuyas características apenas se pueden evidenciar en estos datos estadísticos: “Tengo ante mí un informe –escribe Postman- de la Carnaige Corporation Report, producido por el National Center for Children in Poverty, donde se pone de manifiesto que en 1960, tan sólo el 5% de los nacidos lo fueron de madre soltera. Mientras que en 1990, la cifra ascendió a 28%. Mientras en 1960 el 7% de los niños, en edad inferior a los tres años vivían con uno solo de sus padres, en 1990 la cifra subió a 27%. Si bien en 1960 tan sólo el 1% de niños y adolescentes menores de dieciocho años sufrió el divorcio de sus padres, en 1990 la cifra saltó casi al 50%”
Estas estadísticas nos indican, como lo afirma el profesor Postman, que “es más que probable que la pequeña María padezca de insomnio tan a menudo como la pequeña Eva, y no precisamente porque quiera dedicarse a estudiar álgebra de madrugada. Más bien será porque no sabe quién es su padre o, caso de conocerlo, no sabe dónde se encuentra”
Estas escenas de la vida norteamericana en modo alguno se ven representadas en los medios de comunicación masivos. Más bien son ocultados a la opinión pública para presentar un supuesto modo de vida altamente confortable dentro de una supuesta absoluta seguridad social que el Estado norteamericano brinda a sus ciudadanos.
Quizá sea por ello que tanto Bill Gates como McIntosh hayan agilizado sus prototipos cibernéticos para crear la ilusión de un mundo dulcemente perdido en la realidad y que sólo aparece ahora en las pantallas de los ordenadores. Similares argumentaciones de una educación que se cae a pedazos, no tanto por los conocimientos que transmite como por los valores intrínsecos que intenta mantener, sean los que Savater, Fukuyama, Chomsky, Maturana, entre otros, han estado identificando como la de una educación que no tiene sentido en la medida que su fin, su por qué, están desgastados y afianzados en unos valores, ética-estéticas y manifestaciones morales de unas creencias en las que ya nadie, y menos los niños y jóvenes, tienen intención ni de creer ni menos defender. La Nueva Educación pareciera estar debatiéndose en sepultar los antiguos dioses y demonios escolares, mientras asiste al nacimiento de una poderosa fe pedagógica, cuyos nuevos dioses, ángeles y demonios, prefiguran la corporeidad de esto que hemos dado en llamar lo “posthumano”, donde la racionalidad comparta con la emocionalidad la memoria de un subjetivar la vida afianzando el sentido espiritual de lo que somos. “Lo importante es señalar –escribe Postman- que dejando de lado sus ideales trascendentes, es posible presentar la historia de los Estados Unidos como una narración de racismo, inquietud y violencia ¿Es esa la historia que deseamos que sirva de base para la escuela pública estadounidense?”
Mientras ello ocurre, países como Venezuela apenas alcanzan a reflexionar sobre el segundo o tercer nivel educativo, vinculado con la evaluación de un currículo que en la práctica no interesa a nadie, que sólo sugiere sombras de un mundo que fue. Y eso atañe, tanto a la Primera Etapa de Educación Básica como, fundamentalmente, la universitaria, donde el pensamiento académico es putrefacto e históricamente reaccionario.
(*) camiloeasis@hotmail.com / twitter@camilodeasis

sábado, octubre 15, 2011

Mentalidad autoritaria


Uno de los oficios más despreciables de la humanidad es, sin duda alguna, la feroz y deleznable tarea de ser militar. Desde siempre la imagen del militar ha estado vinculada con la mentalidad autoritaria. Y eso es así porque el militar representa en sí mismo la violencia inminente que anuncia la fuerza bruta de quien no ha traspasado el umbral de la caverna. Muy a su pesar seres superiores, como Alejandro Magno, Julio César, Aníbal, Bolívar, Washington, San Martín, entre otros, debieron asumir ese oficio para adecentarlo y mostrar desde ese mismo ángulo cuánta maldad y atraso representa, no tanto el ser militar como la mentalidad autoritaria. Y esa es una actitud que en nuestra sociedad continúa cultivándose, aún y en quienes se dicen demócratas, socialistas y adelantados progresistas.
De la mentalidad autoritaria de militares pasados como de los presentes nada bueno puede esperarse, a no ser esa caprichosa actitud de creerse destinados por alguna conciencia superior, para supuestamente proteger al pueblo de algún enemigo, generalmente inventado. A nuestro modo de ver los militares son unos “boy scouts” que se tomaron demasiado en serio su trabajo hasta castrar su capacidad de eros y restarse inteligencia para solucionar, por lógica racional, la cotidianidad de la vida en comunidad. Singular semejanza adviene con los “políticos prácticos”. Es esa porcina neurona que subyace al fondo de la mentalidad autoritaria. Ella permanece latente y se continúa cultivando en el presente. Lo podemos observar en cada esquina, en cada plaza, en cada pueblo, en cada escuela, donde esos especímenes han marcado sus nombres. Incluso hasta en nombres de agrupaciones artísticas. Cada plaza en nuestro país, por lo general, lleva el nombre de un prócer –militar- quien generó muerte y destrucción. Cada esquina, calle, avenida importante de este país lleva el nombre de un caudillo. Por los cuatro costados de esta nación se observan los rostros adustos, rígidos de esos ejemplares que lo pueblan todo. Quienes aún continúan gobernando la mentalidad autoritaria del Poder de esta república. Pareciera que en Venezuela sólo los militares, con su mentalidad autoritaria, han trascendido por su heroísmo para merecer el bronce eterno. Después de ese lugar de preeminencia de los bárbaros militares se ubican los políticos.
Ellos se afianzan en el Poder del Estado por la astucia que otorgan las intrigas palaciegas. Esa otra manera del autoritarismo, un poco más depurada, menos salvaje pero hipócrita y cínica, que es el submundo de la actividad del civil con mentalidad autoritaria.
Alguna vez he soñado con una esquina que lleve por nombre Juan Félix Sánchez. Una calle sinuosa con el nombre de Jesús Sevillano o Soledad Bravo. O apenas una plaza toda cultivada con capachos, que lleve por nombre Mi Venezuela, como esa canción. O alguna de las tonadas de Simón Díaz en una plazoleta o auditorio. Una avenida llamada Humberto Fernández Morán o Salvador Garmendia o Alirio Díaz Teresa de la Parra o Cruz Diez. Quizá tanto mejor honrar al héroe mientras está vivo. Porque héroes reales lo son aquellos que afirman la paz, la bondad y la riqueza espiritual de los pueblos, como Jacinto Convit o el Hermano Ginés. La única manera de borrar de la faz de la tierra esa bárbara manera de actuar en la vida, sea civil como militar, que es la aberrante mentalidad autoritaria, es un sólido proceso educativo que afirme la convivencia y el compartir con el Otro-diferente, en paz, armonía y compasión. Alguna vez alzaremos los rostros de esos seres extraordinarios de la paz. Realizaremos estatuas y bustos de los verdaderos y únicos héroes: médicos, sanitaristas, deportistas, científicos, galeronistas, novelistas, poetas y dramaturgos, como Cabrujas. De filósofos, como Juan Nuño y García Bacca… o el sagrado nombre de un clásico decimista, como Chelías Villarroel.
(*) camilodeasis@hotmail.com / twitter@camilodeasis

sábado, octubre 08, 2011

Miseria


Los tiempos que vive la sociedad venezolana son realmente difíciles y en esta dificultad se evidencian rasgos de miseria. Y esta miseria no es tanto material, alimentaria como espiritual. Esto es triste y desolador porque, de superar la condición material en el mediano plazo, las consecuencias, las secuelas que deja en el alma la miseria espiritual no pueden ser superadas jamás. Habrá que esperar el advenimiento de nuevos ciudadanos, de nuevas generaciones para superar la ruina espiritual en la que hemos caído absolutamente todos los venezolanos. Los hay quienes directamente están involucrados en hechos punibles, de crímenes atroces y actos de corrupción. Pero también aquellos que, conociendo de estos hechos, callan por intereses políticos, económicos o por creencias religiosas, ideológicas, o también aquellos por filiaciones consanguíneas o de compadrazgo. Pero también quienes a diario nos enteramos de la violencia que de mil maneras se manifiesta en la cotidianidad de la vida, bien por este gobierno obsceno y corrompido y que nos corrompe cada vez que puede, o por las relaciones familiares, de amistades o por la misma dinámica social que nos lleva a delinquir y cometer faltas, como adquirir bienes de dudosa procedencia, infringir las normas de tránsito, irrespetar el derecho del semejante cuando espera ser atendido en una oficina pública. Son estos y otros muchos, hechos cotidianos donde los rasgos de corrupción nos han alcanzado y son tan comunes que nos hemos acostumbrado a ellos y lo que más asombra, somos usuarios de ellos. El Estado a través del gobierno y sus instituciones, se ha erigido como el principal modelo de miseria espiritual al permitir, por omisión, descuido o porque abiertamente lo propicie, la cada vez más cercana violencia que nos cerca y aprieta la garganta. Esta violencia aparece, entre otras razones, por tanta permisividad y ausencia de controles por falta de aplicación de las leyes o por carencia de autoridad de familias que no orientan a sus hijos. Ya no son las noticias sobre un robo o asesinato o secuestro o agresión física a un lejano pariente o conocido. Ahora la violencia con saña, el crimen con ventaja y alevosía, y la miseria espiritual tocan a nuestra puerta. Ahora es el hijo de un apreciado amigo, el robo o secuestro de un familiar. Ya está instalada esa miseria, esa actitud en nuestra propia sala de la casa. Ahora se habla, se comenta, se dan detalles. Escuchamos esos espeluznantes detalles contados por sus protagonistas, por la madre, el padre, el hermano, el mejor amigo, quien, entre lágrimas y con la voz entrecortada, nos narra esos momentos espantosos que debió experimentar cuando le rompieron el vidrio del carro y vio el rostro del asaltante. También cuando la joven cuenta, aún con el trauma presente, cuando el criminal la obligaba a besarlo mientras este le manoseaba sus partes íntimas. O el anciano que en su imposibilidad veía cuando su propio nieto le robaba sus ahorros para comprar droga.
O la normalidad de vernos frente a la autoridad, quien nos detiene para solicitarnos los documentos del vehículo y no tener alguno de ellos, y tener que “mojarle” la mano para no ser retenido. O cuando el docente acepta del estudiante quien le propone el negocio de “una ayuda” para su maltrecho sueldo, si le aumenta la nota para pasar la materia. O la enfermera que extrae del centro hospitalario materiales y equipos para revenderlos. O el médico que recomienda una operación sin existir esa necesidad para obtener dividendos. O los cientos de miles de pordioseros y pedigüeños que desdoblan sus cuerpos, hacen malabarismos, enternecen sus rostros y miradas para dar lástima haciendo de ello su modo de vida. Esa es la miseria en la que todos hemos caído. Esa es la triste y dantesca realidad de una sociedad mal acostumbrada a esperarlo todo del Estado. Un Estado que también se acostumbró, a través de los diferentes gobiernos, a ser paternalista y que ahora abandona a los ciudadanos o los somete a la más obscena agresión y manipulación, corrompiendo lo poco de decencia que queda en la intimidad del ser venezolano.
(*) camilodeasis@hotmail.com / twitter@camilodeasis

sábado, octubre 01, 2011

Erótica social


Cuando una persona está viva, es blanda y flexible. Cuando
está muerta, se vuelve dura y rígida.
Lao Tse. Tao Te King


El epígrafe que antecede al artículo contiene una verdad que se puede aplicar a nuestra realidad venezolana. Ciertamente que asistimos a la experiencia de presenciar a muchos dirigentes de grupos y partidos políticos, quienes no sólo asumen posturas inflexibles en cuanto se refiere a la no aceptación del Otro diferente en la discusión sobre aspectos de la vida nacional, también presentan una rigidez corporal, kinésica, y básicamente en la formulación de ideas y conceptos que les acercan a una vida inorgásmica extrema.
Y esto es triste porque revela lo castrante de lo que puede ser una acción social donde estos seres humanos adolecen del sentido primario de vida: Eros.
En ello las sociedades antiguas eran dadas a la atención de lo erótico como manera y actitud de vida, de gozo y de apertura al Otro como muestra de una vida interior que se contrastaba y permitía que los miembros de una comunidad se nutrieran constantemente en la medida que podían expresar, en su kinesis y actos de habla, el lenguaje erótico y el erotismo como formas de vida sana que permitía al cuerpo develar su ontología, su ser profundo, que se acercaba y mostraba en la piel, en el cabello, en los ademanes del cuerpo, en la voz y en la mirada.
Por el contrario, a la gran mayoría de los líderes y dirigentes de grupos y partidos políticos de nuestra sociedad les falta sentimiento de erotismo en la práctica de la acción social. Más notoria es su ausencia en los rostros de las mujeres dadas a esta práctica, quienes revelan una faz que progresivamente se va desvaneciendo para caer, peligrosamente, en la noche de la insatisfacción que lleva a la soledad y la enfermedad de la frigidez de los sentimientos ocultos.
Y esto que escribimos en modo alguno debe tomarse como una chanza o burla. Por el contrario, es una reflexión necesaria para considerar dentro del estado de experiencias que atraviesa el conjunto de la sociedad y que debe atenderse para evitar que sirva de modelo y se generalice. Si usted analiza los rostros de las mujeres, tanto afectas al gobierno: diputadas, ministras, presidentas de institutos, entre otras, como aquellas de la oposición, concluirá aceptando lo que afirmamos. Por su parte los dirigentes masculinos hace tiempo entraron en un franco deterioro en su capacidad erótica. De rostros casi siempre contraídos y severos, rígidos en sus ademanes, poco dados a mirar de frente al Otro, absolutamente parlanchines y de gestos cuasi atolondrados. Denotan que han accedido a lo que denominamos “la desproporción del lenguaje gestual”. No tienen gestos de amorosidad en su kinesis y menos en el timbre y tono de voz. Menos aún, un sentimiento amoroso en la práctica de la libertad como modelo para una ciudadanía activa. Es, ciertamente, una oralidad y un lenguaje corporal marcados por un discurso “thanático” de muerte, de frialdad, de severidad, de riesgo, que niega el discurso natural que existe en todo ciudadano normal que practica su erotismo en la construcción de su vida individual y colectiva.
Lastimosamente dentro de la acción social del discurso erótico, la fuerza destructiva de un lenguaje marcado por la rigidez de pensamiento y palabra, insolente y degradante, está abriendo las compuertas para que se desencadene un tipo de discurso que podría sepultar toda una tradición cultural de una sociedad tan sabia y sagrada como la venezolana, acostumbrada a la expresión de un hecho de vida marcado por los rasgos de erotismo en la construcción de una oralidad que alguna vez nos nutrió y nos dio felicidad.

(*) camilodeasis@hotmail.com / twitter@camilodeasis